Entrevistas
Paúl Brito. Fotografía: Juan Camilo SeguraUn agua para alimentar la sed
Entrevista con el escritor barranquillero Paúl Brito

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Contar bien una historia se parece al arte de enamorar a una mujer. Un arte para el que no basta con despertar sentimientos una noche, sino con mantener en vilo esa pasión toda la vida. Pues tanto el buen amante como el buen escritor deben ser capaces de conservar hasta el final lo alcanzado: un amor que no acabe tras el último gemido, en el caso del primero, y un interés en el lector que se mantenga hasta el final de la última línea, en el caso del segundo.

En aras de esa necesidad, tanto el buen amante como el buen escritor deberán ofrecer un agua que, en lugar de saciar, alimente la sed; un agua que al igual que una droga genere ansiedad y delirio en el amante, vértigo y desesperación por llegar al final de la historia en el lector. En qué consista esa agua, será el secreto que el amante y el escritor se guarden, del mismo modo en que un mago se guarda de revelar el secreto de sus trucos.

Aun así, en el libro Los intrusos el escritor barranquillero Paúl Brito parece revelarnos, de entrada, el doble fondo de su sombrero de mago. En el prólogo de este libro, Paúl advierte que el secreto de su escritura reside en la intrusión, en la posibilidad de introducir en el relato un elemento extraño que dinamice y precipite lo contado. No es casual entonces el título que corona a este volumen, recientemente reeditado por la editorial Pluma de Mompox, y que conforma, junto con 64 libros de igual número de autores, la colección “Voces del fuego: Testigos del Bicentenario”, una de las más grandes hazañas editoriales llevadas a cabo en Colombia.

Sobre este libro, y en la necesidad de ir más allá de lo que su autor expresamente parece habernos revelado, he resuelto hacerle la presente entrevista.

—¿En cuál de los quince relatos que conforman Los intrusos considera haber puesto más de relieve el fenómeno de la intrusión?

—No puse ninguna intencionalidad en ellos; me dejé llevar por lo que me pedían las historias y los mismos personajes. La intrusión fue algo que fui descubriendo poco a poco y a posteriori, como lo haría otro lector o como lo haría alguien que trata de encontrar un sentido a los hechos dispersos de su pasado. Mientras escribía el libro, lo que sí hice fue perseguir una intuición vaga que estaba detrás de todos ellos. Cuando por fin agarré la punta del hilo, fue una señal de que la intuición se estaba agotando o consumando en una reflexión racional. Cuando fui consciente de que la intrusión pasaba del plano de la sospecha al de la conciencia, supe que ya el libro estaba completo y que cuando más podría escribir el ensayo que está como prefacio a la segunda edición: “Manual de intrusiones”. Ocurrió también, en uno de los últimos cuentos que se unió al conjunto (“Pesas y párpados”), que la intrusión fue la clave para redondearlo. El relato había estado por mucho tiempo en una gaveta de mi computador y sólo cuando metí el intruso que faltaba, tomó su forma completa y lo admitió el libro.

—¿No cree usted que, más allá de cualquier tópico literario, la intrusión es un fenómeno propio de la vida?

—Si uno pone atención, puede encontrar la intrusión en todos lados y en todos los niveles de la realidad. Lo realmente importante es el significado con que uno puede llenar esa idea o potenciar su singularidad para conformar una visión del mundo. El drama del universo se desarrolla en un pequeño cuarto oscuro y hermético donde el hombre está en completa soledad tratando de comunicarse con el mundo exterior. Por lo tanto, no importa la amplitud de la realidad y sus concurrencias, sino esas pequeñas asociaciones o puentes arbitrarios con que uno va reconstruyendo el caos de afuera, y con que uno puede comunicarse finalmente con los otros.

—Si la literatura es también un fenómeno de la vida, ¿qué sentido tiene el exponer como el secreto de su narrativa algo que por antonomasia se encuentra presente en todo relato?

—La intrusión no es el secreto de mi narrativa, simplemente una clave para leer y aglutinar los cuentos de esta colección en una unidad que es un libro. También es una forma de explicarme la sustancia de los eventos narrados allí. Al leer los 15 cuentos, uno no encuentra en ninguna parte esa clave de forma explícita o racional. Es sólo una lectura que yo mismo hago y que, como otro lector, tengo derecho de hacer. Me anima pensar que esa interpretación del conjunto es también una invitación al lector para que él mismo se adueñe del libro, le haga su propia lectura y extraiga sus propias intuiciones y reflexiones teniendo en cuenta que las historias narradas allí pudieron haberle ocurrido a él.

