Sala de ensayo
Dos visiones sobre la vida y la muerte: Giovanni Papini y el doctor Jack Kevorkian

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“El triunfo de la muerte”, de Brueghel

Señor, ¿pertenece usted al partido de los vivos o al de los muertos?
Giovanni Papini, El Libro Negro

Las llamadas profesiones de la salud poseen un poder enfermizo indirecto (...). Transforman el desafío personal del dolor, la enfermedad y la muerte en un problema técnico, expropiando el potencial de las personas para lidiar con su condición humana de forma autónoma.
Iván Illich, Medical Nemesis.

Reflexiones preliminares

Si la historia de la humanidad se ha destacado por la búsqueda de respuestas y por intentar interpretar y entender lo que la rodea, entonces es justo plantear que una de las mayores preocupaciones ha sido comprender el fenómeno de la muerte y lo que nos espera en el más allá. A lo largo de las épocas, el acto del deceso y su significado ha tenido una enorme influencia en el derrotero humano, entusiasmando a artistas, escritores y pensadores. Con el paso del tiempo, distintas disciplinas como la filosofía, la religión y la ciencia han intentado aproximarse y entregar posibles respuestas a dicha interrogante, mientras que variadas tradiciones y costumbres se han encargado de mantener latentes distintas manifestaciones de períodos anteriores en las que se entremezclan la vida y la muerte. En este sentido, fueron las culturas antiguas quienes identificaron más perfectamente el estrecho vínculo entre la celebración y la nostalgia, la exultación del espíritu con el deceso, el joie de vivre con el memento mori.

Sin embargo, los nuevos avances científicos y tecnológicos presentan una serie de desafíos a la sociedad actual que, analizados adecuadamente, nos permiten revalorizar el estado de lo que conocemos, particularmente en aquellas temáticas que involucran valores y creencias. El presente trabajo busca dar a conocer dos visiones sobre la importancia que tiene la muerte y las circunstancias que la rodean en las sociedades modernas, al tiempo que se intenta mostrar la fina línea que la une al terreno de los vivos.

 

Algunos antecedentes históricos

Desde las primeras manifestaciones espirituales de las antiguas civilizaciones, el acto del fallecimiento y el deceso mismo han provocado una extraña fascinación en los seres humanos, motivada probablemente por la conciencia de nuestra mortalidad y lo efímero de nuestras existencias, unido a la imposibilidad de saber lo que ocurre con nuestras conciencias al morir. Así, se ha destacado por ejemplo que: “Por muy lejos que se bucee en las perdidas civilizaciones, lo que se encuentra siempre es la negación de la muerte como el final de todo. La vida es demasiado intensa y demasiado breve para admitir que, de pronto, todo cesa de un modo total, a escala individual”.1 Por este motivo, muy a menudo la búsqueda de una explicación para el más allá se ha mezclado con el arrebato y goce por los placeres humanos y la celebración de la vida, confundiéndose los límites de lo uno y de lo otro.

Así por ejemplo, en la Grecia de las religiones mistéricas, Dionisos representa el disfrute y el entusiasmo por la vida y sus placeres, pero al mismo tiempo, el éxtasis destructivo y primitivo que provoca el estar poseído por un dios.2 Es también el “nacido dos veces”, dios de la resurrección, y por lo tanto, de la vida y la muerte, idea que parece cruzar territorios y distancias, pues está presente en los mitos y creencias de todas las grandes culturas del pasado: desde Krishna y Osiris hasta Odín y Jesús, pasando por Adonis, Orfeo y Asclepio. Asimismo, las culturas de la Hélade, aficionadas a los aspectos duales de la existencia, practicaban diversos tipos de juegos en honor de los muertos. En ellos, los ganadores obtenían partes del botín de la batalla o piezas de la panoplia de los fallecidos, como es el caso de las famosas exequias de Patroclo. Unían, así, en un momento determinado, el dinamismo y vitalidad de los deportes y las competencias con un sentido de la trascendencia y la propia mortalidad.

