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Ernesto SábatoErnesto Sábato o la luz en las tinieblas

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La figura y la obra de Ernesto Sábato fue la de un hombre cuya hondura no tiene parangón, porque su lucidez nos devuelve a la realidad sin fisuras, a la forma de entender el mundo como un jeroglífico donde se posan siempre las borrosas sombras del vacío. Ahora, su reciente muerte nos hace sentir la ausencia de un hombre de su integridad y de su valía intelectual.

Si no fue un autor muy prolífico es porque su obra se cimentó en la búsqueda de la verdad, como si ésta se escondiese entre las sombras poderosas que nos inundan.

Un breve recorrido de su vida nos habla de un hombre nacido el 24 de junio de 1911 en Rojas, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Hijo de Francisco Sábato y de Juana María Ferrari, fue el décimo hijo de once que tuvo el matrimonio. El nombre de Ernesto hace referencia a un hermano que murió poco antes de nacer él, el que hacía el número nueve de la larga lista de hijos de la pareja. Por ello, por la muerte prematura de este hermano, sus padres decidieron ponerle el mismo nombre al futuro escritor.

Hizo los estudios secundarios en La Plata, en el Colegio Nacional del mismo nombre donde tuvo como profesor al famoso investigador Pedro Henríquez Ureña. Fue en 1929 cuando comenzó su carrera en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata.

Activo militante del movimiento de Reforma Universitaria, de tendencia comunista, se afilió al partido y en el año 1933 fue elegido secretario general de la Fundación Juvenil Comunista. Las dudas sobre su ideología vinieron poco después y el partido le mandó dos años a las Escuelas Leninistas de Moscú.

Antes de ese viaje a Moscú (que no realizó por temor a su futuro), estuvo en Bruselas como delegado del Partido Comunista de la Argentina al Congreso contra el Fascismo y la Guerra.

Sabiendo que el viaje a Moscú entrañaba el riesgo de quedarse allí, sin que pudiese elegir su destino, decidió ir a París, donde escribió su primera novela, La fuente muda. Tras ese período volvió a Buenos Aires, donde se casó con Matilde Kusminsky Ritcher, mujer que conoció en un curso sobre marxismo en su período comunista.

Acabó el doctorado en física en la Universidad de La Plata. Luego le fue concedida una beca en París para realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie.

Fue en París donde entró en contacto con los surrealistas (Benjamin Péret, Óscar Domínguez, etc.), lo que le llevaría a plantearse la literatura como un medio para analizar sus obsesiones y poner en solfa el mundo que lo rodeaba. Esta decisión fue trascendental porque nos dio la oportunidad de conocer el pensamiento de un hombre de gran talla intelectual.

Empezó a escribir más asiduamente en 1941 cuando publicó un artículo sobre La invención de Morel, de Bioy Casares, en la revista Teseo de La Plata. Publicó artículos en la revista Sur llevando las reseñas de libros y también en el diario La Nación de Buenos Aires.

Su famosa novela El túnel fue rechazada en muchas editoriales, hasta que fue publicada en la revista Sur, donde colaboraba, en 1948; la novela adquirió muy pronto gran interés para la crítica, en especial para el gran novelista francés Albert Camus, quien la hizo traducir para la famosa editorial Gallimard.

Otra novela fundamental de la que voy a hablar a continuación por su hondo interés para entender el mundo del escritor argentino fue Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961.

Pero mi interés en este pequeño estudio radica en conocer la forma de entender el mundo de Sábato, la profundidad que late en sus libros, macerados como si tejiese un telar donde nunca se acaba de hilar; para el escritor argentino, el libro es siempre un espacio lleno de preguntas, sin que la prisa haya mermado la calidad de su escasa obra novelística.

El compromiso de Sábato con los derechos humanos quedó muy claro en su indudable apoyo a la política de Raúl Alfonsín en Argentina para destapar el caso de los desaparecidos por la dictadura de Videla. Sábato entiende la literatura también como una sofisticada trama para denunciar el abuso del poder, que, amparado en la violencia, mermó la vida de los argentinos.

