Letras
Muestra poética del colectivo La Raíz Invertida
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El colectivo literario La Raíz Invertida fue fundado el 21 de octubre de 2010. Aparece gracias a la preocupación de cuatro poetas jóvenes colombianos (Jorge Valbuena, Henry Alexander Gómez, Jenny Bernal y Hellman Pardo), por el cuidado del lenguaje y el reconocimiento de la tradición literaria colombiana, latinoamericana y universal. Tiene como objetivo propiciar espacios en los que se genere un continuo diálogo desde la creación literaria y la lectura, donde la memoria sirva como punto de partida en la apropiación y afirmación de la identidad cultural, considerando a la palabra como instrumento, voz, legado y entidad perdurable.

Desde el Festival de Poesía y Narrativa Ojo en la Tinta y la Revista Virtual de Poesía La Raíz Invertida se busca el rescate y la promoción del trabajo de escritores de diferentes latitudes y generaciones.

 

Jorge Valbuena

Rumor del alfarero

Buscar la lluvia
Bajo piedras remotas
Con las gotas que permanecen
Aferradas a la orilla
Labor de hielo entregarse a los cauces
Siendo a la vez sequía y nacimiento

 

El temor que nos despoja

Sabemos que bajo las lámparas
Duerme la oscuridad encendida
Es parte de su arrullo dejarnos respirar
                                  El vaho de su alivio
Las noches danzan y agonizan
El silencio es la música que alcanza nuestro polvo
El de los labios enterrados y remotos
El de las manos que predicen un rumor de tempestad
El de los pies que aprendieron a caminar
                                 Aferrados a su sitio

 

La danza del caído

El olvido se ha puesto como bandera de cordura
                                                                    en el filo del abismo
los que miramos al fondo
los que hemos vuelto de él
                                  sabemos que en el filo tan solo la certeza
de nuestra heredad
tiene la capacidad de gobernar
                                     sobre el silencio.

Lo olvidamos
             cambiamos de voz y de piel
                     y al anochecer nos aturdimos
                    con nuestras tumbas abiertas.

Tarda el hueso en roer su soledad
                 las pisadas ahogadas en el fango
                 el caracol cargando su cueva.

                 Nunca el cordel de la mirada eterna
                           que despliega su cansancio
                                       en el filo de los días
nunca el ayer tallado en su presencia
vuelve a nacer llevando la premura
                                                                  de ser el fondo de la vista
la mirada inconclusa al precipicio
el tiempo que interrogan las ausencias

                                     siendo la honda de nuestro propio vértigo
               la danza lívida de las caídas.

 

Sahumerio

El humo hace su ronda paciente
La acostumbrada estela que evoca sus candiles
Inunda lo que queda de sombra
                                  En el recodo del camino
Alfarería remota donde duermen
Los candelabros encendidos
Toda su arcilla de noche
                              Brotando en el silencio

 

Jenny Bernal

Sobre los oficios

Incluso para ser mendigo hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.

Incluso para amar hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.

Incluso para olvidar, perdonar...
hay que conocer el oficio.

 

La casa

Bienvenido a esta casa
su casa
aquí se respira el frio hiel
de ese aliento ausente.
Bienvenido a esta casa
de enojos y lágrimas
siéntese donde sus pasos se agoten
donde su piel se seque.
La casa ha cambiado un poco
—usted perdone—
pero he evitado pintarla
para que las grietas del tiempo
le regalen un poco de ese matiz familiar.

Es la misma casa no se asuste
esa misma que construimos hace tiempo
esperando estar lo suficientemente solos
para habitar en ella.

 

Último credo

A ver quién baña primero
de bálsamo sus manos
y extiende sus ojos
para abrazar estrellas.
¿Quién canta hasta balancear
las caderas del viento?
¿Quién acelera sus pasos
hacia senderos de bruma?
¿Quién enciende velas en mitad de la noche?
A ver quién aguarda un último suspiro
propaga la luz
y apacigua de la llama el calor.

 

Oráculo de eros

Majestuosas se abren las hojas
bajo cada una de sus silentes pisadas.

Él es un inmenso instante
y sus ojos
destello, aire cálido
sabe que es la tarde y no la noche su morada
por eso extiende sus escamas antes de oscurecer
y reviste el fuego con sus manos

Es su piel
sus labios
sus brazos
la caligrafía completa
del papiro del deseo
la llave a la contemplación misteriosa
el oráculo de Eros.

 

Henry Alexander Gómez

EN ALGÚN lugar
el asesino se resguarda
                 y aprieta el puñal.

Su piel se descompone
en un aleteo
                       de pájaros nocturnos.

Un cuerpo sin vida
es la cicatriz de una calle,
         la oscura libertad de la noche.

***

EN LA LENGUA suelta
de la noche
el gato, impenetrable,
                            atisba la locura.

***

CONTRA LA ventana
un pájaro
se da un golpe certero.

                             Bebe la sed de su alarido.

Aquieta sus alas.

