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Poemas

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Un verso vagabundo en el ataúd

La vida es un suspiro pero la muerte queda
en medio de cabellos que se tiñen por guiones,
envuelta por gemidos de falsas ilusiones,
nombrando amores que costaron una moneda.

Los egoístas quieren ser eternos y el mundo
conspira con los vientres y alza el vuelo la luna,
preñando, dando vida, en ubérrimas comunas.
Espera el ataúd con un verso vagabundo...

Bebemos suavemente tu jugo de cicuta,
no somos tan herméticos, pululas la masa,
deshojas los sentidos. Seremos tus reclutas...

La muerte está más viva que nunca... Te musita
melodías de cuna al oído y en su casa
hastiada de negrura aguarda ya tu visita.

 

Sin cordura ni factura

Tu boca, cementerio de mis hijos,
anda noctámbula en mi desvarío.

La fulana —resuena algún jipío—
me susurra eufemismos sin cortijos.

Tus uñas me tatúan dos letijos,
serás mi cárcel dentro del hastío
de un catre estriado por el amorío.
Entro sin descifrar tus acertijos.

Nos escupimos hieles esplendentes,
mientras tiemblan los ávidos torrentes,
encarnamos en fieras sin cordura,

ardiendo en el infierno de mancebos.
Todo quedo, las lunas duran evos,
las ventanas confirman: no hay factura.

 

Una noche

Cubre con pinceladas de tu boca
este lienzo encarnado en el pecado,
invocando tormentas en el prado
con hechizos maléficos de coca.

Deshojando el capullo que me toca
tu verdugo alumbró el rincón crinado
y dejó la nostalgia de costado.
Tú, aferrada al oficio de masoca,

mis manos te despojan impacientes
de tus prendas, de tu alma, de tus credos
bebiendo los hedores de tu noche.

Y navego por todos tus torrentes
mordisqueando recónditos molledos
mientras nos pesca el alba, qué fantoche.

 

Escapando de la sombra

Se escapó del acecho de su sombra,
de las parafernalias de la vida,
—mientras el conticinio era guarida—
se tragó sus palabras en la alfombra.

 

Cazador de sonrisas

Se respira en el aire circunstante,
mejor sabe vestida de recato,
aunque de todas formas siempre es grato
cuando susurra y mueve mi volante

en esquinas gozosas de jolgorio,
en lobbies aburridos y despachos,
en abuelos que llevan dos pistachos,
en la banca de afuera del velorio,

en la carta después de la odisea,
en pueblos en sus fiestas patronales,
en el pan que lo trae una galea,

en todos los placeres más banales.
Bendita tradición del que jalea
a su amigo para olvidar vivales

y arrebatarlas de una vez de su alma,
y brindar hoy por la desesperanza
que se esconde al costado de la panza.
¡Alcen las velas, corazón en calma!,

no se ve todavía el acantilado,
qué impotencia remar sobre la arena
cuando ves a lo lejos la sirena
que te invoca con gritos a su lado.

Se esconde en bocas tétricas, calladas,
brotan en cuerpos que parecen yertos,
o en lunas de románticas veladas.

que engendren diez barrotes diez puertos,
que rebose su encanto en las quijadas,
que resucite consternados muertos.

 

Pausa

Dame una pausa, // te quiero amar
pero no puedo, // me falta el sueño
de nacer hoy, // de blasfemar
cualquier altar // con el desgreño

de mi caricia // bajo tu espalda,
mientras nos miran // dos pecadoras
con velo negro, // en minifalda,
cuando olvidaron // su vida en mora.

Quiero tu boca // en los rincones
de mis fronteras // y algo me ata
a mis angustias, // a mis guiones
a mis temores; // de a poco mata,

quemando amores, // borrando mapas
sobre las manos, // pinchando llantas
de taxis viejos, // cerrando chapas
a enamorados, // mientras las santas

se desesperan // en las esquinas...
Y las quimeras // no están en boga,
en restaurantes // no dan propina,
y en tus fiestas // no das más droga.

Siente mi cuerpo // por un momento;
tiembla en silencio, // cuenta las horas
para el reencuentro // de este lamento
de mi osamenta, // y sin demoras,

a la perpetua // luz de la nada.

 

Matarte

Hoy que tengo la rabia de corbata,
hoy que anhelo tu dulce descabello,
y mis manos posándose en tu cuello,
y tu rostro metido en mi zapata

Me apetecen tus tripas de medalla
y sea tu sangre mi reloj de arena.
Hoy que me adhiero a ti como gangrena.
Soy tu vil, tu granuja, tu canalla.

Restregaré tu piel con una hoguera,
sacaré de la mina tu rubí.
Proclamaré arraigo sin espera.

El pesar al final lega un merci.
Mi quinto mandamiento es que se muera
mi antojo de matar con frenesí.

 

Crónica de una ninfómana

Soy ninfómana, quítame las bragas.
Desdeño las auroras de mi vida.
Libia la herida de tus crueles dagas
que entraron en mi masa no ceñida.

Olvidé mi inocencia un día oscuro
en el rincón del mísero priorato,
se me acercó un hidalgo burdo e impuro
y como un vil glotón comió su plato.

Persigo al río, hoy, de madrugada,
para escapar de sueños. Voy buscando
a un hombre que me crisme a su criada y que
me salve del beato y su atroz mando.

Soy yo desde la cita con el Diablo
que con un beso cautivó mi sexo,
ahora me entrego entera sobre establos,
catres, zaguanes; todo por tu nexo.

Siento tus fríos ojos como muerto,
tómate la pastilla; no seas pijo.
Aquí está, jardinero, es tu huerto:
pico, pala, rastrillo; todo es rijo.

Allá va la cigarra como un ángel
que humedece con pánico sus alas.
Quiero ver el crepúsculo, mi cárcel,
anhelo debutar rayas de galas.

Mi lena sólo pinta en acuarelas
tu retrato sumiso, noche y día.
Como un bourbon que difumina telas,
prendo la estufa, tómame —¡ya!— fría.