Sala de ensayo
Alberto MasferrerAlberto Masferrer
Una voz que clama en el desierto

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Lo esencial es creer.
Alberto Masferrer

Sólo una cosa no hay,
es el olvido.

Jorge Luis Borges

El olvido que se hace de un hombre o de una mujer que dedica años de su vida a pensar y escribir sobre los problemas humanos, es decir, de una persona que dedica su existencia a la constante observación y reflexión sobre las principales preocupaciones del mundo que le rodea, y sobre el futuro hacia donde ese mundo debiera tender en su devenir; el olvido que sobre él o ella priva en su propio pueblo, sólo puede significar dos cosas: la injusticia de una frágil memoria y el olvido que viene de la incomprensión e infravaloración de su obra.

Se ha repetido hasta el exceso que un pueblo sin memoria repite contumazmente sus errores. Pero es que tampoco la memoria por sí sola es garantía de la corrección de los propios desaciertos, ya que la memoria puede sólo registrar las mismas incomprensiones y confusiones del pasado. Sólo una clara apreciación, sólo una justa valoración de los hechos del pasado, sobre un criterio ético relativo, dinámicamente enmarcado en nuestro propio devenir histórico, nos puede tal vez permitir la capacidad de una menos errónea —porque decir correcta es imposible— valoración del presente, y nos puede conducir a una menos riesgosa imaginación del futuro. Y esto las más de las veces requiere ser al mismo tiempo capaces de —dicho con las palabras de Carlos Fuentes—, “imaginar el pasado y recordar el futuro”. Precisamente por eso, imaginar y recordar son los preciosos instrumentos que, al encuentro con un propósito, un lenguaje y una dedicación, han creado la mejor escritura.

La obra de Alberto Masferrer sigue siendo una obra esencialmente desconocida en El Salvador, particularmente en aquellos círculos intelectuales y culturales más llamados a su estudio y divulgación, a su valoración y a su profundización. Las inquietudes marcadas en su trabajo son las mismas inquietudes y preocupaciones que hoy por hoy debieran ocupar la reflexión y la discusión de diferentes sectores sociales, intelectuales y artísticos salvadoreños. A casi 80 años de la publicación de sus principales obras, el pensamiento masferreriano pudiera tal vez aportarnos elementos valiosos no sólo para conocer nuestra historia, sino que, en un primer momento, sus más importantes ideas nos pudiesen ayudar a mejorar nuestro atormentado presente y a dar luz a ese sombrío horizonte del futuro que vemos adelante.

 

I

He ahí a ese hombre, he ahí al pensador —que ha alcanzado ya la edad de 57 años—, en un día de 1925 (a siete años de su muerte), sentado en la banca de un céntrico parque de San Salvador. Precisamente aquel lugar que una vez fuera arbolado y vistoso: el hoy llamado parque Barrios. He ahí a ese hombre en medio de la primera tarde de un fresco diciembre. Imaginémosle vistiendo un traje gris y una sobria corbata, haciendo descansar sobre su pierna derecha un cuadernillo en el que escribe. De repente se le ve observar al cielo, las ramas cercanas de los árboles, ese lugar desde donde pequeñas aves, bulliciosas e inquietas, han formado ya un nervioso ir y venir de sus faenas. El hombre de cabellos grises se inclina y vuelve a escribir algo sobre aquel papel amarillento:

Aquí vine con ansia de encontrar mi palabra. Ha de haber para cada hombre una palabra que sea la llave de su destino; la que —haciendo girar de cierta manera la cerradura de la vida— le abra las puertas a la paz...i

Al oír los cantos de las aves animarse cuando el anaranjado aviso del crepúsculo se asomaba en el poniente, el hombre vuelve a anotar:

(...) son un remedo de alborozo de la mañana; pero, en verdad, lo que traducen es la tristeza del que dice adiós... (...).

¿No es hora de que yo cante así también? ¿Por ventura habré encontrado mi palabra en ese canto del pájaro, que se cree solitario y abandonado para siempre?

¿Entonces mi palabra será Soledad, Silencio, Obscuridad?ii

Fija de nuevo su mirada en el ramaje, se incorpora, se recompone su chaqueta gris sobre sus hombros, y con su carpeta bajo el brazo se pierde entre la gente y entre aquellas primeras sombras que anteceden a la noche...

Pese a este tono fatal de su escritura, en los cinco años que han de seguir ha de publicar sus más importantes libros, que por ese momento aún corrige en su escritorio, y que ha venido escribiendo a lo largo de incontables años. Y pese a aquella fatiga que sus pasos figuran, aún ha de participar con ánimo incansable de uno de las más importantes momentos políticos que la historia de El Salvador recuerda, y que a él le agotará por completo, arrojándolo al final en la profundidad misma de aquellas palabras que una tarde encontrara como suyas... Soledad, silencio, obscuridad.

Nace, ya lo sabemos, en 1868; precisamente el mismo año en que nace el escritor ruso Máximo Gorki, y coincidentemente, ambos han de seguir una ruta de vida que en más de un aspecto se asemeja: son hombres con un alto valor por la educación, por la autoformación, y por el conocimiento del mundo, de las personas, de su grandeza y su miseria. Ambos abandonan muy pronto sus familias de origen y comienzan una vida trashumante que les permite, antes de sus 20 años de vida, atesorar una experiencia vital nutrida a través del contacto permanente con los desposeídos, los desesperanzados; con las familias campesinas pobres que laboran en tierras ajenas de prósperos latifundios; con obreros de los nuevos asentamientos urbanos que han de ir surgiendo en el último cuarto de un siglo (siglo XIX) que ha de ver ya el apogeo y el inhumano esplendor del capitalismo adolescente.

Son los mismos años en que Vincent van Gogh nos regala Los comedores de patatas, El telar, La noche estrellada y El dormitorio... Son los mismos años en los que Federico Engels publica las últimas partes de El capital, aquellos manuscritos que dejara su fallecido amigo... Carlos Marx.

Ambos autores, Gorki y Masferrer, en breve, comparten un rasgo de carácter común: son anárquicos, en el sentido más puro que esta palabra pudiese guardar hasta hoy, no como pedrusco de la riña política, sino como diamante del esfuerzo creativo individual. ¡Y qué poeta, qué escritor, qué artista no es anárquico! Con toda la bondad que ello aporta a la personalidad y a la vida de aquel o aquella que ha de consagrarse, por virtud de ese anarquismo, a dirigir su propia vida, a rechazar toda autoridad opresiva y a orientarse por su amplio deseo de libertad personal... con todo el dolor y la punzante soledad que ello arrastra tras de sí, en contrapeso.

Y es que aquel que quiere saberlo todo no quiere ser enseñado: quiere aprender de las fuentes originales, tocadas por vez primera por sus propias manos, vistas originalmente por sus propios ojos. Y ese sentimiento de anarquía, es decir, el rechazo ante todo poder, les lleva a buscar infatigablemente, más allá de los dogmas, de las escuelas, de las ideas ya establecidas, hasta encontrar, ¡no!, hasta formar su propia amalgama de verdades, y en el caso de Masferrer, su profundo eclecticismo de ideas.

El aula, para este tipo de persona, es una cárcel; la tradición, una cadena; la localidad, una fatalidad. Por ello el mundo resulta pequeño a sus pasos incansables, a su mirada escrutadora: quieren verlo todo, hablar todas las lenguas y beber de los prístinos manantiales para encontrar el más dulce, el más genuino, el más verdadero de todos, aun a costa de cualquier sacrificio personal.

Quizás por ello, anarquismo y eclecticismo son hermanos espirituales. Uno como actitud, como rasgo de carácter, y el otro como forma de esplendor del pensamiento libre, como aceptación de lo diverso, como dinámico formato de una obra única en el plano intelectual y espiritual. ¡Que más ejemplo contemporáneo hemos tenido con Octavio Paz! ¡Cuánta apoteosis poética y filosófica hay en El arco y la lira, en La llama doble, en El laberinto de la soledad! Y es que sólo ese eclecticismo ha de producir en quien escribe la riqueza de pensamientos, de opiniones, de ambigüedades, de perspectivas, de dudas y posturas que el mundo y las personas requieren para ser no interpretadas, sino descritas, siendo tal y como son: aquél, un mundo incognoscible, racional e irracional; y éste un complejo ser que no sólo piensa y trabaja, sino “que pregunta y que sonríe”.