Otras tradiciones buscaban resaltar la vida material del fallecido en su paso hacia el más allá: en las culturas sedentarias, donde era común el comercio y existía un interés por la riqueza y la fastuosidad, como Grecia y Roma, se colocaban monedas u óbolos en la boca de los muertos para que éstos pudieran pagar a Caronte su pasaje al otro mundo; esto es, un viaticum, o una provisión para tener un viaje seguro. De manera similar, muchas tribus sedentarias enterraban al difunto con su caballo, o en el caso de las culturas aficionadas a los viajes marítimos, con su barco u otros artefactos que daban cuenta de su estilo o forma de ganarse la vida. Con esto se unía el recuerdo de las hazañas o características vitales del sujeto con la esperanza de un reconocimiento justo en la otra vida.

El Egipto de los faraones es conocido por su fascinación por la muerte y todo lo que la rodea: las pirámides son verdaderos aposentos en los que los poderosos descansaban rodeados de aquellos que les habían servido en la vida, y que ahora lo hacían en el otro mundo, y la preparación de los cuerpos para el descanso eterno debía seguir estrictos métodos para que el difunto no se perdiera en el camino al más allá; más aun, las paredes de las tumbas se esculpían con imágenes que recordaban festividades y celebraciones, de manera que el fallecido pudiese gozar de un banquete perpetuo.

La tradición de los banquetes fúnebres puede trazarse a los albores de la historia, y una costumbre egipcia consistía en que “...a fin de exaltar el placer de estar vivo y estimular mayor consumo de bebida para lograr la imprescindible animación del festín, se hacía aparecer (...) un estuche conteniendo la imagen de un hombre muerto, el cual se hacía pasar de uno en uno diciendo: Bebe y regocíjate, pues acabarás estando tan muerto como éste que aquí ves”.3 Se unía así, en un momento determinado, la celebración por la existencia —en el compartir del convite y la celebración, unida a la necesidad biológica básica del sustento— con la conciencia por la propia mortalidad y la incertidumbre de lo que nos espera luego de fallecer; noción que alcanzará su momento de mayor expresión en la Última Cena, en la que el banquete se tiñe de un ambiente trágico, y donde Jesús ofrece su vida en sacrificio para que los demás continúen viviendo.

En Roma era común el culto a los muertos y a los antepasados, y se les hacían ofrecimientos consistentes en alimentos y libaciones para obtener su protección tutelar. Persistían además los cultos a las divinidades griegas que representaban el ciclo de la resurrección, entre ellos el de Baco, Ceres y Esculapio. Sin embargo, la relación dicotómica entre vida y muerte alcanza otros niveles: por un lado, se utiliza como un recordatorio para evitar los excesos humanos, ejemplificados por la arrogancia y el orgullo de la hibris griega; es el memento mori, que de acuerdo a la leyenda se le susurraba a los generales victoriosos para que recordaran en sus momentos de mayor celebridad su paso fugaz por este mundo. Por otro lado, aparece como un resabio del terror excesivo a la muerte, exceso que puede llegar a impedir el normal disfrute del momento que nos toca vivir y que es ejemplificado en El Satiricón, texto atribuido a Petronio. Al momento de ofrecer un banquete, el anfitrión, Trimalción, no escatima en gastos para sorprender y agasajar a sus invitados con lo mejor que la vida puede ofrecer; no obstante, el ambiente festivo cambia repentinamente: “Trimalción hizo construir un cadáver en plata y articulado, que un esclavo alzaba y dejaba caer sobre el mantel, en diversas actitudes de lamentable pelele, al tiempo que recitaba fúnebres oraciones, para regocijo y aleccionamiento de los presentes...”.4

Si los banquetes y simposios eran el escenario perfecto para que los ricos y poderosos pudiesen deleitarse con su propia mortalidad, serían los juegos de gladiadores, tan comunes en los períodos de la República y el Imperio romanos, los que le permitirían al pueblo disfrutar de un momento en el que vida y muerte se transformaban en espectáculo, y donde el capricho de la multitud podía significar la libertad o el paso al otro mundo.

