Sala de ensayo
La representación de la mujer en Yerma, de Federico García Lorca

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Montaje de “Yerma”, de Federico García Lorca, bajo la dirección de Blanco Gil; Ciudad Juárez, Chihuahua, México, 2006
Montaje de Yerma, de Federico García Lorca, bajo la dirección de Blanco Gil; Ciudad Juárez, Chihuahua, México, 2006.

Una no nace, sino que se convierte en mujer.
De Beauvoir

Tal como lo afirma De Beauvoir en The Second Sex, lo que construye a la figura femenina son las fabricaciones sociales y psicológicas que se le imponen dentro de la sociedad tradicionalista. A consecuencia de esto, la mujer es segregada, aislada y usada como objeto y sujeto dentro de la cultura patriarcal. Este patrón impuesto sobre la mujer no es algo nuevo, este legado viene desde los conceptos del marianismo, donde se plantea que la mujer debe ser sumisa, abnegada y virginal, es decir, todo lo opuesto al hombre (Gutiérrez 215). Es evidente que en la trilogía rural de Federico García Lorca se siguen algunas de estas líneas marianistas.

En Lorca: tragedia y mito, de Carlos Feal, se señala que la mayoría de las obras de teatro de Federico García Lorca tienen como protagonistas a figuras femeninas, y como eje central los problemas y las preocupaciones que ellas tienen dentro de la sociedad de la época (11-12). Asimismo, se explica que dentro de sus obras teatrales se encuentra la trilogía rural, la cual se clasifica en tres grandes dramas: Bodas de sangre (1993), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936).

La trama de la obra Yerma se desarrolla en un pueblo pequeño de España. La protagonista, Yerma, es una mujer que lleva casi dos años casada. Su gran ilusión es poder ser madre. Sin embargo, su esposo Juan, un modesto ganadero y agricultor, no parece tener los mismos deseos que su esposa. En medio de su desesperación por tener un hijo, Yerma se escapa de su casa y va a donde una curandera en busca de consejos para poder solucionar su situación personal. La mujer le dice a Yerma que tiene que hacer un ritual, y que eso la va a ayudar a que quede embarazada. Esa misma noche, Yerma, la curandera y otras mujeres se van para el cementerio a realizar la ceremonia. La protagonista, después del rito, se va a donde la curandera para que le diga qué debe hacer después. Entre tanto, su esposo llega a la casa y, al darse cuenta de que Yerma no está, se pone furioso y se va a buscarla. Cuando la encuentra en la casa de la curandera, le prohíbe que vuelva a acercarse a ese lugar, y le dice que deje de salir tanto porque eso pone en entre dicho su reputación. Toda esta situación sumerge a Yerma en una profunda depresión. Su esposo, al verla en ese estado, le dice que vayan a la romería, que María le ha dicho que tal vez allí pueda encontrar la solución a sus problemas. Los días pasan y cuando ellos están en este ritual, una vieja le dice a Yerma que se vaya con su hijo, que ella está segura de que él le podrá dar el hijo que ella tanto anhela. Yerma, se enoja mucho y le dice que ella es una mujer honrada, y que nunca sería capaz de tener relaciones sexuales con un hombre que no sea su esposo. Ella se va muy triste a su campamento y cuando llega le pregunta a su esposo que si él tiene el mismo deseo de tener un hijo. Juan le dice que a él no le interesa tener un hijo. Yerma, al escuchar esta respuesta, se lanza contra él y lo estrangula.

En Yerma se observa la representación de la mujer basada en las dicotomías tradicionales de la sociedad patriarcal. De acuerdo a las estructuras androcéntricas imperantes de la época, Yerma es subyugada a estar dentro del espacio genérico y al mismo tiempo se ve obligada a reprimir su deseo sexual convirtiéndolo en un acto meramente reproductivo, aunque Yerma sigue algunos de estos parámetros que le son impuestos desde su nacimiento. Ella logra subvertir estas normas a través de su conducta rebelde, el rompimiento de los espacios que le son asignados por la sociedad, y la constante búsqueda de su maternidad, a pesar de la negativa de su esposo.