Pero a este eclecticismo y a este anarquismo no les son ajenas las virtudes morales universales. No es más moral el dogmático y el sumiso al poder que el anárquico que busca libertad y el ecléctico que ansía verdad. Después de Tolstoi, Gorki es la figura literaria más admirada de la nueva Rusia; y no hubo en la Centroamérica del nuevo siglo XX escritor más cercano al problema moral y a la regeneración social de su tiempo, más firme en su convicción ética, que Alberto Masferrer.

Y acá una última coincidencia: Gorki muere aborrecido por los trotskistas y su nombre es convertido en símbolo de la cultura y la educación estalinista. Masferrer muere después de estar autoexiliado; regresa acusado de comunista por la más terrible dictadura de este su pequeño país, y al mismo tiempo acusado de reformista servil por los revolucionarios contemporáneos y posteriores. Y aun más, tras su muerte, su nombre es utilizado para aglutinar a la mejor intelectualidad que le precede y ejecutar con ellos un movimiento cultural y educativo patrocinado por su más acérrimo enemigo político: Maximiliano Hernández Martínez.

Este pensador no va a escapar —ni quiere hacerlo— a las contradicciones de su tiempo ni a las suyas propias, y ha de buscar a lo largo de su vida, afuera y dentro de sí mismo, para encontrar las verdades necesarias de la fe, del crecimiento espiritual y del bien social. Parece hacer suyas de forma absoluta las palabras de un contemporáneo al que nunca citó: José Ortega y Gasset, que en junio de 1932 escribe:

La vida es quehacer y la verdad de la vida, es decir, la vida auténtica de cada cual consistirá en hacer lo que hay que hacer y evitar el hacer cualquier cosa (...). Se vive siempre en una circunstancia única e ineludible. Ella es quien nos marca con un ideal perfil lo que hay que hacer.iii

Precisamente, el momento en que esas palabras fueron dichas coincide con ese otro momento de la vida de Masferrer en que éste parece haber realizado ya ese quehacer que ha definido la autenticidad de su propia existencia. Para esa fecha ya se halla fuera de su país, ha decidido alejarse de aquella circunstancia donde invirtió toda su energía como humanista e intelectual: ha hecho lo que estaba llamado a hacer. Luego de tres meses, anegado de tristeza, ha de regresar a morir al seno de aquella su ensangrentada tierra.

Al observar los retratos que tenemos de él, vemos un rostro ya maduro. Se denota a un hombre esencialmente sereno, probablemente tuvo una voz pausada y breve... que ha elogiado el silencio. El ceño se frunce sobre una frente clara libre de arrugas, es decir, que ahí donde ha habido cavilación constante, no ha abundado la ira. Sus ojos se iluminan con una luz donde se junta una incierta melancolía, una tristeza que no acaba de ser consolada y el empeño de una terca esperanza. Son ojos francos y escrutadores, limpios y tímidos, quizás ya volcados más sobre sí mismo que sobre el mundo. La boca se sugiere sobre un bigote espeso, sin comisuras que delaten sorna o manía de sarcasmo.

Ya en el momento finisecular, Masferrer tiene 32 años de edad, y a la mitad de su vida sabe muy bien de los misterios que en el espíritu humano crean la edad, el tiempo mismo y el conocimiento; esas transformaciones interiores que se suscitan a través de los puentes que la persona va construyendo con el mundo: ha observado atentamente, ha leído, ha entablado amistades duraderas, ha conversado y, sobre todo... ha viajado.

Para este hombre, viajar ha sido consustancial a su llamado inquieto por conocer el mundo. Aquel horizonte que, desde los cerros cercanos a su casa, el futuro escritor observara impotente limitado allá a lo lejos por el inmenso río Lempa —que una vez marcara una diferencia geográfica entre los de acá y los “del otro lado”—, se ha de convertir a lo largo de su vida en su particular empeño de recorrer distancias, de saltar muros, tapiales, hasta atravesar océanos, cordilleras, y alcanzar a conocer qué hay de ese otro lado de las más remotas fronteras.

Es que ese recorrer que aquel delgado joven hace a través del istmo centroamericano, a pie, a caballo o al paso de carreta; ese peregrinar lento de sus mocedades, de Guatemala a Honduras, de Honduras a Nicaragua y de Nicaragua a El Salvador, cruzando las fronteras como quien cruza cercas que dividen solares y jardines; sintiendo con sus pasos las piedras y las inclinaciones del camino; rozando con sus manos las cortezas de las ceibas, de los madrecacaos, de los mangos o los conacastes; refugiándose a la sombra de los cedros blancos; escondiéndose de la fatiga en los crepúsculos quietos de los enormes lagos, le permiten entender que Centroamérica es un solo territorio por el que fluye la misma savia de una común historia. Más aun, la comunidad de rostros bronceados que encuentra a su paso, de siluetas encorvadas a las veras de los mismos caminos, le dan la convicción, siendo testigo de su común pobreza, de que Centroamérica es una, y uno su destino y su futuro.

Muchos años más tarde, aquel joven se ha de convertir en un férreo líder, defensor de la unidad regional, y en el entusiasta redactor de las Cuartillas Unionistas,iv en las que se define la ética del ciudadano centroamericano. No es este un deseo de unidad que nace de un romántico bucolismo, sino una aspiración que surge desde una fina comprensión y una compartida visión política-social, frente a la triste existencia de un conglomerado absurdo de pequeñas naciones.

Se sabe que escribía despacio, que dejaba madurar las ideas con el tiempo, con el tiempo de su propia vida, y en esa depuradísima obra suya, Estudios y figuraciones de la vida de Jesús —que ve la luz en 1927, y fuera reseñada al breve tiempo por el prolífero Ramón J. Sender en El Sol de Madrid, diario fundado por José Ortega y Gasset—, encontramos un conjunto de significativas reflexiones que nos dejan entrever, entre otras cosas, una de las principales inquietudes de la vida y el pensamiento masferreriano: la de llegar a ser universal. “Que Jesús viajó largamente”, escribe, “fuera de su país, lo confirma una característica de su doctrina y de sus hechos, y es la ausencia total de localismos, en oposición manifiesta a la característica de su nación”. Y luego anota:

Viajando aprendió que en todas partes, ayer como ahora, la vida es dolor, y que son bienaventurados los vientres que no concibieron. Viajando aprendió que la viuda era en todas partes oprimida, y el huérfano despojado; que los pobres se debatían y corrompían en la necesidad, y los ricos en la opulencia; que la justicia tenía una tarifa, y la religión una máscara.v

De ahí se comprende su deseo de peregrinaje, de ir allende de los horizontes posibles, en un proceso de conocimiento y de formación personal, cumpliendo con su vida y su pensamiento ese llamado que en su día lanzara Alfonso Reyes a la generación que crecía con el nuevo siglo: ¡ser localmente universal y universalmente local!

Porque el estudio minucioso de la figura de Jesús, Buda y Krishnamurti le ha acompañado desde la adolescencia, así como lo ha hecho una lectura incansable de la mejor literatura universal. Y sobre estas influencias literarias, la gran ensayista y experta en la obra masferreriana Matilde Elena López dijo:

Han dejado profunda influencia en su espíritu los libros de Tolstoi, Gorki, Kropolkine, Henry George, la Biblia, Budha, Confucio, Pitágoras, Cristo, Gandhi, Krisnamurti. Estos últimos son sus héroes.vi El más grande de todos fue para él Pitágoras, porque además era matemático”.vii

Aun más, en su ensayo La cultura por medio del libro, fechado en 1922, el autor sugiere un conjunto de 100 obras básicas que como mínimo las bibliotecas públicas —cuya difusión promueve en ese texto— debieran poseer para la diversión y la cultura de la población salvadoreña. Ahí encontramos obras de Schiller, Cervantes, Shakespeare, Tolstoi, Dumas, Wilde, Wells, Homero, Verne, Quevedo; y por supuesto de aquellos egregios compatriotas del pensador: Francisco Gavidia y Artuto Ambrogi.

Por supuesto, el escritor conoce la obra y el trabajo de esos dos extraordinarios contemporáneos suyos, quizás los primeros universales de la literatura salvadoreña, y se deduce a partir de lo que se conoce de la vida del cosmopolita y cronista Arturo Ambrogi, que desde su admiración por Masferrer, aquél le debió colaborar —por medio de sus amplias relaciones y contactos personales— en el decisivo paso de este último por tierras extranjeras.