Estos recuentos culturales permiten apreciar cómo la pesadumbre de la mortalidad y lo limitado de nuestras acciones y su alcance, es capaz de invadir todos los ámbitos de la existencia, ideas que de una u otra manera se han mantenido, en distintas formas, hasta nuestros días. Así, el diálogo que se puede llegar a establecer con autores del siglo XX en esta temática estará rodeado por tales nociones, que nos han acompañado a través de diversas costumbres y tradiciones.

 

Giovanni PapiniPapini y el partido de los vivos

La obra del italiano Giovanni Papini (1881-1956) está marcada por un constante vitalismo, que lo llevó a abarcar las áreas más diversas del conocimiento humano: desde la poesía y la crónica periodística, hasta las polémicas filosóficas en las que diseccionaba sin temor las ideas de algunos de los mayores filósofos europeos de su tiempo, como Nietzsche o Schopenhauer. Este ideal absoluto se presenta desde sus primeras intenciones literarias, cuando se da a la empresa de elaborar por sí solo una enciclopedia que contenga todo el conocimiento humano. Papini representará en muchos sentidos a aquel que busca crear algo que no existe, y que nunca existirá, un constante peregrino que va de idea en idea, oponiéndose siempre al conformismo y a lo que se da por sentado, tal como lo declara en su primer libro, Hombre acabado: “En un mundo donde todos piensan únicamente en comer y en hacer cuartos, en divertirse y en mandar, es necesario que haya de cuando en cuando uno que refresque la visión de las cosas, que haga sentir lo extraordinario en las cosas ordinarias, el misterio en la vulgaridad, la belleza en la barredura”.5 Y este es su estilo, darle vuelta a las cosas y ofrecerlas nuevamente al valiente, al que no tiene temor de enfrentarse a las tradiciones. Papini es, por tanto, aquel que reclama por todo y por nada al mismo tiempo, abarcando, singularmente, vida y muerte.

Una de sus obras más célebres quizás sea Gog, publicada en 1931, en la que presenta al personaje del mismo nombre, basado seguramente en la persona del autor, que recorre el mundo visitando a los personajes más célebres de su época, buscando siempre lo extraordinario. Esta búsqueda, no obstante, no se basa en la novedad o en lo bizarro de sus encuentros, sino en la posibilidad que tienen estas situaciones de crear una nueva disposición sobre las cosas y las personas, esto es, profundizar en lo recurrente y sacar de allí lo inhabitual.

La continuación de dicha obra, El Libro Negro, publicado en 1952, contiene quizás una de sus ideas más interesantes: la enorme injerencia que tienen los muertos sobre los vivos. En la historia “Muerte a los muertos”, Papini va revelando su intención a través de un diálogo aparentemente casual entre dos desconocidos: que los muertos subyugan y perjudican de mil formas distintas a los vivos: “Los muertos, muertos están sin duda, pero son infinitamente más numerosos que los vivos, y en todas las guerras triunfa en definitiva la superioridad en número; además, los muertos no tienen nada que perder y están seguros de su inmunidad y de su impunidad; son prepotentes, maliciosos, malignos, ¡ay de quien no sabe defenderse de los muertos!”.6

Por supuesto, no se trata aquí de una preocupación mágica o metafísica sobre la posibilidad de que los muertos puedan volver de sus tumbas y cobrarles sus deudas a los vivos, sino sobre la poderosa influencia que aquéllos ejercen sobre nosotros, en los distintos ámbitos de la existencia, producto de tradiciones e ideas que se remontan a los principios de la civilización. El autor italiano reconoce tal influjo de la siguiente forma: “Aun en la soledad perfecta me siento, con espanto, átomo de un monte, célula de una colonia, gota de un mar. En mi espíritu y en mi carne hay la herencia de los muertos; mi pensamiento es deudor de los difuntos y de los vivientes; mi conducta está guiada, aun contra mi voluntad, por seres que no conozco o que desprecio”.7

