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“La ciudad ausente”, de Ricardo PigliaLa ciudad ausente, de Ricardo Piglia

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1.

Una brizna de aire flota en la oscuridad de un pantano habitado por un niño, que observa cómo la luna se entretiene con el paisaje a sus pies, y mientras ésta se regocija de haber encontrado otro punto de encuentro con la tierra, un niño ha hallado en medio del pantano una roca iluminada por la luna; una roca cubierta de pequeñas briznas que destilan un lenguaje desconocido, acaso uno capaz de narrar la historia de la luna y la historia de la vida en los pantanos. Podría ser una manera abreviada y distorsionada de contar la historia de Stardust o Wall, o un extraño reportaje más escrito por Quoyle, el protagonista del film The Shipping New —basado en la obra ganadora del Pulitzer con el mismo nombre escrita por Anne Proulx—, o una manera de atar cabos y de decir que Junior y Quoyle pertenecen al mismo código genético y a la misma estructura gramatical según el relato 2999 de la máquina de Macedonio, y por tanto, son dos hombres que han tenido que vivir como hombres solitarios, separados de sus esposas y de sus hijas, y que han tenido una vez más, como destino común, volver a una desconocida tierra natal. Con todo, no estaríamos haciendo justicia a la cartografía por la que han de transitar los personajes de La ciudad ausente. La sola escena inicial en que se nos describe a Junior, abre la ventana a una gran novela. La relación de Junior con sus antepasados ingleses, con el siglo diecinueve, su arraigada afición por el intenso viajar, y las voces que han de contarle —de las que deberíamos destacar la voz de una mujer extraña— los desconcertantes hechos que ocurren alrededor de la geografía argentina, entre éstos la historia del pistolero asiático Fuyita, situación que lo lleva a convertirse rápidamente en un reportero mejor informado que el mismísimo Renzi —detective predilecto de Piglia—; todo ello en una breve escena y un breve capítulo. Podríamos creer que el novelista argentino nos tenía reservada otra novela policiaca magistral, esta vez con un maniaco cargado de voces exteriores como protagonista, pero nada más distante de La ciudad ausente, pues cuando hablamos de esta novela hablamos de uno de los homenajes más atractivos a la obra de Jorge Luis Borges y de Macedonio Fernández, donde el gran protagonista no es otro que el lenguaje. El lenguaje como cartografía del pensamiento, como estructura gramatical encargada de diagnosticar las patologías de médicos y pacientes, como agente creador de voces que entran en cámaras secretas, como narrador de historias fuera de tiempo que comienzan en cualquier instante y en cualesquier lugar, como una metamorfosis breve en forma de prócer que cuenta con palabras perdidas la historia de todos los tiempos, como libro-álbum poblado de imágenes fecundas, un lenguaje como critica al lenguaje, como cimiento arquitectónico de una ciudad, como estructura matemática incapaz de fundamentarse, como máquina traductora de los relatos ancestrales, perdidos e invisibles de la humanidad.

 

2.

Las historias de Junior, Fuyita y la mujer que llama a las dos o tres de la madrugada para contarle a Junior las novedades de la ciudad, aparecen de principio a fin en la novela, pero rápidamente se ven desplazadas de su papel protagónico por el lenguaje, o mejor, el lenguaje empieza a transgredir la estructura de la novela. Comienza a referirse la historia de un museo que posee entre sus adquisiciones la máquina traductora, la máquina de Macedonio, la que contiene todos los relatos de Borges, Arlt, Melville, Anderson, Quiroga, Chéjov, McCullers, Collodi, Dostoievski, e imaginen aquí un sinfín de nombres provenientes del futuro y del pasado, tanto a los editados en colección limitada como a los inéditos, y así tendrán un primer bosquejo de lo que vendría a ser la máquina de Macedonio. Espoleado por la intriga que genera la máquina traductora, Junior va al museo y comienza a ser absorbido por la nueva cartografía que ofrece la máquina, y su papel como padre, escritor, detective, y protagonista de una obra literaria, se transforma en un relato más de la máquina de Macedonio. Así, pasamos de tener a un detective que escribe muy bien, que no necesita moverse del escritorio para conocer lo sucedido afuera, a tener un hombre que se mueve al ritmo de la música tocada al son de los vaivenes de una fogata, en medio de una inmensa pampa argentina. O a un hombre que intenta escuchar lo que dicen las voces al otro lado de la pared de la habitación contigua. O a un hombre que ha enloquecido y cree vivir en las voces de los demás. O a un hombre que, cansado de sí mismo, ha llegado a un país extranjero, para hacerse pasar por médico de un hospital psiquiátrico y así apropiarse de las valiosas memorias de las personas que habitan el centro médico. O a un hombre que ha constatado que todo médico es un fracasado, por más vueltas que le dé al asunto, y la única manera de sobrevivir en la pandilla de quienes conforman el cuerpo médico, consiste en saquear la personalidad de los pacientes.

