“Cuando los monjes cantan en coro están cantando en nombre de la creación entera, porque también todo en la naturaleza, desde el electrón hasta el hombre, es un solo salmo. Y nosotros no podemos descansar hasta hallar a Dios. Sólo entonces se aquietará en nuestro corazón la gran angustia cósmica, se aquietará este inmenso amor que oprime el pequeño corazón del hombre con toda la fuerza de la gravitación universal: hasta que nosotros encontremos este Tú al que tienden todas las criaturas”.
Estas palabras, entresacadas del volumen Vida en el amor, resumen la obra literaria de su autor, Ernesto Cardenal Martínez, sobre todo porque él mismo ha sido uno de esos monjes que cantaban en coro y en realidad él no ha dejado de serlo desde que hizo juramento de dedicación a Dios, de por vida.
Esta “creación entera” de la que escribe debe ser entendida dentro de la tradición cristiana, que es a lo que se refiere el poeta como el objeto del cántico del coro monástico. Y por ser este cosmos una obra divina, tiene dos componentes que son indispensables y complementarios, los indígenas de las culturas mesoamericanas y el medio ambiente. A ambos los vamos a encontrar una y otra vez en el conjunto de la obra de Cardenal.
Por un lado, los indios de las culturas precolombinas que han podido sobrevivir a duras penas al trasplante civilizatorio de varios siglos. De ello dos títulos nos dan idea acerca del alcance de este compromiso del sacerdote poeta, Homenaje a los indios americanos (1969) y Quetzalcóatl (1985). Pero también alude el padre Cardenal de un modo muy destacado a la naturaleza, como el segundo componente de su obra, entendida dentro del conjunto de la creación, a partir de las espirales de las galaxias y llegando hasta las semillas y el polen, las anémonas marinas, el copeópado y la diatomea. Para ello estableció una cosmología que abarca lo más contemporáneo de la astrofísica cosmogónica (“...al asomarnos al macrocosmos en el telescopio contemplamos una imagen de la infinita grandeza de Dios”), la expansión del universo (“Hacia Él se mueven todos los astros y la expansión del universo es hacia Él, hacia Él de donde han salido todos los astros y de donde salió el primer gas original, y sólo en Él descansará el universo”) y la multiplicidad de universos (“...tal vez hay civilizaciones / transmitiendo mensajes / a nuestras antenas de radio”). Luego se ha dirigido a lo mínimo pero esplendoroso, y entonces le basta el ambiente selvático que rodea a las orillas y las islas del lago donde se radicó, desde mediados de los sesenta. Su mirada va “desde el electrón hasta el hombre”, aunque con su intuición se ha adelantado a los científicos del Cern de Ginebra: “...también puede decirse que Dios es más pequeño que un electrón”.
A este sacerdote que se ha dedicado a la vida contemplativa en el archipiélago de Solentiname, en el lago Cocibolca de Nicaragua, este año se le ha extendido el Premio de Poesía Reina Sofía de España.
Esa primera cita que pusimos arriba es asimismo el compendio de una manera panteísta de entender el mundo, una forma mística de manifestarse con admiración ante el cosmos y es, también, la palpable exteriorización de una sensibilidad religiosa.
Es lo mismo que se trasluce en el Salmo 18 cuando este autor exclama:
Las galaxias cantan la gloria de Dios
y Arturo 20 veces mayor que el sol
y Antares 487 veces más brillante que el sol
Sigma de la Dorada con el brillo de 300.000 soles
y Alfa de Orión que equivale
a 27.000.000 de soles
Aldebarán con su diámetro de 50.000.000 de km
Alfa de la Lira a 300.000 años luz
y la nebulosa del Boyero
a 200.000.000 millones de años luz
anuncian la obra de sus manos.
Paralelamente a la real premiación de su poesía, la Universidad de Huelva le ha otorgado en este 2012 un doctorado honoris causa.
Su obra en prosa a partir de Vida en el amor (1970) es tan rica en múltiples dimensiones de pensamiento cristiano, teoría política y registro periodístico que completa, con creces, la originalísima expresión poética que emprendiera Cardenal, enmarcada en la Vanguardia literaria y dentro de los procesos históricos de Nicaragua.
Por su sobria personalidad y austera trayectoria, los premios no son precisamente algo que jamás haya desvelado al Padre Cardenal —aunque los acumula desde todos los confines del mundo. Tampoco los títulos académicos, y eso que ha realizado estudios universitarios en Nicaragua, México, Estados Unidos y Colombia.
