Artículos y reportajes
La literatura de ciencia-ficción y su contribución al mundo real

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Fotograma de “Metropolis”, de Fritz Lang (1927)

¿Se puede estar de acuerdo con un artículo de opinión y no compartir una línea o una expresión del mismo? Acabo de descubrir que sí es posible.

Admiro profundamente al escritor William Ospina y, como sé que en su calidad de intelectual, deben agradarle el debate y el disenso, debo admitir públicamente que no estoy de acuerdo, cuando en reciente y brillante columna titulada “Nostalgia del futuro” (El Espectador, domingo 1 de julio de 2012), dice que “ya se sabe que en ciencia-ficción las ideas verdaderas se les ocurren a muy pocos autores. La lista podría limitarse a diez, empezando por Philip K. Dick, Ray Bradbury, Frederik Pohl, J. G. Ballard e Isaac Asimov y siguiendo con esos otros cinco que ya está pensando el lector”.

Retomando esta última línea, al menos este lector piensa en más autores.

Jorge Luis Borges dijo en su momento que en lo literario no había nada nuevo, refiriéndose a lo poético. Si entendemos la poesía en sentido amplio como el conjunto de la creación escrita, todos los autores consagrados como Ospina, o diletantes como el suscrito opinador, giran alrededor de unos pocos temas, siempre universales, una docena de metáforas que tienen la ventaja matemática de tener millones de variables.

A pesar de esta premisa que relativiza la originalidad en lo literario, en el caso concreto de la ciencia-ficción, este género en particular ha ayudado a anticipar y modelar nuestra realidad. Dejo a consideración del Maestro Ospina y de los ocasionales lectores, una tentativa y subjetiva lista de autores, sin repetir los mencionados, sobre los cuales no hay duda de su importancia. Deseo iniciar esta subjetiva relación con Hugo Gernsback, quien fue doble inventor, de patentes en el mundo real y de la palabra que nos tiene hablando en este momento, la ciencia-ficción.

La pionera del género literario anticipatorio, Mary Shelley, en El moderno Prometeo (más conocido como Frankenstein), no sólo creó uno de los personajes emblemáticos de nuestra era contemporánea, sino que sentó las bases de la discusión ética de las investigaciones científicas que ahora se denominan clonación.

Julio Verne, un hombre bien informado de su época, es el ejemplo que se suele nombrar para hablar del poder de anticipación de los libros, desde el submarino nuclear hasta el fax o la misma computadora. De la Tierra a la Luna es una obra que por sus coincidencias con el episodio real del Apolo XI da escalofríos, en el sentido de vislumbrar incluso el sitio de lanzamiento real.

Uno las temáticas recurrentes en el género de la ciencia-ficción es la robótica, el ya mencionado profesor Asimov estableció las reglas básicas del comportamiento de los robots, su relacionamiento futuro con su creador humano. La palabra robot fue tomada de la obra de teatro R.U.R. del checo Karel Capek, quien escribió la novela La Guerra de las Salamandras.

¿Habrá un nombre más mencionado que el del “Gran Hermano” en esta época en donde las cámaras parecen seguirnos con sus miradas inquisidoras por donde vamos? 1984, más que el título de la novela, pareciera la fecha en que toda esta vorágine empezó, gracias a la intuitiva redacción de George Orwell. Este último disputa con Aldous Huxley y Un mundo feliz la supremacía de la distopía más impactante.

Existe un caso claro de la injerencia de lo literario en lo científico, Arthur C. Clarke, famoso por 2001: una odisea del espacio, quien contribuyó al desarrollo de los satélites artificiales y al descubrimiento de la órbita geoestacionaria, ese recurso que atraviesa un fragmento de Colombia, aunque nosotros nunca lo hayamos aprovechado. Carl Sagan, quien fue más divulgador que autor de ficción, alcanzó notoriedad con su novela Contacto y su versión al cine. Algunos lectores adultos describen cómo aprendieron a resolver problemas gracias a la Serie Lensman del autor E. E. “Doc” Smith.

