Letras
La orquídea de barro

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Humedad de ciénaga y pantano
ojo que sabe de su oficio
de estiércol y espuma,
pareces vomitar fuego
que carcome,
lava que estrangula la piel
de quien se acerque;
sapo misterioso, en tu silencio
absorbes nuestros fuegos,
centrador de parajes,
mago de la espada y de la lengua
atraes la presa sobre ti
a que trepe al lomo de la muerte
y del suicidio,
oh sapo acechante en tus silencios,
disimulada orquídea
escondida en el follaje
vegetativo y herbario,
quien te mira se hipnotiza
en el placer que da el morir.

 

2

Esas grietas
del lodo luminoso,
salientes verrugas
de su canto muy grave;
esas bocas armadas de saetas,
los sapos,
viven dormidos
fingiendo ser orquídeas
en la infamia total
de la mentira;
son ululantes engaños,
histriones que fingen la muerte;
sus verrugas no se distinguen
de las aguas espesas
para que
el torpe moscardón
arríe su aguja;
sus adustos lomos
esconden el oasis entre
cañas silbantes
que al contacto del cáñamo
que se arrime a punzar
se conviertan
en cimas de la muerte.

 

3
Isla flotante

A ras del agua
flotador lomo,
empedernido en sus estrías,
arrugado en sus yerbales,
pintado de cieno,
isla flotante,
arreadora orquídea carnal,
que engulle espadas,
centrado blanco
para otro aguijón más
que vio salvada
su vida en el instinto
y en él quedó,
perdido en el engaño;
vibración, espasmo, ahogo,
la batida
del moscardón
contra la lengua,
la caída
de sus alas, su aleteo, su aguijón
y su veneno
adentro de las cuencas
de esa boca
asesina en el silencio.

 

4
Orquídeas carnales

Ni el aguijón de la abeja
ni el instinto tenaz
de las agujas
puede escapar
del sapo encenegado,
montaraz engrudo
que sonríe tieso
en su cinismo;
quién lo domina
en su reinado de saliva
y sangre,
pegamento, vibración,
entrado
ya en su boca;
qué habitante
de algún planetario estanque
lo somete;
qué hierba alcoholada
lo reduce a sueños
menos encharcados
o silentes melenas
como orquídeas carnales.

 

5
No hay fuerza

No hay fuerza
que derrote su impiedad;
cada embestida
de la abeja
la reduce a muerte
tras la ensalivada cavidad
que la aprieta
hacia el fondo,
y abajo, aun si abriera
los labios
desde el suelo mismo
del averno encenegado
sería imposible
resistir la sacudida
de la atmósfera,
sobrevendría un aleteo
y el desfallecer inevitable;
es el sapo, su marca
ríe en la espera
de algún contendor.

 

La orquídea

En el agua oscura
la orquídea se abre
al aguijón de la abeja,
el agua es sal, cobre,
barro termal,
segunda piel del cuerpo.

Tú me mostraste la orquídea
y me hablaste
de todos los cuidados y desvelos
necesarios para sustentarla,
la humedad que destilaba,
el olor preciso
encarnado en su lengua,
sumido en sus labios.

La he maldecido
y la he amado como siempre
sospechas entre tantos
otros florilegios
y matices vegetales u hojarascas;
la he dibujado en mis entrañas
y en mi frente
porque en rabia he deseado
morder
su pecíolo, su polen,
sus antenas, su corola
y los pétalos estriados que
con verse en la luna se conduelen
al viento para posarse
como carnales mariposas
o ululantes sapos.