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“La grita, confusión de voces. Reescritura de Las moradas del castillo interior de Teresa de Ávila”, de Gladys MendíaLa grita, confusión de voces
Reescritura de Las moradas del castillo interior de Teresa de Ávila, de Gladys Mendía

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“No está la cosa en pensar mucho,
sino en amar mucho, y
así lo que más os despertare a amar, eso haced”.

Teresa de Ávila.

La poesía puede crear extrañas conexiones, uniones espirituales y concatenación de estados de la conciencia. El pensamiento medieval, por ejemplo, sostiene que al artista se le exige, por lo menos, un estado de pureza interior en el que pueden actuar los dones del Espíritu Santo. Pensemos en los preceptos que se dan a los artistas en Schedula Diversarum Artium del abad Teófilo, y pensemos en Las moradas del castillo interior, libro en prosa que escribió santa Teresa de Ávila en el año 1577, a petición del padre Graciano, escrito en castellano antiguo, con el objetivo de, no sólo compartir la excepción de la experiencia espiritual, sino también enrumbar los directrices de la Congregación de las Carmelitas descalzas. Ya se sabe que la poeta sufrió los efectos colaterales; dicho libro fue rastreado y finalmente juzgado por la Inquisición. En él, amén de espejear la experiencia del sujeto lírico, esta “confusión de voces” vino a metamorfosearse en apelación y respuesta, en testimonio y resquiebro para aproximarse a Cristo. Camino que encontró a través de la revelación y en la procacidad del éxtasis como réplica a su dilema esencial: la frontera entre lo vivido, y lo que se quiere escribir o expresar a través de la poesía, dilatado drama para tangibilizar un horizonte escritural en contra de los inefables contrarios.

Cinco siglos después, más allá de cierto grado de postergación, la poeta Gladys Mendía (Venezuela, 1975), impregnada por la solvencia estilística y los torbellinos enfáticos, logra establecer un místico código para aproximarse a su adorado ícono; para esto ha vertido sus lágrimas, ha disuelto los fantasmas del cansancio, y ha evocado a la santa para atrapar una zona implosiva de su mundo interior. Con esta nueva propuesta la autora de El alcohol de los estados intermedios, cansada de lo somático del laberinto, anticipa su extraterritorialidad para salirse del abismo, de las profundas caídas, y ambientarse en una contextualización con lo sagrado, con el absoluto. Dicho propiciamiento se enclava en el castillo interior de santa Teresa de Ávila, recorre los “siete peldaños” para esa depuración dolorosa; tránsito para el despojo, prueba dura para doblegar las contradicciones del Ser. Ejercicio para destruir las zozobrantes imperfecciones, y luego darse en ordo amoris, como materia prístina, saneada. Materia de la palabra limpia donde la muerte y la vida cobran el mismo reflejo.

¿Por qué Gladys escoge el número siete para transitar el Castillo teresiano? Primero, supongo, porque sabe que el siete es el rey de los números, porque representa la luna, y los planetas, replantea el dolor, señala un ciclo completo, la cifra predestinada donde Dios descansa y observa plácidamente el resultado de su Creación. Es asimismo el número sagrado de los antiguos egipcios, sobre él pesa de algún modo cierto poder fatal, posee todos los poderes, es el número del Silencio, el número sagrado de Dios; y silencio es lo que Gladys pide, ordena y demanda para espantar las transgresiones humanas. Silencio para morir, caer y resucitar a través del imago, donde su presencia inquiere con mucha fuerza. Acentúa su búsqueda convocando al espíritu teresiano, quizás bajo las fórmulas de Allan Kardec cuando defiende la inmortalidad, el Ser como triple Suma (espíritu, cuerpo, y alma), el ir y venir de muchas almas a través de un tiempo inexorable, un tiempo inexistente, tempo invisible que sólo la poesía respalda, donde Gladys Mendía acierta con franqueable puntería.

Resulta propicio recorrer con ella los rocosos peldaños, espantar los murciélagos, sufrir la humedad y el frío, lastimarnos en las noches. Poner el pie en la Barahúnda, primer peldaño, línea del ruido, de los gritos, de las lamentaciones, y de las más espantosas confusiones. Galera espiritual donde sabemos que muy pocos logran sobrepasarla.

...alguien llama no abran no espero a nadie el viento helado de los charcos asesina miren cómo estamos con el agua hasta las rodillas qué haremos con tanta agua cuiden sus oídos de esos charcos de miedo...

...los murciélagos cuelgan del techo ¿escuchan ese sonido? es como en el sueño hermanitas saquen las gotas que me confunden los charcos...

