Entrevistas
Hugo Mujica
Un escritor es el que sabe escuchar lo que la vida le dice

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Hugo Mujica

Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) es sacerdote católico, ensayista y poeta. Entre sus principales libros de ensayos se encuentran La palabra inicial, Flecha en la niebla y Poéticas del vacío. El último es La pasión según Georg Trakl (2010). En 2012 publicó el poemario Y siempre después el viento. Sus poemas han sido reunidos por la editorial Seix Barral en Poesía completa. 1983-2004. Su obra ha sido editada en Argentina, España, Italia, Francia, México, Estados Unidos, Chile, Bulgaria y Eslovenia.

—Cuéntanos acerca de tu infancia.

—Recuerdo poco de mi infancia y, es más, preservo el no recordar. Me da la sensación de que allí hay algo muy vital que emerge creativamente pero que no está para que lo piense racionalmente, para que lo invente, porque en realidad inventamos la infancia. En la infancia uno no tiene conciencia; ella viene después y uno la va creando en la medida de lo que va viviendo. En realidad la memoria es una capacidad inventiva, no recordativa; inventamos lo que recordamos. Uno toma pedazos, los pone juntos y obvia cosas que podrían configurar otra imagen.

—¿En tu familia hubo escritores?

—No, mis padres eran obreros. Lo que hicieron fue una gran apuesta por el saber porque mis padres, como no leían, compraban libros para que leyeran sus hijos. Había mucho puesto en el saber, en el saber concebido como libertad.

—¿Cómo nace en ti la poesía?

—Yo nazco a la poesía, después de estar dos o tres años en el monasterio trapense en silencio. Estar en el monasterio fue una decisión lógica cuando los años 60 se terminaban, con todo lo que eso significó. Yo estaba radicado en los Estados Unidos, y entonces tu vida terminaba en un pulmotor por exceso de drogas o regresabas al sistema al cual nunca habías pertenecido, o se abría la veta espiritual, sobre todo venida de Oriente.

—Siete años dedicados al silencio y al monasterio trapense.

—No, para mí el silencio no es una opción estética sino que fue el lugar físico en el cual yo entendí que si uno está en silencio, el silencio habla. El meollo de la vida monástica es la deconstrucción a través de la obediencia. Uno no es el propio proyecto; a través del silencio uno no es la seducción del propio lenguaje (un dato significativo es que no hay espejos, por lo tanto, uno mismo no es el propio reflejo). Y de pronto se va desnudando la vida. Y uno a lo que llega es al núcleo de lo que es una vida cuando no la estás viviendo, cuando no está lanzada a algo. Siempre lo he visto como la deconstrucción de todos los disfraces, como volver a la desnudez, y el vivir por el vivir, no el vivir para algo.

—¿Y después de que uno se “deconstruye”, qué es lo que queda?

—Queda lo que uno nace. El origen es una fuente que está viniendo, al origen no se llega, se llega al inicio. El origen es de donde uno viene, pero uno no llega allí. Tampoco llega a la esencia, porque esencia supone algo acabado que uno despliega; queda un abismo del cual uno no sabe. Pero el origen y el abismo son un misterio. Y uno convive con el misterio en vez de taparlo porque lo angustia.

—El misterio es un tema recurrente en tu obra.

—Sí, quisiera pensar que escribo desde el misterio y no sobre el misterio. El misterio es el lugar que nos busca para decirse.

—¿Cómo te definís? ¿Como poeta o filósofo?

—Yo no me defino, me definen los otros. Yo, “soy yo” (risas). Estudié filosofía antropológica, bellas artes y teología. Y de haber estudiado bellas artes rescato el haber pintado por muchos años. Creo que la pintura me llevó a una parte del camino de mi vida que en algún momento se agotó; entonces quedaba la técnica pero yo ya no estaba allí. A partir de ahí me lancé a otras cosas.

—¿Crees que la palabra es lo importante, teniendo en cuenta que al principio los poetas y la música estaban unidos?

—Al principio, estaba unido todo. Las divisiones vinieron después. Se supone que escribir es ponerse acorde con un tono. Creo que lo más básico de la inspiración es ponerse en el tono que uno busca. La musa de la música proviene de la idea de que hay un canto prístino, primero, que no tiene letra. Las musas no tienen labios, musitan a aquel que puede transformar los murmullos en palabras.

—¿Crees que escribir deriva de la inspiración o del trabajo arduo de cada día?

—Creo que deriva de las dos cosas. Hay una inspiración como la captación de un plus en el cual las cosas cotidianas no se agostan. Es un demorarse ante la realidad, un morar las palabras para escuchar lo que las palabras no habían dicho. Un escritor es el que sabe escuchar lo que la vida le dice. Lo básico en un creador es escuchar, pero no la palabra; la palabra viene después. Yo cuando nací escuchaba, y porque escuchaba, la comunidad me pudo dar una palabra, un lenguaje, pero el lenguaje vino después. Uno nace como un escucha, no como un hablante.

—¿Entonces debemos rescatar lo que dice la Vida?

