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Nota del editor

“La conjura final”, entrevista al político venezolano Octavio Lepage, por Javier Conde

Octavio Lepage llegó a ser dos veces ministro del Interior y presidente encargado de Venezuela. Quien fuera uno de los protagonistas de buena parte del siglo XX venezolano ha revelado ante el periodista Javier Conde, director del diario 2001 y con una amplia trayectoria desplegada en medios como El Nacional, El Diario de Caracas o TalCual, las interioridades de seis décadas de vida política en el país, que han quedado vertidas en las 168 páginas de La conjura final, libro que acaba de publicar el sello Alfa y del que presentamos hoy un capítulo.

Entrevista al político venezolano Octavio Lepage
La pequeña historia de Escovar Salom

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Se define a sí mismo como un político peculiar. De ambiciones limitadas. Seguramente por ello, Luis Piñerúa y Jaime Lusinchi, compañeros de generación, con méritos similares, aspiraron a la candidatura presidencial de su partido antes que él. Lusinchi, incluso, lo hizo en dos ocasiones y a la segunda lo logró. Él fue el segundo hombre en el gobierno de su compañero de estudios en primaria, y gran amigo. Igual posición había desempeñado en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Cultivó ambas relaciones y conoció, de primera mano, el origen de las rivalidades entre los dos ex presidentes.

Miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática por décadas —actividad que complementaba con su ejercicio como parlamentario—, Octavio Lepage estuvo presente en la reunión en La Casona en la que apareció, de improviso, el nombre de Ramón Escovar Salom para ocupar la Fiscalía General de la República en el segundo mandato de CAP. Se buscaba un candidato de consenso entre las diversas tendencias partidistas. A un nombre, sucedía otro. A una objeción, se anteponía otra. Con Escovar Salom sólo hubo una voz discordante. Poca cosa cuando Gonzalo Barrios, respetado por todos, dio el visto bueno. Pérez aceptó sin reservas y sin rencores. Lo pasado, pasado está, habrá pensado. Sólo uno entre todos los dirigentes adecos de aquel desayuno en el despacho presidencial advirtió el peligro. Y acertó.

 

—Cuando llega el momento de pensar cuál sería el candidato en la próxima elección presidencial se asomaron dos aspirantes para suceder a Carlos Andrés Pérez: Luis Piñerúa y Jaime Lusinchi. Yo era ministro del Interior de Pérez y Jaime era jefe de la fracción parlamentaria. Un día me llama, una noche, porque sabía que siempre que había sesión en la cámara me quedaba en el ministerio hasta que terminaba la sesión, por si se presentaba algo inesperado. Entonces, me llama Lusinchi como a las nueve de la noche y me dice que acaba de terminar la sesión y que si puede ir a conversar conmigo. Le dije que se viniera, que nos tomaríamos un trago. Llegó, pedimos un whisky, nos tomamos otro y me dice: “Octavio, ¿tú vas a aspirar a la candidatura?”. Una pregunta a boca de jarro.

—¿Era qué año, 1977, 1978?

—A finales de 1977. Riéndome le dije: “¿Y ese disparo al pecho?”. Él se explica: “Es que si tú aspiras, yo no aspiro, yo te reconozco a ti el derecho de ser candidato antes que yo, pero si tú no aspiras, yo voy a aspirar”. Le respondí: “Aspira tú, Jaime, yo no voy a aspirar”. Esa es la historia, no tiene testigos, era entre él y yo. Aunque amigos cercanos conocieron el episodio.

—¿Y usted por qué no quiso aspirar?

—La verdad no había pensado en eso.

—Quizás usted, como ya me ha comentado, no estaba plenamente convencido de ser político.

—Fui un político peculiar, porque he tenido pasión por la política toda la vida pero mi ambición era limitada, nunca pensé que todo líder político tenía que aspirar a la Presidencia.

—Muchos venezolanos sin estar en las posiciones que usted tuvo lo han hecho.

—Exacto. Al final Lusinchi fue aspirante y Piñerúa lo derrotó, en unos colegios electorales en los que votaron aproximadamente 80.000 militantes.

—¿Lusinchi era el candidato de Pérez?

—Carlos Andrés no se definió.

—¿Ni internamente, aunque no lo hiciera público, no ayudó a uno más que al otro?