Algunos estudiosos definen el género como una construcción social y cultural de un país. David Reed Shaffer, en Psicología del desarrollo: infancia y adolescencia, dice que el género es adjudicado al individuo de acuerdo a los valores y conductas que la sociedad considera apropiados para los miembros de su sexo biológico. Además, explica que muchas de estas sociedades patriarcales se basan en una división de actividades en el aspecto laboral y social de una comunidad, dando roles a las mujeres y a los hombres, de acuerdo a la categoría donde hayan sido clasificados según su sexo biológico. En estas sociedades “las mujeres adoptan un papel expresivo y los varones un papel instrumental” (543). En Género, diferencias de sexo y diferencia sexual, de Marta Lamas, se explica al respecto que:

Las mujeres y los hombres son percibidos por un entorno estructurado por la diferencia sexual... El género se conceptualiza como el conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la diferencia anatómica entre los sexos, para simbolizar y construir socialmente lo que es “propio” de los hombres (lo masculino) y lo que es “propio” de las mujeres (lo femenino) (1).

Esta división de géneros y roles está marcada en Yerma, a través de algunos personajes femeninos y masculinos. Por un lado, a la mujer se le imponen roles específicos como el de ser esposa y cumplir con las labores domésticas. Por ejemplo, la protagonista no se casa por gusto, sino porque su padre lo ha decidido, lo que se ve en la afirmación que ella hace cuando está hablando con otra mujer: “Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté” (50). Esto muestra cómo la mujer debe acatar las órdenes del ente masculino, y conformarse con las decisiones que éste tome. Esto quiere decir que la mujer está predestinada a cumplir con el rol de esposa aunque no quiera y que su papel en la sociedad está limitado a estos modelos tradicionales.

Esta manera arbitraria de asignar actividades y roles a las mujeres también se ve plasmada a través del personaje de la Muchacha Nº 2 cuando ella expone la manera en que se le ha condenado al matrimonio. “Porque me han casado... una se casa en realidad mucho antes de ir a la iglesia... Yo tengo diez y nueve años y no me gusta guisar ni lavar” (55). Desafortunadamente, la muchacha y Yerma son predestinadas y encasilladas a ser esposas, y a cargar con las responsabilidades de este rol. La joven y Yerma, aunque no deseen ser esposas o realizar labores domésticas, tienen que hacerlo, ya que esto es lo que se les impone por ser mujeres. Esto muestra cómo el ente femenino está encerrado dentro de estructuras rígidas, donde se espera que la figura femenina siga “con el modelo tradicional de la mujer” y que opte por un papel pasivo y sumiso ante el hombre (Ciplijauskaite, 143).

Por otro lado, el hombre en la sociedad tradicionalista está asociado con la protección de la familia y la producción. Esta división de roles u obligaciones también se ve a través de Juan. Él es visto como protector y proveedor de bienes materiales:

JUAN. Hablas de una manera que no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los pueblos vecinos por las cosas que te gustan...

YERMA. Mi marido me da pan y casa (79-86).

Juan, en este caso, cumple con las exigencias que le son asignadas de acuerdo a su rol masculino, puesto que él provee con todas las cosas materiales a su esposa. Es claro que, por medio de algunos de los personajes femeninos y el papel de Juan, se ven marcadas estas divisiones genéricas, ya que el hombre y la mujer dentro de la obra deben desempeñar diferentes labores y roles de acuerdo a su sexo biológico.

A través de la historia la mujer ha tenido que presentar una conducta pasiva y estar categorizada bajo dos elementos fundamentales: madre sacrificada y esposa consagrada. Sin embargo, la mujer también se ha rebelado en contra de estas normas tradicionalistas a través de diferentes formas: la política, la conducta rebelde y la literatura, como es el caso de sor Juana en La respuesta a sor Filotea de la Cruz.

