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Ritmo

Subía las escaleras corriendo, bailando, saltando;
y yo: despacio, despacio, espérame.
Arriba en la cúspide me dijo: no hay nada, volvamos.
Y yo: ¿qué? ¿Perdí mis pasos?
Pero ya para entonces bajaba corriendo, bailando, saltando,
y yo: despacio, despacio, espérame.

Después fue vitrina tras vitrina antojándose
quiero esto, y esto, y esto,
y yo: pídelo, cómpralo, tómalo;
después quiso comer y pidió manjares
llenó la mesa de dulces y cosas grasosas que probó a medias y abandonó.
Quiso llevarme a jugar pero antes le ordené:
te sientas y te comes todo.
Puso cara triste y obedeció,
comió lentamente, mirándome, hablando con la boca llena
disparates que me hacían reír sin compostura.

Cuando terminó siguió jugando, corriendo, bailando, saltando,
y yo atrás tambaleándome con las manos en el abdomen;
quise tomar aire mirando al cielo pero entonces gritó:
¡ey Andrés! mírame:
una maroma extraña y complicada para mí.
No supe si aplaudir.
Después el dolor me hizo bajar la cabeza,
puse mis manos en las rodillas y respiré.
Andrés mírame, mírame:
cabriolas, saltos, trepar árboles para caer de la rama más alta,
maniobras difíciles en una tabla con ruedas, bailes extraños.

Mírame Andrés, mírame,
y yo: aire, descanso, paz.

Mírame Andrés, mírame.
Bésame Andrés, bésame.
Tócame Andrés, tócame.
Ámame Andrés.

 

Malas costumbres urbanas

El baño público es para besarnos:
en el espejo comparamos los colores de piel
la altura, el tamaño de las cejas
el color de los ojos, la extensión de la sonrisa

El agua es gratis. No significa que puedas mojar
me
dices después que nadie viene
que si me secas con la boca, ¿quieres?
y yo tan educado: claro, por favor.

Mira que el cine es un lugar oscuro,
lo único que hicimos fue darle un poco más de luz
¿verdad?
Y también es frío...

La clínica es silenciosa. (Eso se respeta: los besos no suenan)
Tiene baños con seguro. Pasillos sin gente. Escaleras sin gente.
Jardines sin gente. Salas de espera sin gente.
Y muchos rincones para nosotros.

Los pasillos del centro comercial son más seguros de lo que uno cree:
la gente mira tanto que no nos mira.
además
qué de raro tiene una mano en la nuca. En la espalda. En la cadera.
Etcétera. En la espalda. Etcétera. En el abdomen.
¡Ah! Y el restaurante:
que coma de tu plato no es delito. Que me roces debajo de la mesa si es
conde
malas intenciones y deberían juzgarte.
Los ojos saltan como andaluces sobre la mesa:
el que baje la mirada pierde. La apuesta es el sonrojo.
¡Ah! Y la sonrisa. La sonrisita.

En Transmilenio van todos pendientes de su cartera
no de nosotros.
igual, nada de raro tiene una mano entre otra.
¡Ay tu manito!
Dedito-dedito. Dedito-palmita
caricia de mala educación
mano en el abdomen
sube, baja, adentro, afuera, adentro
mano que entra en la pretina
entra tu mano respiro
aguanto el aire.

Aprietas, recorres
coges, abarcas todo.
Caliente está la mano
ardorosa con las brasas entre los dedos y la palma
la palma
la palma
y un pequeño quejido como cuando me abrazas con fuerza
la palma
la palma
los dedos
los dedos.
Ven
dame la cara
mírame a los ojos mientras haces eso.

Me impregno de tu olor en las calles más oscuras
avanzo un paso
izquier dos tres
te interpones en mi camino, sonríes y extiendes los brazos
aprendo a apuntar a tus flancos
hago tu espalda mía en medio de la avenida.

Violamos las reglas de los parques infantiles
humedecemos los teatros con el sudor incontenible
nadie nota los vidrios empañados
ni las miradas cristalizadas, detenidas, fosilizadas.

Venir, volver, venirse, volverse vapor
somos cuerpos que se atraen para matarse:
si nos encuentran en el baño nos expulsan,
la cárcel será otro buen lugar para bebernos;
la contorsión nos hace vulnerables encima del capó del carro
y en la terraza es como venirse encima de la ciudad.

Te saludo: te asfixio: y te penetro
hacemos ruido pero ellos no nos escuchan porque atienden nuestra orden de capuchino y café latte.
Es bueno sentarse y aparentarnos inocentes.
La gente dirá: qué buenos muchachos son aquellos
Y nosotros: sí, qué buenos muchachos hemos sido.