Yo me aferro a su recuerdo
        mientras olvido
        la transparencia del agua,

                            como una cicatriz
                            que da vueltas por el mundo.

***

LA NOCHE
ha llegado, por fin,
              a su estado más sólido.

Intentamos descifrar
                      una palabra
y sin embargo,
todo lo ha ofrendado
                           la herrumbre
de las cosas.

La escritura pende
del hilo de sangre de la tierra:

sílaba de viento,
luz aniquilada.

Ahora,
ya nada puede condenarnos.

 

Hellman Pardo

El falso llanto del granizo

I

Me enamoré alguna vez de una mujer con los pechos recién ungidos
Era el tiempo de la guerra
Ella recogía esparto
en estaciones violentas
y yo veía crecer dos o tres caídos sobre la hondura del agua
La noche en que durmió el búho cetrero
un estruendo levantó las tapias
y la trepadora
que ascendía hasta los tejados
dejó su rastro a los pies de las bisagras
Nuestra casa
una pluma en la memoria
¿Con qué adobe está hecha su voz
que aún se oye
por el derruido cielo raso?

 

II

Es la lágrima del ángel que se hunde entre las losas
o son los muslos de la muerte trenzando su sudario
Hay un latido sordo
un galope súbito en los azulejos del alma
¿Bajo qué baldosa ofendida
encontrar su eco de ceniza y espanto?

 

III

Me enamoré alguna vez de una mujer con los pechos recién ungidos en tiempos de guerra
Su piel de araucaria se vino abajo
con los muros que construimos
Mientras veía desatarse
el indómito fuego
y el falso llanto
del granizo

 

Elementos del desterrado

I

Para qué darte el agua
si desboca su barbarie entre los bosques
y sobre las casas sostenidas de guaduales.
Llueve una lluvia y dos lluvias y todo es una
desmedida llaga
desastre y bruma, congoja y páramo.
Todo está quieto. El lodo
pesa como un cansancio de lo ya vivido
mientras los hombres escalan los tejados.
Del álamo caen las cepas más bajas
y son los brazos empotrados sobre el pueblo.
Calle abajo fluye un río.

 

II

Para qué darte la tierra
si se desliza como un oscuro nacimiento
y todo es un desbarrancadero entre las chozas.
A qué nombrar los pies andrajosos
después del temblor, la sangre y las cenizas.
Para qué ese largo galope, ese estremecimiento
si todo es más pesado en las suturas de sus manos.
Ciudad abajo emerge la zozobra.

 

III

Para qué darte el fuego
si es una herida abierta en medio de la nada
que consume la vereda fértil, la cordillera.
Traspasa el follaje desollando con su hambre
los pastos solitarios.
No preguntes por su fulgor,
por su luz de extraña ira
si es tan sólo un desarraigo del olvido.
Oscura brasa a la espera de los olmos,
se dispersa y todo calla,
todo se enarbola.
Por el sol
apenas se difuminan los pájaros.
Selva abajo se calcinan las catalpas.

 

IV

Para qué darte el aire,
el viento,
si es una fragua que redobla las cosechas.
Para qué esa fuerza
de grises y despojos
si también de amor se caen los membrillos.
Higuera abajo se desploman las hojas.

 

V

¿Y el amor?
Esa muerte que flaquea sobre un cuerpo desnudo
más allá del pudor y la reserva.
Noche aciaga que recuerda
su plumaje entre mis manos,
su breve silencio de hojarasca.
El amor es un relámpago cansado
la gran boca que devasta las estaciones.
Los hombres son sus aguas su cauce y su diluvio.

 

Viento de abril

A Amparo Osorio

El viento, ese antílope que rumia corazones
Camina por el estribor de nuestras pieles
Y deja con su voz aplacados los cedros,
La vereda fértil, la cordillera.
Se deshojan sus tibias manos
Alcanzando las últimas horas de los días
En que dejamos de ser este pedazo de hombre
Y nos volvemos suyos, desamparados.
Cuando vamos de un lugar a otro, cuando somos
Solo la herrumbre de la vida
Y sentimos cómo nos limpia el cuerpo
Y abandona su mundo para poder lograrnos
El viento, ese fuego que consume nuestros rostros
Nos hace saber que estamos vivos
Y que nunca abandonará la faz de la tierra.
El viento, blanca sombra del día y de la noche.

 

Oleaje

Para qué callar
Tanto silencio arrepentido,
Tanto amor a la deriva.
Bajo qué movimiento esa pálida muerte
Llegará con sus arcabuces
A deshacernos el mundo.
Estas manos que aún esperan
Caminar ilesas por algún lejano cuerpo,
Quizá ese cuerpo,
Dónde irán a reposar de tajo.
Sombra,
Río que fluye desvelado,
Océano y lágrima,
Árbol de hojas blancas sobre un viejo páramo,
Ese oleaje es el amor de los hombres.
Para qué callar entonces
Tanto amor a la deriva,
Tanto río.