En la obraYerma, la rebeldía es usada como una herramienta para protestar en contra del canon masculino y la sociedad. Por ejemplo, en el plano íntimo, Yerma reta a su esposo al no aceptar las órdenes que éste le da. Es decir, la posición que la protagonista asume no es la esperada de acuerdo a su condición de mujer. El hecho de que ella se rebele en contra de su marido muestra indicios de una posición opuesta y subversiva hacia las normas establecidas.

Esta insubordinación incrementa a medida que la historia transcurre, ya que los episodios de rebeldía suben de tono. Esto se observa en la manera en que Yerma enfrenta a su esposo cuando éste le reclama acerca de su comportamiento:

JUAN. Y yo no puedo más. Porque se necesita ser de bronce para ver a tu lado una mujer que te quiere meter los dedos en el corazón y que se sale de noche fuera de su casa.

YERMA. No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una más (102).

Es evidente que la protagonista se enfrenta en contra de la autoridad masculina, ya que para una mujer casada esta conducta no debe ser la apropiada de acuerdo a las normas tradicionalistas de la época. No obstante, Yerma rompe con estos límites establecidos al no guardar silencio, y al mandar a callar a su esposo. Esto es un ejemplo de cómo Yerma cambia y modifica los roles de autoridad dentro de la relación.

La conducta rebelde de la protagonista no sólo se transmite en el plano íntimo, sino también en las esferas públicas. Por ejemplo, cuando Yerma habla con Víctor a sabiendas de que está en un lugar público. Ella sabe que no debe hablar con otro hombre que no sea su esposo y mucho menos si lo hace de una manera abierta. Este comportamiento es una manera de rebelarse en contra de una sociedad en la que se espera que la mujer no tenga autonomía propia, y que sólo dependa de lo que le diga el hombre. Es decir, Yerma, en lugar de seguir estas normas tradicionalistas, se aleja de ellas, ya que no acepta tener una conducta pasiva y reservada.

La conducta rebelde de la protagonista en el plano público también sirve como ventana para mostrar cómo la sociedad de la época juzga y condena a la mujer que no sigue con los modelos tradicionalistas. Por ejemplo, los vecinos creen que el comportamiento de Yerma no es “propio” para una mujer casada. Ellos esperan que Yerma actúe de acuerdo a su condición. Este tipo de conducta colectiva que presentan los individuos dentro de las sociedades androcéntricas se asume que la mujer y el hombre se comporten de una manera apropiada de acuerdo a los roles que les son impuestos dentro de este tipo de sociedades. El no hacerlo es enfrentarse ante una sociedad y romper las estructuras establecidas dentro de ellas (Ayala, 197). Esto es precisamente lo que pasa con la protagonista. Ella sabe que su conducta rebelde va en contra de las normas sociales; sin embargo, ella sigue comportándose de una manera “inadecuada” no sólo en el plano público sino también con su esposo.

Entonces se puede afirmar que la actitud rebelde y la posición de este personaje rompe con estas estructuras rígidas de una manera individual y social. Es decir, la conducta rebelde no es sólo un símbolo individual sino colectivo, ya que muestra cómo la mujer se rebela de una manera abierta frente a la sociedad (Gales, 8). Yerma sabe que las habladurías de la gente pueden traer consecuencias negativas para su matrimonio. No obstante, ella sale y se comporta de una manera rebelde en contra de su esposo y la sociedad. Esto plantea cómo Yerma subvierte estas dicotomías tradicionales de una manera individual y social por medio de su conducta rebelde. Algunos críticos piensan que este comportamiento no se debe a su carácter libertador en sí, sino que es tan fuerte su deseo de ser madre que ya casi borla lo irracional y deja de temer a las consecuencias, de ahí que llegue al asesinato.