—Claro, volver a la Vida. Nosotros hace mucho que funcionamos pero ya no vivimos. Funcionamos en nombre de una vida cada vez más mediada por cosas. Pero nuestra gran crisis es que ya no vivimos.

—¿Y eso trae angustia al hombre actual?

La angustia es como el cuerpo; nos avisa que situaciones determinadas nos quedan estrechas, angostas. Lo que sucede es que ya hemos colonizado también nuestra angustia. Entonces ya no es la voz de la vida la que nos avisa que necesitamos más amplitud, sino es un síntoma que sabemos cómo taparlo. La maquinaria ya nos vive a nosotros, en vez de nosotros vivir a la maquinaria. Y de esa forma el hombre piensa cada vez menos, el hombre es pensado. Las agendas del pensamiento las marca la televisión.

—Te escuché en una conferencia decir que “repetirse es traicionarse”.

—Creo que los hombres padecemos nuestro propio nacimiento. Estamos lanzados a estar naciendo y eso provoca angustia. Todo nuestro sistema de conocimiento es un sistema de defensa ante lo inabarcable de la realidad. Entonces generamos un sistema de repetición, sustantivamos la vida. El creador es el que se atreve a acercarse a ese nivel donde se gesta la realidad y entonces viene a decir algo que no entró en el sistema que intenta defendernos de la riqueza y de la donación que es la Vida.

—¿Cómo se relaciona el hombre común con la realidad?

—Se relaciona esquemáticamente. La sociedad ya tiene un mundo interpretado y un mundo resuelto. Cada vez están más pautados los caminos. Creo que la vida tiene más para dar a través de sus fisuras que a través del sistema.

—¿Qué escritores admiras?

—Entre los que viven, el español Antonio Gamoneda. Entre los que no, Hölderlin.

—¿Cómo es Hugo Mujica frente a la hoja en blanco?

—Me pasa algo y empiezo a darle forma. Y eso pasa mientras leo, escucho música, o en la calle. Entonces, no es tanto sentarse ante la página que uno trata de concretar sino tratar de que la atención no se agote en aquello en lo que está, tratar de escuchar lo que hay en toda situación.

—¿Qué pensás de la frase “La rosa es porque es y florece porque florece”?

—Escribí bastante sobre esa frase del maestro Angelus Silesius. Estoy de acuerdo porque no hay una lógica. En mi libro La palabra inicial tomo toda la tradición occidental que dice que todo tiene una razón de ser. Si a alguien le preguntas algo, te responde “el porqué”. La obra de arte no tiene una razón lógica; es una gratuidad sin racionalidad, sin porqué, “florece porque florece”.

—¿Qué experiencia te has llevado de tus viajes?

—Viajé a los Estados Unidos con 19 años y llegué allí con 39 dólares y sin saber inglés. Viajar en el sentido antiguo, no de turismo; viajar era ir a transformarse. Viajar relativiza toda escenografía, es exponerse a lo diferente para que lo diferente se vuelva propio. Yo amo como país a Marruecos porque la gente allí ha elegido la vida; ellos dicen “ustedes tienen reloj, nosotros tenemos el tiempo”.

—¿Cuándo escribiste tu primer poema? ¿Lo recordás?

—“Se pone el sol tras la ventana de la cocina, el té está casi listo”. Ahí sentí que había nacido a otra expresión.

—¿Tenés algún poema preferido?

—No tengo poemas preferidos, sé cuáles prefiere la gente. Una vez me dijeron “es que vos nos contás la vida antes de que nos vistamos”.

—San Juan de la Cruz es el fiel representante del Barroco español. ¿Qué diferencia encontrás entre el místico y el poeta?

—Yo creo que, así como hay religión y poesía, hay una afinidad absoluta entre el poeta y el místico. El místico es el deconstructor de lo religioso y el poeta es el deconstructor del lenguaje.

—Te ordenaron sacerdote. ¿Qué concepto tenés de Dios?

—No tengo concepto de Dios. Dios es pero no entra en palabras. Después, por profesión, entra en un discurso; pero, en mi experiencia personal, a Dios es precisamente a lo que nunca llego, pero vale la pena. Te dan un dios hecho, que se supone es el garante de la racionalidad de este mundo.

—¿Estás de acuerdo con el primer versículo del Evangelio de San Juan, que dice “al principio era la palabra”?

—El logos es la estructura del sentido de la realidad. El logos no es palabra, hay que tomarlo como una filigrana de sentido y después está lo “logismoi” que es que cada cosa contiene una expresión. Creo que la “palabra” es que al principio fue la expresión y por eso surgió. Porque “palabra” para nosotros quiere decir que tenga un principio y un fin, y la idea de los griegos era que el mundo es expresión, acontece, surge, es naturaleza, es el brotar. Ese brotar no es caótico sino que es portador de sentido. El logos, de repente, se hace una vida concreta. Las religiones más paganas imaginaban que el cosmos era dios. Después vienen los judíos y dicen: dios cósmico también es histórico y nos saca de Egipto. Después viene el cristianismo y dice, además, que es el hombre particular, que antes era cósmico, luego histórico, y ahora particular. Hay un proceso de concretización de eso abstracto que llamamos dios.