Artículos y reportajes
La modestia de un talento

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Gustavo Tatis Guerra
Gustavo Tatis Guerra.

La primera vez que lo leí ambos teníamos la edad en la que la llama del asombro arde en los ojos y en los sueños ya despunta la primavera de la esperanza. Él ocupaba el cargo de redactor del periódico El Universal de Cartagena (el mismo donde el Gabo adolescente se inauguró como columnista en una rotativa), y yo era apenas una colaboradora principiante de El Espectador, edición Costa, que se deslumbró con la belleza de su lenguaje y la novedad de asistir a la revelación de un poeta de la prosa periodística.

No es exagerado afirmar que en adelante sus artículos, crónicas y reportajes se convirtieran en auténticas piezas de excelencia literaria, aunque la intención no fuera la de hacer alarde de su propio brillo sino la de poner al alcance de los lectores las diferentes expresiones artísticas que motivaba la pasión por su oficio. Eran tiempos de una Colombia que anunciaba su drama cotidiano en titulares de pánico pero, obedeciendo a sus principios ideológicos, El Universal no dejó de reconocer, ni entonces ni nunca, la importancia de la cultura en el desarrollo social de nuestro pueblo, por lo que no privilegió la noticia de orden público, judicial y política sobre el área de información de la de un periodismo cultural que, como afirmó Martín Barbero: “En la medida en que abra el reconocimiento de lo que producen y gustan los otros, tanto mayorías como minorías, entra a profundizar las democracias, a fortalecer los procesos de democratización”.

Gustavo Tatis Guerra hizo algo diferente con la cultura; una tribuna de prensa la convirtió en materia prima de un talento suyo tan modesto que jamás le ha hecho sentirse más de lo que realmente es, pero tampoco menos, que es el equilibrio perfecto y escaso que alcanzan quienes ofrecen sus valores al servicio de sus semejantes. Este hombre caribe sencillo y auténtico ha difundido a través del uso de la palabra escrita todo aquello que a las sociedades les llega como producto de la inteligencia y la creatividad, pero de un modo en que esta palabra también trasciende por sus atributos estéticos. Por ello fue Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1992, y por ello era presumible que la poesía y la narrativa también lo ganaran para su causa, con los poemarios Conjuros del navegante, 1988, El edén encendido, 1994, Con el perdón de los pájaros, 1996, La ciudad amurallada (Crónicas de Cartagena de Indias), 2002, Alejandro vino a salvar los peces, Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, Bailaré sobre las piedras incendiadas, ensayo extraordinario sobre la maestra de la novela moderna, Virginia Woolf.

Hoy Gustavo ofrece otra faceta que lo reivindica como un ser en busca siempre del significado superior del universo, ese que a veces no vislumbramos por estar inmersos en la prosaica realidad, y lo está haciendo a través de una pintura que se inscribe en el expresionismo abstracto para construir las formas de un mundo sensorial marino y terrestre. Como él mismo confiesa: “Soy un aprendiz de colores y palabras. Cuando escribo intento encontrar el color y la música secreta que tienen las palabras, la extraña geometría de la belleza en las palabras, y el misterioso alfabeto de los colores”.