Sobre héroes y tumbas es un libro fundamental, un documento imprescindible para entender las obsesiones de Sábato sobre el mundo.

 

Sobre héroes y tumbas; Martín, espejo del escritor

Me interesa en este breve repaso por Sobre héroes y tumbas la figura de Martín, cómo contempla el escritor a ese personaje alter-ego, donde da forma a sus mejores reflexiones sobre su país y sobre la vida en general.

Martín va llevando a cabo su periplo existencial sobre una Argentina que tiembla entre los cimientos, un país que duele por dentro, como se irá viendo en la novela.

El escritor argentino va poniendo en su boca todo lo que siente por el mundo que le rodea, sin que el protagonista pronuncie un largo discurso en toda la novela, Sábato le regala, a través de su rica prosa, todo lo que vive por dentro el joven Martín:

Martín se sentía aislado mágicamente de la dura realidad externa, como sucede en el teatro (pensaba años más tarde) mientras estamos viendo el mundo del escenario, mientras fuera esperan las dolorosas aristas del universo diario, las cosas que inevitablemente golpearán apenas se apaguen las candilejas y quede abolido el hechizo (p. 126).

También el mundo de los sueños está presente, porque el protagonista ve la descomposición de un mundo aristocrático, pervertido ya por el avance imparable de una Argentina que acabará en manos de los militares años después, un país en ascenso hacia la dictadura, porque se halla sin gobierno posible, sin la eficacia que le salve de los buitres que poco a poco implantarán el terror en el país. Sábato es ya un visionario, alguien que anticipa el mundo que poco después será portada en los periódicos:

Aquella noche Martín tuvo el siguiente sueño: en medio de una multitud se acercaba un mendigo cuyo rostro le era imposible ver, descargaba su hatillo, lo ponía en el suelo, desataba los nudos y, abriéndolo, exponía su contenido ante los ojos de Martín. Entonces levantaba su mirada y murmuraba palabras que resultaban ininteligibles (p. 143).

El narrador dice después que en el sueño no existía metáfora alguna, sino evidencias, un mendigo que se le acercaba, pero nosotros sabemos que el mendigo esconde el avance imparable de una sociedad que ya no respeta a nadie, una sociedad quemada y consumida por el dinero, que establece cada vez, como en el gran imperio americano, más diferencias entre ricos y pobres.

Bruno o Alejandra son otros personajes importantes, seres que dicen lo que no expresa Martín, siempre espejo del narrador, siempre oyente de lo que otros manifiestan, siempre en el subconsciente de Sábato.

Hay muchas digresiones en el libro, porque no se trata de una novela, sino de un tratado sobre el ser humano, un ensayo sobre la condición humana, una visión filosófica de nuestro paseo por la vida.

La crítica de Sábato hacia una ciudad que se desgaja, que va señalando en el horizonte la deshumanización de la sociedad moderna, donde los pobres son más pobres y los ricos acumulan sus bienes, mientras otros se mueren de hambre:

¡Abominables cloacas de Buenos Aires! ¡Mundo inferior y horrendo, patria de la inmundicia! Imaginaba arriba, en salones brillantes, a mujeres hermosas y delicadísimas, a gerentes de banco correctos y ponderados, a maestros de escuela diciendo que no se deben escribir malas palabras en las paredes... (p. 424).

Pero ese mundo de lo adecuado, donde triunfa lo racional, lo elegante, se contrapone al que aparece en el subsuelo, en las cloacas de la ciudad, donde se va gestando el mal que lo vertebra todo, la enfermedad que asola, en lo hondo, a la ciudad, mezquina por el peso de unos sobre otros:

Mientras por ahí abajo, en obsceno y pestilente tumulto, corrían mezclados las menstruaciones de aquellas amadas románticas, los excrementos de las vaporosas jóvenes vestidas de gasa, los preservativos usados por correctos gerentes, los destrozados fetos de miles de abortos, los restos de comidas de millones de casas y restaurantes, la inmensa, la innumerable basura de Buenos Aires (pp. 424-425).

