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La casa de las ilusiones rotas

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La casa donde habita la familia Rodríguez era bastante ruidosa; a pesar que se encontrara sola, seguía haciendo mucho escándalo. El nombre con el que la habían bautizado era Hestia, ya que ella era la diosa griega del hogar en la mitología. Supongo que la gente suele dar este tipo de nombres tan simbólicos porque tienen el anhelo de que dicha denominación sea el motor que configure la realidad. En el caso de los Rodríguez, pienso que ellos pensarían que Hestia haría todo el trabajo por ellos.

A la vista parecía ser más grande de lo que en realidad era, pues fue diseñada con la finalidad de demostrar frugalidad y grandeza. Era muy grande: un montón de habitaciones, un gran salón, un comedor inmenso, una cocina con la cual cualquier ama de casa soñaría, un patio enorme con una deliciosa piscina y un jacuzzi. Era una casa que propiciaba la envidia entre sus conocidos. Adicionalmente, ésta fue construida con el propósito de divertir a los niños de la familia y de complacer a los más necios invitados. Los cuartos de los niños seguían siendo completamente infantiles, aun cuando éstos ya eran adultos, como si esto pudiera revivir los años de gloria. Los espacios comunes eran enormes y de un gran lujo; aún conservaban la decoración, a pesar de que el mobiliario se encontraba roído y que las paredes se estaban cayendo a causa de la humedad.

La casa fue construida en una época cuando las vacas estaban bien gorditas; de hecho, para ese momento el caserón daba la impresión de haber sido pintado por Botero. Ahora que las vacas estaban flacuchentas, la casa parecía más bien como aquellas señoras que ya están entraditas en edad: es evidente la hermosura que gozaron en sus veinte años por la actitud altiva con la que se desenvuelven. Sin embargo, actualmente sólo puede observarse la apariencia de una belleza perdida, puesto que nada más les quedan las arrugas, las carnes flácidas, el cabello ralo y la osteoporosis.

Hacía varios años que los hijos de los Rodríguez no vivían en casa de sus padres. Tuvieron cinco: tres habían huido del país, con el varón más pequeño no mantenían ningún tipo de relación y la hija menor murió a los 24 años a manos de la violencia. Como siempre sucedía en aquella época, nunca atraparon al culpable... Los hijos que huyeron pertenecían a un grupo revolucionario que planeaba derrocar al régimen que se había impuesto hacía un par de décadas. “Los tres Rodríguez”, como les llamaba la sociedad de los opositores de la República, no podían volver al país, ya que eran considerados por el gobierno nacional como traidores. Sin embargo, el hijo más pequeño era la oveja negra de la familia, pues era el único que trabajaba para el régimen. Por esta razón había sido execrado de su familia. Así, la señora Yelitza pasaba más tiempo con sus hijos en el extranjero que con su marido, quien trabajaba incansablemente para sólo ganar unos cuantos churupos. A pesar de sus grandes dimensiones y de la cuantiosa suma que representaba su mantenimiento, el doctor Juan Carlos y su señora seguían aferrados a su casa.

—Yelitza, ¿por qué no venden la casa? Así podrías mudarte más cerca de tus hijos. Además, ya estamos muy viejas pa’ tanta faena, mamita, y, como dicen por ahí, “la masa no está pa’ bollo” —le repetía la comadre Carmen Rosa cada vez que la vieja bomba del jacuzzi se dañaba. Pero ella siempre se excusaba de la misma forma. Decía que el mercado inmobiliario no estaba en óptimas condiciones para vender a buen precio su adorada casa. Seamos honestos, ¿quién querría comprar una casa a un precio tan alto, cuando tienen que hacerse tantas remodelaciones?

La relación entre Juan Carlos y Yelitza no era de las más saludables; aun cuando se amaban, no podían pasar más de cinco minutos sin pelear. Podría pensarse que, más que amor, era una relación de dependencia mutua. Entre ellos había una extraña mecánica. Solamente compartían peleas, insultos, caricias lascivas y conversaciones que solamente versaban en torno a güevonadas, aunque invertían más tiempo en peleas. Supongo que si pones a dos personas frustradas, un retirado a la fuerza y una cuaima, en un mismo ambiente deprimente y monótonamente ladilla, siempre terminarán por sacarse los ojos. Los pleitos siempre comenzaban porque él o ella no habían hecho algo como al otro le daba la gana, lo que, casualmente, involucraba un problema que presentara la casa.

—¡Coño! ¡Maldito perol que no deja de joder! ¡Juan Carlos, este lavaplatos se jodió otra vez! —le gritó Yelitza mientras agitaba con fuerza la manija de la máquina.

—¡Mami, no le des así porque lo vas a dañar más! —le reclamó Juan Carlos mientras miraba el noticiero del mediodía. Él estaba obsesionado por enterarse de las noticias, aun cuando era bien conocido que todas las cadenas televisivas pertenecían al régimen. Entonces, como Juan Carlos no le prestó atención, ella comenzó a darle a la manija con más fuerza para asegurarse de que realmente no funcionaba.

—¡Cónchale, chica, es que tú no sabes hacer nada bien! Tienes que hacerlo como yo te lo digo. Porque si las cosas no se hacen como yo digo, no salen bien —le respondió Juan Carlos con actitud condescendiente.