 

Los desilusionados

Cada vez hay más desilusionados en la calle.
Los encuentra uno mirando el suelo.
Patean piedras donde no hay piedras,
acarician perros, alimentan palomas,
amarran sus zapatos para sentir
los vidrios rotos con las plantas abiertas.

Pobres hombres entristecidos
condenados a no existir
a recordar
a no olvidar el momento en que te vieron.

“En un parque” dijo uno “iba jugando y me sonrió”
“En la estación de flores” dijo otro “subió; las puertas se cerraron y se sentó a mi lado”
“Nada vi, pero sentí su aroma” Eso dijo el más triste.

¡Hay tantos desilusionados!
Caminan en fila          todos         uno detrás de otro
Han perdido las ganas de desvelarse; ya no los ve, uno
mirando arriba en la ventana de los buses, pensando en alguien
tratando de no pensar en alguien.
Ningún sabor los asombra. Nada en la calle los asusta.
Están tan... así sin ti, como yo sin ti.
Ellos no tienen luz. Su cuerpo es apenas la borrasca gris
que vuelve caótico el camino, que los hace volver como vuelven las cosas
marchitas cuando se arruinan los sueños (porque los sueños siempre se arruinan
y si no pregúntenme quién era, pregúntenme hasta dónde fui
cuántas veces indagué yo también su nombre
para perderlo).
Son los pobres entristecidos que serían felices si supieran tu nombre.
Somos las pobres indecencias que recobraríamos alma si tocáramos tus manos.
Pero no. La libertad no se asume así tan fácil. Los privilegios no llegan a las multitudes
Tú solo vas por ahí, por ahí
levantando las sombras de sus pavimentos, cobijando con el manto de lo imposible.

 

Los amaneceres del alma

Están
Los callejeros están libres de repente,
Inapropiados
Sueltos
Medio desnudos,
Titilando en los rincones,
Perfumando entre las sombras,
Humedeciendo las avenidas.

Ahí están.

Desesperados
Los clandestinos
Se van
Deshojando,
Deshabitando,
Se van consumiendo
Ellos mismos
Se van consumiendo
Grandes dosis de sus cuerpos amargos.

Se van. Despacio se van.

Están
Prohibidos
Sus propios recovecos
Se esparcen.

Hay quien los deja caer
Hay quien los vende a bajo precio
Hay quien los desprecia
Los deja volar.

Están
Desnudos
Todos ellos
Desabrigados.
Invaden las callecitas
Las ventanas abiertas
Atisban las canecas.
Todos ellos
Están
Condenados,
Amarrados,
Unidos a sí.

Están
Tan olvidados
Entre los recuerdos
Oscuros
Los vestigios desordenados
Negados
Una y otra vez
Están
Van y vienen
Sin existir
Amores que se eliminan
Se difuminan
Se abrazan hasta quemarse.

Son amores de la calle
De discotecas ruidosas
Congestionadas
Laberintos indomesticables
Callejones
Discretos desaciertos entre arrabales oscuros
Desatinos del alma
Lentos acercamientos que compadecen el cuerpo.

Son susurros
Los amores urbanos
Son suaves fragancias del asfalto
Que se alzan como el vapor que le abre paso a la lluvia.

 

Canción de la fe

cautivo y demencial sobre el celaje
explorador del horizonte nuevo.
Cada línea en tu mano es un camino
que me conduce al verso

Jeniffer Moore

Tratar de convencer al mundo de la inocencia
no aceptar los cargos,
caminar en filas de reos
que se aman, nadie sabe si como nosotros
o más, o creen en el amor como fuga, solamente.
Caminar con ellos, hasta donde nos lleven:
“He aquí los amantes
los ilusos. Mírenlos. Aún creen que romperán el día
con sus puños de piedra
aún esperan que la noche sea de agua
para aguantar el aire
pasándolo de boca en boca. Mírenlos
qué pobres se ven”.

Caminar. Declararse inocente.
No importa que la condena entonces sea más larga
más dura. Aprenderemos a picar las rocas del desierto
miraremos la ciudad desde lejos, la ciudad ajena a nuestra plaga
libre
silenciosa, pero limpia. Sin sombras en los parques
sin jóvenes jugando en los semáforos
sin viejos descifrando la lentitud del tiempo con las manos
entrelazadas
como dos desesperados cayendo juntos
con calma. Con la resignación victoriosa de un incendio que se extingue.

Caminemos. Vamos a donde el castigo nos llame.
Hagamos caso a los hombres que nos odian.
Llevemos los males del amor a otros lugares.
Tal vez vuelvan a buscarnos. Tal vez clamen el regreso de los amantes
algún día. Tal vez nos perdonen.

Gritar la inocencia hasta el último segundo.