Letras
Caza y captura

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“El nacimiento es esta línea divisoria en la que de un lado existo como yo, pero del otro lado empiezo en ese mismo momento a existir como otro”.
Jean Baudrillard

Al sonar el despertador se caga en san su puta madre por haber decidido, la noche anterior, levantarse temprano en su día libre para así hacer más cosas en lugar de dormir hasta el mediodía y darse cuenta de que no tiene ganas de hacer nada, sólo televisión. Ese puto despertador es una fuente inagotable de efervescencias, en las que un torrente de nervios responde a la cadena de pitidos con rabia tocada de histerismo, como en una violación de los sentidos. Esto, no obstante, tiene un componente práctico, en la medida en que hace imposible, tras apagarlo, volver a dormir, lo cual es una de las razones por las que siempre llega puntual al trabajo. El corto camino al baño lo desprende del espanto nervioso y lo instala en la rutina del aseo personal, en la que a un lavado de cara le sigue un lavado del interior del oído y después de los dientes, para acabar con una ducha tibia en la que se enjabona tres veces. Puede que mientras el agua resbala por el cuerpo tararee alguna canción que previamente ha escuchado en la radio y que le ha llegado al alma al menos por unos días. Puede que piense en alguna joven cantante de largas trenzas rubias con ojos azules que aparece en videos musicales que sugieren un punto de picardía ninfular que no atenta contra la ley del menor. Al salir del baño va a la cocina en donde llena un vaso de leche fría y despliega sobre la mesa una línea de cinco frascos de pastillas etiquetados según sobre qué hechos pretenden intervenir. De este modo podemos leer digestión, circulación de la sangre, halitosis y la última adquisición: heces duras. A cada sorbo le corresponde una pastilla y un intervalo entre trago y trago de diez segundos, mientras escucha por la radio las noticias que dan la definitiva bienvenida al nuevo día con una melodía que rompe junto a la trepidante voz de una locutora, la cual avanza, con la alegría de la exclusividad, que la policía ha permitido que un reportero de la cadena les acompañe en la detención del asesino de las llamadas niñas de los colores.

Se agrega a otros habituales del bar que hace esquina en el bloque donde vive, y que también disfrutan de su día libre, lo cual trasforma un ambiente de urgencia laboral en el que rápidas conversaciones se suceden en torno a un café y a lamentos hacia eso que llaman curro, en un ambiente más relajado en el que la circulación de la cerveza y los cacahuetes se vuelve más temprana y las palabras pierden velocidad a favor de expresiones que empiezan en yo pienso o en a mí me gusta o me parece que o esta noche os van a dar o eso es lo que tú te crees, jeje. Esto hace que reine un bullicioso murmullo en el que también se suman saludos y chanzas cuando alguien entra y rompe momentáneamente con las inercias creadas. Pide un zumo de naranja y una tostada con mantequilla y mermelada y se va a la que tácitamente todos consideran como su mesa, en la que puede haber alguien ocupándola, pero en la que siempre hay una silla vacía que le está reservada, siempre al lado de las ventanas. Si ya hay alguien previamente sentado, o bien inicia una conversación o bien se integra en una ya iniciada cuya temática fluctúa por la ubicación de dolores y sus remedios, por graciosas anécdotas personales ocurridas en su mayoría en el trabajo o por la universal recurrencia a una valoración del tiempo atmosférico. No obstante, hay ocasiones en las que el televisor absorbe la atención de todos en mayor o menor medida, dada una noticia que despierta un interés general ya sea por su carácter extraordinario o trágico o festivo. En este caso tiene que ver con la aparición de las cándidas fotografías de las niñas de los colores junto con un recuadro que contiene una gran interrogación que apunta a la identidad del asesino. Después se ofrecen las imágenes de una fila de vehículos policiales tomadas desde un helicóptero, que raudos avanzan por una larga avenida, bajo el parpadeante rótulo de que la caza continúa. LIVE.

El ambiente mediáticamente conmocionado por la persecución policial no le agrada, ya que impide la habitual anarquía de conversaciones que se aceleran a medida que la cerveza va siendo ingerida, por lo que después del desayuno se va del bar, dejando atrás expresiones como habría que colgarlo o hijo de puta o ¿cómo puede haber una persona capaz de hacer algo así? Un día despejado y una buena temperatura le invitan a no regresar a casa y dar un paseo, pero no allí, en donde filas de bloques de pisos se suceden en un paisaje que parece no tener fin, sino en el llamado pulmón de la ciudad, en donde la luz del Sol se filtra por las ramas de acacias, tilos, helechos o eucaliptos, los cuales marcan a ambos lados un laberinto de sendas en las que de vez en cuando detenerse para observar alguno de los pequeños riachuelos que lo salpican todo del sonido del agua corriendo. Por ahorrarse la espera y la exasperante lentitud del transporte público, decide coger un taxi en donde oye cómo la policía ha conseguido entrar en la casa del asesino, encontrándose con una nevera, un baño, dos habitaciones, un pequeño balcón con lilas y geranios y un espacioso salón-comedor pulcro y limpio, en el que destaca una colección de figuritas de porcelana que representan gemebundas vírgenes marías. La retrasmisión es aderezada por las opiniones del taxista que siempre acaban con un apelativo “¿a que sí?” que le obligan a suscribir primero la pena de muerte, después la cadena perpetua y los trabajos forzados, y finalmente que le hagan al asesino exactamente lo mismo que él ha hecho a sus víctimas. Antes de efectuar parada puede escuchar cómo realizan una conexión con otro reportero de la cadena, el cual está en uno de los bares del barrio del asesino junto con algunos vecinos que pelean entre sí para poder afirmar en directo que lo conocen y que tenía un carácter normal, un trabajo normal, unos gestos normales y unas opiniones normales.

La posibilidad del paseo se desvanece cuando descubre que se está celebrando una carrera benéfico-popular que ha delimitado una zona en torno a una carpa con aire festivo y a varios caminos que permiten acceder a distintos puntos del trazado desde los cuales observar el transcurrir de los corredores. Después de rechazar varias veces el ofrecimiento de una banderita con un corazón rojo dibujado y el requerimiento de donativo de huchas agitadas por adolescentes de rubias trenzas, cruza la calle y decide dar una ronda por el centro comercial ubicado a tan sólo dos manzanas. Al entrar siente el golpe del aire acondicionado y se marea ligeramente, hasta que se adapta a la nueva temperatura, aunque quedando como resto una insana y persistente garganta helada, que disturba levemente cuando entra en la sección de lencería femenina. Pregunta el precio de un tanga rosa a juego con unos sujetadores turquesa que tienen forma de corazón, después el de un liguero negro acompañado por unas bragas de encaje celestes, para acabar preguntando cuál es la talla más pequeña de un candente conjunto en rojo de medias cruzadas, bragas transparentes y corpiño con lazos. Decide no comprar, pues no se siente del todo convencido por la relación calidad-precio, y se deja llevar hasta la sección de electrodomésticos, en donde observa primero la exposición de microondas, después la de ordenadores, interesándose por un portátil gris metalizado que promete una velocidad ejecutoria nunca vista, para finalmente detenerse frente a una pared de seis por seis televisores de plasma que reproducen el avance, por un pasillo lleno de neveras para uso doméstico, de un grupo policial de élite, bajo el parpadeante titular CAPTURA EN DIRECTO. Después muestran la espalda de un cuerpo borroso y toda su piel se eriza. Lentamente se da la vuelta, evitando realizar movimientos bruscos, y se arrodilla, colocando las manos en la nuca y quedando su rostro multiplicado en las pantallas.