Los espacios femeninos tradicionales son cerrados, y a su vez están asociados con la casa y su entorno. Mientras que los espacios masculinos son públicos y están relacionados con el poder y la libertad. En Relegados al margen: marginalidad y espacios en la cultura medieval, de Ana Belén Muñoz y Fernando Villaseñor Sebastián, se explica que la sociedad patriarcal define estos espacios para el desarrollo del hombre y la mujer, y señalan al respecto que:

La vida de los hombres debe desarrollarse en los espacios públicos en los que se asienta el poder y la libertad... Estos espacios crean unas formas culturales que responden al pensamiento dominante de cada época. Por el contrario, la vida de la mujer debe desarrollarse en los espacios domésticos, según el patriarcado, sólo se debe atender a las actividades relacionadas... y a las “tareas femeninas” (94).

En Yerma se presenta esta división genérica de los espacios. Esto se observa a través de varios aspectos. Primero, el espacio en el que Juan se desarrolla y pasa la mayoría de su tiempo es el campo, un lugar libre y sin restricciones. Mientras que a Yerma se le adjudica, de una manera arbitraria, el espacio de la casa, un lugar cerrado y lleno de limitaciones. A pesar de que se le asigne este lugar, ella inicia el rompimiento de esta norma a través de sus salidas al campo, el cementerio y la casa de la curandera.

Según Francisco Javier Gómez Pérez, la casa simboliza la cárcel, no sólo por ser un espacio cerrado sino también por la vigilancia que se ejerce en este lugar (81). Es evidente que la casa dentro de la obra se asocia con esta analogía, ya que Juan y sus hermanas siempre ejercen una continua vigilancia sobre Yerma. Juan siempre está pendiente de todo lo que hace su esposa dentro y fuera de la casa. Cuando ve que no puede vigilarla, acude a sus hermanas para que se encarguen de esta tarea. “Sí, estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidarán de su cuñada” (64); a pesar de todo el control y la vigilancia, Yerma logra romper este espacio asignado de una manera progresiva, a través de sus salidas rutinarias y clandestinas.

Estas salidas comienzan a incrementarse a media de que la historia transcurre. En el primer acto, Yerma aparece en su casa subyugada a las órdenes de su esposo: “JUAN. Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas. YERMA. Nunca salgo” (35). En el cuadro segundo, la protagonista ya no está en su casa sino en el campo. Esta es una de las razones por las que su esposo se enoja y le dice que su lugar no está afuera de la casa. “Debías estar en casa... ¿es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su casa” (61-78). Juan se da cuenta de que cuando Yerma está fuera de la casa él pierde autonomía sobre lo que pueda hacer o decir ella. Es decir, cuando Yerma logra salir de este espacio Juan empieza a perder el control y la protagonista a fragmentar los espacios genéricos.

“Yerma”, de Federico García LorcaEn el segundo acto, Yerma no puede quedarse en la casa sufriendo y guardando toda su pena. Ella no se resigna a seguir dentro de este espacio cerrado. Ni tampoco quiere asumir una posición pasiva y aceptar su destino. Al contrario, empieza a salir a la calle y a gritar su dolor. “Déjame libre siquiera la voz” (123). La protagonista quebranta los límites del espacio físico y los manifiesta de una manera tangible. Ella transita y divaga en las calles buscando respuestas a sus problemas, y exponiendo su dolor.

En el acto tercero y cuadro primero, Yerma se aleja completamente del lugar que se le ha asignado al ir al cementerio y la casa de la vieja. Con estas acciones la protagonista reta a su esposo y traspasa los espacios que le son fijados. Todas estas salidas son una ruptura al espacio impuesto y una manera de subvertir las reglas tradicionales. Es decir, la protagonista evoluciona de una manera opuesta a la que la sociedad espera, porque ella no se queda en el espacio que se le impone; al contrario, rompe con lo que se le asigna al ir a buscar la maternidad que su esposo le niega en lugares a los que ella no debería ir por su condición de mujer.

En Yerma también se presenta el tema de la infertilidad. Algunos críticos señalan que la infertilidad está directamente asociada con la protagonista: “Yerma’s barrenness is caused by her own sterility” (Allen, Ruper, 126), mientras que otros estudiosos como Ricardo Domenech afirman que “el texto está sugiriendo la esterilidad de Juan” (112). Ciertamente, hay indicios que apuntan a esta idea. Un ejemplo de esto se ve a través de la conversación que Yerma y la vieja sostienen:

YERMA. ¡Y que me vas a decir que ya no sepa!