Es precisamente de sus viajes y de aquellas lecturas que se puede deducir que el futuro ensayista salvadoreño hablaba, escribía y leía con fluidez la lengua inglesa y francesa. Pues es a esta segunda lengua a la que ha de ser traducida primero la gran literatura rusa —Gorki, Tolstoi, Dostoievski y Chejov— a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y es en esa lengua en la que han de ser leídos, probablemente, en ese momento, Víctor Hugo —que muere en 1885— y Alejandro Dumas —quien muere en 1870—, dos de los autores más queridos del joven escritor.

El pensamiento de Henry George le es muy afín. Conoce al filósofo neoyorquino personalmente, al parecer le visita en sus viajes a Nueva York, donde George ejerce su carrera política. De igual manera, establece contacto personal con Anatole France, Henry Barbusee y Waldo Frank. También establece amistad con los pensadores —y en su momento ministros de Instrucción Pública de México y Costa Rica— José Vasconcelos y Javier García Monge, respectivamente. Con ellos se crea un diálogo de infinitas ideas e iniciativas para el desarrollo de la educación y la cultura, que se van plasmando sistemáticamente en sus obras.

Ya a sus 26 años —como es sabido— viaja a Costa Rica; es el año de 1894, es decir, un año antes de que el primer ferrocarril se inaugurara en El Salvador. Masferrer llega a ese amable país cuando Javier García Monge apenas cuenta con 13 años de edad. Probablemente cruza sus pasos con el precoz adolescente que se ha de convertir en escritor e insigne editor, y con el cual, como ya se ha anotado, ha de establecer una estrecha relación de amistad y colaboración intelectual, hasta la muerte del salvadoreño. Porque es con García Monge con quien ha de coincidir en 1901, cuando a Masferrer lo hemos de hallar radicando en la lejana y extensa tierra chilena. Ambos centroamericanos ingresan entusiastas en las aulas universitarias de aquel país. Les deparan más de 30 años de una amistad de mutuo enriquecimiento en beneficio de la cultura centroamericana.

La inmensa obra de Javier García Monge al frente de la revista quincenal Repertorio Americano es un hito en la cultura regional y latinoamericana que este quijote —como le llamara Alfonso Reyes— empuja por cerca de 40 años. A este esfuerzo se suman el salvadoreño y otros intelectuales del continente americano y europeo, con sus aportes literarios, científicos y filosóficos. La revista aparece en 1919 e ininterrumpidamente se publica hasta 1958. De alguna forma la revista es un estandarte e inaugura lo que quien escribe considera como La década de las luces del istmo centroamericano, década que va a permitir, entre otras cosas, que salgan a luz las obras fundamentales del autor que nos ocupa.

La más prestigiosa ensayista salvadoreña, en la que ya nos hemos apoyado, Matilde Elena López, en su famoso trabajo sobre el autor, anota a su vez que para Masferrer “Chile determina el rumbo de toda su existencia”. Y es que, en tierra austral, el ensayista se reúne y establece amistad con poetas como Samuel Lillo e Isaías Gamboa, que junto a Pedro Antonio González, Antonio Bohórquez Solar, Manuel Magallanes y Antonio Orrego Barros conforman un círculo literario que ha sido más que importante en la historia cultural chilena. Inclusive, en el libro El rosal deshojado, escrito en su mayor parte en 1925, hay un hermosísimo cuento dedicado a la hija de Samuel Lillo, titulado “A una niña que quiere ser poeta”, que recuerda su estancia en el país de Neruda y Mistral. Durante este tiempo escribe para importantes periódicos —como en el caso de El Mercurio— y es absorbido por esa energía intelectual y literaria que aquella tierra siempre ha emanado, y que ha marcado para siempre la vida de escritores y pensadores latinoamericanos como Carlos Fuentes, Paulo Freire o Roque Dalton, entre otros.

Es en Chile donde Masferrer recibe al naciente siglo XX. Ese momento finisecular tan particular e importante para comprender cómo se nutre y se impregna un espíritu tan inquieto a partir de unas circunstancias sociales tan cambiantes y vertiginosas como las de precisamente ese período histórico. Es aquel el momento en que el mundo amanece con el advenimiento del bombillo eléctrico, el vuelo del primer avión, el invento del automóvil, el nacimiento del cine mudo y la radio; pero también con el florecimiento de los nuevos imperios colonialistas y la hegemonía del pensamiento positivista.

Es acá, recordemos, en la madrugada que va de un siglo a otro, donde se dan las últimas luchas anticoloniales —Cuba y Puerto Rico— y, con ellas, el brillo del pensamiento independentista de José Martí; es acá donde se produce la separación de Panamá de la original República de Colombia en el marco político de la lucha por la construcción de un canal interoceánico por parte de los Estados Unidos de Norteamérica; y —a nivel global— se consolida este país como potencia económica mundial y como agente de poderosa injerencia política sobre las jóvenes naciones latinoamericanas. Y en breves años será Nicaragua la que ha de sufrir la constante agresión del país norteamericano a través de sucesivas invasiones militares, circunstancia política de la que ha de surgir la figura y el pensamiento de Augusto César Sandino, con el que el pensador salvadoreño ha de compartir los valores de su lucha por la soberanía nacional.viii

Se produce de igual forma, en este momento inigualable, un suceso que ha de repercutir sobre la cultura continental de esta recién nacida centuria: la publicación de Ariel por parte del uruguayo José Enrique Rodó (1901) y, con ello, la divulgación de una revolucionaria perspectiva para el arte y la cultura latinoamericanos. Bajo este contexto son Martí y Rodó los pensadores más importantes en el amanecer de las ideas culturales y políticas del siglo XX latinoamericano.

Pero fundamentalmente nos hallamos con el más que importante arribo del Modernismo como corriente estética-intelectual, que de la mano de Rubén Darío abanderan también otros escritores centroamericanos entre los que destaca el prolífero guatemalteco Enrique Gómez Carillo. Es en 1896 cuando se publica la obra quizás más representativa del Modernismo naciente: Prosas profanas, y que va de la mano con el llamamiento que en su momento hará el “Arielismo” de Rodó. Con ello se inaugura no sólo un lenguaje propio de la literatura y la poesía del istmo, sino una visión de renovación y universalismo cultural. Masferrer no es ajeno a estas revoluciones culturales ni a aquellos sucesos político-sociales.

La incansable historiadora y estudiosa de las redes intelectuales centroamericanas que se desarrollaron en las primeras décadas del siglo XX, la guatemalteca Marta Casaús Arzú —y quien, junto a sus colaboradores, nos han permitido develar el papel protagónico del pensador salvadoreño en ellas—, ha anotado que si bien la obra de Rodó es clave en esta revolución cultural continental, “no menos importancia tuvo —a nuestro juicio— la influencia intelectual de Nuestra América de José Martí, Las fuerzas morales y El hombre mediocre de José Ingenieros, La raza cósmica de José Vasconcelos, La misión de América y El mínimum vital de Alberto Masferrer”.

A su regreso de Chile, y a lo largo de los primeros diez años del siglo XX, es testigo de la violación de las soberanías nacionales, de la fe fanática en la ciencia y la tecnología, es decir, en el abuso del pensamiento positivista sobre la manera de enfocar los problemas de la persona humana. Es testigo de la cada vez más agudizada y acelerada pauperización de la población campesina, y de la floreciente riqueza de los latifundistas nacionales y extranjeros... Una ciudad y un país van prefigurando una desigualdad sin precedentes en la historia salvadoreña, y se termina de configurar esa estructura económica-social que la caracterizará prácticamente a lo largo de todo el siglo XX.

En 1911, viaja a Bélgica, específicamente a Amberes. Estudia educación y queda sorprendido del nivel cultural y el desarrollo de los servicios sociales del norte europeo. Sabemos que viaja por los países escandinavos y —¡claro!— visita Roma y Florencia. Es acá donde escribe el ensayo Leer y escribir, fechado entre diciembre de 1913 y enero de 1914. Durante la Primera Guerra Mundial se encuentra ya en El Salvador...

Masferrer se ha de referir una y otra vez, en sus principales obras sociales y educativas, a reflexionar sobre las diferencias y las razones de la disimilitud en el modo de vida, la cultura y los servicios sociales de los países europeos con los de su país de origen. Textualmente escribe en aquel breve ensayo, entre muchísimas ideas:

No es corazón e inteligencia lo que nos falta [al pueblo salvadoreño], no es capacidad de trabajo ni de sacrificio, sino método, orientación, sistema. Nosotros podemos, debemos (...): formar un pueblo de cultura homogénea, con aspiraciones comunes; forjar una nación en que los vínculos únicos no sea los recuerdos, la raza o el clima, sino la vida espiritual, el designio sistemado de elevarse por el esfuerzo de todos para todos.ix

Es ese contraste social entre nación y nación lo que va confirmando en él una idea básica, una convicción: primero, la imperiosa necesidad de la educación de la persona para promover el bienestar personal y social y un deseo común de bienestar y desarrollo; pero, fundamentalmente, la urgente necesidad de la vigencia de los derechos humanos básicos, por parte del Estado, para la existencia de una sociedad justa y humana. En suma, el pensador va asumiendo —como se percibirá más nítidamente en su última obra— que una trasformación social es posible por el camino de la educación y la buena voluntad del Estado y de las personas que acaparan la riqueza, al dar vigencia a los derechos humanos de las grandes mayorías pobres.