 

3.

Otra alternativa u otra interpretación podría estar en que Piglia ha construido una novela penetrada por las tesis del cuento que él ha planteado en distintos ensayos, de manera que la novela siempre nos está contando dos historias, y sobre todo que, en la misma trama, la misma página y el mismo párrafo, se nos está contando una historia secreta; en otras palabras, Piglia ha escrito una novela que crea en el transcurso de sus páginas el árbol genealógico al cual le gustaría pertenecer sin desprenderse de lo gauchesco, así como Borges lo hace en buena parte de su obra, donde destila afecto por lo nórdico, por lo inglés y ciertas regiones de oriente. Impredeciblemente, hoy por hoy, Borges cuenta con un sinfín de retoños nacidos en tierras extranjeras aficionados a hacer réplicas de su literatura en películas, cortometrajes y obras de teatro.

 

4.

Recordemos que en Formas breves, Piglia relata el episodio donde nace La ciudad ausente, acercándonos a la historia de una mujer que vende flores en los alrededores de los cementerios, a quien los visitantes llaman la loca del grabador, por su afición a portar siempre una grabadora con la que constantemente habla y de la que no únicamente emana la voz de una mujer perturbada sino también la voz de un hombre que habla como Macedonio Fernández. De ahí podríamos inferir que la mujer que llama a Junior en horas de la madrugada podría detener la máquina de Macedonio con tan sólo pulsar un botón, y con ello, deshacer el hechizo de la novela. No obstante, no existe gran peligro de que esto finalmente ocurra, ya que el sustento vital de esta mujer son esas historias que, en su caso, funcionan como alimento diario.

 

5.

Rosa Malabia, la mujer del grabador, es una de las afortunadas que conocieron al Macedonio seductor, el hombre que penetraba en los sueños de las mujeres a través de la inteligencia, el hombre que hablaba como todo un gentleman de otro siglo capaz de transportar a sus oyentes a otros ámbitos en apenas cinco o seis frases. Rosa, la mujer que llevaba prendida una foto de Macedonio en su vestimenta, y que podía cambiar de hotel, de ciudad, de país, de amante, no podía dejar atrás el encanto de Macedonio e inventó una isla para estar con él, una isla en forma de grabador. Lloró la pérdida más grande que sufrió Macedonio. El cariño por el escritor no impidió que lamentara la muerte de Elena, la joven de veintiséis años que acompañó al hombre que admiraba. Macedonio, al igual que Rosa, tuvo que inventar una isla para refugiarse de la mezquindad humana. Intentó hallar consuelo en distintos campos, entre ellos la medicina, pero comprendió a tiempo la ineptitud de la ciencia médica y también que no podía hablarse de ciencia en relación a la medicina. Se refugió en el lenguaje, creó una isla, disfrutó un tiempo de convivir a solas con las palabras, escribió algunos poemas que le permitieron embriagarse con las imágenes que avivaban la llama de Elena, pero decayó pronto, y se dijo a sí mismo que el mundo no se componía de palabras, sino de sufrimiento, dolor y muerte. Rosa y Macedonio comparten una isla a la que viajan los indefinidos infinitos. Un ciclo se cierra y otro se abre, pero un narrador insufrible no termina de lidiar con un lenguaje inestable.

 

6.

La máquina de Macedonio se dispara en múltiples direcciones, nada parece detenerla, los relatos se crean y se recrean, se forman nuevas variantes, nuevos principios y finales, y la fundación y la disidencia parecen ser la bisagra precisa en cada relato. Ante tal situación, cabe preguntarse: ¿por qué no viajar a la calle Garay, entablar conversación con Carlos Argentino Daneri, y así lograr un pase a la casa, a la escalera que da al sótano, al baúl, al lugar donde pueden contemplarse todos los lugares del planeta Tierra desde todos los ángulos, al Aleph? Podríamos contemplar a un Borges expectante y taciturno en el café Tres Alegres Barqueros, a la espera de su próximo encuentro con Beatriz Viterbo, y a un Macedonio que, acompañado por Elena, conversa con un librero de viejo de la calle Corrientes. Y acto seguido, cabría preguntarse: cuando hablamos de la máquina de Macedonio, ¿no estamos aludiendo a una nueva versión del Aleph?