VIEJA. Lo que ya no se puede callar. Lo que está encima del tejado. La culpa es de tu marido. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta... están hechos de saliva (117).

Antes de profundizar con este conflicto hay que tener en consideración algunos aspectos generales acerca de la situación personal de Yerma. Desde el inicio de la obra se describe a Yerma como una mujer que tiene todo lo que necesita. Sin embargo, ella se siente incompleta porque no puede tener un hijo. Este deseo de Yerma no es algo anormal, ya que esas son las expectativas que ella y la sociedad tienen acerca de una mujer casada. Celia Mancillas Bazán señala al respecto que:

La mujer es encasillada en determinados roles: ser madre, esposa, el cuidado de los hijos y el esposo, y las labores domésticas. Estos roles son considerados obligaciones ante la sociedad... se espera que la mujer cumpla con estos roles tradicionales (146).

El deseo de tener un hijo está arraigado con estas expectativas individuales y colectivas de la sociedad tradicionalista donde vive la protagonista, ya que ella es presionada indirecta o directamente para que sea madre. Janet Shibley Hyde, en Psicología de la mujer: la otra mitad de la experiencia humana, dice que la maternidad:

Constituye un supuesto tan básico del papel femenino que es fácil olvidar que la sociedad presiona a la mujer para que sea madre; en realidad la presión es tan fuerte que ha llegado a denominarse esta obligación de la maternidad (160).

Estas teorías pueden asociarse con el deseo que Yerma tiene de ser madre, bien sea por presión social o individual. Es decir, Yerma ve el hecho de ser madre como una obligación que debe ser cumplida. Al no poder desempeñar este rol, la protagonista se ve a sí misma como una mujer sin valor. Esto se ve cuando la protagonista se describe a sí misma como una mujer inútil que no puede tener hijos: “La mujer del campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinas” (84). Esto para muchos es una paradoja que, en cierta forma, invalida su propia rebeldía, pues todo lo que hace es motivado por cumplir con este deseo, que es en sí la función social que se espera de ella. A partir de esta maternidad frustrada, ella comienza a rebelarse y a no aceptar que su esposo le niegue este deseo.

Este desafío incrementa a media que la obra avanza. En el acto I, Yerma, expone su deseo de ser madre y, de cierta manera, se resigna con la respuesta que le ofrece Juan. En el acto II, Yerma asume una posición más agresiva hacia su esposo y empieza a decirle que cumpla con su obligación de fecundador. Ante esta situación, Juan trata de darle varias soluciones a Yerma para que desista de esta idea. Lo primero que hace es sugerirle que traiga a su sobrino. Ella alega que no quiere asumir su papel de madre a través de hijos que no son suyos, y que es él quien debe darle un hijo. Juan le dice que se conforme con su situación, y que deje de andar pensando en esa idea. La protagonista, en lugar de acatar sus órdenes, se enfurece y le dice lo siguiente:

Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado (80).

Es evidente que Yerma va a buscar su maternidad, y va a hacer hasta lo imposible por tratar de tener el hijo que tanto desea. No importando que tenga que ir en contra de la autoridad de su esposo. Finalmente, en el acto III, la protagonista toma medidas extremas para lograr su fecundidad. Una de las cosas que hace es ir a una romería. Lo interesante de esta situación es que estas romerías están asociadas con elementos profanos. Según José Antonio Benito Lobos, estas romerías son:

Fiestas religiosas que suelen tener aspectos profanos... En primer lugar, porque algunas fiestas religiosas son anteriores al cristianismo. La religión las utiliza dándoles un nuevo sentido. En segundo lugar porque, una vez finaliza la ceremonia religiosa, los asistentes se entregan a actividades ajenas a la religión: comida, bebida, bailes.... Tras la ceremonia se iniciaba un baile que propiciaba el encuentro amoroso (205).