 

II

Pero, ¿cómo se caracteriza el pensamiento masferreriano? ¿Qué marcos conceptuales definen —a lo largo de los años— esa compleja red de ideas de este pensador?

Un acercamiento importante sobre el autor lo ofrece Karol Racine, una audaz historiadora que ocupa su capacidad y su tiempo en dar a conocer, de una forma pormenorizada, a aquellas personalidades extraordinarias e históricamente significativas del continente americano, como se puede evidenciar en su trabajo sobre el universal venezolano Francisco de Miranda.

Al inicio de su más que excelente ensayo sobre la vida y el pensamiento de Masferrer, escribe:

(...) It remain no easy task to categorize the cranky journalist’s thought for, indeed, he does not fit neatly into any single ideology. Masferrer the humanist gave primary importance to the betterment of social and economic conditions for those living on the material plane, while Masferrer as a Christian stressed the otherworldly values of humility, hard work, patience and charity. Masferrer the communist called for a return to the ejidal land-holding system of the traditional Indian communities and a guaranteed standard of living for all Salvadorans, but Masferrer the corporatist recognized the existence of a natural state of hierarchy and felt that harmony would prevail if each remained true to his pre-ordained vocation. Masferrer the aesthetic arielista venerated language and culture, but Masferrer the criollista could not be restrained to the world of pure art and consistently returned to earth to criticize uneven social conditions. Masferrer the hispano-falangist idealized a strong and vigorous nation, yet Masferrer the pacifist abhorred violence and aggressiveness.x

No es fácil, parece decir Racine, categorizar ese... (podría traducirse) “irritante” pensamiento masferreriano, puesto que no se ajusta a una ideología en particular. Porque, al mismo tiempo que se manifiesta humanista y aboga por el mejoramiento social de los sectores marginados —continúa diciendo la historiadora—, se presenta como un cristiano que prioriza los valores celestiales de la humildad, la paciencia y la caridad como formas de mejoramiento social.

Luego prosigue: si en un momento ha de parecer un comunista que clama por la propiedad comunal de la tierra y por el justo nivel de vida de los salvadoreños, en otro momento parece, desde una posición de privilegio social, reconocer la existencia natural de las jerarquías sociales y la armonía que se sigue en el apego a ellas. Y en otra idea subraya: como esteta, venera el lenguaje y la cultura, pero al mismo tiempo, no parece restringirse al arte por el arte, y reitera su crítica a las desigualdades sociales desde su quehacer artístico. Como lo hiciera un falangista, valora la energía de un fuerte nacionalismo, pero al mismo tiempo lo atempera con su desdén por la violencia y la agresividad.

Es este un complejo marco de pensamiento que hace difícil su categorización en una dirección u escuela precisa. Este pensamiento tiene su origen en la particular posición social del escritor, y en las muy diversas fuentes de influencia intelectual, espiritual, religiosa y política que recibe a lo largo de toda su vida; como en su experiencia como ciudadano y pensador preocupado por su tiempo, un tiempo de profundas e inusitadas transformaciones.

Otra perspectiva importante añade a su vez Casaús Arzú en una parte de su minucioso trabajo, “Las redes intelectuales centroamericanas y sus imaginarios de nación (1890- 1945)”, en el apartado que ella titula “Alberto Masferrer y la formulación de la nación étnico-cultural y social”, donde anota:

Alberto Masferrer [era un] gran conocedor del socialismo utópico, del socialismo fabiano, inspirado en las doctrinas de Henry George, en el vitalismo de Tolstoi y en el anarquismo de Kropotkin (...), uno de los pensadores más singulares y fecundos de la época y el único autor centroamericano, a juicio de sus biógrafos, influido por las enseñanzas orientalistas y la teosofía. Era también un seguidor de Montalvo, de su estilo literario, y se encontraba muy cercano a pensadores como Anatole France, Chejov, Krishnamurti o Azorín.xi

Es indudable, pues, que el ensayista que nos ocupa fue un prolífero pensador que se nutre de diversas fuentes, que reflexiona —con las herramientas de pensamiento que su momento histórico le permite— sobre las múltiples importancias —para hablar con las categorías orteguianas— de su circunstancia vital, de su realidad inmediata, que en última instancia es la vida misma de las personas y de los grupos humanos desposeídos que a su paso encuentra en su caminar por todo el istmo centroamericano. Sí, no es tarea fácil categorizar su pensamiento, pero probablemente sí es posible develar sus principales preocupaciones, sus prioridades fundamentales en relación a la persona humana concreta, en un momento preciso de la historia salvadoreña.

Su perfil intelectual ha quedado, a la vez, más que perfectamente esbozado por la tristemente ya fallecida autora Elena Lópezxii en su obra cumbre Interpretación social del arte. Y qué mejor que una ensayista para darnos una imagen rigurosamente intelectual y espiritual del quehacer literario de Masferrer, en ese género que él hace nacer en suelo salvadoreño:

En el ensayo Masferrer se define como estilo y como concepción del universo (...). Pero se define no sólo por esa cosmogonía parecida a las de las religiones primitivas [sino más bien] como por su manera de sentir y entender el lenguaje, problema central del autentico ensayista... (...) el problema esencial del ensayo es justamente eso: el estilo”.xiii

Pero hay otro punto fundamental que contribuye a justipreciar la labor ensayística, pues para Matilde Elena López “América es también la cuna del ensayo social como búsqueda de las raíces de nuestros problemas. Es decir, el ensayo como contenido, como respuesta, como interpretación de la realidad social”.xiv Y es en este marco en que la autora estudia y coloca la producción ensayística masferreriana. Es, de esta forma, no sólo el fundador del ensayo social en El Salvador, sino, sin lugar a dudas, el mejor prosista que ese país ha conocido.

Así pues, el ensayo como búsqueda, como inquietud generadora de nuevas inquietudes, es un aspecto fundamental de la obra de Masferrer: haber elaborado, haber desarrollado un sistema de ideas inquietantes, que a casi un siglo de su publicación siguen promoviendo no indiferencia, sino reflexión, dudas, contradicciones. ¿A qué más puede un pensador aspirar después de su muerte?

De igual forma, la autora a la que nos avocamos destaca con claridad que, “si la función del ensayista parece conciliar la poesía y la filosofía, y tender un puente entre el mundo de las imágenes y el mundo de los conceptos, Masferrer establece ese puente extraño y de prodigioso lirismo”.xv Y he ahí otra veta masferreriana por descubrir, la sutil distancia entre la verdad y la poesía, entre la palabra y el concepto. Hacer del ensayo un estilo, y del estilo una forma de divulgación de la verdad, y más aun, hacer de la escritura un destino de la sensibilidad y del pensamiento.

Escribir es para él la tarea más grata. Crear mundos de belleza, elaborar pensamientos sobre la vida que observa todos los días y vestir las ideas que le llegan, después de largas meditaciones, en frases pulidas y claras. Pensar en un hecho al parecer simple, y después tamizarlo a través de su experiencia personal, hasta que se vuelva creación artística, obra de arte. Y sobre todo, observar, observar lo que ocurre a las gentes, comprenderlas, amarlas.xvi

No se puede evitar pensar en eso que María Zambrano nombrara como “la razón poética”...

Pero volvamos brevemente a ese momento social que constituye la circunstancia donde el pensamiento de este ensayista se desarrolla y se expresa con mayor fuerza. De forma general coincide con el período que va de 1918 a 1927, es decir, durante el gobierno de la dinastía Meléndez-Quiñónez que, como se sabe, ejerció una dictadura que abonó fácilmente el descontento popular. Y coincide con el período que en el gobierno va a ocupar Pío Romero Bosque de 1927 a 1931. Se ha de destacar, por su parte, que la década de los años 20 ha de permitir la aparición de una clase media letrada que se adhiere a una corriente de ideas progresistas.xvii Masferrer mismo proviene de una familia de clase media, a diferencia —plantea Roque Valdovinos— de Arturo Ambrogi y de José María Peralta Lagos, ambos de una extracción elitista y con una educación esmerada.xviii Nos encontramos entonces en un país en el que se inicia el arribo de escritores y lectores de un sector medio escolarizado en un marco político restrictivo y antidemocrático. Es este sector medio, incipiente, el que va a ser el receptor inicial de las ideas masferrerianas.