La revolución que propone el autor consiste, primeramente, en reconocer esa influencia: últimas voluntades, banquetes mortuorios, testamentos y obligaciones, cristiana sepultura, memoriales y sepulcros, misas para lograr la salvación perpetua y aplacar malos espíritus, espiritismo y superchería; y ante todo, la proliferación del negocio de la muerte y la necesidad de no escatimar en gastos para asegurar el descanso eterno del difunto. Así, Papini escribe, haciendo comentar a uno de sus personajes: “Quiero proclamar y conducir la revolución más formidable que se ha visto sobre la tierra desde el Diluvio Universal: la revolución de los vivos contra los muertos”.8

De acuerdo al autor italiano, la presencia de los muertos, y la muerte misma, abarca un espacio de nuestras vidas mayor al que jamás reconoceríamos: “Creemos ingenuamente que los muertos no existen, siendo así que durante siglos usurpan nuestro espacio y nuestro tiempo, dominan nuestro pensamiento, nos oprimen con sus fantasmas y con sus antojos. Los muertos son señores y dueños de los vivos”.9 Con esto, el narrador considera cómo voluntades ajenas a la nuestra, provenientes de otros espacios de realidad —como el espiritual, por ejemplo—, se enseñorean de nuestra vida física, influyendo en nuestras decisiones y actos, y donde la misma palabra “deudos” reafirma la idea de la deuda que mantienen los vivos con los difuntos: lo que no se les dio en vida debe pagárseles en la muerte. Junto a lo anterior, la reflexión abarca también la importancia que actualmente poseen espiritistas y adivinadores para controlar y manejar los destinos de los vivos, a través de su supuesto conocimiento sobre las voluntades y deseos de los muertos, idea que el autor describe en estos términos: “En todos los países del mundo hay millares de imbéciles: espiritistas, magos, metafísicos, que pretenden evocar a los muertos o, por lo menos, trabar con ellos alguna relación misteriosa”.10

El renovado vitalismo de Papini incluye también aquellas situaciones en que el recuerdo de la muerte se inmiscuye en los espacios dedicados comúnmente a los vivos: monumentos, bustos y estatuas de personas largamente fallecidas que adornan plazas y edificios públicos, o la proliferación de empresas funerarias y de cementerios y memoriales, que parecieran invadir con inusitada fuerza los poblados y ciudades: “...los muertos ocupan una grandísima extensión de la superficie terrestre. Los cementerios, que cada día se multiplican y se amplían, son una creciente amenaza de carestía y de hambre (...). Hay en la tierra demasiadas tumbas, demasiados sepulcros, túmulos, camposantos, capillas funerarias, etc.”.11 Y es que con el aumento de la población, cada vez se necesitan cementerios de mayor capacidad, utilizando para ello espacios que de otra manera podrían dedicarse al cultivo o la construcción de viviendas.

Con lo anterior, Papini sobrepasa el antiguo y delicado equilibrio entre vida y muerte, posicionándose como un profeta del espíritu vivo que busca desterrar la influencia pesimista del fallecimiento y dejar la tierra para quienes aún no han partido, con todo lo que esto simboliza. Se comprende entonces la novedad y radicalidad de su pensamiento, al oponerse a tradiciones que por su antigüedad y significado se encuentran profundamente enraizadas en el comportamiento humano.

 

Jack KevorkianEl doctor Kevorkian y su preocupación por la muerte

En cuanto a la fascinación por la muerte, uno de los ejemplos contemporáneos más interesantes es el del médico armenio-estadounidense Jack Kevorkian (1928-2011), conocido por su activismo para legalizar el suicidio asistido por un médico como un derecho constitucional inherente a todos los ciudadanos. Sin embargo, su interés por el deceso se remonta a sus primeros estudios de medicina.

