Letras
Una temporada con Rimbaud
Extractos

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Prólogo

Los tiempos son caprichosos para Rimbaud, aun cuando florezcan los cerezos de París, y la nieve, blanca y fría, dormite en el Sena todos los inviernos.

Su existencia es esencialmente un despojamiento personal y reflexivo que duele, pero sobre todo es derrota y angustia, y aun más, huida. La desmesura en que vivió y el desgarramiento profundo y personal, forjan con el paso del tiempo el argumento de su universalidad.

Cualquier pensamiento suyo o concepción vital, habría que delimitarlo en un contexto de desarraigo absoluto, sin considerar ningún otro, si verdaderamente queremos formarnos una interpretación ajustada de su vida y su poesía.

No hay convencionalismos, ni en la manera de concebir la vida, ni en su lenguaje, ni tan siquiera en su fracaso, sólo una actitud de sometimiento, libre de prejuicios, rumbo al desastre largamente presentido. Y su destino es un entramado vulnerable de perversión y de un culto alcanzado a costa de la transigencia del espíritu. Todo en él es una fuga constante para sólo conseguir la fragilidad y la indigencia.

Habría que ser conscientes de su abandono, otorgar una cierta benevolencia al que bien pudo proclamarse prófugo de sí mismo hasta el límite inexistente de la vida, de aquel que añora París como la patria de los poetas bohemios del mundo.

Rimbaud es un personaje literario que ha corrido su propia suerte.

La suya es una imagen mitificada casi enferma de tristeza y soledad. Está investido de todo el malditismo posible, y toda su vida y toda su muerte es cultura estética, monopolio de su propia realidad.

 

Rimbaud en África

I

Los pájaros de África llevan el credo entre las alas
como los tambores del tiempo
la historia maldita del mundo

bajan por el río carnes de tintas alambicadas
y ágatas del musgo.

Yo seré apátrida en este mundo sin corazón
del alacrán suicida.

 

II

Hoy me llegan los días cargados
de una épica tristeza, ciudades de bronce
con el aroma salvaje del ébano.

Hoy sigue negándome la luz la fecundidad de la noche,
y yo, desmesurado en las palabras de buena simiente
he creado el círculo irracional de la nada

más confines, más inmensidad, más inexistencia.

 

III

Tierra de África,
reposo de los temblores del hambre y la sed
barro del grano primitivo

alimentada por el yugo líquido de la nube infecunda.

El grito de cólera retumba en la negra piel
donde crece el romero.

 

IV

En Etiopía, las ceremonias del almuédano
y los rezos de las mezquitas son el único poema.

Entre callejones y turbantes
cualquier pretexto para la vida
pasa por la inocencia adolescente

¿para qué sirven la palabra y el rezo
con olor a sándalo?

Algunas veces la juventud
es un marfil abandonado en el crepúsculo de la sabana.

 

Meditaciones de Rimbaud

Me entretengo en mis días de poeta furtivo.

Yo tenía la mirada en grandes puestas de sol,
era un lujo inquietante, un esplendor impertinente
buscando el frío de la eternidad,
sin embargo, he codiciado el fruto de un invierno
sumergido en la piel.

No encuentro el eje de esta oscuridad.
Entre canto y bohemia
llegó el desamor mordiendo la sangre.

Pregunto, por qué un latido solo
teje en un instante el hielo de mi vientre,
cómo mi voz va quemándose
en las piras de nieve del crepúsculo.

¿No era entonces la vida un clamor
aferrada a su fiero oleaje de memorables sueños
y entrañables impaciencias?

Soy el celebrante de los vagabundos
el viajero de la obscena melancolía
el cantor de solemnes alcohólicos
y prostitutas tristes.

Soy el héroe de inhumanas leyendas
allí donde Verlaine se consume sumido en la pasión.

La poesía se ha roto
como crueles amantes ven morir las gaviotas.

 

A media voz para el olvido

Los poetas pobres se mueren escrupulosamente.

Trepan por los siglos como gigantes
y por los huesos milenarios de las golondrinas

desprenden un perfume de cíclopes
callejean como los perros
o crecen a galopes entre los blancos erizos

tienen horas gastadas por el llanto
porque ante la noche lloran el abandono

a veces acaban en el fondo de los ríos
pero hay que haber amado mucho
sobre el corazón de las estrellas.

Tú, joven Rimbaud
¿no alcanzas tanta noche herida?

¿Cuándo acaba de morir el hombre
que nunca ha sido?

 

Rimbaud recuerda París

En París vuelan los pájaros del bulevar
y la aurora emerge a la orilla del Sena.

Recuerdo ver pasar los días a tumba abierta
mientras la tierra giraba hacia su precipicio
en el corazón de Montmartre.

Tal atracción hace pensar en el mundo vertiginosamente.

La noche de absenta entra por las calles de Pigalle
con su violín de bohemia

y yo recuerdo toda la gente donde sentí la vida
y sus almas
y el puñal de sus deseos.

 

Pasión por Verlaine

Habrá una última condena para pagar el exceso
de lo que nos dejó el huracán.

No nos salvaremos entre estas ruinas
aguardando el grito desenterrado de la serpiente,
no iremos por las horas baldías de una flor amante
con la inocencia alborotada entre las uvas del deseo.

Fue desamar, un desasosiego ansiosamente esperado.
Mas no hubo tristeza.
Quizás insolencia en la última mirada, maltrecha ya
por algún adiós impetuoso.