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Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 28, del 21 de julio de 1997

Las letras de la Tierra de Letras


Amalgama I

Enrique Coll Barrios

A través de la ventana observa cómo se funde el trabajo meticuloso con los árboles del parque. No abrió la ventana ese día, ese día en especial, no quería que nada lo penetrara. Todos los días la abre, todos los días se abre al mundo. El viento tropieza las hojas, las deja caer allá en el parque; de la misma manera el remusgo entra todos los días por la ventana de su hueco.

La intrusa, la del trabajo, continúa su labor sin sentirse observada; teje mientras el cuerpo respira sin tocar la seda.

Se funde el niño en su bicicleta; temprano, empuja la mujer de uniforme el coche del niño extraño; las migajas rodean al viejo quien descansa en el banco de la derecha mientras palomas impostoras pican y pican. Fundidos están los pájaros entre las ramas y la seda. El tiempo es allá afuera, al otro lado de los hilos que mueven la brisa.

La intrusa, sigilosa y frenética atrapa la atención del cuerpo que aceza pausado al sentirse atrapado.

El reflejo de la puerta que se abre corre por la ventana. Otra intrusa araña el silencio para sorprenderlos. La tejedora se detiene, cuelga en su trabajo hasta que en un abrazo poco sorpresivo se corren los cuerpos.

Confundidos se apartan de la ventana; la intrusa, entre sedas y orillas se extiende sin esperanza ni presa.

Los pechos rozan la espalda, se quieren así; las caricias comienzan siempre más arriba de lo siempre deseado.

—Quédate así, no te muevas —los labios mojan a placer; desean ser tocados, sienten sus cuerpos, su sudor recién bañado.

De seda en seda, de orilla en orilla el parque vive la felicidad de los paseantes; la intrusa, teje.

—No te voltees, relájate, eso es, así —descienden las manos; acarician cada tacto con los ojos cerrados; la intrusa completa el círculo.

Los dedos pulsan las partes excitadas; desnudos, recién bañados, con aliento de café recién colado, se enredan en un clímax desesperado, despojado.

A través de la ventana observa cómo la intrusa, en un círculo, ha enredado el parque.

Entre las sedas y desde el parque se siente acechado. Con el círculo en la mirada percibe su captura mientras el otro cuerpo en el suelo mantiene los ojos cerrados.

Insiste en mirar los ojos del parque, el círculo de la intrusa se lo impide. El rostro del parque sonríe. Se sonríen.

Abrió la ventana como todos los días; por un fuerte impulso se dejó atrapar en la seda de la intrusa y los cuerpos del parque.

La intrusa no descansa, comienza de nuevo a tejer su tela.

       


Depósito Legal: pp199602AR26 • ISSN: 1856-7983