Artículos y reportajes
La danza de las voces
Unas palabras en torno al Encuentro Internacional de Poetas de Zamora, junio de 2012

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XVI Encuentro Internacional de Poetas de Zamora

Entre el 14 y el 18 de junio de este año se realizó en México el XVI Encuentro Internacional de Poetas de Zamora. A continuación ofrecemos una muy personal crónica del escritor venezolano Luis Alejandro Contreras sobre ese evento.

A Roberto Resendiz Carmona

“...Lo importante no es lo que de nosotros hicieron, sino lo
que nosotros hicimos con lo que de nosotros hicieron...”.
Miguel de Cervantes.

Desde niño he sido un crédulo de la incredulidad, en lo que respecta a las obras de los hombres. Nací con eso. Podría, incluso, agregar que, en muchos pasajes de mi vida de infante, hasta llegué a poner en duda el sentido de la danza esplendente del caos de luz y sombra que trasciende lo humano.

Pero, tras largas noches de enamorada vigilia y de suspendido pensamiento, ante el absurdo de contemplar la desanimada relación de los hombres con el cielo, mis cuitas con el cosmos fueron cobrando intimidad, arrellanándose en poltronas de una sala sin techo, con el enigma —siempre de por medio— jugando con la batuta del diálogo.

No puedo decir que haya sucedido exactamente lo mismo, no con el hombre, sino con las actuaciones de los hombres. Y mi incredulidad me llevó, no pocas veces, a mantenerme al margen de un socializar en esferas que no fueran las rigurosamente impulsadas por el amor o la amistad.

Me refiero a aquellas esferas cuyos actos y gestos obedecen, en gran medida, a impulsos volitivos o de conciencia y que, a despecho de mostrar un código de premisas de loable intención, andan siempre en divorcio con el soterrado discurso del corazón.

Espacios en los que, desde el momento en que se sanciona el organizado trabajo de los hombres, comienza a perder sentido y organicidad el “leit motiv” que en un principio les uniera. Su norte, entonces, se institucionaliza, su palabra se hace oficial, la junta de voluntades se torna en díscolo aparato y la misión originaria se estatiza.

¿A qué vienen estas palabras cuando lo que me propongo es hablar de un encuentro internacional de poetas que, en junio pasado, ha cumplido su XVI edición?

Pues, a mi deseo de destacar el hecho de que —a lo largo y ancho del orbe— hay personas que, desoyendo los engañosos cantos de sirena de un frígido “Estado”, se propusieron tender lazos de humanismo entre los hombres.

Tal es el caso del Encuentro Internacional de Poetas que año tras año edita, tesonera y desinteresadamente, un poeta de la ciudad de Zamora, en el Estado de Michoacán, en la bella república de México.

A Roberto Resendiz, que así se llama el padre de esta idea bien fraguada en cuerpo, le conocí en Caracas, el año pasado, cuando a instancias de una amiga colombiana, la también poeta Lilia Gutiérrez, fui a verle en una biblioteca donde, se suponía, realizaría una lectura de sus textos.

Luis Alejandro Contreras
Luis Alejandro Contreras durante su participación en el XVI Encuentro Internacional de Poetas de Zamora.

De esa mañana no valdría la pena hablar, dado el sentimiento de vergüenza que me hicieron sentir mis coterráneos por la irrespetuosa manera (por decir lo menos) en que trataron al poeta mexicano esa mañana. Al salir de lo que (al menos, para mí) fue una bufa pesadilla, le convidé a una arepera en la que traté de resarcir, en lo posible, nuestro pretéritamente afamado buen humor y hospitalidad.

Una larga conversa con Roberto me dejó el convencimiento pleno de que se trata de un hombre que hace las cosas que hace por mera necesidad y auténtica convicción. Su labor al frente del Encuentro Internacional de Poetas de Zamora busca, entre otras cosas, develar, difundir y apuntalar, especialmente entre los jóvenes de Zamora, los sempiternamente acallados valores de la poesía, amén de servir de espacio para que los poetas se escuchen, conversen, confronten y (¿por qué no?) celebren la disimilitud de voces que hablan de un hombre común que poco repara en las sencilleces que, de suyo, constituyen la esencialidad del vivir.

Aparte del intercambio de libros y la conversa sobre todo tipo de tópicos, Roberto comenzó a narrarme el historial del encuentro de poetas que año tras año organiza. Había venido a Caracas con el interés de ganar apoyo asociativo para cubrir los pasajes aéreos de diez poetas venezolanos, pues pensaba dedicarle el encuentro de este año a nuestro país. Tocó puertas a diestras y siniestras. Le abrieron, le escucharon y, tal como vino, le dejaron ir.

Su lacónica respuesta, al final de nuestra conversa, fue tajante: “Ni modo, olvidemos eso, no quiero tener nada que ver con las diabluras de la burocracia”.

Meses después, me llegó una invitación al referido encuentro, a mí, al inveterado crédulo de la incredulidad en lo que toca a “los actos de los hombres”. Por varias razones, estuve al borde de no ir. Pero lo que acicateó mi deseo de comparecer fue el hecho de que en su programación se contemplaran lecturas de todos los poetas en colegios y ante estudiantes de distintas edades. Eso tiene mucho más importancia de lo que muchos tecnócratas creen.

Lejos de las marquesinas de vodevil que, en ocasiones, lucen algunos eventos oficiales auspiciados con motivo de homenajear a unas cenicientas mejor conocidas como artes y cultura, el Encuentro Internacional de Poetas de Zamora cumplió, a carta cabal, con las premisas de espíritu que deberían siempre alentar a eventos como ese. Esto es, la de auspiciar el acto de la escucha y propiciar, así, un auténtico espíritu de comunión y entrega, amén de difundir una palabra que ilumina la realeza del mundo para quienes intuyen que les han robado la cartilla de colores.

Y que al lado de poetas de aquilatadas voces y decantada trayectoria, leyeran novísimos poetas, es también prueba de aquello a lo que verdaderamente aspira el Encuentro de Poetas de Zamora: a servir de estímulo y hacer las veces de piedra de toque a “los poetas que vendrán”. *

* La frase final es eco de un enunciado de Walt Whitman.