Desde 1954, al realizar su residencia en el hospital de la Universidad de Michigan, Kevorkian se interesa particularmente por los enfermos terminales de dicho establecimiento y en determinar el momento exacto de su fallecimiento. Para esto, toma fotografías de los ojos de estos pacientes en el momento de su muerte e investiga los cambios que sufre el globo ocular en este proceso. La motivación de Kevorkian es utilizar un método simple y rápido de análisis, a través de la oftalmoscopía, para estudiar las modificaciones que la interrupción de la circulación sanguínea provoca en el fundus oculi, o superficie interior del ojo.

Fruto de su trabajo, publica en 1956 el artículo “The Fundus Oculi and the Determination of Death” (“El fundus oculi y la determinación de la muerte”) en el American Journal of Pathology, donde propone elementos para el estudio del fondo ocular. Más importante aun, el contacto con pacientes terminales lo lleva a cuestionarse el papel actual del médico: el profesional de la salud no debe enfocarse solamente en buscar la cura de la enfermedad, sino también preocuparse por la calidad de vida de sus pacientes y brindarles el apoyo necesario para sobrellevar con dignidad, y de la mejor manera posible, su sufrimiento, valorando incluso la posibilidad del suicidio asistido.

Kevorkian volcará posteriormente su atención hacia otra temática controversial: la experimentación científica con criminales condenados a muerte. Su propuesta es que a tales condenados se les otorgue la opción de participar, al momento de su ejecución, de estudios científicos que permitan aumentar el conocimiento sobre la anatomía de la mente criminal o disponer de una fuente no utilizada de órganos para trasplantes: “Propongo que a un prisionero condenado a muerte mediante un proceso legal, se le permita someterse, mediante su libre elección, a experimentación médica bajo anestesia general, como una forma de ejecución que reemplace los métodos convencionales actualmente prescritos por la ley”.12

De acuerdo al doctor armenio, brindarles esta oportunidad les permitiría expiar sus culpas, pagando la deuda que contrajeron con la sociedad al cometer un delito. Asimismo, les proporcionaría cierto grado de dignidad en el acto de su muerte, pues podrían elegir de qué manera ser ejecutados. Estas operaciones podrían arrojar datos valiosos para la medicina y la sociedad en general, ahorrar dinero en investigación y permitir que los convictos realicen un tipo de servicio comunitario con su muerte y obtengan, al menos, cierto sentido de utilidad con su deceso; deceso que ocurriría de todas maneras a través de la ejecución, pero privado de dicho valor agregado.13

Debido a la falta de apoyo para sus iniciativas, Kevorkian se dedica a la investigación y publica el libro The Story of Dissection (Historia de la disección) en 1959, donde intenta devolverle a los estudios anatómicos, tales como la autopsia, su valor etimológico original y primigenio; esto es, entenderlos como la visión de uno mismo o vernos a través de nuestros propios ojos, con el beneficio que podemos obtener de ello: “Sin la disección humana, la superestructura de la patología celular, la fisiopatología y la patología experimental (y la patología quirúrgica y toda la cirugía) colapsaría en un montón de partes, lo que a largo plazo no tendría sentido. El mismo Virchow enfatizó la importancia de entender el organismo como un todo, una unidad de estructura y función, más que como un compuesto mecanicista de partes autónomas, sean éstas órganos o células. Mientras esta mirada unitaria se mantenga, existirá la promesa de entender eventualmente la naturaleza del hombre”.14

Motivado quizás por los impedimentos morales que han encontrado sus ideas a lo largo de su vida, Kevorkian se dedica a escribir una serie de artículos sobre bioética.15 En un trabajo de 1986, plantea la necesidad de crear una nueva disciplina que una los estudios de medicina con la religión, la filosofía, la lógica y la ética; esto, con la intención de preparar profesionales integrales, con una fuerte formación bioética, que sean capaces de tomar las difíciles decisiones que se presentarán con los nuevos avances tecnológicos y sociales. Esta nueva especialidad, llamada bioethiatrics —unión de los términos bio, ética e iatros, practicante de medicina—, involucra “...una combinación única de acción ética y juicio moral (...). El bioetiatra asumirá todos los privilegios, obligaciones y riesgos usuales asociados con la práctica de cualquier especialidad médica, evitando las crisis éticas innecesarias y asegurando una respuesta más racional ante los desafíos morales presentes y futuros”.16

