Letras
El movimiento de un labio

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Intentaré, por ejemplo, describir el movimiento de un labio. Podemos recurrir a nuestros propios labios, tomar uno entre dos dedos, sentir su tacto carnoso y flexible, el interior húmedo, podemos tomar uno de nuestros propios labios para saber qué es un labio. Será este nuestro punto de partida.

Digamos además que es diciembre, en una ciudad al sur de Francia, suenan unas campanadas bastante cerca. Estamos en una plaza frente a una catedral polimorfa, construida con tres estilos, románico, gótico y barroco, y no hay mucha gente paseando por la calle. Hace frío y una lavandería cierra. Si aún mantenemos los dedos entre los labios, los sentiremos [los dedos] fríos. Y ahora hagamos el favor de olvidarnos de nuestros labios, subamos por unas escaleras de caracol o entremos por la terraza al quinto piso del edificio opuesto a la catedral, a un reducido apartamento, chambre de bonne, con el suelo granate y las paredes amarillas. En este apartamento Bruno Walter no dirige la Filarmónica de Viena, pero: aquí va a moverse un labio.

No es un labio cualquiera y eso es, justamente, el problema. ¿Cómo describir el movimiento de un labio, sin dejar lugar a dudas de que se trata de ese labio y no de cualquier otro?

Sobre el suelo granate hay una mesa cuadrada de madera, dos sillas y un sofá cama rojo. La posición correcta del espectador es sobre una de estas dos sillas, erguido y ligeramente ladeado hacia la entrada. Debemos tener en cuenta que el labio además no está en el apartamento. Y esto nos lleva a hacer un breve paréntesis, sobre la cuestión de la aparición y de la desaparición, sobre este miedo y placer que sentimos cuando alguien se va, desaparece, y luego vuelve. Tanto la desaparición como la aparición han atraído la atención de novelistas, párrocos y policías, todos prestidigitadores, y el mago, cómo no, que despliega los aspectos más lúdicos. En el caso que nos ocupa, estamos a mitad del espectáculo, en plena desaparición del labio, llamada también elipsis, muerte/cadáver o lo que es propiamente el nudo del truco. Es decir, a pesar de que estamos sentados, estamos suspensos, sentados en un lugar blando y en transición. Hay algo que literalmente ha desaparecido. Pero esto dura apenas unos instantes, a los que unos pasos por las escaleras van dando fin, como si fuera el redoble que anticipa un salto acrobático, y en cualquier momento el labio va a aparecer con un último paso y va a moverse de esa forma tan específica e imperceptible.

Presten atención porque va a abrirse la puerta de un momento a otro. Como si fueran a marcar un gol, un gol decisivo. Es en verdad algo trepidante esperar la inminente llegada de un labio, porque en medio de esta excitación uno no sabe si quedarse sentado o levantarse con ímpetu. Uno decide levantarse anticipadamente ya que de todas maneras, según el protocolo, cuando el labio aparezca deberá hacerlo quiera o no quiera. Y es que el movimiento de este labio, un labio francés en Francia, sólo se puede observar en toda su extensión cuando se emplaza la mirada a su misma altura. Entonces, y no desde un ángulo inferior o superior, se puede observar esa particular curvatura. Pero no adelantemos acontecimientos. El labio aún no ha llegado y, aunque sintamos la irredimible fuerza alzándonos, nos encontramos todavía en suspenso, en la suspensión última que ya casi es cinética. Es curioso advertir que esta suspensión última, casi cinética, tenga por el contrario la característica de paralizarnos, de impedirnos emprender cualquier acción.

Tras el último escalón, el chirrido de la puerta nos despierta de esta ensoñación. Toda nuestra masa está en plena convulsión cinética, contrarrestando las fuerzas gravitatorias de la tierra para erguirse y, poco después, adquirimos la altitud idónea. En frente, se abre el ángulo de la puerta para dejar pasar un cuerpo. Un cuerpo aparece ante nosotros.

Allí, en ese cuerpo, hay un labio. Tradicionalmente se ha alabado en ellos la moderación, es decir, que no fueran ni muy gruesos ni muy finos. Por mi parte —y sobre todo por el propósito de este texto—, debo añadir algunos rasgos específicos. Un labio tiene un largo proceso de elaboración, condicionado por factores ambientales y políticos. Este labio en particular nació en 1983 y es francés. Esto fue determinante para su configuración futura, y más en concreto en lo que respecta a su elasticidad y proyección. Además, no ha habido en Francia desde entonces ninguna guerra o acontecimiento dramático, con lo cual damos por sentado que su desarrollo, su carnosidad, no ha sufrido alteraciones de ningún tipo. Pero, ¿acaso no hay miles de labios franceses que nacieron en 1983? ¿Qué diferencia esencialmente a este labio?

Este labio tiene la singularidad de contar con un músculo más que cualquier otro labio, lo que le permite una extensión sutil e inopinada. De pie sobre el suelo granate de un piso con paredes amarillas, a la misma altura, no hay lugar para la rigidez, y entonces se puede observar lo que para los stilnovistas era una consecuencia natural del amor: un milagro.

La labbia angelicatta.

¿Pero qué sucede entonces? Según Newton, a toda acción sucede una reacción. El cuerpo B —el labio, en este caso— no es indiferente y su movimiento, su flexibilidad particular, responde a una acción del cuerpo A —un ojo, un ojo barcelonés de 1980. Esto es esencial para el significado del movimiento del labio, puesto que sólo cuando el cuerpo A produce la reacción del cuerpo B la extensión de ese labio en una semi sonrisa adquiere todo su esplendor. Quiero decir que para que este labio que describo sea este labio que describo es imprescindible que mi ojo barcelonés sea el cuerpo A, y que tu labio francés sea el cuerpo B.

Mi cuerpo A envía energía suspensa por el aire. Una nube transparente que sobrecoge a tu cuerpo B y activa una sutil maquinaria muscular de veintiocho piezas, la última de las cuales, tu extensión personal, desencadena una nueva serie de acontecimientos. Toda tensión desaparece, toda rigidez, y ocupa su lugar una elasticidad etérea en la que mi cuerpo A se deja llevar flotando. Esa específica curvatura de tu labio. Las plantas de mis pies se desentumecen, me inclino ligeramente para atrás, mis brazos se elevan sin el menor esfuerzo. La corriente de tu labio que se extiende al infinito me atrae hacia ti con placidez, nuestros cuerpos se tocan, se funden, todas las acciones y reacciones son ahora milimétricas, atómicas, nos comportamos como quantas, nuestros cuerpos son partículas y nuestras almas irradian ondas complementarias. Es el Big Bang.

Tu labio se ha desencadenado. Todos nosotros somos causas de su desligamiento. Tu labio es el autor de este texto, de nosotros y del mundo. Dadme un labio y moveré el mundo. El labio es sueño. ¿Ser o no ser? ¿Es eso un labio? El mundo se mueve, lejos. Pero yo ya no participo de todo esto. De la misma forma que este texto no es el movimiento de un labio. Y yo ya estoy lejos, muy lejos, desplazándome por el espacio interestelar. Siento —o no tanto— defraudar las expectativas. Adiós.