Así, observamos que a la entrada de la tercera década del siglo XX Masferrer es el intelectual más prestigioso de El Salvador y punto de referencia importante en Centroamérica, formando parte protagónica de ese movimiento social reformista-utópico que se desarrolla a finales de esa década y que “culmina” políticamente con el derrocamiento del laborista Enrique Araujo en diciembre de 1931. Pero a la vez, de manera general, Masferrer coincide en sus alcances utópicos con ese otro movimiento generacional de estudiantes, intelectuales y campesinos que se comienzan a organizar a mitad de esa década, y que se oponen a la desigualdad social y a la pauperización de la población salvadoreña como ágiles fuerzas sociales, pero en este caso, revolucionarias, y cuyo impulso es frenado con la matanza de enero de 1932 y el fusilamiento de sus dirigentes, entre ellos Farabundo Martí y Feliciano Ama.

Ambos movimientos, el vitalistas-reformistas y el occidentalistas-marxistas, forman pues una generación que desde sus propias perspectivas coinciden por primera vez en la historia salvadoreña para manifestar su inconformidad y su deseo de cambio y transformación social, frente a una realidad de injusticia y deshumanización que el nuevo siglo comenzaba a derramar sobre las mayorías pobres salvadoreñas.xix

Por otra parte, hay que destacar al Masferrer de ese momento en su papel protagónico dentro del Movimiento Unionista Centroamericano, junto al guatemalteco Salvador Mendieta, líderes ambos de una amplia red de intelectuales centroamericanos “en torno a los cuales giraron varias redes de intelectuales, vinculadas a través de espacios de sociabilidad como las sociedades teosóficas, los clubes unionistas y los círculos vitalistas (...), y lucharon por imponer el proyecto unionista, federalista y regenerador”.xx

En sus ideas políticas, Masferrer concibe la nación de tres maneras: como república, como región centroamericana y como una entidad supranacional. Mas que nación él prefiere el concepto patria, como ente nacional y continental.xxi

Para Masferrer la Patria representaba la vida de los salvadoreños que luchaban por la prosperidad, la cultura, la libertad y la paz. (...), “el escudo, la bandera, los próceres y los antepasados (...), la mitología y todo lo demás forma parte del ayer”. Negaba todos aquellos rasgos simbólicos del liberalismo como referentes apropiados para la construcción de la nación, porque consideraba que no beneficiaban a los grupos más excluidos en su acceso a los derechos mínimos, como eran la tierra, el trabajo, la salud, etc.”.xxii

La obra El mínimum vital, su ensayo “más conocido” y discutido, es precisamente ese reflexionar de un humanista, de una persona preocupada por su realidad social, que se ocupa de la denuncia de una situación política y social excluyente. La obra, publicada en 1929 pero elaborada a través de varios años, aparece precisamente en un momento de la historia mundial en donde el mercado y la economía internacional, por su parte, sufren una profunda recesión que golpea salvajemente —en una cadena ya conocida de consecuencias de mercado— la ya pauperizada vida del campesinado salvadoreño. Momento este en el que se agudiza esa brecha histórica entre el rico y el pobre, entre un rico venido de la sociedad y economía colonial centroamericana y un pobre paulatinamente más empobrecido a lo largo de esa misma historia colonial. Porque no se puede comprender esa realidad de 1929 sin considerar la previa estructura económico-social centroamericana que definió al hacendado y al colono, en una relación de dominio y explotación humana.

Pero todavía más, El mínimum vital nace en un momento en que las ideas más progresistas de la humanidad lanzaban luces sobre el mundo, transformando, aglutinando o impulsando a una creación más intrépida del pensamiento social y a una acción de transformación social cada vez más ambiciosa. Latinoamérica era, en esos momentos durante los cuales la obra se escribe, un ir y venir de robustas ideas que desde diversos puntos enriquecían la vida intelectual y espiritual de aquellos nuevos sectores intelectuales de las capitales centroamericanas. Ideas que cuestionaban la vida social y política; que ofrecían por su parte una renovada utopía a nuestros pueblos, desde cuatro preocupaciones generales: el antimodernismo y el panamericanismo; la renovación moral y la justicia social.

Obra poco conocida en un país que lee poco, El mínimum vital guarda una inquietud y una propuesta social que, vista a la luz de la historia salvadoreña en los posteriores 80 años de su publicación, todavía muestra su vigencia si se le coteja con el presente de vida del 60 por ciento de pobres de esos ocho millones de salvadoreños del siglo XXI, y a dos décadas de unos acuerdos de paz que terminaron con una espantosa guerra civil, pero que no cambiaron la calidad de vida de las mayorías poblacionales. La obra debiera verse como un esfuerzo humanista, importante en su reformismo, en su utopismo, con una preocupación ética y progresista frente a las condiciones de vida de una población secularmente discriminada.

Dentro de sus ideas reformistas-utópicas, Masferrer está a favor de que el Estado promueva la vigencia concreta de derechos básicos. Desde su visión vitalista, sólo esa vigencia devolvería o restauraría la dignidad de persona a ese inmenso grupo de seres humanos que sobrevivían en la indigencia de sus necesidades de vivienda, alimento, salud, trabajo y educación. Masferrer no aboga por derechos políticos y civiles como ahora los reconocemos. Su alcance son necesidades más perentorias para la vida humana —alimento, aire, habitación, vestido.

Retrospectivamente, con las experiencias históricas del continente en el pasado siglo y con las herramientas de pensamiento que ese siglo nos lega en el campo de la política y la sociología, es fácil calificar las soluciones planteadas por Masferrer de ingenuas y de excesivamente conservadoras. Ya Roque Dalton arremetió enérgicamente contra las posiciones reformistas de este autor —como lo hiciera en su momento por diversas razones contra Miguel Ángel Asturias y Jorge Luis Borges—, en un texto famoso que lleva el título “Viejohijuemierda”.Pero es imposible imaginar otro apelativo y otra posición hacia Masferrer venida de aquel férreo revolucionario, el poeta más importante de la nación salvadoreña, en ese momento de la historia de El Salvador.

Dice Álvaro Rivera Larios —agudo ensayista salvadoreño—: “Roque Dalton le ahorró [así] a la izquierda una lectura profunda de Alberto Masferrer”. Y por su parte Álvaro Darío Lara, otro estudioso de la obra de Masferrer, comenta:

“(...) cierta intelectualidad de izquierda, sobre todo a partir de los años 50, satanizó al maestro y a su obra bajo epítetos francamente insultantes y bajo muy pobres y superficiales argumentos; tal es el caso del poeta Roque Dalton, cuyo famoso texto contra Masferrer contribuyó a su descalificación a priori por parte de muchos jóvenes de las siguientes generaciones”.xxiii

Dicho de otra forma: desde las concepciones marxistas-leninistas de la izquierda salvadoreña a principios de las años setenta, es claro que no se puede justipreciar la obra de un autor que basa sus observaciones en un amplio eclecticismo de referencias filosóficas-sociales y en su experiencia de vida en sociedades del norte europeo; que tiene como antecedentes ideológicos inmediatos la teosófica, el cristianismo, el socialismo utópico, y un entusiasmo por los logros culturales de la Revolución Mexicana. No se puede calificar una obra utópica desde los conceptos provenientes del materialismo dialéctico e histórico.

Esa actitud, que lleva a descontextualizar la obra de Masferrer, le ha hecho daño. Le ha restado valor a la obra como un producto genuino y de valor en la historia del pensamiento social nacional. Su mérito es habernos legado una idea del bienestar social y haberla desarrollado con honestidad intelectual.

Más aun, quizás el mérito principal de la obra radica en haber reconocido la existencia de lo que hoy conocemos como derechos humanos básicos de una población a la que se le veía como carente de tales derechos, 20 años antes de la formulación misma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El mérito es haber descrito una utopía cuya validez indiscutible, es cierto, se coteja con las formas diferentes —discutibles— de la forma de alcanzarla. No obstante, es una utopía para un pueblo que sufre. No obstante, es una utopía a la que se ha querido llegar por diferente caminos, pero a la cual aún no se ha llegado.