Para no extenderme demasiado, agrego otros nombres ilustres que han dejado huella, pues más de un lector podría mencionar como clásicos favoritos a Robert A. Heinlein (Tropas del espacio, Forastero en tierra extraña), Orson Scott Card (El juego de Ender), Ursula K. Le Guin (Los desposeídos: una utopía ambigua), Theodore Sturgeon (Más que humano), Alfred Bester (El hombre demolido), Philip José Farmer (El mundo del río), Kurt Vonnegut (Matadero cinco), Joe Haldeman (La guerra interminable), Dan Simmons (Hyperion), Madeleine L’Engle (Una arruga en el tiempo), John Wyndham (El día de los trífidos), Larry Niven con Mundo Anillo, Brian Aldiss, quien inspiró ese otro gran filme melancólico llamado Inteligencia artificial). Douglas Adams es un caso especial, su Guía del autoestopista galáctico, con toda su carga irónica y humorística, es una de las obras más vendidas en la historia editorial.

Toda una generación creció con Edgar Rice Burroughs, y las aventuras de su personaje John Carter en el planeta Marte se han considerado de los primeros best-sellers de ciencia-ficción. Es difícil encontrar una saga más difundida que Duna (la serie de novelas de Frank Herbert), o los diversos análisis sobre Solaris de Stanislaw Lem. La naranja mecánica de Anthony Burgess provocó un interesante debate sobre la violencia juvenil en su momento. Jurassic Park volvió a traer del lejano pasado a los dinosaurios para convertirlos en símbolo contemporáneo gracias a Michael Crichton. Algo parecido al fenómeno de El Planeta de los Simios y sus interpretaciones gracias a la novela de Pierre Boulle. Así como William Gibson con el subgénero del cyberpunk y la gran novela Neuromante estremeció las temáticas tradicionales de la ciencia-ficción; este autor acuñó la expresión ciberespacio, que nos acompañará hasta el final de nuestra era digital.

Autores consagrados en otros géneros literarios han tenido obras realmente significativas dentro de la ciencia-ficción; podría nombrarse al inmenso Robert Louis Stevenson con El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde, Arthur Conan Doyle (El mundo perdido), Cormac McCarthy y El camino; la premio Nobel Doris Lessing, quien durante una época de su vida sólo fue conocida por sus novelas de ciencia-ficción, o el autor japonés Haruki Murakami, quien incursiona en el género. Incluso en Colombia el aclamado Héctor Abad Faciolince ha “cometido” ciencia-ficción con su novela Angosta.

En castellano podemos encontrar un autor tan significativo como Adolfo Bioy Casares y La invención de Morel, o escritores tan prolíficos como Angélica Gorodischer (Trafalgar), la cubana Daína Chaviano, los españoles Domingo Santos y Elia Barceló y el colombiano Antonio Mora Vélez. Se trata de honrosas menciones, a riesgo de ignorar a muchos otros autores hispanoamericanos con ideas originales en el universo de la ciencia-ficción.

Tenemos un caso paradójico, un escritor que convirtió sus especulaciones en realidad, L. Ron Hubbard, quien se cansó de escribir relatos anticipatorios e, imitando a algunos colombianos que viven del cuento, decidió fundar su propia iglesia, la famosa y controvertida “cienciología”, que cuenta con millones de adeptos en el mundo.

Capítulo especial corresponde a los escritores de ciencia-ficción para los medios audiovisuales, pues no pueden desconocerse los aportes a la cultura contemporánea de personas como Gene Roddenberry, creador de la serie televisiva Viaje a las Estrellas (Star Trek) o en el cine autores como Steven Spielberg, James Cameron, Andrew Niccol (Gattaca) o Terry Gilliam (Brazil, Doce Monos), sin olvidar al genial Fritz Lang y su monumental Metrópolis.

La intención no es abrumar con una serie de nombres y títulos, sino intentar demostrar que efectivamente han sido más de diez los autores con ideas verdaderas en un género tan generoso y honesto como la ciencia-ficción. Como soy de los que separa claramente a la ciencia-ficción de la fantasía, o de otros sub-géneros como el terror, no menciono nombres célebres de escritores que se han destacado en dichos campos.

El día en que el hombre logre inventar la máquina para viajar en el tiempo, alguien dirá que eso ya lo había previsto un tal H. G. Wells y otros cientos de autores. Porque, como decía el buen Julio Verne, todo lo que un hombre pueda imaginar otro será capaz de realizarlo.