—¡Ah! Entonces, como yo no sé hacer un coño, no sé cómo mantener este matrimonio. ¡Tan sólo era una carajita de 15 años que no sabía lo que hacía cuando me casé contigo! —le respondió ofendida.

—Mami, pero ¿quién podría soportarte si no yo?

—Cuando gané el concurso de belleza Francisco me propuso matrimonio, pero tú me sedujiste, quedé preñada y por eso me casé contigo. De haberme casado con él ahorita no tendría que estar peleando con el lavaplatos. Él me habría comprado uno nuevo.

—¡Claro que te habría comprado otro, mujer! Tiene plata porque lo único que hace ese viejo es robar junto con el diputado maricón. Si te hubieses casado con él serías infeliz, porque te estaría montando los cachos con cuanta carajita se le atravesara.

—¡Al menos sería mejor que calarme tus estupideces!

Su comentario le dio tanta arrechera a Juan Carlos que le dio una cachetada a su mujer.

—¿Eso es lo que tú querías, mujer? Que te pegara, ¿no?

Yelitza se llevó la mano al cachete con dramatismo, tiró los platos, puso cara de cuaima y se fue de la cocina indignada. Pasados los diez minutos después de una discusión, Juan Carlos tenía por rutina seguirla al cuarto. Su arrepentimiento remordía su conciencia. Se contentaban. Pero el arrepentimiento no le duraba mucho, porque en menos de media hora él volvía a continuar la pelea mencionando el problema del lavaplatos o cualquier otro. Siempre tenían el mismo patrón de peleas. Parecía una suerte de ritual dentro de su relación.

En los últimos meses ellos habían cesado las constantes peleas, se encontraban en un período de receso. Se acercaban las elecciones y todo el mundo parecía estar en suspenso, incluyendo la relación marital de los Rodríguez. Todos tenían la esperanza de que el frente opositor ganara. Todos tenían la esperanza de una nueva vida.

—Mami, cuando ganemos, no te olvides de invitar a los Larrazábal a una cena. Recuerda que les debemos una invitación desde hace un tiempo.

—Papi, ¡qué buena idea! ¡Será un momento fabuloso para celebrar! Podré hacer el chigüire que tanto te gusta y como postre podría hacer un bienmesabe.

—Sí, Mami. Tendré que ir a que Don Julián para pedirle que vaya pal monte y nos traiga un chigüire. Él me lo deja a buen precio.

—Deberías decirle de una vez. Quizás varios tengan la misma idea que nosotros.

—Mami, aún falta una semana para las elecciones. ¿No será malo contar los pollos antes de nacer?

—Sé que ganaremos, porque a Rosario le leyeron las cartas el otro día... Así que dile.

El día de las elecciones ambos se levantaron muy temprano para ir a votar. Al volver a la casa se enteraron del chisme que corría por todo el país: la oposición iba a ganar. Se sintieron tan contentos y esperanzados que no solamente se metieron mano como de costumbre, sino que se echaron tres polvos. Desde que su hija había muerto, no tenían una vida sexual tan activa. Cuando él lo necesitaba, ella solamente lo dejaba hacer la misma aburrida posición. De hecho, Yelitza estaba tan excitada que, sin los ruegos de Juan Carlos, ella le dio lo que tanto le gustaba. Era tan rara la situación, que dejaron el canal de noticias encendido y esto les servía como una suerte de afrodisíaco.

—Oye, acabo de pensar que tal vez deberíamos invitar a Briceño.

—¿Cuál Briceño?

—Jonathan, tu ex socio. Le lloverán las propuestas de trabajo, porque él tiene contactos con el nuevo presidente y tú puedes enchufarte con él.

—Entonces comienza a hacer el bienmesabe, Mami.

—Papi, mañana puedo ir a remplazar la vajilla.

—Pero, Mami, aún no tenemos los medios.

—Sí, pero como vamos a invitar a Briceño, tendremos que hacer una pequeña inversión para la cena.

—Ok, hablaré con el que trabaja en esta tienda que vende esas cosas. Capaz nos pueda dar un precio.

—Bueno, Papi, pero tú sabes que no me gustan esas cosas robadas.

—Mami, eso no es robar. Eso es beneficiarnos mutuamente de una situación. Además, sabes que el dueño de la tienda está con el régimen.

—Mientras tanto podríamos parapetear la pintura del comedor. La humedad está acabando con la pared. Además, seguramente, el nuevo presidente permitirá el regreso al país a todos los exiliados. Así que tenemos que arreglar la casa para la llegada de los niños...

En ese momento, ambos comenzaron a ver la televisión que estaba encendida. Estaban por dar los resultados de las elecciones. Pero, aparentemente, quien corrió el chisme estaba equivocado o estaba jugando de forma sádica, pues el presidente fue reelecto con un porcentaje importante.

—Es culpa tuya. ¿Quién me manda a mí a creerle a la mujer más chismosa, que el pendejo ese de la oposición ganaría?

—¿Yo? ¿Culpable? Si fuiste tú el que comenzó con la idea de la celebración con los Larrazábal. ¡Yo sabía que no ganaríamos y me dejé influenciar por ti, como siempre!

—Tú no piensas, ¿verdad? Nunca vas a pensar como es correcto. ¡Ve a lavar la ropa y deja de ladillar!