Letras
Tres poemas

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En el caracol que no encontraste

No pudimos encontrar el sol.
No había algún excursionista merodeando
ni un bote en la distancia muerta
ni un pelícano.
Sólo las olas despreciaban el silencio.
No por eso nos desanimamos:
Yamilé se ajustó un viejo látex,
Roberto no se decidió a temblar
desde el primer momento,
“está muy fría el agua”, dijo sonriéndose,
Cuqui no hizo nada: se acostó en la balsa,
yo tiré algunas fotos...
Pero tú no venías a gastar tu domingo
ni a hundir entre la espuma tus últimos secretos
ni a esperar, confiada, que saliera el sol...
Un cangrejo asomó sus largos ojos,
se asustó,
regresó a lo oscuro de su cueva.
Después, tu última silueta atravesó la orilla...
El agua buscó inútilmente tu imagen
en las piedras,
pero ya había demasiadas voces,
ya el sol picaba duro nuestros cuerpos.
La tarde llegó de repente
y se llevó nuestro domingo.
En las olas quedaron todas las palabras
y en la arena tus ojos
prendidos en el caracol que no encontraste...

 

Marnia mía mientras vivas

Marnia mía que estás en la tierra
sin promesas etéreas de una vida mejor
más allá de la muerte:
santificado sea tu amadísimo nombre
que pulsa las cuerdas de todas
las guitarras,
venga a mí tu reino de amor y de placer
y lléneme del néctar
que fluye de tus pechos
que amamantarían a todos los cabritos
del valle de Saba.
El pan dulce de tu lengua
—exquisita como la jalea real—
dámelo hoy, mañana y siempre,
y perdona mis apremios
como yo he perdonado tus temores
y no me dejes caer en la tentación
de serte infiel
(que sería serme infiel a mí mismo),
mas líbrame de todo pensamiento
que me aparte de tu bienhechora presencia,
y sobre todo, amémonos,
¡amémonos hasta la vida eterna!

 

Lejos del terruño

Lo peor del exilio es el exilio mismo:
ese desgarramiento inevitable que nos lanza
de zopetón a veces a una nueva patria
que nunca será realmente nuestra patria
por mucho que nos acomodemos
a la idea de seguir viviendo
en ella, ¡qué remedio!, mientras la nostalgia
por lo que perdimos,
por lo que sabemos que perdimos para siempre,
continúa machacándonos a cada instante
sin un puente de tregua.
Porque el exilio es la nostalgia, afianzada
en cada espacio nuevo, en cada tiempo nuevo
que desgastamos en cualquier acción intrascendente,
aunque siempre con la vana ilusión del regreso
improbable,
inútil sueño que distrae la espera
no menos inútil, porque eso sí, sabemos,
estamos convencidos de que sólo un milagro
(aunque no creemos en milagros)
nos hará volar por encima del gran charco
para besar y abrazar y apretar mucho
a quienes hace ya siglos nos regalaron su cariño
sin pedirnos ahora otra cosa que el recuerdo
porque nos dijeron, al partir, sin una lágrima,
que la muerte peor era el olvido.
Y el exilio a la larga también es el olvido
que se enseñorea ante nuestra impotencia,
incrustándonos la incertidumbre,
el futuro siempre incierto
y sobre todo la tenaza del miedo
a lo desconocido,
a lo único que en el exilio permanece
por tiempo indefinido e infinito...