Y reitera el autor que..:

Mínimum vital significa la satisfacción constante de nuestras necesidades primordiales (...), aquellas que, si no se satisfacen, acarrean la degeneración, la ruina, la muerte del individuo. La salud, la alegría, la capacidad de trabajar, la voluntad de hacer lo bueno, el espíritu de abnegación, la fuerza, en fin, en todas sus manifestaciones, están vinculadas a la satisfacción constante, segura, íntegra, de tales necesidades.

Para el pensador, esas necesidades primordiales se anuncian de la siguiente manera: trabajo higiénico, perenne, honesto y remunerado en justicia; alimentación suficiente, variada, nutritiva y saludable; habitación amplia seca, soleada y aireada; agua buena y bastante; vestido limpio, correcto y buen abrigo; asistencia médica y sanitaria; justicia pronta, fácil e igualmente accesible a todos; educación primaria y complementaria eficaz, que forme hombres cordiales, trabajadores expertos y jefes de familia conscientes; descanso y recreo de vida, adecuados para restaurar las fuerzas del cuerpo y del ánimo. “Su punto de arranque era el individuo en concreto”, insiste Casaús Arzú, “más que el concepto abstracto de ciudadano y los grupos más excluidos, como sujetos inalienables, sobre los que conformaba la nueva Patria”.

¡Quién no podría estar de acuerdo con esa utopía, con esas condiciones de vida para un pueblo que en la primera década del siglo XXI, a 80 años de haber sido publicada aquella obra, no alcanza ni mucho menos todavía, un mínimo de ese mínimum vital!

Por ello, el uso oportunista y demagógico que de la doctrina vitalista y del legado masferreriano se hiciera posterior a la muerte de Masferrer, es prueba del peso de esa utopía sobre una realidad que siempre ha estado en su situación límite y a la que aquel pensamiento responde como una esperanza que anuncia y denuncia.

El estudioso escritor, lingüista e historiador Rafael Lara-Martínez nos muestra en diversos trabajosxxiv cómo el martinato utiliza el legado del pensamiento masferreriano para arropar una política social donde se pretende concretar, a través de una política educativa y social, aquellos aspectos por los que aboga Masferrer en su vitalismo, y cómo la comunidad intelectual de ese momento —el llamado Grupo Masferrer— apoya ese esfuerzo.xxv Es decir, Lara-Martínez muestra cómo se produce esa instrumentalización que hace el gobierno de Maximiliano Hernández Martínez, con el apoyo de las mejores fuerzas espirituales e intelectuales de ese momento, para la construcción de un (supuesto) nuevo y renovador marco de nación, de cultura y de educación en el país.

En este marco social y político —anota a su vez Valdovinos—, esas visiones de futuro como la masferreriana y la salarrueriana, en “(...) este movimiento de renovación [terminaron] aportando —sin proponérselo— las bases doctrinarias de legitimización del proyecto nacional autoritario, instrumental a los intereses de un grupo social reducido, pero con un vocabulario populista que echaba mano de las nuevas concepciones de cultura y de nación que en años anteriores se estaban vertiendo por primera vez en nuestro país”.xxvi

Por otro lado, en el insuperable ensayo de Karen Racine,xxvii la autora alude a la influencia del vitalismo —a su vez— en la plataforma política del Partido Demócrata Cristiano de El Salvador. En el documento se señala: “There is an undeniable similarity between Masferrer’s vital minimum and the Salvadoran Christian Democrat Party’s platform set forth three decades later at their 1962 discussion session (...). The Salvadoran Christian Democrats resurrected Masferrer’s popular program”.xxviii

Este uso del pensamiento masferreriano sintetizado en los elementos claves de su Mínimum vital, tanto por la dictadura de Maximiliano Martínez —como lo comprueba Rafael Lara-Martínez—, como posteriormente por el Partido Demócrata Cristiano —como lo descubre Racine—, deja claro algo, a saber: el vitalismo, como utopía social, se convierte —o es convertida—, por su naturaleza, en una ideología política que es en su esencia portadora de valores que subyacen a la vigencia de los derechos humanos fundamentales. Esta particularidad lo puede llegar a convertir en presa de la manipulación cínica o en base filosófica de una acción política que pretenda ser responsablemente ética. En otras palabras, con lo anteriormente dicho se muestra o se demuestra lo poco que se ha estudiado la influencia del pensamiento masferreriano, no sólo en los programas políticos y sociales del martinato, sino en la historia política y cultural del país y de Centroamérica.

Pero Masferrer es no sólo el reformista más importante en la historia del pensamiento social de las primeras décadas del siglo XX, ni mucho menos. Su trabajo no se agota con El mínimum vital.

 

III

En el trabajo ensayístico de Masferrer no es posible separar al pensador social y al religioso; al hombre preocupado por la educación y la cultura de un pueblo, y al mismo tiempo, por la fortaleza y pureza espiritual de las personas. Lo uno influye en lo otro: su ética en su estética; su razón en su fe. Se podría decir que en su pensamiento convergen, como en ningún otro, el espíritu de Atenas y la gloria de Jerusalén.

Una de sus grandes preocupaciones es —ya sabemos— la justicia social, pero igualmente lo es el destino humano, personal, y el autor las comprende, abarca y resume diciendo en su Ensayo sobre el destino:

(...) el Universo obedece a una Suprema Ley de Armonía en virtud de la cual toda disonancia ha de ser necesariamente corregida. Esta necesidad de restablecer el equilibrio, de corregir la desarmonía, en el plano moral se llama Justicia, y (...) en la vida particular (...) se llama Destino.xxix

Esta idea es fundamental para comprender la profundidad de la obra de este pensador. Justicia y destino recorren su obra toda. El bienestar social, la justicia al seno de la sociedad, la justa compensación del trabajo, la vida digna de la persona, es en sí un acto de justicia, no de caridad. Por su parte, la búsqueda del bien, el comportamiento moral, la rectitud ética, es el camino hacia un armónico destino que hará que la persona humana trascienda en su espiritualidad, hacia una forma de ser en continuo perfeccionamiento.

Justicia y destino se juntan en su profundo simbolismo, en el pensamiento masferreriano, alrededor de la figura de Jesucristo. Precisamente es en Estudio y figuraciones de la vida de Jesús donde encontramos una profunda reflexión de cómo ese destino (de un hombre) se vincula a la justicia (del mundo). Ahí, Masferrer escribe:

A ti es a quien yo venero, adoro y reverencio; a ti a quien yo compadezco desde lo íntimo de mi alma y con toda la ternura de mi corazón: no por la cruz, ni por los azotes, ni por los clavos desgarrando tus pies, ni por la lanzada en el costado..., sino por el otro calvario..., el otro, largo, callado, tremendo, pavoroso, que recorriste desde que comenzaste a tener conciencia de la vida y el dolor, hasta el día en que aceptaste beber en el cáliz de ser tú el que nos redimiera.xxx

La vida de Jesús, parece decir el escritor, nos devela el sufrimiento de un hombre que asume su destino en aras de la redención del mundo. Un destino, propugna así, por la justicia del universo. Este libro, al leerlo llevados por su amenidad y perfección, parece hablarnos de un Jesús humano que en mucho se acerca a aquel que 50 años más tarde nos presentará José Saramago en su controversial libro El evangelio según Jesucristo. Y, por qué no, ese mismo Jesús cada vez más humano e histórico que hemos de encontrar en lo que se ha de conocer medio siglo más tarde como la Teología de la Liberación. En sus propias palabras, ese Jesús es más real cuando es pensado “como un hombre que vive y lucha”. Pero más aun, en otro momento, en el libro La misión de América, dirá que “el Reino de Dios [es] la Sociedad Humana viviendo del trabajo, de la equidad y de la concordia”.xxxi

La historicidad del reino de Dios y la humanización de Jesucristo es ya consustancial pues, en el pensamiento masferreriano, pero hay otra esfera fundamental en su obra. En ese otro su breve y hermoso libro Helios, con cristalino lenguaje nos expone lo que para él resulta fundamental en el marco de la esfera religiosa del ser humano, es decir, en la capacidad de creer:

Toda creencia nueva, si realmente viene del corazón, será legitima. Si nos mueve el bien; si nos infunde valor, serenidad y confianza; si nos enseña a perdonar; si aumenta, en suma, nuestra capacidad de amar, será una fe sagrada, y bien podemos acogerla como una flor divina, abierta para nosotros en el mismo jardín donde nacieron las otras religiones que un día fueron sostén y guía de los hombres.xxxii

Y más adelante sentencia:

Lo esencial es creer. (...) si habéis dado la vuelta al mundo de las creencias religiosas y ya ninguna de ellas satisface a vuestro corazón hasta el punto de ser para vosotros el motor de la vida, pedid entonces a vuestra propia alma que os muestre el rosal de donde brotan perennemente rosas nuevas; cortad una que haga latir vuestro corazón, y haced de ella una fe, una religión, una creencia viva (...).xxxiii

Este escritor es un hombre que permanentemente hace un llamado de fe, pero lo hace desde una perspectiva que aboga por una libre religiosidad, por una consciente vivencia del creer, sin arrinconarse en una estrecha y particular acción proselitista o propagandista de una definida secta, religión o grupo de creyentes. Quiere ser universal, quiere abarcar todas las perspectivas posibles y encauzarlas en una dirección: el que cada persona forme una creencia viva y personalmente construida.