Los alcances de esta propuesta resultan de particular interés por dos motivos: primero, debido a que el autor modela esta nueva especialidad desde su experiencia personal, en la que muchas de sus iniciativas han sido rechazadas por consideraciones ideológicas y morales. Por esto, ha identificado como una necesidad para los profesionales de la medicina el analizar el desarrollo de las ideas y de los momentos filosóficos y morales de la historia humana, para obtener un conocimiento más acabado de la relación de dicha profesión con las problemáticas de la sociedad presente y futura.

Y en segundo lugar, porque a través de esta idea el autor desea que las decisiones que sean pertinentes al área médica, especialmente aquellas referidas al contexto ético, sean resueltas por quienes pertenecen a dicha área, y no se vean influenciadas por argumentos externos, provenientes del área legal o religiosa. Kevorkian pretende, por lo tanto, que se restituya aquella prerrogativa consagrada en el ideal hipocrático en la que el médico aplica de la mejor manera posible su juicio frente a las disyuntivas que se le presentan, teniendo en cuenta el beneficio de los enfermos.17

El médico patólogo escribe una serie de artículos sobre la eutanasia, que sólo logran ver la luz en la revista alemana Medicine and Law. En uno de estos trabajos, fechado en 1988,18 el autor propone que, así como la sociedad se ha venido obsesionando con planear y alargar la vida, también debería ocuparse de prever y proyectar la mejor muerte posible para cada uno de sus integrantes. De lo anterior, plantea la creación de centros especializados en el acto del fallecimiento, al que las personas podrían acudir para morir, llamados obitoriums. En estas clínicas los pacientes podrían optar por someterse a los efectos de la anestesia general irreversible, ya sea para la extracción de órganos para trasplante o para experimentación médica.

En otro de sus libros, Prescription Medicide: The Goodness of Planned Death (Prescripción medicidio: la bondad de la muerte planeada) el médico armenio critica seriamente los cambios que percibe en la profesión médica; especialmente la obsesión por prolongar la vida, incluso si esto significa exponer a los pacientes al sufrimiento o al dolor. Según el autor, esta preocupación impide que los doctores reconozcan otras necesidades de la sociedad actual, como por ejemplo, la posibilidad de planear, en algunos casos específicos, una muerte con dignidad a través del suicidio asistido. Más aun, los médicos estarían transgrediendo el precepto del primun non nocere, esto es, que en muchos casos la búsqueda de la cura conlleva peores consecuencias que la enfermedad misma.19

Es interesante destacar que Papini, muchos años antes, había arribado a la misma conclusión: la búsqueda de la medicina y sus técnicas asociadas por extirpar y combatir la enfermedad, instalando la ausencia de ésta como la panacea de la salud humana, ha generado una búsqueda antinatural del placer, del confort y de la ausencia del dolor: “El viejo concepto del médico que se esfuerza en hacer desaparecer los síntomas de la enfermedad ha pasado a la historia, pertenece a la fase barbárica de la patología. El único motivo por el que los médicos persisten todavía es la cobardía humana. Los hombres temen el dolor, no quieren sufrir, y entonces recurren a esos farsantes que se vanaglorian de hacer cesar los sufrimientos (...). No saben esos desgraciados que el dolor, incluso el físico, es necesario al hombre lo mismo que el placer, como la enfermedad es necesaria lo mismo que la salud”.20 Por lo tanto, en este punto Kevorkian razona, lo mismo que Papini y otros pensadores como Iván Illich, que la excesiva medicalización de la vida en los últimos siglos ha arrebatado al hombre de elementos que forman parte misma de su humanidad: el dolor, el sacrificio y la muerte.

Posteriormente, el doctor armenio llega a cumplir una pena de ocho años en prisión por asistir en el suicidio de uno de sus pacientes y dedica el resto de su vida a crear conciencia sobre la necesidad de legalizar el suicidio asistido por un médico, denunciando el exceso de celo de la medicina actual al cautelar a cualquier precio la vida.