—Tomando como base su doble nacionalidad colombiana y española, y a riesgo de tomar como premisa para esta pregunta un supuesto generado a partir de hechos aislados, citados o tergiversados por los medios, ¿se le ha hecho patente su condición de intruso en un país tan aparentemente xenofóbico como España? ¿De qué modo?

—Es curioso que la doble nacionalidad opere muchas veces de forma cruzada o mutuamente excluyente, es decir, cuando vivía en España me trataban como “el colombiano”, y en Colombia, cuando volvía de vacaciones, mis amigos y conocidos me tildaban de “el español”. Con ninguna de las dos etiquetas me sentía cómodo, porque implicaba la exclusión de la otra nacionalidad justo cuando tenía más cabida. Por supuesto, me siento mucho más colombiano que español, pero mi nacionalidad española me daba derecho a ser tratado en España como un ciudadano más, por lo menos frente a las instancias administrativas del Estado, y muchas veces no era así: mi acento o la existencia de mi otra nacionalidad inducía a algunos funcionarios a tratarme de forma excluyente. Y creo que esa mutua exclusión opera también en otros niveles y situaciones. Muchas veces la sociedad juzga los actos de una persona también de forma hipermetrópica, es decir, enfocando la condición que está más lejos o en segundo plano.

—¿Representa la experiencia del rechazo en aquel país la cuota autobiográfica presente en sus relatos o hay algo más de su intimidad puesto en ellos?

—Esa xenofobia que en algunos momentos sentí, fue el germen para el cuento titulado “El forastero”, pero sólo el germen, ya que un relato nunca es o nunca debe ser la simple transcripción de una anécdota. Me parece que debe trascender la situación original con elementos que permitan más de una sola lectura y le den al hecho una significación universal. Todos los cuentos de este volumen nacieron de una experiencia íntima o cercana, pero me gusta pensar que crecieron y se convirtieron en otra cosa distinta, pues un relato debe ser una metáfora no sólo de esa anécdota individual y de otras de las que el autor se alimentó al escribirlo, sino una especie de fábula de las experiencias personales que en muchos otros sentidos tendrá en mente cada lector a la hora de leerlo.

—¿Hay alguna excepción a esa regla de fabulación?

—Reconozco que hay un cuento de este libro (y prefiero que el lector adivine cuál) que fue un experimento en ese sentido, pues a diferencia de los demás me propuse no decir ni una coma que fuera falsa. El resultado fue también una pieza ficticia, pues al parcelar la situación original con el fin de enmarcarla en los límites de un relato, aporté sólo un ángulo sobre los personajes principales. Al no contar otras situaciones y otros aspectos que pudieran dar al lector una idea más completa de sus personalidades (pero que no eran relevantes para los fines internos y estéticos del relato), estaba dando una imagen deformada y, además, mediada por las emociones y los recuerdos, esos grandes fabuladores.

—A propósito de esa necesaria deformación que en la literatura sufre la realidad, ¿qué piensa usted de lo opuesto: de la posibilidad de incidir en la realidad mediante la literatura?

—Me gusta esta pregunta, porque está en el mismo orden de la intrusión. Para que la realidad incida de forma concreta en la literatura, debe ser asimilada, adaptada y transformada por la imaginación y las emociones del autor. Tu pregunta ahora es la contraria: ¿cómo puede la literatura entrar a jugar en la realidad para que se vuelva un elemento activo al nivel de otros agentes del mundo real? Pues bien, así como la realidad no puede incidir por sí sola en la ficción y necesita un enriquecimiento por parte del autor, la literatura puede cambiar la realidad sólo si el lector la asimila a su propio sistema de pensamientos y emociones, la adopta como una experiencia íntima y real, y percibe sus hondas revelaciones como propias. Sólo a partir de esa amalgama interior, la literatura puede generar un cambio en la conciencia, la voluntad y, por último, en las acciones y decisiones del lector.

—¿Qué opinión le merecen afirmaciones como la de Jean Marie Le Clézio, en su discurso del Nobel, de que la literatura no puede forjar un mejor modelo de vida para la humanidad?

—La vida no necesita un mejor modelo, porque como está y como la inventaron cumple con creces una misión de transformación interior en cada uno, que es a la larga la única transformación que vale la pena. Si ha habido personas que se han vuelto santas o sabias, es porque las asperezas de la realidad ayudaron a pulir sus virtudes. Si ellos hubieran encontrado un mundo sin aristas, liso y perfecto, su mundo interior hubiera quedado intacto: hubiera seguido siendo un diamante en bruto; tuvieron que limarlo hasta volverlo circular y manejable, de manera que pudiera rodar por el mundo y asimilarse a un mundo trascendente. Yo creo que el mundo exterior como está hecho y como lo seguirá estando, con sus problemas y adversidades, sus desniveles, injusticias y diferencias potenciales, es ideal para esa evolución interior que quiere la vida para cada uno. Es ingenuo pedirle otro modelo mejor; esas mismas personas deberían preocuparse más bien por modelar su mundo interno. Cualquiera que haya vivido una vida dura sabe de qué estoy hablando, pues si supo aprovechar los escollos para afinar su espíritu, no lamentará ninguno: le parecerán perfectos.