Él hizo una profesión de fe y a esa creencia le ha dedicado su vida. Tal y como le había escrito a Dios:
Te cantaré en mis poemas
toda mi vida.
Y lo ha cumplido. En realidad su vida quedó marcada por la llamada religiosa y la decisión subsiguiente de ingresar al monasterio de Gethsemani, en Estados Unidos. Desde entonces, y hasta ahora, ha vivido siempre y por sobre todas las cosas en el amor a Dios y con la expresión por medio de la palabra bellamente escrita o vigorosamente dicha.
Tuvo la suerte de ingresar en la religión bajo la enseñanza de Thomas Merton, quien fue su conductor en la vida monástica que había escogido el entonces joven centroamericano. Escribió Merton de aquellos lejanos tiempos de los sesenta: “Durante los diez años en que fui maestro de novicios en Gethsemani, Kentucky, nunca traté de averiguar lo que los novicios escribían en las libretas que guardaban en sus escritorios. Si deseaban hablar de ello, podían hacerlo. Ernesto Cardenal fue novicio en Gethsemani por dos años y yo sabía de sus apuntes y sus poemas. Me hablaba de sus ideas y sus meditaciones. También supe de su sencillez, su fidelidad a su vocación, su fidelidad al amor”.
En este párrafo de Merton ha quedado retratado lo que el padre Cardenal hizo en su vida. Para hacer valer la opción religiosa del retiro y la vida mística, una vez que fuera ordenado sacerdote en la Catedral de Managua, en 1965, el monje trapense fundó una comunidad contemplativa en las islas de Solentiname, en medio del lago Cocibolca. Ha sido indispensable el atisbo que dejara registrado José Coronel Urtecho. Corría el 13 de enero de 1966 cuando desde Las Brisas, en la Zona del Río San Juan, el maestro testimonió: “En una de esas islas Ernesto Cardenal va a establecer dentro de poco una comunidad contemplativa. Dudo que haya en el mundo lugar más apropiado para ese objeto, ni islas que más recuerden las ínsulas extrañas de San Juan de la Cruz por ‘lo muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres’. El progreso las ha dejado completamente incontaminadas y fuera de sus rutas”.
Pero aquello era en 1966. Desde entonces el padre Cardenal le imprimió novedosos rumbos a la escritura hasta acumular hoy, a sus 87 años, una amplia y sostenida labor que ha realizado con la lengua castellana, en la que ha escrito desde juveniles, livianos y agudísimos epigramas hasta las más densas páginas de teología mística.
Continuador de la escuela literaria que había sido iniciada en los años veinte del siglo XX y que sus fundadores (José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos, entre otros) denominaron la Vanguardia, Ernesto Cardenal ha definido a su propia obra como poesía exteriorista. Explicaba Coronel Urtecho: “...la poesía de Ernesto Cardenal es voluntariamente refractaria a todo tipo de simbolismo, austeramente fiel a la realidad inmediata y exterior, o como él mismo suele decir, una poesía exteriorista”.
Aunque también tiene un poemario religioso titulado Salmos (1969), Cardenal ha abordado un infaltable recuento histórico en verso que llamara El estrecho dudoso, al que en su edición de 1971 (Educa, San José) se le agregó un prólogo fundamental de José Coronel Urtecho. Ambos textos, el introductorio y los poemas con tono de epopeya, hacen un tomito que resulta indispensable para entender los centenarios y hasta milenarios antecedentes de las utopías, las rivalidades y las disputas internacionales en torno al río San Juan. En el cuarto viaje, Colón buscaba un paso que llevara a Catay y Cipango,
Pero el Estrecho era de tierra,
No era de agua.
Comenta Coronel Urtecho de la fórmula que resumen esas dos líneas de Cardenal: “La verdad es que el río San Juan era y no era el Estrecho dudoso. Éste sólo existía como una posibilidad, es decir, como un sueño, en la imaginación de los navegantes, geógrafos, consejeros reales y primeros conquistadores españoles de Centroamérica”. Y desde ahí hasta nuestros días el San Juan persiste en las utopías canaleras.
Igual que otros intelectuales de Nicaragua, Cardenal participó intensamente en los acontecimientos políticos del siglo XX, a los que les ha dedicado cuatro tomos con sus memorias y en cuyas páginas también se muestra el mismo manejo certero y acertado de la lengua castellana que alcanza hoy el reconocimiento.