—En el fondo podía ser partidario de Piñerúa, a pesar de que Piñerúa había sido muy duro en su campaña anticorrupción. En todo caso, Lusinchi fue derrotado, pero luego vuelve a aspirar y gana frente a David Morales Bello, que sí era el candidato de Pérez.

—Termina el período de CAP y luego Piñerúa pierde las elecciones. Habían nacionalizado el petróleo, el hierro, se acuñó aquello de que “Con AD se vive mejor”, ¿por qué se pierde?

—Quizás influyó en la derrota la personalidad de Piñerúa, un hombre inteligente y de una integridad personal intransigente. Eso le hacía muy poco flexible, no era simpático, no tenía carisma, el famoso factor carisma que es tan importante. Pérez antes de ser candidato no era carismático, porque tenía la imagen del ministro policía, pero empezó a caminar, se dejó las patillas, se puso aquellas camisas de cuadros, abrazando gente por toda Venezuela y rápidamente se borró esa imagen y se hizo un hombre popular. Piñerúa no tenía esas facultades, era demasiado enterizo.

—¿Más que el gobierno fue el candidato la causa de la derrota?

—Es posible.

—¿Y ustedes sabían que con Piñerúa iba a ser difícil ganar?

—Era presumible.

—Además, Luis Herrera hizo una campaña muy intensa, implacable, con la cuña de Carlota Flores. Decían que era el más adeco de los copeyanos.

—Era profundamente antiadeco. En una célebre reunión de su partido en San Antonio de Los Altos, que se filtró a la prensa, él planteó la destrucción de Acción Democrática.

—¿Era una línea de Copei o de Luis Herrera?

—Él la impuso en Copei. Es extraño su antiadequismo visceral. Su hermano Pablo Herrera fue nuestro amigo consecuente, parlamentario postulado en planchas de AD y gobernador de Portuguesa, pero Luis Herrera Campins era una persona complicada, con algún trauma raro.

—¿Usted lo trató?

—Superficialmente.

—Con el gobierno de Herrera Campins viene un frenazo al crecimiento económico.

—Él tiene la ocurrencia poco responsable de nombrar presidente del Banco Central de Venezuela a un hombre de las características de Leopoldo Díaz Bruzual, el Búfalo, inteligente pero loco. No tenía control de sí mismo, carecía de condiciones para desempeñar un cargo de tanta responsabilidad. Exhortaba a la gente a comprar dólares y a que sacaran la plata para el exterior. Provocó el famoso viernes negro, el 18 de febrero de 1983.

—Se vivió una pugna interna en el gobierno por el rumbo económico.

—Entre Díaz Bruzual y Arturo Sosa, ministro de Hacienda. A mí me llama la atención que un hombre tan inteligente como Herrera Campins, que se preparó para ser presidente, incurriera en la ligereza de nombrarlo para ese cargo. Todo el mundo en Venezuela sabía quién era Díaz Bruzual, un tipo pintoresco, con una lengua viperina, inteligente, chistoso, pero de chistes crueles, coño, y lo nombra y lo mantiene en el BCV.

—Usted regresa al partido una vez finalizado el gobierno de Pérez, ¿se había fortalecido la amistad entre ambos?

—La amistad nació antes de la campaña y se estrechó aun más en el ministerio. Como será que un buen día, cuando existía esa imprecisión de que si Rómulo Betancourt aspiraría o no a la reelección, Carlos Andrés me confía un secreto: “Viajaré a Berna para despejar esta incógnita, voy a arrancarle a Rómulo la confesión de si va a aspirar o no, porque si él aspira yo no aspiro, yo aplazo mi candidatura, porque Betancourt tiene ese derecho”. Se fue a Berna, regresó y me dijo que venía convencido de que Betancourt iba a aspirar. “Prorrogué mi visita por diez días, y no hubo manera ni directa ni indirectamente de que me diera algún indicio de lo que va a hacer. Yo, que lo conozco, regreso convencido de que sí va a aspirar, y, como te dije, declino por completo mi aspiración”.

—¿Esa amistad suya con Pérez se mantuvo en la vida familiar?

—Se resintió cuando aspiré y competí frente a él. Nos separamos, no nos frecuentamos.

—¿Nunca más se vieron?

—Sólo en encuentros casuales, pero se congelaron las relaciones personales.

