Artículos y reportajes
La pasión de escribir

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Ilustración: Todd Davidson

Algunos discursos de aceptación del Premio Nobel de Literatura ofrecen la posibilidad de asistir a la toma de posición del escritor respecto a su oficio, a su obra y al premio. Resulta impresionante contemplar cómo algunos asumen el reto de preguntarse y contestarse en público sobre cuestiones tan vitales para ellos. Otros, es cierto, las eluden refugiándose en aspectos técnicos y virtuosismos que interesan más a los del gremio que al común de los lectores.

Los primeros, mis favoritos, confiesan que escriben porque no pueden hacer otra cosa. Dicen que se trata de una necesidad fisiológica o espiritual, según los casos, pero igual de imperiosa en ambos.

Todo parece indicar que no es el éxito o el dinero, ni siquiera su promesa, lo que les mueve. Muchos buenos escritores que no han alcanzado la fama lo confirman diariamente con su trabajo. Lo que sí desean todos es que lean su obra. Lectores anónimos o quizá no tan anónimos. A veces toda una obra no es más que una larga carta de amor o la búsqueda desesperada de una respuesta. Para ellos escribir es una necesidad. Podría decirse que es un afán, un anhelo, un deseo, pero también una compulsión, una manía e incluso una maldición. Se parece a la pasión de leer. No necesita una explicación externa, pero ¿qué decir de la interna?

Es un acto de humildad: no puedo hacer otra cosa; pero también de afirmación: lo hago porque puedo. Es una tarea menesterosa y generosa. En ese sentido se parece al amor engendrado por Penia, la precariedad, y Poros, la abundancia, según un antiguo mito griego.

La mayoría habla también de una dialéctica entre la soledad y la solidaridad. Se trata de un trabajo solitario, muy solitario, pero tiene como destinatario al otro, a los otros, seguramente mientras más mejor. “De mis soledades vengo y a mis soledades voy”, pero en este ir y venir se está con los demás: reales e imaginados, vivos y muertos. La escritura, la actividad de escribir, es un proceso intermediario, a veces gozoso, a veces doloroso, casi siempre laborioso entre yo y tú, entre tú y yo, entre nosotros y, desgraciadamente también, entre nosotros contra vosotros.

Albert Camus, en su discurso de aceptación, nos confesó que acostumbrado como estaba a la soledad de su trabajo y a la intimidad de la amistad, le producía cierto pánico encontrarse, solo, bajo los focos del premio, pero también que a su modo de ver... “el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista, a no aislarse... Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos”.

El primer acto ineludible parece ser la confrontación con uno mismo. No sólo en términos de desafío técnico sino de verdad, otro de los elementos que mencionan mis autores favoritos. No la verdad con mayúscula que pertenece al reino de la religión, las ideologías o la ciencia, sino la pequeña verdad individual, que cuando se busca con ahínco y valentía dentro de uno, acaba convirtiéndose en verdad universal. Hay cierta retirada del mundo, una inmersión en uno mismo, para finalmente ponerse en contacto con la humanidad, pero también funciona al revés, puede significar entregarse a la naturaleza, maravillarse, sobrecogerse, para después metabolizar la experiencia y devolverla.

Neruda habla del particular rito de paso que significó su huida a caballo a través de los Andes, en la frontera entre Chile y Argentina. Aquella aventura fue una constante fuente de inspiración.

“Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta. Hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles... En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza”.

Y Saramago, de sus años de convivencia con la persona más sabia del mundo, su abuelo pastor y analfabeto, nos cuenta:

“Ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”.

Miguel Hernández, otro pastor, también era capaz de llegar al alma de las cosas elementales: una piedra, una rama, un latido, y ofrecérnoslas a sus lectores:Un beso viene rodando desde el principio de los tiempos hasta mi boca”.

Escribir es comunicarse. Aunque durante largos periodos de soledad adopte la forma de una actividad onanista, en el fondo no se trata de narcisismo, al menos no exclusivamente, porque está plagada de imágenes eróticas del mundo, no de uno mismo.

Esa búsqueda interior de la verdad viene a significar algo así como indagar sobre lo que realmente piensan y sienten sobre aquello que están contando, no para confesarse, sino para no prolongar en la literatura las medias verdades, las mentiras, los disimulos y las justificaciones a que nos tiene acostumbrados la vida.

Pero verdad y mentira son términos demasiado solemnes. En el mundo de la ficción lo verosímil es al menos tan importante como la verdad y un buen engaño puede desencadenar enormes fuerzas dramáticas. Los escritores no pueden evitar jugar con las palabras y al hacerlo juegan con los conceptos y con ellos mismos. Escribir puede ser una forma de mantener vivo el espíritu lúdico durante toda la vida.

También mencionan el elemento más misterioso de todos: la belleza. Renuncio a intentar definirla, sólo diré, como García Márquez, que la poesía es la única prueba concreta que poseemos de la existencia del hombre, coincidiendo con Carlos Marzal en considerar al hombre como una criatura lírica... “Allí donde hay un hombre, hay un relato sobre lo que los hombres hacen, sobre lo que querrían hacer. La literatura representa una necesidad biológica del ser humano, que es una criatura lírica”.

El escritor tiene que enfrentarse con los fantasmas y las imágenes deslumbrantes que él mismo convoca con su narración. Los que convoca, los que lo dominan o con los que convive, da igual. El escritor literario no viene a darnos una lección, a convencernos de nada, ni a mostrarnos ningún camino. Se nos muestra a sí mismo a través de sus personajes que son él y somos nosotros.

La pasión de escribir está intrínsecamente ligada a la de leer o escuchar. Cuando la historia es una buena historia y está bien contada podemos vivirla como si de otra vida se tratase. Vivimos otras vidas, otras emociones, otras aventuras que están más allá incluso de las intenciones del autor. De nuevo es como el amor, más concretamente, como el enamoramiento. Nos sentimos irresistiblemente atraídos por el objeto de nuestro amor y si tenemos suerte él también por nosotros. Yo estoy en lo mío, tú en lo tuyo y ambos en este amor que nos ha nacido en forma de cuento o historia. Luego, el enamoramiento dura lo que dura y o bien se transforma en amor, en amistad, afecto... o pasamos a otra historia. Pero una vez probado su veneno: el del amor, el de escribir, el de leer, ya no hay marcha atrás, no concebimos la vida sin él.