—Volviendo a Los intrusos, encuentro tanta profundidad psicológica en algunos de sus personajes que, más que hablar de arquetipos, me atrevería a hablar de singularidades, de oscuros recovecos de la psiquis que se ponen de relieve en medio de sus pensamientos y acciones. Cuéntenos cómo fue el proceso de construcción de esos personajes.

—Además de la intrusión, estos cuentos tienen otra cosa en común: fueron escritos en raptos de euforia narrativa, en momentos que han sido los más cercanos a la felicidad que he tenido en mi vida, posiblemente porque era como ponerles ventanas a esos oscuros recovecos de los que hablas. De la misma forma que en un sueño uno les pone caras y acciones a sus sentimientos más íntimos, yo sentía que en esos relatos sacaba a pasear mis traumas más ocultos y me ponía a dialogar con ellos. No me puse a diseñar ningún personaje; supongo que adoptaron la apariencia que más se ajustaba a su singularidad psicológica.

—Jacques Rivette, refiriéndose a sus propias películas, afirma no ser amigo de verlas, porque están pobladas de fantasmas y otros elementos dentro del proceso creativo ajenos a la historia... Como autor y, más que como autor, como primer lector de Los intrusos, ¿es éste un libro que le ha agradado leer, que le gustaría volver a leer?

—Aunque los relatos fueron escritos de un solo tirón, su corrección y edición me exigieron muchas sentadas. Me tocó leerlos y releerlos a lo largo de varios años hasta esta segunda edición. Pero luego no he vuelto a mirarlos, a excepción de algún pasaje que he repasado por su relación con algo nuevo que he estado escribiendo. Sin desconocer que releer un buen relato puede reactivar las mismas o nuevas emociones y reflexiones, me parece que hay algo decepcionante en la relectura de cualquier narración: su trama ya nunca resultará tan emocionante como la primera. Esa intensidad de la primera lectura es aun mayor cuando uno es quien escribe la historia y no sabe en qué momento el personaje se saldrá de tus manos y hará lo que le da la gana.

—Cuando selecciona un fragmento de la realidad para enmarcarlo en un relato, ¿no tiene a veces la sensación de que la verdadera historia está en lo que deja de lado?

—La verdadera historia siempre está en lo que uno deja de lado, por eso una narración siempre debe acudir a la alusión y la elipsis. La literatura en sí misma es el arte del rodeo: el oficio de reflexionar indirecta y metafóricamente sobre una historia más auténtica que siempre está latiendo detrás de bastidores. En ese sentido, un narrador debe volverse un sabueso y olfatear las huellas, los indicios, en busca de pistas que lo acerquen a ese mundo esencial que está debajo del visible y aparente. La literatura siempre está al acecho de ese momento milagroso en que la realidad externa cede y la ficción se vuelve un puente hacia “la otra historia”. Lo máximo que puede prometer un relato es ese instante de epifanía, lucidez, euforia, plenitud, ese punto de intersección con la historia ideal, en que el lector se zambulle por un momento en el verdadero relato.

—Háblenos de sus angustias a nivel creativo.

—Me angustia y a la vez me entusiasma ese siempre estar en cero de la literatura, esa necesidad de reinventarse a cada momento, ese desánimo renovador frente al camino ya recorrido, ese necesario descenso a lo desconocido, a lo inconmensurable, a lo imposible. Me gusta y al mismo tiempo me martiriza ese pequeño círculo de luz o de lucidez que te permite mirar sólo un metro más allá y que te obliga a permanecer en constante movimiento o a mantener en movimiento a tus personajes, a tus historias. Me agrada de forma masoquista ese lanzarse a lo incomprensible con las solas armas de tus instintos e intuiciones, y de una terca y limitada visión del mundo. Me incita y me tortura a la vez ese pequeño suicidio que es cada hoja en blanco, porque de ese vacío lleno de zozobras e incertidumbres, acechado por tantas oscuridades, brota de vez en cuando un destello de verdad, una chispa de eternidad.

He releído Los intrusos consciente de ese fenómeno que transversaliza cada uno de sus quince relatos, pero consciente también de que éstos no se agotan en el develado elemento de la intrusión, que hay mucho más en ellos por descubrir: un agua misteriosa que en lugar de saciar mi sed me ha dejado más sediento.