Yerma ve en esta romería una esperanza para poder cumplir sus objetivos y de cierta manera retar las normas sociales, porque a estas celebraciones van las mujeres casadas en busca de hombres con buena semilla, tal como lo insinúa la vieja.

El hecho de estar en esta romería le brinda la oportunidad a la protagonista de tener relaciones sexuales con otro hombre, y cumplir con su deseo de ser madre: “Mi hijo está sentado detrás de la ermita esperándome. Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es de sangre... La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías” (118). Es claro que Yerma tiene la oportunidad de tener un hijo con otro hombre; sin embargo, la protagonista elimina esta posibilidad, ya que para ella el acostarse con otro hombre que no sea su marido va en contra de sus valores tradicionales, ya que el sexo sólo debe ocurrir con su esposo. Indudablemente, Yerma se encuentra en un mundo asfixiante y subyugador en el que las posibilidades de ser madre están ligadas al matrimonio, y donde el deseo sexual debe posponerse por cuestiones de honra y tradición social.

Además, es importante mencionar que Yerma acude al ente femenino, Dolores, para buscar la maternidad. Esto quiere decir que la protagonista excluye al hombre en su papel reproductivo. Según Carlos Feudal, el rol del hombre pasa a ser “insignificante o inexistente. La procreación, conseguida por fórmulas mágicas de viejas mujeres (madres arquetípicas), se producirá sin intervención-decisiva, al menos del varón. En última instancia el procreador sería Dios” (70). Esta observación tiene mucho sentido ya que Dolores le dice a Yerma que, por medio de sus oraciones, una mujer queda embarazada, y que tal vez ella pueda lograr el mismo resultado a través de sus plegarias. “La última vez hice una oración con una mujer mendicante que estaba más tiempo seca que tú, y se le endulzó el vientre de una manera tan hermosa que tuvo dos hijos” (96). Esto muestra cómo se excluye al hombre en el proceso de reproducción, y a su vez éste es remplazado por un elemento divino. Yerma no duda en hacer el rito y seguir con las instrucciones que le da Dolores.

Es de esta manera que la protagonista y Dolores eliminan y sustituyen la figura masculina por un ente divino. Esto cambia de una manera directa las tradiciones de fecundación dentro de la sociedad patriarcal. Erin Neumann explica que este proceso de fecundidad está relacionado con la procreación mística que las mujeres realizaban antiguamente para quedar embarazadas:

This miracle [that a female is able to produce a male out of herself] was, as we know, originally ascribed by primitive woman to the numinous, to the wind or the ancestral spirits. It is a prepatriarchal experience that antedates the time when procreation was felt to be causally connected with sexual intercourse and hence with a man. Woman’s primary experience of birth is matriarchal. It is not the man who is the father to the child: the miracle of the procreation is God (134-135).

Es claro que, dentro de la obra, Yerma busca ejercer su maternidad a través de otros métodos donde se excluye a la figura masculina, dando como resultado la subversión de las estructuras tradicionales, puesto que ya no se presenta la ecuación tradicional: hombre + mujer = hijos, sino que se muestra una (re)formulación de este orden, eliminando completamente al hombre de sus funciones reproductivas: Dios + mujer = hijos.

Por otra parte, es interesante ver cómo la maternidad juega un papel importante dentro de la sociedad en que vive Yerma, porque se muestra la manera en que el mundo femenino alaba y venera a la mujer que es madre. Un ejemplo dentro de la obra es cuando las lavanderas alaban y dignifican con sus cantos y comentarios a la mujer que puede engendrar:

Las ropas de mi niño vengo a lavar, para que tome el agua lecciones de cristal (71). ¡Alegría, alegría, alegría del vientre redondo bajo la camisa! ¡Alegría, alegría, alegría, ombligo, cáliz tierno de maravilla! (73-74).

Además de alabar a la mujer que cumple con los requisitos tradicionales, también se critica y lacera a la mujer que no puede procrear o la que no cumple con los roles tradicionales. Esto se ve en los cantos que hacen algunas de las lavanderas:

LAVANDERA. Estas machorras son así. Cuando podían estar haciendo encajes o con figuritas de manzanas... Tiene hijos la que quiere tenerlos... Pero, ¡hay de la casada seca! ¡Ay de la que tiene pechos de arena! (64-74).