Si se pudiera definir tajantemente cada vivencia religiosa, se diría que Masferrer es un panteísta, lo que es decir nada cuando sabemos que, en la vivencia de la fe, de cualquier fe, es el panteísmo una expresión del derroche de la creencia misma, en un Dios que lo ha creado todo. “Y (...) comprenderás que el Universo entero”, dice el ensayista, “es un templo (...), tu corazón es un santuario (...), tu espíritu es un sacerdote y (...) el incienso para el altar (...), tu pensamiento”.

Su libro Las siete cuerdas de la lira (1926) es, al parecer, su obra más querida, y la que considera más acabada. Quizás la más ambiciosa, no sólo del autor sino de la creación intelectual salvadoreña. Es decir, no existe en la historia del pensamiento de ese país una obra que, desde una perspectiva filosófica, intente explicar la esencia del mundo todo. Puede parecer a veces que carece de respaldo científico, y más apela a la intuición y a la figuración; que, en el plano de la realidad social y humana, hace uso de un determinismo naturalista y extrapola leyes físicas hacia leyes sociales; sí, pero le sobra fundamento teórico, coherencia, síntesis, orden y, sobre todo, unicidad. Y, dicho otra vez, viendo en retrospectiva, es el intento filosófico más completo que ese país centroamericano ha creado como hipótesis de explicar la naturaleza del mundo material y espiritual.

En el libro se integran la antigua filosofía materialista griega, las antiguas filosofías orientales y las observaciones de las ciencias naturales alcanzadas a principios de aquella centuria. Todo integrado de tal forma que llega a constituir un cuerpo muy sintético de postulados con un objetivo común: demostrar la unicidad del mundo, su movimiento y sus trasformaciones. Partiendo de la existencia de siete elementos básicos, a saber: tierra, agua, aire, fuego, energía, atracción y luz, Masferrer describe cómo se relacionan a través de tres fuerzas fundamentales: “lo Uno, que tiende a ser vario; lo Vario, que tiende a ser uno; lo que Es, que tiende a persistir”, y así, dar “vida” a las diferentes esencias del mundo, a la existencia misma. Describe, de esta forma, las fuerzas fundamentales que dominan la esencia de las cosas y que les permite su unicidad y movimiento, sus trasformaciones eternas. Pero va más allá: en su escrito penetra en aquellos asuntos que han desvelado el pensamiento de la humanidad a través de los siglos, inclusive nos habla de lo que considera es la esencia y el sentido de la vida misma, de la muerte y de las fuerzas espirituales que configuran al ser humano.

“¿Hay, pues, infierno?”, se pregunta en este libro para contestarse luego: “Sí, se encuentra en todas partes donde el hombre, violando ásperamente el orden, atrae sobre sus entrañas el duro, tenaz e insaciable pico de aquel buitre que se llama Dolor”. Pero... ese infierno... ¿dónde está? ¿En qué lugar remoto del universo se aloja?, pudiera cuestionar el lector. Y él nos aclara: “(...) ahí, en nuestra mente, en el mundo creado y renovado por nuestros pensamientos, donde se forman los estados de sufrimiento que llamamos infierno”.

Su idea de la esencia del infierno es, muy probablemente, una de las más profundas y hermosas figuraciones que se pueden leer jamás en la literatura filosófica o religiosa. Y, así, el filósofo nos lleva —otra vez con su deliciosa prosa—, mejor, nos invita a entender ese mítico mundo que imaginamos en tinieblas y dolores como el producto mismo de nuestra propia vida, como un “sedimento de nuestras vidas que el Ether confina y reconcentra, para que un día (...) tengamos a dónde ir (...)” (pág. 123). La metáfora en Masferrer es no sólo justa sino inolvidable. Los adjetivos, precisos, y, las más de las veces, suficientes para hacer, de aquello a lo que alude, comprensible al que lee.

En el plano de la ética, las reflexiones de este pensador quedan abiertas siempre al alegre consentimiento, a la refutación enérgica, a la emoción o al desaliento, pero no a que puedan ser ignoradas u olvidadas. Sólo una lectura ligera les quita su robusto andamiaje, su profunda base espiritual y ética...

Hay un orden, escribe, “un orden absoluto e inalterable”, al que el espíritu se ha de someter...

Podemos, sin merecimiento ninguno, tomar o arrebatar el don que anhelamos; podemos defraudar, robar, saquear y malversar (...); no solamente puedo arrebatar el trabajo de mi prójimo y manchar su fama; fatigar a mi criado y a mi buey (...); usurpar el cargo o la reputación que no merezco; quitarles a los demás la libertad, el pan, el descanso, el sosiego y la paz (...); hasta puedo asesinar a mi prójimo (...); provocar una guerra para conquistar gloria y dominio (...). Sin duda puedo hacerlo (...). Solamente que lo haré de pagar (pág. 127).

En algún momento el gran Jorge Luis Borges se refiere al cristianismo como esa creencia que “nos ha legado una forma de anular el pasado”. Se refiere a la capacidad humana del perdón, tema que ha separado por completo a los salvadoreños en las últimas décadas. Y volviendo al sentido moral de este punto, Masferrer busca interpretar la esencia misma de esa capacidad o virtud espiritual, las formas en que ese perdón ocurre o puede ocurrir... y es contundente:

No, no hay perdón ni favor en el Orden Universal, sino que todo habemos de pagarlo. ¿A qué precio? A precio de Talión: ojo por ojo, diente por diente (...). Es decir (...), que la pena será proporcionada al pecado.xxxiv

Transgredir ese orden universal es, pues, generar una reacción insoslayable, es acarrear una consecuencia inevitable... No hay olvido en el universo para los actos humanos que atentan contra el bien, contra la justicia, parece sentenciar el humanista. Porque de la misma manera podemos afirmar que Masferrer es un gran humanista, en el mismo sentido que Stefan Zweig le otorga a Erasmo de Róterdam:

Humanista puede llegar a serlo sólo aquel que sienta aspiraciones hacia la educación y la cultura; todo ser humano de cualquier categoría social, hombre o mujer, caballero o sacerdote, rey o mercader, laico o fraile, tiene acceso a esta libre comunidad, a nadie se le pregunta por sus orígenes, su raza y clase social, por su idioma y nación.

Es esa preocupación por la educación y la cultura lo que se ha de expresar como una de las preciadas preocupaciones y pasiones del ensayista en el contenido de muchas de sus obras, principalmente las primeras. En Leer y escribir (1913-1914) y Cartas a un obrero (1915) hay una preocupación por la educación de la persona, por su formación moral y, en general, por la universalización de la cultura y de la responsabilidad social. Inquietudes que tienen en su centro a la persona humana como miembro de una familia y de una comunidad; persona a la que Masferrer intenta orientar, sugerir o denunciar, si ese es el caso, alguna debilidad moral que conlleve a la irresponsabilidad por las futuras generaciones y, con ello, a perpetuar la desgracia o injusticia social. Así, escribe en El dinero maldito (publicado en 1925):

Aun sin un sentimiento vivo y constante de una fe religiosa, podemos orientar nuestra vida sin grave daño para los demás con sólo abstraernos del mal. No ser yo el que pervierta; no ser yo el que envenene; no ser yo el que arruine...xxxv

De esta suerte, concibe la educación no sólo en su dimensión instructiva, es decir, en el desarrollo de habilidades de lectoescritura, por ejemplo, sino en su plano moral, mejor, en la esfera de la educación del carácter y la orientación social de la personalidad. Su ideal pedagógico concibe a esa persona que se educa como un hombre y una mujer con alta responsabilidad social. Una responsabilidad que se decanta primero en su familia, y luego en su comunidad y en la sociedad toda.

