Letras
Un viaje en el bus dick-dick

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El sonido del teléfono interrumpe la dulce muerte de un ángel del guitarrista Muhammed Suiçmez, y mi adicción al líquido dick para limpiar computadores. Retiro el trapo de mi boca, bajo el volumen del equipo y levanto el auricular. “Ya estoy lista”, me dices como reclamándome algo en especial.

Nos encontramos en La Isla, en la esquina donde empieza el único descenso seguro de la montaña. Te pregunto si te han dicho algo en tu casa y me respondes que los animales no hablan dick-dick, aunque creo que comprendes bien lo que quiero decir. También te comprendo. Traes una maleta enorme como deseando no regresar y decir adiós para siempre, y no mirar hacia atrás o hacia arriba que es lo mismo; pero te repito que por ahora es imposible y que de todas maneras la despedida tiene que ser distinta. Debemos regresar: asientes con tristeza.

Bajamos tomados de la mano, llenando de besos los rincones en donde los malos esconden a sus muertos. Luego pasamos frente a la lujosa Iglesia Interamericana “Cristo Viene Mañana”. Leo. Sonrío. Me dices que no lo haga, que hay personas que se lo toman muy en serio. La señora Jhanna viene aquí todos los días y pregunta si hoy, tal vez... y siempre le responden como en la tienda al lado de su casita de latas: que hoy no fían, pero mañana sí, y muy a pesar de la ilusión el hambre no se va. Te miro a los ojos y luego te abrazo porque sé que en ocasiones también te me mueres de hambre, y porque tampoco crees en fantasmas dick-dick.

Continuamos. Los zapatos se nos cubren de polvo y se nos opacan, lentamente, como el cielo. Sabemos que esto no está bien y por eso el silencio. Somos dos manos que se aprietan y sudan en medio del frío, y dos maletas prestadas que quieren llevarlo todo.

Salimos a la autopista sur. Nos mezclamos entre la gente y el ruido y el humo azul. Esperas... Espero... Esperamos... “¿A dónde van?”. Al infierno, tenemos sólo quince mil pesos. “Súbanse, pues”. Entonces nos repasa una docena y media de ojos cansados, asfixiados, casi dormidos. Aunque estamos acostumbrados agachamos la cabeza, y caminamos así hasta el final del bus dick-dick.

Te quitas todo el peso de encima y te sientas junto a la ventana. Hago lo mismo, siempre a tu lado. Callamos. De todas maneras el silencio tiene que ser distinto. Contemplo tus ojos, tus orejas, tus manchitas rojas en los cachetes, tu nariz respingada y, sobre todo, tus labios. Me detengo, no quiero ir a ningún otro lugar. Beso tu boca desde lejos. Me miras. Descubres mi juego tonto y te ríes, te burlas de mí. Te digo que no lo hagas, que hay personas que se lo toman muy en serio. Me acaricias con ese codo puntiagudo y enseguida me duele. Paso mi brazo por tu espalda. Te acomodas y suspiras. Cerramos los ojos. Duermes... ¿Duermo? Dormimos...

“Un pasajero se balanceaba... dos pasajeros se balanceaban... una familia se balanceaba...”. Indico, parafraseando a Jason Becker, que por favor no te hagan ruido. “Seis pasajeros se balanceaban...”. Fusagasugá. “¡S-i-l-e-n-c-i-o!”, les grito con los ojos, como él, letra por letra, despacio, sin afán; esperando a la muerte con una sonrisa o aspirando dick con lágrimas en el alma. Una botella de agua, por favor, tengo reseca la garganta... Y te siento regresar.

Cuando uno es niño cree que al ver esa mata, especialmente esa mata (la señalo con el dedo dick-dick), se está cerca del final del camino; luego las piscinas y ese aroma particular y ese calor que ni te cuento confirman lo que piensas. Entonces le preguntas a un adulto y todo en lo que crees es arrojado por la ventana de emergencia. Falta más de la mitad del camino. Mejor duerma, ¡duérmase, hombre! Acerco mi mano a tu rostro y retiro los cabellos que te estorban la mirada. Me dices:

Recuerdo todo o por lo menos desde el punto en que mi vida empezó a irse poco a poco a la mierda como cuando me dijeron que mi abuela tenía cáncer y luego mi mamá y verlas así a las dos y después de dos años de sufrimiento mi abuela muerta en la cama y aunque todo esto ya se esperaba me dolió mucho muchísimo pero era sólo el comienzo porque aunque mi mami sobrevivió y yo la acompañaba al pueblo a comprarse pelucas de colores una noche cualquiera de luna azul entró un grupo de hombres a la finca y la mataron pero yo era muy chiquita y por eso no me mataron y mucho después me estaba recuperando de un trastorno alimenticio pero entonces muere mi mejor amiga y yo no pude decirle ni siquiera adiós porque nos íbamos para siempre a Bogotá y a pesar de todo yo estaba contenta porque creía que aquí había mar y a veces no entiendo por qué sigo aquí o para qué si lo único que hago es cagarla de una u otra forma y por eso tantas veces he deseado quitarme la vida fracasando en cada intento y así he llegado a pensar en que quizá para estar mejor tengo que sufrir y tengo que aprender a amar este inmenso dolor para superar el pasado y la nostalgia y lo que pudo haber sido aunque la mayoría de veces no pienso en eso sino en escapar para siempre.

¿Dick-dick? Y, de repente, callas. No sé qué decir, en ocasiones creo que es mejor no decir nada. No decir, por ejemplo: lo mucho que siento llegar tarde y los huequitos de tu fuerza y tu soledad algunas noches sin estrellas y tus ojitos desorbitados y tu carita un poco blanca, un poco verde. Así, así. “¡Esa es la nariz del diablo!”. Una, dos, tres arcadas y vomitas. Me alegro al darme cuenta de que al fin te alimentas bien. Vomitas... Vomito... Vomitamos...

Luego abro la ventana, entrecerramos los ojos y dejamos que el aire caliente llegue a nuestro vacío interior. Te beso, sin asco, y te digo “un poco más, sólo un poco más y llegamos. ¿Acaso no ves las maticas?”. Pero no las ves porque tienes los ojitos cerrados y no te das cuenta de que en plena curva el maldito bus dick-dick se queda sin frenos y todos caemos hacia el infinito. Me dices que sientes cosquillitas metafísicas en el estómago y, en ese momento, sonríes, como el gato de Cheshire. ¿Metafísicas? Me pregunto. ¿De dónde has sacado esa palabra? Y desapareces, así, sonriente, como si nada.

Despierto.

Entonces el sonido del teléfono interrumpe la dulce muerte de un ángel, pero ni siquiera algo tan perfecto como tu voz es suficiente para interrumpir mi adicción al dick-dick.