Artículos y reportajes
Ilustración: Jim DandyLa vida compartida

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Si uno de ellos, al hacer balance, se cree estafado, el equilibrio se rompe.
Pascal Bruckner

Te quiere con locura, tu pichón.
R. Burton

Finkielkraut dice que los hombres y las mujeres nunca llegarán a entenderse y no parece errado: se produce una ruptura cada tres minutos... De hecho aumentan los contratos privados previendo lo peor. Entre los ídolos de la tribu el apego siempre fue frágil. Tras jurarse amor eterno el matrimonio de Valentino duró seis horas. Al galán le echaron de la alcoba nupcial con cajas destempladas. Para Rosa Montero la pasión es un producto de nuestra necesidad, un espejismo condenado a desvanecerse. Ese estado producido por hormonas y sustancias dopantes que, según cálculos, dura unos dos años, en el caso de Liza Minelli y David Gest se desvaneció a los quince meses. Tras la separación sin beso de despedida y el consiguiente desgarro de egos se dedicaron a lanzarse pullas y a acusarse de sordideces varias. Lou Andreas Salomé estuvo casada con el orientalista Friedrich Carl Andrea cuarenta y tres años aunque nunca le permitió hacer el amor, cosa esta que reservaba para sus amantes. Para él dejaba las discusiones peregrinas...

Hay personas que enfrentan, basándose en estadísticas, uno de los misterios de la ciencia social: ¿cuánto tiempo tarda en estallar un matrimonio de triunfadores? Se hacen predicciones. Entre las variables están la edad, el tiempo de noviazgo, la fama relativa de la pareja, la historia marital. Antes de que se utilizaran ecuaciones para medir el tiempo del amor, Alma Malher, según su biógrafo La Grange, destrozaba a su marido. Era snob, egocéntrica y no podía ser acusada de inteligente. Dominatriz a la que le encantaba provocar celos, mantis religiosa que se casó también con Gropius y con Werfel, fue amante de Kokoschka... Su hija Anna puso en nuestro conocimiento que cuando su madre se desnudaba parecía un saco de patatas. Algo debía tener ese saco para encarnar el ideal de tanta celebridad... La relación de Frida Kahlo y el nada apuesto Diego Rivera fue “compleja” como se denomina a las relaciones infernales. Él se acostaba con su hermana, ella con Trotski aunque también tuvo románticos encuentros con mujeres. Eso crea siempre disensiones... Se echaron los trastos a la cabeza, se divorciaron y se volvieron a casar (esta vez con una cláusula impuesta por ella: no habría consumación).

Ahora podemos encontrarnos con que una mujer presenta una demanda de divorcio porque su marido insiste en que se vista y hable como un personaje de Star Trek; un hombre porque su mujer coquetea con todo tipo de comerciantes, los toquetea inapropiadamente y, para colmo, declara que no puede evitarlo. La pareja Gala-Dalí nunca se divorció. La feúcha era ella: por lo menos no era una belleza canónica. Abandonó a Paul Éluard por el pintor de Figueres, un señor indefinido sexualmente, que le tenía pánico a las enfermedades venéreas y que se limitaba a mirar las actividades eróticas de su mujer para luego irse a pintar “El gran masturbador” o unos relojes blandos que fueron muy populares... Envejecieron juntos pero mal: ella insultándole, él tembloroso, temiendo perderla... Tolstoi y Sofía decidieron que la sinceridad tenía que estar por encima de todo: se atormentaron toda la vida mostrando los diarios en donde ponían todo lo que no se atrevían a decirse cara a cara.

El amor es conocer al otro y sin embargo amarlo. Se requiere piedad, generosidad y aguante. Clara, un personaje de Guelbenzu, dice que “el amor también es sacrificio, pero merece la pena, más que nada en este mundo”. Joyce, ese gran aficionado al experimentalismo literario y las copas, y la iletrada Nora Barnacle, se casaron tres décadas después de que interpretaran ciertos síntomas como los del amor que nace y sólo los separó la muerte del escritor, aunque su relación fue agitada, sobre todo por los celos y los cambios de residencia. Zelda Sayre quería un marido que le garantizase estabilidad económica y una brillante vida social. Sus años de vida en común estuvieron marcados por los traslados y el despilfarro, las fiestas bañadas en ginebra. Él (tipo débil) acabó alcohólico, y su musa, esquizofrénica. Lillian Hellman y Hammett tuvieron una estable relación, aunque vivieron temporadas separados y nunca se casaron.

Sartre, que era feo como Diego Rivera y Gala juntos, ligaba mucho gracias a su fama y su labia anfetamínica. Fumaba y bebía sin parar. Compartía con Simone de Beauvoir amantes fascinadas, de las que luego se burlaban a placer de forma canallesca. Si es verdad que la promiscuidad se debe a un déficit de autoestima, ellos no se querían nada. Nunca desayunaban juntos: él detestaba que le dirigieran la palabra por las mañanas. Vivían en un hotel, escribían en una cafetería. “O veré a Sartre muerto o moriré antes que él”, decía la señora del turbante. Lo vio muerto y escribió un libro sobre su final en el que habla de pañales... No especificó si eran de tela o desechables.

Hay parejas monógamas que no conciben separarse. Al parecer la clave de la convivencia está en el respeto mutuo. La poeta Rosario Castellanos tenía otras ideas: “El matrimonio es el ayuntamiento de dos bestias carnívoras de especie diferente que de pronto se hallan encerradas en la misma jaula”. Es fácil deducir que el suyo no fue un éxito... “Mujer que dura un mes, se vuelve plaga”, decía Quevedo. Para la mujer de David Niven la plaga era su marido: no quiso ser enterrada junto a él. Una vez el elegante David estuvo a punto de cargársela. (Menos mal que hoy el mundo está abarrotado de psicólogos que evitan a menudo estas cosas...). Sin duda cuando Paz vio por primera vez a Elena Garro imaginó todo tipo de profundas afinidades. Algo socavó la relación porque luego calificó a la mujer con la que se había casado como “la plaga de mi vida”. “Todo lo que soy es contra él”, declaró ella. Murió acompañada de catorce gatos que debían pelearse menos...

Recordamos la película El gato, de Pierre Garnier Deferre, en que Simone Signoret y Jean Gabin son unos casados que se odian pero no se pueden separar: han tabicado el espacio de su casa para evitar tocarse mutuamente las narices. Según Tolstoi, en Felicidad conyugal, la dicha es posible aunque no se manifieste como éxtasis sino como gratitud ante lo vivido y tolerancia ante los desengaños. Masha tiene el síndrome de Bovary, Sergei contempla el matrimonio con serenidad; no se ha resignado a la infelicidad pero sabe que la ternura es una meta más razonable que la pasión. Masha al final descubre que la vida no es una novela, sino una lenta adaptación a lo posible.

Las hembras de chimpancé y los personajes femeninos de Jane Austen buscan al macho fuerte que les de seguridad. La mujer que se casó con Atila cometió un error. Éste murió en el lecho conyugal en su noche de bodas, ahogado por su propio vómito debido a una tremenda borrachera con que celebraba el evento. El pintor húngaro Frenc Pczka recreó el acontecimiento.