 

Consideraciones finales

Mientras que las culturas antiguas intentaron equilibrar la pasión por la vida y el reconocimiento de la muerte, a través de una delicada proporcionalidad, las ideas presentadas por Papini y Kevorkian muestran dos posiciones que bien podrían ubicarse en los extremos de una misma problemática: la existencia humana, lo que la rodea y sus limitantes.

Por un lado, el vitalismo exacerbado de Giovanni Papini busca desterrar el efecto pesimista del deceso en nuestras existencias cotidianas, así como también el control que ejerce el mundo de los muertos sobre los vivos. Dicha problemática podría identificarse perfectamente en las sociedades actuales, donde existe un complejo aparataje comercial relacionado con el acto del fallecimiento: empresas funerarias que ofrecen distintos tipos de servicios de acuerdo a las posibilidades materiales de sus clientes; o el floreciente mercado actual de los cementerios, que parecen tomarse las ciudades y sus entornos, con sus programas de venta de tumbas y nichos mortuorios y todos sus servicios asociados: programación de pagos, cuotas de reparación y mantención, reducciones y ampliaciones. También podría considerarse la complicada estructura legal que rodea al deceso: por una parte, análisis, reportes y autopsias que se ocupan del instante mismo de la muerte y que buscan elucidar su ocurrencia; por otra parte, testamentos y legados que extienden la voluntad del fallecido más allá de su vida física. Sin embargo, lo central en este trabajo de Papini parece ser que la preocupación excesiva por el más allá bien podría conducirnos al nihilismo o al abandono del disfrute de la existencia, del tiempo que tenemos para experimentar. En este sentido, queda claro que para el autor italiano los muertos muertos están, y que la tierra es para los vivos.

La preocupación del doctor Kevorkian, por otro lado, parece gravitar hacia el otro extremo de la balanza: la exacerbación y sacralización que históricamente ha tenido la vida humana ha impedido, especialmente en las sociedades técnicas actuales, que se considere realmente la importancia de un buen fallecimiento, de una muerte planeada. La vida e investigaciones del doctor armenio reflejan fielmente la dicotomía de la medicina actual: curar y erradicar a cualquier costo la enfermedad, incluso si en este proceso se le hace más daño del necesario a la persona. Se trata de la medicalización de la existencia actual, donde el interés por mantener y preservar la vida de los pacientes ha llevado a la negación de todo lo que se oponga a este propósito: el dolor debe enmascararse, el sufrimiento paliarse y la muerte rehuirse. Para el doctor armenio la muerte se encuentra en el mismo nivel que la vida, y negarla u ocultarla es negar también parte de la existencia.

En este mismo sentido, se ha creado un creciente mercado que apunta a prolongar la existencia, sin ocuparse del proceso del fallecimiento: la proliferación de la industria de las vitaminas y los suplementos alimenticios, el avance de la industria de la belleza y la cosmética y, especialmente, de la cirugía, que a través de sus procedimientos pareciera crear la ilusión de la juventud, y con esto, de la vida eterna. Para Kevorkian, planear un deceso perfectamente puede significar también un estilo de vida: no solamente poder determinar cómo queremos morir, sino que con dicho acto también podamos dar vida a otros: por ejemplo, a través de la donación de órganos. Así, si bien los intereses del doctor armenio son amplios, su principal motivación parece radicar en la revalorización de la existencia a través de la muerte, y que la preocupación por vivir no puede transformarse en la negación de esta última.

