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El secreto de la plaza

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Para mi hermana Paula, que me enseñó
que las mejores cosas de la vida son simples y mágicas.

En lo más alto de las copas de los árboles, donde el follaje es tan tupido que las hojas olvidan que provienen de diferentes troncos, se reunía cada tarde el Consejo de las Hadas para evaluar, a través de su desempeño diario, los talentos de las Hadas Aprendices.

El Consejo de las Hadas sabía que mantener el delicado equilibrio de una plaza no era tarea fácil. Habían escuchado varías veces, en el rumor traído por el viento, que en otras plazas las Hadas encargadas habían fracasado rotundamente, dejando el lugar a merced de los espíritus del Caos y la Maldad. Como no estaban dispuestas a que esos les sucediera, eran rigurosas en la asignación de las zonas de la plaza que les correspondía a cada una de sus Hadas.

En la zona de juegos para niños, Alegra hacía un excelente trabajo incentivando a los pequeños a jugar y compartir juntos, sin pelear ni ponerse nombres feos. El toque de sus delicadas manos y el murmullo de sus dulces e imperceptibles palabras de alegría habían conseguido generar en ese lugar un ambiente cargado de risas.

Risas que eran recolectadas en una pequeña bolsa por Compañía, el Hada encargada de llevar consuelo a quienes se sentaban solos en los bancos de la plaza. Personas cargadas de tristeza, dolor y soledad que mantenían la mirada perdida en un horizonte lejano y gris. Compañía volteaba sobre ellos todas las risas regaladas por los niños hasta conseguir que suspiraran con alivio y esperanza.

Esos suspiros de alivio y esperanza eran encapsulados en brillantes esferas por Caridad, quien las lanzaba a los hombres y las mujeres de negocios que caminaban siempre apurados, para recordarles que aún eran humanos con sentimientos y emociones, consiguiendo que algunos de ellos detuvieran su carrera para maravillarse con la vida a su alrededor.

En la zona donde se reunían los jóvenes, Lira entonaba sus mejores melodías de paz, unión y armonía, para que sus mentes creativas, rápidas y rebeldes, se inspiraran con ideas que los motivaran a cambiar el mundo que existía por uno mucho mejor.

El sonido de las apasionadas conversaciones juveniles era atrapado por Musa, dentro de una flauta, para llevársela a los ancianos sentados en el otro extremo, quienes movidos por el ritmo de la música recordaban que la vida es una aventura que se comienza todos los días.

En general, el Consejo se encontraba plenamente satisfecho con el trabajo realizado por la talentosa nueva generación de Hadas. Sin embargo, había una zona en la que estaban fracasando, lo que comenzaba a afectar la armonía del lugar.

La pequeña Mimosa, encargada de fomentar y fortalecer la romántica unión de las parejas de enamorados, se encontraba en problemas. Su trabajo comenzó siendo tan prolijo como el del resto de sus hermanas, cantaba bendiciones alrededor de las parejas, rogando a las fuerzas de la naturaleza y el universo que su unión fuese próspera y eterna, al tiempo que batía sus alas para capturar entre ellas la esencia más pura del amor, que llevaba a las parejas que discutían para recordarles que la compresión de aquellos que se aman trasciende los inconvenientes cotidianos. Mimosa sentía que su trabajo era útil a la humanidad y eso la hacía inmensamente feliz. Hasta que se encontró con Ella.

Ella estaba sentada en uno de los bancos al centro de la plaza, su rostro estaba surcado por las lágrimas que salían sin cesar de sus ojos. Sobre Ella se encontraba Compañía, vertiendo una y otra vez las risas de los niños, sin producir efecto alguno.

—¿Qué le pasó? —preguntó Mimosa llena de piedad.

—Le han destrozado el corazón —respondió Compañía.

Mimosa, que nunca había visto a una persona con el corazón destrozado, porque no era su área de talento, se le acercó con curiosidad. Aquello del corazón destrozado debía ser algo que dolía mucho, porque Ella no paraba de llorar, sin importar cuántas risas le regalara Compañía.

Pasaron los días y Ella continuó sentándose en el mismo banco cada tarde, ya sin lágrimas en sus ojos. Mimosa acudía a su lado descuidando su labor, preguntándose cómo era posible que un ser rodeado de tanta belleza se sintiera tan triste. Intentó varias veces utilizar su talento para mejorar la situación, descubriendo, impotente, que sus talentos resultaban inútiles.

