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José Manuel Caballero Bonald al recibir el Premio Cervantes
“La poesía puede corregir las erratas de la historia”
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José Manuel Caballero Bonald
Caballero Bonald: “Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla”.

El escritor español José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) recibió este martes 23 de abril, de manos de los Príncipes de Asturias, el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras en lengua española, en un solemne acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares poco después del mediodía. La entrega del Cervantes constituye el acto central del Día del Libro.

En compañía del presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, y del ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, los Príncipes de Asturias hicieron su entrada en el Paraninfo, en cuyo interior, y tras la lectura del acta del jurado por parte de la directora general de Industrias Culturales y del Libro, María Teresa Lizaranzu, don Felipe le hizo entrega del premio al escritor gaditano. Por segundo año consecutivo, el rey Juan Carlos no pudo presidir la ceremonia por motivos de salud.

Acompañado por su mujer, Josefina Ramis, por dos de sus cinco hijos y por tres nietos, Caballero Bonald hizo en su discurso un recorrido por la historia de la literatura señalando algunos de los motivos que le llevaron a él a decantarse por las letras. El autor de 86 años reivindicó asimismo “la potencia consoladora” de la poesía, tan necesaria en un mundo como el actual, “asediado de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos”.

“La poesía puede corregir las erratas de la historia”, afirmó Caballero Bonald antes de asegurar que, como decía Pavese, la poesía “es una forma de defensa contra las ofensas de la vida”. “Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón”, añadió el escritor gaditano.

Su discurso estuvo dedicado en buena medida a Cervantes, a su infravalorada poesía, a su concepción de la libertad y a esos años enigmáticos y “zonas de penumbra” que hay en su vida, “esas huidas imprevistas, zozobras, cautiverios”, que vienen a ser como “la síntesis biográfica de un perdedor”.

Pero, por muchos fracasos y decepciones que sufriera, Cervantes “nunca renunció a ir macerando en la memoria su más universal empeño creador: el que hizo de la libertad un fecundo condimento literario”. Basta con ojear “el esplendor polifónico” del Quijote para entender que “todo lo que tuvo de infortunada la vida de Cervantes acabó encontrando una justiciera contrapartida en esa manifestación suprema de la propia libertad que es la palabra”.

En esos años en los que un Cervantes “solitario y meditabundo” estuvo alejado de las letras; cuando navegaba “sin brújula entre los boatos de la Italia renacentista o los intramuros argelinos del cautiverio”, por la corte de Felipe II o “la babilónica Sevilla de finales del XVI y principios del XVII”, iría “trasegando de la vida a la memoria algunos de los hechos y personajes” que luego figurarían en sus obras.

“Más que la imagen del vencido por la vida, lo que ese Cervantes acaba sugiriendo es la del vencedor literario de todas las batallas por la libertad”, señaló Caballero Bonald, quien al principio de su discurso había recordado a otros escritores que ya han recibido “el premio mayor de nuestras letras”, como Antonio Gamoneda, José Emilio Pacheco, Juan Marsé, Ana María Matute o Juan Gelman, “amigos queridos y autores predilectos”.

Superviviente, junto con Francisco Brines, de la llamada Generación de los cincuenta, Caballero Bonald también mencionó a otros “compañeros fraternales” —José Ángel Valente, Carlos Barral, Ángel González, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo— “a quienes la muerte cercenó la posibilidad” de recibir el Cervantes.

El autor de Manual de infractores o de Entreguerras lleva “dos tercios de siglos” como escritor y dice con humor que quizá sí merezca “un premio a la constancia”. Y aunque ya apenas puede evocar su “noviciado literario”, es consciente de que su “biografía literaria depende tanto de los libros” que ha escrito como de los que ha leído.

“Es posible que encontrara en aquellas lecturas algo parecido a una contrapartida, una compensación frente a la falta de asideros o los desconciertos de la edad”, señalaba Caballero Bonald antes de decir que “los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una suprema barbarie: la hoguera”.

“O quemaban herejes o quemaban libros. En las ficciones futuristas de un mundo amorfo, despersonalizado, regido por computadoras, la quema de libros representa algo más que un mandamiento atroz: es una metáfora de la esclavitud”, afirmaba el premiado, quien cree que sus primeras lecturas le pudieron servir para “indemnizarse” de lo que le “negaba aquel tiempo desdichado” de la inmediata posguerra, “cuando se cimentaba el infortunio histórico del franquismo”.

Y una de esas lecturas tempranas se la debe a un profesor suyo de literatura, que le facilitó una “especie de florilegio hecho por él de las más llamativas aventuras de don Quijote”. Cuando las leyó fue “una conmoción insospechada”. Descubrió “un mundo fascinante”.

Cervantes fue siempre “un hombre de mala ventura y un poeta por lo común desdeñado”, aunque “más de una vez se ha dicho que quien escribió el Quijote no podía ser sino un gran poeta”, algo con lo que Caballero Bonald está de acuerdo.

“En el Quijote, en los aparejos de su espléndida prosa, se decantan los alimentos primordiales de la poesía (...), esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas ‘profundas cavernas del sentido’ a que se refería san Juan de la Cruz”.

Pero, a pesar del amor que Cervantes tenía por la poesía, esa faceta suya quedó oscurecida “ante la poderosa luminaria del Quijote”, señaló el premiado.

Y en el “recuento de emociones” que fue su discurso, Caballero Bonald mencionó sus “débitos personales” con la poesía, que “también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida”.

“En mi poesía está implícito todo lo que pienso, y hasta lo que todavía no pienso, que ya es meritorio”, afirmaba el escritor, que, “honestamente”, cree en “la capacidad paliativa de la poesía, en su potencia consoladora frente a los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia”.

El arte en general, y la poesía en particular, pueden “contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado”.

“Tal vez se logre así que el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador”, concluyó el escritor antes de recibir el prolongado aplauso de los asistentes.

Al acto asistieron, entre otros, el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle; el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González; la alcaldesa de Madrid, Ana Botella; el consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Luciano Alonso; el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua; el secretario de la RAE y presidente del jurado del Cervantes, Darío Villanueva; el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, y la directora de la Biblioteca Nacional, Ana Santos Aramburo.

Además, numerosos escritores como Antonio Gamoneda, Eduardo Mendicutti, Félix Grande y Benjamín Prado; políticos como Alfonso Guerra y Carmen Alborch, y el cantante Miguel Ríos, entre otros representantes del mundo de la cultura.

Fuente: EFE