—Usted debe conocer cómo fue la separación entre Pérez y Lusinchi, ¿qué episodios específicos hubo?

—Según versiones que circularon entonces, hubo dos episodios que acentuaron el distanciamiento. El señalamiento que CAP le hizo a Lusinchi sobre la inconveniencia de la presencia activa de Blanca Ibáñez en Miraflores, que Lusinchi consideró una impertinencia, un trapo rojo. Y el otro episodio fue la escogencia de Manuel Peñalver como secretario general de AD, exigido por el Buró Sindical para apoyar la candidatura de Lusinchi. Carlos Andrés se opuso fuertemente a tal designación, con el argumento de que un partido policlasista, como AD, no debía ser dirigido por un líder sindical.

—Pérez confió alguna vez que la elección de Peñalver fue el peor momento de AD, porque además de que era un sindicalista, él no le veía entidad para dirigir un partido como AD.

—Si, a él eso no le gustó nada.

—Pérez, un hombre de gran arraigo popular, al mismo tiempo podía suscitar odios enconados, por ejemplo de Rafael Caldera, de Arturo Uslar Pietri, o ciertos medios de comunicación, ¿le guardaban cuentas?

—Para Caldera fue un trauma terrible que Carlos Andrés derrotara a Lorenzo Fernández. Caldera no lo superó nunca.

—¿Era la derrota de su ejercicio de gobierno?

—Era como una derrota de él. Creo que eso separó a Caldera, un hombre de odios inmortales, de Pérez por completo.

—¿Tampoco es que hubieran tenido mucho contacto?

—Tampoco, pero Pérez era un político e hizo todo lo posible por mantener buenas relaciones con Caldera, aunque éste siempre lo tuvo con la mano en el pecho.

—¿Pero qué le veían a Pérez, que había enfrentamientos tan duraderos?

—Lo de Uslar Pietri era con todos los adecos, él nunca olvidó lo de 1945. Uslar se sentía ya presidente de la República, consideraba que era inexorable que él llegara a la Presidencia, quiso serlo al final del gobierno de Medina pero se interpuso el andinismo. Hay una leyenda que explica por qué a Medina no le era posible apoyar a Uslar, el hombre de confianza suya en el gobierno, el que más lo ayudó, un hombre eminente: visitaron a Medina los generales tachirenses y varias personalidades civiles importantes del Táchira para advertirle que no tolerarían que el próximo presidente no fuera andino, que podían aceptar incluso que no fuera militar, pero que tenía que ser andino. Habían aceptado a regañadientes la candidatura de Diógenes Escalante, que no les gustaba mucho, porque para ellos lucía como un hombre demasiado civilizado, que había estado siempre en el exterior en misiones diplomáticas. Fue por esa razón que se terminó escogiendo a Biaggini, civil, pero tachirense.

—Otro de los rencores enconados fue el de Ramón Escovar Salom, ¿usted recuerda el episodio que desató esa profunda antipatía?

—Cuando Pérez lo sustituye en la Cancillería, durante su primer gobierno. Llegó un momento en que a Carlos Andrés le resultó intolerable la presencia de Ramón Escovar en el gabinete y decidió cambiarlo.

—¿Por qué le resultaba intolerable?

—Quién sabe, Ramón era un hombre muy pretensiosito, muy presumido.

—Había tenido problemas con Betancourt.

—Sí, con todo el mundo. Escovar fue militante de AD; su padre, el doctor Ramón Escovar Albizu, abogado eminente de Lara, había sido dirigente de AD en ese estado, y Ramón fue militante de AD, se ve que por influencia del padre, desde muy joven. Era muy ambicioso. Electo diputado en 1947, se hizo la propaganda de ser el diputado más joven en América Latina. Al producirse el golpe lo hacen preso al igual que a otros diputados. El hombre resultó pataruco. Al llegar a la cárcel Modelo comenzó a llorar y pidió que le llamaran al general Oscar Tamayo Suárez, su paisano. Cuando llegan para ponerlo en libertad, que gritan “Escovar con sus corotos”, él creyó que lo iban a trasladar a otra cárcel y empezó a gritar, pero lo dejaron en libertad porque Tamayo había intercedido a su favor. En la calle, siendo yo secretario general clandestino, lo llamo, éramos compañeros, amigos de la universidad, y le digo: “Ramón, estamos en esto, reconstruyendo el partido, esperamos que tú con tus capacidades, porque él era muy vanidoso, nos ayudes”; “No, no puedo”, me dijo. Terminamos expulsando a Escovar de AD en la clandestinidad.