Tienes que hacer, hombre, una obra trascendental: la más seria, difícil e importante; fecunda en bienes o en males, digna de todo encomio o de vituperio indecible, según la trabajes con yerro o con acierto. (...) No hallarás (...) otra empresa de mayor responsabilidad (...). Tienes que hacer a tu hijo.xxxvi

Pero, en su conjunto, se infiere que hay algo más distintivo en el pensamiento de este hombre, y quizás sea su mayor virtud: su preocupación por el destino, por la entelequia vital, por el sino o el destino del ser humano en su más íntimo y fatal sentido. Si bien se diferencia y distancia de esa filosofía que sobre la vida plantea José Ortega y Gasset, sí que hay una coincidencia fundamental. Pues, si en uno la vida es sólo nuestra en su total radicalidad, y en el otro la vida es una con el universo en su transcurrir hacia otras formas, en esa transformación dentro de la cual nunca deja de ser lo más importante, en ambas, su clara coincidencia, es siempre el acto mismo, la acción de la persona en su justo presente.

Ya Ortega ha escrito: “El destino del hombre es (...) primariamente acción”.xxxvii Y amplía:

Porque lo más extraño y azorante de esa circunstancia o mundo en que tenemos que vivir consiste en que nos presenta siempre (...) una variedad de posibilidades para nuestra acción, variante ante la cual no tenemos más remedio que elegir (...) y nos deja (...) entregados a nuestra iniciativa e inspiración; por tanto, a nuestra responsabilidad.xxxviii

Es el acto una responsabilidad, la ejecución de esa responsabilidad será al final nuestra propia fatalidad, salvación, infierno o gloria. Al “yo soy yo y mi circunstancia” le sigue, el “yo soy yo y lo que hago con mis actos en esa circunstancia”.

Así que el Destino tiene un doble carácter: necesario, fatal, implacable (...). Modificable, sujeto a ser atenuado y extinguido finalmente (...) orientando (...) mis acciones en el sentido del bien (...). En suma, el Destino (...) no es sino una fuerza que nosotros mismos creamos; que, ya creada, reacciona sobre nosotros mismos (...).xxxix

En este laberinto que es la vida —parecen decirnos ambos—, nuestro mayor reto es escoger la ruta correcta; pero la vida, semejante a aquel “jardín de los senderos que se bifurcan” que Borges describe, y donde a cada paso se abren mil caminos, nos urge a encontrar una luz, una guía que nos permita cometer los menos errores posibles, y así construir nuestro destino..., “y si además”, escribe Elena López, “el ensayista quiere prevenir al hombre entre las oscuras vueltas del Dédalo y mostrarle la salida, Masferrer lo logra en El ensayo sobre el destino, El libro de la vida y El mínimum vital”.xl

Su única novela, Una vida en el cine, publicada originalmente en 1922, es un texto breve escrito con finura, que si bien por momentos delata al ensayista, no le resta calidad al narrador. En ella se aborda el tema menos comentado de los motivos masferrerianos: la situación de la mujer, los obstáculos que en una sociedad dominada por el poder masculino enfrenta la mujer para decidir sobre su propia vida, sobre su propio destino.

El personaje es una mujer que intenta vivir una vida independiente, que a despecho de las convenciones sociales pueda ser ella misma en la medida de sus propias decisiones. En la narración, los diálogos son claros y profundos...

Hace tres años vivo sola con mi hija, aislada, perseguida, excomulgada. Todo ello porque, habiendo comprendido, quise vivir en la verdad.

Dígame ahora (...) si todavía cree que es una dicha pensar y comprender.

—Sí, Julia; la dicha más grande; no cuando la verdad se conoce, simplemente; sino cuando se vive.xli

Hay que recordar que Masferrer es el fundador de la Liga Femenina salvadoreña y colaborador de los esfuerzos de Gabriela Mistral en la organización de grupos feministas en Guatemala. Sin duda alguna es un pionero en estudiar la problemática de género en El Salvador y en promover espacios democráticos para la mujer centroamericana. Es este un punto en la obra del pensador que merece atención y estudio, dada la relevancia que esa situación socioeconómica y cultural sigue requiriendo actualmente en nuestro país.

Llegados a este punto, surge una inquietud: ¿intenta Masferrer responder a las preguntas fundamentales de la vida? Si la respuesta es afirmativa estamos entonces ante un genuino filósofo, entendiendo la filosofía como ese incesante quehacer de preguntarse, que no lleva a ninguna segura respuesta sino siempre a nuevas preguntas... pero que permite dar un paso en el conocimiento de la verdad. O, dicho de otro modo, que parte de la duda y llega, con sus preguntas, a dudas nuevas. ¿Y cuáles son esas preguntas o esas dudas que este hombre intenta responder o aclarar?

Primero, sobre el sentido de la vida y el origen mismo de esa vida; luego, la pregunta sobre la esencia de la persona humana: lo que necesita el ser humano (hombre y mujer) para ser eso que está llamado a ser: un ente pleno y feliz. A su vez, sobre las cosas que pueden hacer a las personas y a la sociedad éticamente mejores de lo que en un momento dado son: la manera y los medios en que los seres humanos podemos llegar a transformarnos hacia la dimensión ética que se define con el bien y la bondad. Pero también se pregunta sobre el significado mismo de la muerte, su esencia como transformación y como término de una forma del ser que nunca deja de ser. Nos habla sobre la naturaleza de Dios, del sentido de la fe y la significación de la experiencia religiosa.

Por otro lado, urgido por la manifestación concreta de esas mismas ideas del bien social, Masferrer intenta vincular algo de suyo contradictorio en aquella circunstancia: ética y política. Con ello —siguiendo las ideas de Fernando Savater— quiso acercar la filosofía al marco que la vio nacer: la democracia. Concretar el bien y la libertad del pensamiento sobre ese bien a través de la acción política. Pero ésta es siempre ajena a la buena voluntad de las personas... y el final de ese entusiasta emprendimiento es ya conocido en la historia social salvadoreña.

¡He ahí su utopismo, he ahí su grandeza! Porque a veces el sentido de la derrota es ajeno al sentido de la ingenuidad o la estulticia, y está más cerca del emprendimiento sincero por realizar las ideas y de la valentía incalificable por ensayar lo no conocido.

Y es ese coraje espiritual e intelectual de Alberto Masferrer lo que hace que en el devenir de la historia su soledad sea reemplazada por la compañía de los heroicos hechos sociales de tantos hombres y mujeres salvadoreños; su silencio, por el eco ininterrumpido de las voces de justicia de esas mismas personas, y su obscuridad, por la luz de esa antorcha que entre ellos y ellas van portando, en el camino que lleva a los nuevos amaneceres.

Y es en aquel buscar incesante, en ese valiente recorrido de caminos nuevos —porque “las mayores cosas de este mundo las hicieron los caballeros andantes—, que se produce el maravilloso relevo que permitió una vez, y seguirá propiciando, que el amor por la bondad, la belleza y la justicia, brille, aunque sea lejana, en esa pequeña tierra tan sembrada de violentos molinos, pero también, de frondosas utopías.

 

Notas

  1. Alberto Masferrer. El rosal deshojado. San Salvador. Dirección de Publicaciones. 1973: 15.
  2. Alberto Masferrer. 1973: 16.
  3. José Ortega y Gasset. Obras completas. Tomo IV. Ver también: “El hombre y la gente”. Revista de Occidente. Madrid, 1967: 70.
  4. Marta Casaús Arzú, “El vitalismo filosófico como discurso alternativo de las elites intelectuales centroamericanas de 1920 a 1930. Principales difusores: Porfirio Barba Jacob, Carlos Wyld Ospina y Alberto Masferrer”. Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña. San José, Costa Rica. Vol. 3. Nº 1. Mayo 2011-noviembre 2011: 82-120.
  5. Alberto Masferrer. Estudios y configuraciones de la vida de Jesús, San Salvador, 1972: 85.
  6. El subrayado es del autor de este artículo.
  7. Matilde Elena López. Interpretación social del arte. Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación. San Salvador, El Salvador. Segunda edición. 1974: 615.
  8. Carlos Gregorio López Bernal. “Alberto Masferrer, Augusto César Sandino: antiimperialismo, espiritualismo y utopía en la década de 1920”. Revista Complutense de Historia de América. Volumen 35. Madrid. 2009: 87-108.
  9. Alberto Masferrer. Ensayos. Leer y escribir. San Salvador, 1996:37.
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  14. El subrayado es del autor de este artículo.
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