Después llegaremos al segundo: período de las Turbaciones, ramificación de esa barahúnda, segundo ensayo lacerante donde hay que resistir los azoramientos. Pasado este trance, arribamos al tercer peldaño: Combates, intersticios de la Trinidad, en esta ofensiva se limpian las malas hierbas del corazón, es la jornada de establecerse de rodillas, de purificación absoluta. De humildad soberana. Seguimos silenciosos y ganamos el cuarto nivel. Peldaño de la Entrega, de la materialización del espíritu, corporeidad con el Uno, estado amorfo de la materia en bruto que se descompone y el espíritu se libera. Luego descansamos y entramos airosos en el quinto recinto. Peldaño de los tesoros y deleites, de los placeres de los sufíes, de los toques, de los regalos, de la música, y el gozo. De modo compasivo ingresamos al sexto: umbral de las heridas, retorno al sacrificio, manera de recordar que el dolor es una asignatura pendiente en nuestras vidas. El dolor nos facilita comprender los designios, ante él se contrasta el resultado de todas las cosas. Actos y consecuencias. Causas y efectos de nuestro inconsecuente devenir. Posteriormente ganamos el último peldaño: franja del Encuentro, de la cercanía, recámara íntima para el amor, para el bien, para gravitar emparejados con nuestros semejantes, Era finisecular para la imitación de Cristo. Temporada para la seguridad y la confianza, para resumirnos en el perdón que el amor enhiesta. Para el perfeccionamiento, y el progreso humano.

III

un olvido de sí
la soledad en compañía
el silencio
el sosiego

 

IV

este deleite
hermanas
este encandilarse sin mirar.

Con este insólito título, publicado por las ediciones de El Barco Ebrio y Editorial Homo Scriptum, México, 2011, Gladys Mendía gana en su lastre místico; resulta paradójico que haya hecho posesión de los postulados ya comentados, y raro, claro está, para nuestros tiempos donde los discursos aparecen agotados por la extrema complacencia de los desatinados referentes culturales. Observo en estos textos la reafirmación de una voz que no teme conferir sus humildes cantinelas, que defiende un discurso conversacional, liso y parco, que ansía estar más cerca de sus lectores. Hay en ella una esencialidad cuasi ecuménica, un prevalecer en lo ignoto, en los misterios, en la llama virgen que oscila entre Dios y los hombres. Recorramos con ella, y sin miedo, esos peldaños que clarifican la conciencia, soportemos las experiencias, identifiquemos en estos versos una voz que se reinicia con un lenguaje desprovisto de complejidades semánticas, resonancias inoportunas, descomunales presunción de las metáforas. En La grita. Confusión de voces. Reescritura de Las moradas del castillo interior de Teresa de Ávila estamos asistiendo a una novísima expresión de Mendía, a un génesis escritural que evidencia cuánto, en grado superlativo, y sin exageraciones, esta poeta ha alcanzado al despojarse de toda concurrencia culterana, al volver a las formas claras, al modo inmaterial de tono límpido, tropo puro-cristalino- que retoma de san Juan de la Cruz, y de su correligionaria santa Teresa.

...hermanas por debajo de la puerta sale un reflejo luminoso no sé si es agua o fuego todo depende de la mano que lo toca...

Gladys Mendía, lejos de imitar profundiza, ventila y canaliza una vertiente diáfana —accesible— donde resitúa el lenguaje a una escala superior: progresión semiótica que accede a una comunicabilidad poco transitada por las estéticas contemporáneas, está más allá de lo decible porque huye de las redundancias, porque se singulariza en una atmósfera duradera donde subyace el ego, el sujeto lírico se apuntala bajo los preceptos agustinianos (credo ut intelligam, creo para entender), en su obtenida unidad primigenia. Es por ello que nos dice:

...hermanas
no ha sido fácil llegar hasta aquí
el aire luce transparente de nuevo

hijitas mías
no puedo resistirme al vuelo
ese vértigo etéreo de la voz

Gladys adquiere armonía, sale del averno, se dispara sola, se libera, desde lo alto del castillo se ha echado a volar. Ha alcanzado la gloria, divisa una ranura, un inequívoco espacio para alejarse de las cosas mundanales, con su simple destrucción adquiere el Satori, iluminación súbita. Llega a la raíz, se evapora en la estrella resplandeciente de la mañana. Después, extraña cosa, la imagen se propaga en imagen; decanta su logos. Teresa de Ávila aprueba el libro, asiente, la abraza, y el ángel se la lleva. Vive, pues, hermana poeta, en mística lontananza.