 

Referencias

  1. Soler, María del Carmen: Banquetes de amor y muerte, Tusquets Editores, Barcelona, 1981; p. 148.
  2. Que es de donde proviene el significado original de entusiasmo. De acuerdo a la Real Academia Española: inspiración divina, furor e inspiración arrebatada; Cf. Nietzsche, Friedrich: El origen de la tragedia, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2005; p. 23.
  3. Soler, María del Carmen, op. cit, p. 128.
  4. Ibídem, p. 128.
  5. Papini, Giovanni: Hombre acabado, Editorial Osiris, Santiago, 1933; p. 192.
  6. Papini, Giovanni: El Libro Negro, Editorial Mundo Moderno, Buenos Aires, 1952; pp. 151 y 152.
  7. Papini, Giovanni: Gog, Editorial Apolo, Barcelona, 1931; p. 177.
  8. Papini, Giovanni: El Libro Negro, op. cit, p. 152.
  9. Ibídem.
  10. Ibídem, p. 153.
  11. Ibídem, p. 154.
  12. Kevorkian, Jack, M.D., en discurso presentado ante la American Association for the Advancement of Science, Washington D.C., diciembre 1958, publicado en la revista Criminal Law, Criminology and Police Science, Vol. 50, Nº 1, mayo-junio 1959; pp. 50-51 (traducción propia).
  13. Cf. Kevorkian, Jack, M.D.: Medical Research and the Death Penalty, A Dialogue, Vantage Press, New York, 1960; pp. 35-37 (traducción propia).
  14. Kevorkian, Jack, M.D.: The Story of Dissection, Philosophical Library, New York, 1959; p. 75. (traducción propia).
  15. “Medicine, Ethics and and Execution by Lethal Injection”, en la revista Medicine and Law, Vol. 4, Nº 4, 1985; pp. 307-311; también “A Comprehensive Bioethical Code for medical exploitation of humans facing imminent and unavoidable death” en Medicine and Law, Vol. 5, Nº 3, 1986; pp. 181-197.
  16. Kevorkian, Jack, M.D.: “The Long Overdue Medical Specialty: Bioethiatrics”, en Journal of the National Medical Association, Vol. 78, Nº 11, Norwalk, noviembre 1986; p. 1.057. (traducción propia).
  17. Cf. Ibídem, pp. 1.558-1.559.
  18. Kevorkian, Jack, M.D.: “The last fearsome taboo: medical aspects of planned death”, en la revista Medicine and Law, Vol. 7, Nº 1, enero 1988; pp. 1-14.
  19. Cf. Kevorkian, Jack, M.D.: Prescription Medicide: The Goodness of Planned Death, Prometheus Books, New York, 1993; pp. 117 y ss. (traducción propia).
  20. Papini, Giovanni: Gog, op. cit, p. 351.

 

Bibliografía consultada

  • Kevorkian, Jack, M.D.: “A Comprehensive Bioethical Code for medical exploitation of humans facing imminent and unavoidable death”, en la revista Medicine and Law, Vol. 5, Nº 3, 1986.
    —, en discurso presentado ante la American Association for the Advancement of Science, Washington D.C., diciembre 1958, publicado en la revista Criminal Law, Criminology and Police Science, Vol. 50, Nº 1, mayo-junio 1959.
    —: Medical Research and the Death Penalty, A Dialogue, Vantage Press, New York, 1960.
    —: “Medicine, Ethics and and Execution by Lethal Injection”, en la revista Medicine and Law, Vol. 4, Nº4, 1985.
    —: Prescription Medicide: The Goodness of Planned Death, Prometheus Books, New York, 1993.
    —: “The last fearsome taboo: medical aspects of planned death”, en la revista Medicine and Law, Vol. 7, Nº 1, enero 1988.
    —: “The Long Overdue Medical Specialty: Bioethiatrics”, en Journal of the National Medical Association, Vol. 78, Nº 11, Norwalk, noviembre 1986.
    —: The Story of Dissection, Philosophical Library, New York, 1959.
  • Nietzsche, Friedrich: El origen de la tragedia, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2005.
  • Papini, Giovanni: El Libro Negro, Editorial Mundo Moderno, Buenos Aires, 1952.
    —: Gog, Editorial Apolo, Barcelona, 1931.
    —: Hombre acabado, Editorial Osiris, Santiago, 1933.
  • Soler, María del Carmen: Banquetes de amor y muerte, Tusquets Editores, Barcelona, 1981.