Todo aquel mundo de lujo va a parar a las cloacas, donde se puede ver la miseria humana, el cuerpo elegante que nos impresiona por su bello cutis en su exacta condición de ser carnal, con la alusión a los excrementos que todos, en nuestra corporalidad, vamos dejando en los estercoleros de la ciudad.

La condición de Sábato de hombre de ciencia, que no niega su deseo de embellecer la vida, se une a una prosa desgarrada. También el pesimismo del escritor, huérfano de Dios, conocedor de nuestro vacío existencial, de nuestro caminar con la muerte hacia la nada.

La referencia a Dios, en la honda metafísica que alumbra en el escritor, se puede ver con detalle en unas líneas del libro:

Además, si Dios aparecía, ¿cómo lo haría? ¿Y qué sería? ¿Una presencia infinita y aterradora, una figura, un gran silencio, una voz, una especie de suave y tranquilizadora caricia? ¿Y si se aparecía y él era incapaz de advertirlo? Entonces se mataría inútil y equivocadamente (p. 538).

El suicidio de Dios es de la humanidad entera, porque Sábato no niega el halo de pesimismo que late en su recorrido por la vida, tras vadear muchos caminos, tras presenciar muchos asesinatos, mucha injusticia, todo ello, condición esencial de un ser humano que es, sin duda alguna, un lobo para el hombre. El despedazamiento del hombre por el mismo es la solución al enigma de Dios, silencio y vacío total.

La novela transcurre por un hilo muy fino, que hace mención de la azarosa historia de Argentina, como nos demuestra Alejandra y que, en sus múltiples digresiones, constituye un caleidoscopio de la humanidad entera.

 

Sábato como escritor. Conclusión final

El escritor argentino escribió varios libros de ensayo; uno de los más interesantes es El escritor y sus fantasmas (1963), donde va ofreciendo su visión de la novela, del creador, de sus escritores favoritos.

Termino este breve estudio con unas palabras de este esclarecedor ensayo donde compara su visión de la novela con la de la vida, ambas miradas encuentran en el escritor un nexo común, ya que la novela es espejo de la incertidumbre de la vida:

A la novela le es aplicable exactamente lo que Jaspers dice de la existencia:

La existencia es una conquista. Su modo de ser esencial es “estar en impulso”. Su ritmo propio es la crisis. Es un perpetuo movimiento de flujo y reflujo, de fracaso y victoria. Sólo puede irse al reposo por la angustia, al abandono por el desafío, a la existencia por el escándalo. La vida espiritual es una continua tempestad de antinomias, cuyos términos tan pronto se estrellan entre sí como se separan hasta la ruptura. El existente tiene que mantener los contrarios unidos en un esfuerzo de dolorosa tensión, nunca resuelta (p. 142).

Las palabras de Jaspers que utiliza Sábato ejemplifican muy bien lo que une a la novela con la vida, un juego donde nunca hay victoria, sí esfuerzo, un proceso donde siempre, hasta en la plenitud del instante, anida la sombra de la derrota, un espacio donde nuestra presencia vital se contrapone a la que nos hace efímeros y perecederos, como si al respirar el oxígeno estuviésemos condenándonos a perder un día el privilegio de respirar.

Sábato, ahora que, por poco tiempo no ha podido cumplir cien años (ha muerto a finales de abril con los noventa y nueve a cuestas), nos ofrece siempre la mirada única de un hombre que ve el reverso del mundo, que ha escrito muy pocas novelas, pero que sí ha dejado en ellas y en otros libros o artículos (ensayos, críticas) su mirada hacia el universo, escéptica y descorazonadora, lo que no le ha llevado a renunciar a la vida, sino a verla con ironía, la verdadera luz de la inteligencia.