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Poemas

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El bolero del Benny

Poco después de la medianoche
el Benny Moré rompe la penumbra de la discoteca
con un bolero antillano que arrulla a los enamorados
y aquieta el recuerdo del que acaricia una copa
mientras las caderas entablan un diálogo de vaivén y goce

“¿Cómo fue?
No sé decirte cómo fue...”

El golpe del bongó
impone el ritmo a los corazones
lento
acompasado
como el parpadeo del soñador
que alienta la esperanza de anudar la noche
mientras las caderas no cesan el diálogo de vaivén y goce
y una trompeta
repentina como la mano que desciende por la espalda
libera una nota entrecortada por el lamento del enamorado
que ahora es solo uno con su amada
porque el Benny Moré así lo quiere.

 

Un cierto día

Cuando por fin decidimos abandonar la casa,
desde la abuela hasta el último nieto
fue recogiendo lo que a cada quien pertenecía.
De mi parte
no quise cargar con el nombre de aquella niña
que entre juegos y lascivias
y cosas así por el estilo
devoró mi primera noche
en pleno mediodía.
Sin embargo
como al descuido
eché su rostro en mi memoria
y esas piernas flacas abiertas al propósito
y esas manos nada pudorosas
y esa sonrisa que me hizo su cómplice obligado
en cierto día de un mes incierto de hace mucho tiempo

 

Es tu silencio grito

Es tu silencio grito que hace eco en mi silencio

Cuando me nombras
tu voz parece bordear una penumbra de sutiles referencias
a instantes que se diluyen en un recuerdo lejano

Si trato de llegar a esos sitios
que fueron tan tuyos y tan míos
cada paso que avanzo son mil pasos que me retornan
y todo intento por alcanzar tu rastro es agonía que no cesa

 

Juego fatal

Empecé a escribir estas cosas a las 2:30 de la mañana, hora en que me hallaba despierto por estar prestando un turno en una Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía, encargada de atender principalmente los casos de homicidios. La verdad es que este mundo no tiene nada que ver con la literatura. Trato de encontrarle algo que me sirva de referencia, pero por ningún lado veo esos elementos que nutren, por ejemplo, a la novela policiaca. Ahora entiendo por qué los escritores de ciencia ficción (¿Es la ficción una ciencia?) son tan prolíficos... Es que hablar de lo que simplemente cabe en la imaginación es más fácil que hablar de la realidad misma. Creo que todos los que estamos en este sitio escribimos sustentados en una realidad particular y por eso —al menos ese es mi caso— nos cuesta tanto recrearla, darle un cariz poético. Pero más allá de esas circunstancias que edifican nuestro día a día, en el mundo de las Unidades de Reacción Inmediata hay una meta-realidad que sólo conocemos quienes por razón de un oficio nada envidiable hemos acudido cientos de veces a una escena del crimen, ya sea como investigadores o como parientes de la víctima. Aquí no es deleitándonos con la exuberancia del “realismo mágico”. Aquí la cosa es cargando con el “realismo trágico” de la muerte. Pero no de la muerte que se esconde tras el maquillaje literario sino de la que cae por sorpresa y pone fin a una historia en proceso.

Llevo 19 horas trabajando sin parar. Sin embargo, a riesgo de ser inoportuno, quiero compartirles un poema que escribí hace varias semanas, muy al propósito de lo que he dicho. Nada a cambio. Sólo quiero compartirlo.

Al doblar la esquina la muerte aguarda sin afanes
al transeúnte que aúpa las pisadas
como tratando de alcanzar los linderos de su sueño.
Nada presagia que al doblar la esquina
la sombra del que espera resguardado en el miedo
se recorta en un juego de fatales decisiones.
Nada hace pensar que a sólo cinco pasos
                                      —como cinco fracciones de lo eterno—
Una Pietro Beretta será el solo argumento
que acecha a quien empuja su afán y su designio
sin siquiera imaginar que inevitablemente
la vida se le escapará en un abrir y cerrar de ojos.

 

El señor profesor

Está el señor profesor
con la verdad en la punta de los dedos

Está con la blanca verdad deslizándose muy despacio
aleteando desde sus labios
como si fuera mariposa transparente
o papel arrebatado por el viento

Su voz araña las paredes
para no caer en el abismo

Sus palabras tratan de llamar a gritos

Su tos
tose la cal que impide ver esa verdad
aferrada al verde del tablero

Un polvillo como la niebla
queda suspendido en la punta de su corbata

 

Ella

(a Beatriz)

Elemental como el agua
ella guarda en su mirada el resumen de todos los silencios

Transparente como el agua
en su mirada se trasluce la verdad del día que despunta

Basta con recorrer su piel de mariposa
y cerrar sus párpados con la punta de los dedos
para que toda ella tiemble hasta perturbar incluso el corazón de la piedra

Si la noche invita al abrazo
en su pecho galopan el ansia y el asombro desbordado
el grito del deseo y el sorprendido amor
el fuego que se aviva en las cenizas y en el beso
cuando el labio se posa en el labio como el ave en su sombra o su reflejo

 

Sueños sobresaltados

Sueños sobresaltados por el campaneo

Eco de ropas blancas en el tendedero

Si ya es la hora de la soledad
preciso es sumergir la voz
en el fondo lechoso del día que apenas inicia
y poco a poco cede al placer de la memoria

Si ya es el día de la nostalgia
sólo queda correr las cortinas
que ocultan la diaria cinematografía del patio
para invocar la presencia de un rostro hace tiempo acariciado

¿Seguirán detenidas al pie de los postes las pisadas
y en los andenes las migajas de una charla muchas veces suspendida?

 

No hables con ancianos

No hables con ancianos
a menos que quieras agonizar en la nostalgia

Si aquel hombre cargado de años y de errores
o aquella mujer de mirada fatigada y sumisiones
intentara ocupar el extremo de tu banco en el parque
ignóralos...
No confíes en el dulce tono de su voz
huye de cualquier posibilidad de la palabra
no quites el ojo de su bolsa de recuerdos

Si ves que extienden en saludo su mano como de pergamino
y te sonríen llamando tu confianza
aléjate con presteza
extravíales la ruta para que no te alcance su recuerdo
de tiempos pasados que nunca podrán ser mejores.

 

Crónica inconclusa

Noche de balcón y tejadillo hacia el oriente.

Arriba estaba la lluvia
Amagando con desgranarse sobre los párpados.

Abajo estaba la ciudad
En un perfecto desconcierto de paisajes
Y un desorden como de incendio en las bombillas
Que fingían teñir de rojo el pavimento.

Y sobre balcón y tejadillo
Estaban las voces de los amantes
Abrazados en el beso ligeramente almizclado,
Susurrando como las plumas del pájaro abatido,
Dialogando en el pubis y en los ojos
Mientras la noche se iba rindiendo a la madrugada.

Más allá de las esquinas
El vigilante del sueño sonaba su pito para anunciar que existía.