Esto muestra cómo el ente femenino también juzga y condena a la mujer que no puede procrear, ya que para ellas Yerma debe producir hijos y cumplir con las labores domésticas. Es decir, cuando la protagonista no puede procrear es vista como un objeto y sujeto sin valor. Este comportamiento que las mujeres presentan dentro de la obra se puede asociar con la manera en que las mujeres en las culturas patriarcales interiorizan este tipo de comportamiento. Según Celia Amorós, generalmente la mujer dentro de estas culturas asimila este tipo de conducta de una manera inconsciente. Amorós explica al respecto que:

Lo grave es que la cultura patriarcal ha modelado nuestro propio inconsciente, hasta el punto de que la representación que las mujeres nos hacemos acerca de nosotras mismas y de nuestro rol en la sociedad no es sino nuestra propia asunción de las consignas patriarcales (112).

Al tener en cuenta estas teorías, se puede decir que la conducta de ellas es un elemento inconsciente que se asume de una manera individual o colectiva como es el caso de las lavanderas. Es por esta razón que ellas esperan que Yerma tenga una conducta adecuada de acuerdo a su posición de casada y que desarrolle su rol de madre.

Otro aspecto que está relacionado con la mujer es la cuestión de la honra. Según el diccionario de la Real Academia es “el pudor, honestidad y recato de las mujeres”. En las sociedades patriarcales la mujer soltera debe cuidar y mantener su estado virginal hasta el matrimonio, y la casada debe ser fiel y honrada ya que la reputación del marido depende de la conducta de su esposa. Dora Ávila Mendoza explica acerca de este punto que:

La importancia de la honra de la mujer casada estaba directamente relacionada con la transmisión del patrimonio familiar entre los descendientes legítimos, razón por la cual el honor de estas mujeres adquiere un valor doble, tanto en cuanto las casadas se convierten en depositarias del honor de toda la familia y la reputación del hombre (91).

Esto tiene mucho sentido porque el marido de Yerma siempre se preocupa por la conducta de su esposa, ya que la reputación de él y su familia dependen del comportamiento de Yerma. Esto se observa cuando Juan le reclama a sus hermanas por haber dejado salir a la protagonista sola:

Esa no viene... Una de vosotras debería salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo de mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también vuestra... No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver esta puerta cerrada y cada persona en su casa (77).

Es evidente que Yerma es quien debe cargar con la responsabilidad de la honra, pero a la vez forma parte de ella. “La honra de Yerma está arraigada en su persona, en su ser natural” (Feal, 74). Esto está muy asociado con la manera en que la protagonista cuida su honra como algo propio, ya que si ella rompe con esto va a manchar su reputación en la sociedad. Por eso es que ella se indigna cuando se pone en juego este valor e inclusive se enfrenta a su esposo para defender su reputación: “Haz conmigo lo que quieras, que yo soy tu mujer, pero guárdate de poner nombre de varón sobre mis pechos” (103). Este enfrentamiento muestra cómo este valor es primordial para ella. A Yerma no le importa desafiar a su esposo con tal de dejar su nombre en limpio.

Es interesante observar que cuando la protagonista tiene la oportunidad de serle infiel a su esposo para tener un hijo no lo hace, por temor a perder su honra; de ahí su respuesta rotunda ante la proposición de la curandera: “Calla, calla. ¡Si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo ir a buscar. ¿Te figuras que puedo conocer a otro hombre? ¿Dónde pones mi honra?” (118). Es decir, ella antepone este valor ante su propio deseo de ser madre, su honra pesa más y es por eso que la mantiene intacta, ya sea por cuestión intrínseca o extrínseca.