Con el pasar de los días, los enamorados dejaron de acudir a profesarse amor eterno sentados en la plaza y las parejas comenzaron a tener interminables discusiones que no había forma de detener. La puerta se encontraba abierta para que en cualquier momento ingresaran el Caos y la Maldad a adueñarse del lugar.

El Consejo supo que debía actuar con rapidez para prevenir el desastre; por ello, desde lo más alto de las copas de los árboles, donde las hojas se encuentran tan juntas que se piensan hermanas de tronco, descendió Alelí, maestra de las Hadas del amor, ubicó a un Hada más joven en el puesto descuidado por Mimosa y fue a encontrarla al lugar donde se pasaba la tarde junto a Ella.

—Es sabido por todas que los humanos son seres complejos con una alta inclinación hacia las desgracias —dijo Alelí al encontrarse junto a Mimosa—. Por eso, cuando vienen a nuestros dominios, hacemos nuestro mejor esfuerzo para ayudarles a sentir la alegría de existir en un universo lleno de magia, armonía y belleza —Alelí se sentó sobre el pétalo de una flor, era un Hada anciana que necesitaba descanso—. Los humanos son las únicas criaturas que conozco que llegan a creerse vacíos de amor. Como le sucede a esta humana que capta toda tu atención.

—¿Amor? —preguntó Mimosa—. Esa es mi área de talento.

—Sí que lo es, querida mía —sonrió Alelí—. La mayoría de las Hadas del amor nacen bien dotadas para bendecir y fortalecer las uniones de pareja, pero muy rara vez nace en una generación un Hada como tú, dotada para atraer el amor a la vida de estos pobres seres.

—¿Yo? —preguntó Mimosa con sorpresa.

—Así es, mi pequeña y especial Hadita —dijo Alelí—. Tú te sientas aquí con Ella porque tienes el talento para curar su corazón, pero te has conformado con acompañarla en su dolor y no has volado un poco más alto para encontrar la solución. Ven conmigo.

Alelí y Mimosa se elevaron hasta tener una vista general de la plaza. Mimosa vio a los niños jugando, las jóvenes conversando, los ancianos riendo y las personas transitando, y en medio de todos ellos lo vio a Él.

Él paseaba un perro con aires despreocupados, parecía disfrutar intensamente del simple hecho de caminar por la plaza cubierto por el sol de la tarde. De vez en cuando miraba a su alrededor, como adivinando que podía sucederle algo trascendente.

Mimosa miró a Alelí, quien aprobó sus pensamientos asintiendo sonriente, y descendió de las alturas en picada sobre el perro quien, como todos los animales nobles, supo que tenía que seguirla y lo hizo a toda velocidad, soltándose de la correa que Él sostenía.

El perro corrió tras Mimosa hasta llegar donde Ella se encontraba sentada.

—Pequeñito —dijo Ella alegrándose, por primera vez—. ¿Estás perdido?

—Es mío —dijo Él, que llegaba corriendo al lugar—. Se llama Arthur. Yo soy Diego.

—Yo soy Renata —dijo Ella.

Alelí llegó junto a Mimosa y dijo:

—Ahora tenemos que hacer nuestra magia.

Juntas rodearon a la pareja, batiendo sus alas y entonando una secreta melodía, en la que pedían a las fuerzas de la naturaleza que aquellos dos seres pudieran celebrar eternamente el milagro de encontrarse y reconocerse.

—Querida mía, recuerda este momento para las generaciones venideras —señaló Alelí al finalizar—. Las Hadas sólo son felices si desarrollan su verdadero talento, como tú lo harás desde ahora.

Alelí regresó portando la buena nueva al Consejo, que decidió que una nueva Hadita aprendiz sería la encargada de fomentar y fortalecer la romántica unión de las parejas de enamorados, permitiendo así a Mimosa dedicarse con completa devoción a su talento de reunir parejas de enamorados, devolviéndoles la fe en el amor a los seres humanos.

Las Hadas restablecieron la armonía en su plaza y, siempre bien ocultas para el ojo inexperto, continuaron conspirando día a día con las fuerzas del universo para cambiar nuestra fortuna.