Artículos y reportajes
Douglas Bohórquez
Douglas Bohórquez.
Uno que habita en Calle del Pez

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El hombre nunca se va de los lugares que habita, algo se lleva consigo para conservar el aire y el olor de esos lugares; en Madrid hay una Calle del Pez, no la he pisado aunque otras calles de esa ciudad recuerdo. Douglas Bohórquez, el poeta nacido en Maracaibo en 1951, puso en mis manos un hermoso conjunto de poemas titulado Calle del Pez (Monte Ávila Editores, Caracas, 2004); por eso hube de consultar su existencia con el mismísimo Douglas Bohórquez.

Calle del Pez es el canto del lugar donde el poeta es pregunta y respuesta en la resonancia del retorno del vacío, no del abismo, el abismo es el infierno y en Calle del Pez no lo hay. Pero sí los tiempos de la infancia, la desnudez de las edades del poeta que denotan una personalidad poética interesante y digna de celebrar:

Calle del Pez

I

Yo vivía en el aire
como pez en su nube
como árbol en su rama
ensimismado
sobre el pie del horizonte

 

II

Yo era el pájaro
escapado del aire
sobrevolando apenas
alrededor del pensamiento

Reconociéndose en la distancia que los tiempos de la vida le marcan, Douglas Bohórquez se erige en un hombre de memorias que lo abordan y se hacen palabras que resplandecen como el mejor de los cultivos que el alma de un hombre puede sostener:

Caballo

Como un caballo rojo me vi anoche. Volaba. Brillaba
adentro, en el interior. Sentía un fulgor que me alumbraba.
Era una fuerza ciega, dentro de mí, una visión. Entre arcos y columpios galopaba
el caballo que amé, en mi infancia,
volando por encima de todas las casas.

Y estás confesiones van haciendo un discurso donde el tema del amor, como templo que debe ser lugar de oración, va tomando cuerpo, el poeta va dejando sus cantos de amor en el sonido, en la música de sus palabras, los cantos mágicos que esa palabra, dolorosa en su belleza, causa:

Pongo árbol en la vida

Pongo árbol en la vida
pongo tierra
fuerza de adentro
para resistir
contra todos los demonios
y como un colibrí quiero saltar
amor
sobre tu ventana.

Es, pues, Calle del Pez, lugar de retratos encantados que van siendo dejados en cada página, con su tiempo, como cartas marcadas para no traicionar la memoria, la dulzura con que han sido cantados.