El acto sexual, dentro de la sociedad, es usualmente visto como un acto reproductivo, en el cual se espera que haya reproducción. Otras personas afirman que es un encuentro placentero donde, generalmente, dos personas tienen una satisfacción de carácter sexual. De acuerdo con Francisco Velásquez García, el acto sexual está sometido a “un sistema de normas, como la institución del matrimonio, y permite la reproducción de la sociedad” (18). Es claro que Yerma cumple con estas expectativas sociales porque ella ve este acto como una herramienta de producción y no como un acto placentero. Es por eso que cuando la protagonista hace referencias sexuales las relaciona como parte de su obligación como esposa, y dice que si ella tiene relaciones sexuales con Juan es porque está en busca de su hijo. Además, ella es consciente de que lo que siente por Víctor es muy diferente a los sentimientos que tiene hacia su esposo:

VIEJA. Oye. ¿A ti te gusta tu marido? ¿Qué si lo quieres? ¿Deseas estar con él?

YERMA. No sé.

VIEJA. ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando se acerca a tus labios? Dime.

YERMA. No. No lo he sentido nunca.

VIEJA. ¿Nunca, ni cuando has bailado?

YERMA. Quizá... Una vez.... Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez el mismo Víctor, teniendo yo catorce años (él era un zagalón), me cogió en sus brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes.

VIEJA. ¿Y con tu marido?

YERMA. Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté.

Yerma es consciente de que los hombres representan dos cosas muy diferentes. Por un lado, su esposo está asociado con lo que le es impuesto. Por el otro, Víctor simboliza el deseo sexual, la pasión y la oportunidad de ser madre. Lo interesante de esto es que para Yerma priman más su honra y sus valores tradicionales que su deseo carnal. A pesar de que Víctor puede brindarle el hijo que ella quiere, Yerma no puede aceptarlo ya que los hijos sólo deben ser concebidos dentro de la institución del matrimonio.

Para Yerma no existe el sexo fuera del matrimonio. La manera de pensar de la protagonista está relacionada con las reglas que rigen la institución del matrimonio. Según Amorós, “solamente a cambio del contrato matrimonial concederán a los hombres sus favores sexuales” (49). Esto explica el comportamiento de Yerma, porque cuando tiene la oportunidad de tener relaciones sexuales con el hijo de la vieja no lo hace, ya que para ella el acto sexual sólo debe suceder bajo el matrimonio. Es esta una de las razones por las que la protagonista insiste en que su maternidad sólo debe ser por medio de su esposo y no a través de otro hombre. Al haber una negación de la procreación por parte del marido, Yerma no tiene más remedio que acabar con la vida de Juan y, por lo consiguiente, con la única oportunidad de ser madre, tal como ella lo indica en su declaración final: “¡No te acerquéis, porque he matado a mi hijo!” (124). Este acto de rebeldía marca definitivamente la falta de aceptación a la vida que le toca vivir a la protagonista y a las demandas que le impone la sociedad. Yerma pasa de ser víctima a verdugo. Este acto violento es la culminación y transgresión de los roles tradicionalistas tanto para el hombre como para la mujer. Es decir, al final de la obra el ente femenino no es débil y sumiso y el mundo masculino no es tan fuerte como al inicio. Esto muestra un rompimiento ante las estructuras patriarcales de la época.

Se puede afirmar, entonces, que en la obra de teatro Yerma se muestra cómo la mujer debe cumplir con los roles tradicionalistas dentro de la sociedad patriarcal de la época. Es decir, debe ser pasiva, sumisa y respetuosa. Además, debe desempeñar las labores domésticas y permanecer en espacios controlados por el hombre. A pesar de que Yerma sigue algunos de estos patrones tradicionales, ella también subvierte estos estereotipos ya que se rebela ante el modelo autoritario, rompe con los espacios genéricos y lucha por su maternidad. Dentro de este proceso de búsqueda hacia la fecundidad, la protagonista trata de recrear una nueva fórmula de procreación donde excluye al ente masculino, dando como resultado la subversión de las estructuras tradicionales de la procreación. Es así que la protagonista rompe con estos arquetipos de mujer sumisa y obediente.

 

Bibliografía

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