—Pero luego volvió al poder con los gobiernos adecos.

—Cuando viene la democracia, era un hombre bien formado, inteligente y se le acercó a Gonzalo Barrios, lo cultivó a fondo y Gonzalo, hombre sensible a la gente culta e inteligente, lo protegió. Al mismo tiempo, cultivó mucho a Caldera. Carlos Andrés lo nombró canciller, y cuando olfateó que iba a ser sustituido, comenzó el juego de la candelita. No había manera de localizarlo en el exterior, donde estaba cumpliendo una misión. Después de una espera prudencial, Pérez procedió a reemplazarlo. Eso para Escovar resultó una ofensa mortal y se transformó en un odio inmortal contra Carlos Andrés.

—¿Y cómo llega a ser Fiscal, si había sido expulsado, destituido, y luego le dan esa posición?

—Él había logrado a través de Barrios que lo nombraran embajador en Francia. Pasa por París Carlos Canache Mata, Escovar lo invita a cenar en su residencia y en el curso de la conversación le dice a Canache, como ha visto en la prensa que hay dificultades para encontrar candidato a Fiscal, que él se ponía a la orden. Canache regresa a Venezuela, le cuenta a Barrios la conversación con Escovar y a él no le pareció mal esa opción. En la próxima reunión de CEN del gobierno en La Casona, que siempre era un desayuno, cuando se llega al punto del Fiscal, surgió el nombre de Rafael Pérez Perdomo, que había sido abogado de Marcos Pérez Jiménez, pero Piñerúa, siempre tan recto, se opuso: “No, no, ese señor no puede ser porque fue abogado de Pérez Jiménez”, dijo, y liquidó a Pérez Perdomo. Entonces Canache relata su encuentro en París con Escovar, añadiendo que se lo había comentado al doctor Barrios, a quien le parecía bien el candidato. Conocida la opinión de Barrios, CAP dijo que no tenía inconveniente.

—¿Y nadie se opuso?

—Sí. David Morales Bello le dijo a Carlos Andrés: “Presidente, ese hombre lo va a enjuiciar”. Debo confesar que yo, a pesar de que lo había marginado de AD, voté por él. De la sanción habían pasado 40 años y eso estaba en el olvido. Salió electo, coño, y se cumplió lo que había alertado Morales Bello.

—¿Cómo Pérez, hombre tan avezado en la política, podía cometer tales ingenuidades?

—Era un hombre muy generoso, no abrigaba odios realmente, eso era sincero en él, no era cálculo político, no le nacía odiar a nadie y era sensible a los razonamientos que tú podías hacerle para favorecer a una persona con la cual él podía tener reservas.

—¿Muy distinto a Betancourt, no?

—Claro, claro. Yo vi a Rómulo dejar con la mano extendida a más de una persona, a los perezjimenistas, por ejemplo. El único que logró hacerlo reír fue Rafael Paredes Urdaneta, padre de quien fuera ministro de la Defensa con Carlos Andrés, Fernando Paredes Bello. Paredes era un gran cortesano, había sido cónsul en gobiernos anteriores a AD, y en una recepción en la Casa Amarilla, siendo Betancourt presidente de la Junta Revolucionaria, entra Paredes Urdaneta, se le acerca a saludarlo y le dice: “Presidente, yo sé lo que usted está pensando”. Betancourt se queda mudo y éste agrega: “Usted está pensando qué sinvergüenza es este Paredes Urdaneta”, Rómulo soltó la carcajada.

—¿En los momentos de la caída de Pérez, cuando usted es presidente del Congreso, conversaban?

—Visité a Carlos Andrés cuando tenía casa por cárcel.

—¿Cómo lo sintió?

—El CAP de siempre, sin rencores. Tuvimos una plática cordial, volví dos o tres veces. Y en el exterior no lo fui a ver porque en los 14 años de Chávez yo he salido dos veces de Venezuela, las dos para visitar a mi único hijo que vive en Atlanta. Desde allí lo llamé las dos veces que fui y conversamos por teléfono. Fueron, tal vez, las últimas veces que hablamos.