Comencé a escribir como a los quince años, pero con más seriedad a partir de los diecinueve. Al principio, como todos, escribía poesía. Después cuentos muy influenciados por García Márquez y por Francisco Massiani. Este último era una voz muy cercana; me impresionó mucho cuando lo leí entre los dieciséis y diecisiete: Piedra de mar, Las primeras hojas de la noche y El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes. También otro escritor venezolano, Norbith Graterol, con una novela corta titulada La invención del fuego, la cual debo haber releído un montón de veces. Está Renato Rodríguez con Al sur del equanil, primero, y El bonche, después. Pero la verdad es que leía de todo: policiales, muchos latinoamericanos, sobre todo a Julio Cortázar. Su novela Rayuela para mí fue un libro por muchos años importantísimo, aunque hace mucho que no lo releo. Además leía los venezolanos de la colección Eldorado de Monte Ávila. En especial recuerdo Marzo anterior de José Balza;un libro de Trejo: También los hombres son ciudades, e Ifigenia de Teresa de la Parra.
En 1978 me fui de Caracas a estudiar letras a la Universidad de los Andes. Escogí la especialidad de literaturas clásicas donde apenas éramos cinco estudiantes, casi todo el mundo se iba por literatura hispanoamericana. Me atraía mucho la posibilidad de vivir solo y cambiar de ciudad. En esa época me dedicaba más a la política que a otra cosa. Sin embargo, Mérida fue muy importante, porque allí comencé a escribir en serio. Escribí una primera novela en unos cuadernos de bachillerato, que hice llegar a Balza. Dijo sencillamente que era impublicable, pero que había la posibilidad de un escritor y me impulsó a seguir. Entonces, al tiempo, publiqué en algunas revistas universitarias cuentos breves. Pude colocar uno en la revista Zona Franca, después apareció otro en el Papel Literario, más o menos a principios de los ochenta. Pero la posibilidad de editar un libro se da mucho después.
Los primeros libros y Caracas como sustento
A mediados de los 80 se publica mi primer libro de cuentos, A imagen y semejanza (Monte Ávila, 1986); la mayoría de los cuentos que están allí los había escrito entre Caracas y Mérida, con excepción de “Sanguinela gens”, escrito en la Gran Sabana. De hecho, ese era un libro más grueso. También ha habido intentos de novelas largas, que no han sido del todo satisfactorios, porque mi narrativa son cuentos que se alargan demasiado o novelas que se resuelven muy pronto. Y la verdad, pese a que he hecho algunas, no hay la intención de hacer novela corta. Incluso, la primera, Juana la roja y Octavio el sabrio (Fundarte, 1991),que está publicada de manera independiente, iba a ser editada en A imagen y semejanza.
El personaje de Juana la roja..., Octavio, tiene una vida más o menos programada, sabe que va a graduarse de abogado y que vive con cierta estabilidad, pero se rebela. Y quizá esta sea una de las características más frecuentes en lo que escribo: casi todos los relatos tienen algo de eso, en algún momento los personajes toman conciencia de lo que está pasando y se rebelan; también saben que esa actitud puede terminar en fracaso o en un descalabro, pero a su vez saben que, de repente, volverán a su normalidad, que es estar conscientes del entorno. Esa rebelión es lo que hace a la gente más humana. Por supuesto, no es nada original, allí están los relatos de Anton Chéjov o de Raymond Carver, ese tipo de cosas, gente común que de improviso actúa con un detonante momentáneo, los ilumina por un momento y ve la vida como destellos.
También allí se encuentra otra constante: Caracas. Mi familia vino a Caracas en el 72 desde Guárico; pero de alguna manera toda mi experiencia ha girado en torno a esta ciudad. Tanto así que cuando me fui por primera vez a la Gran Sabana, en 1983, me venía cada dos meses y me pasaba dos semanas en Caracas, es decir el contacto era permanente. Esa es la relación con Caracas, que ha sido un sustento importante de lo que hago; sin embargo, más que textos urbanos es cómo uno ve la vida aquí, las relaciones de trabajo y de pareja insatisfactorias, la vida estructurada, porque finalmente te vas a morir y no pasa nada. En todo caso, siempre hay una idea inicial en mis relatos, algo que quiero desarrollar, si hace falta investigo. Por ejemplo, en Juana la roja... escribí casi de memoria el período en que se ambienta la novela, que es el 82, y la escribí en el 85-86, y yo recordaba más o menos el año de los hechos de Cantaura. Luego fui a la hemeroteca, es decir la información fue posterior a la primera escritura.
Así mismo con La expulsión del paraíso (Memorias de Altagracia, 1998) hay algo de eso. En relación con la narrativa de Oswaldo Trejo, de la cual se hace alusión en esa novela, traté de leer algunos ensayos, pero no me sirvieron de mucho y lo que hice fue tomar la idea de lo que quería meter en mi escrito; sobre todo, lo que tenía que ver con mi personaje. El narrador es culto, aunque intento que las referencias no sean exageradas; porque creo que, en general, nadie de nuestra clase media universitaria es demasiado culto, maneja la información de la prensa, la televisión, tienen alguna referencia literaria que viene del bachillerato, cosas así, con excepciones de algunos estratos de la sociedad caraqueña, pero no tienen los libros como una referencia inmediata. La expulsión del paraíso es mi texto más literario y es uno de los más extravagantes, porque al personaje le cambia la vida completa; los personajes de mis cuentos no salen bien parados; a todos les pasan muchísimas cosas.
Sobre Viste de verde nuestra sombra (Fundarte, 1993), lo escribí más o menos en la misma época que Juana la roja... y está inspirado en un número de la revista española El Viejo Topo, que traía un dossier sobre los “indios metropolitanos”, un grupo italiano radical que se dedicaba a ocupar edificios abandonados. Supongo que también tuvo algo que ver que en ese entonces vivía en la Gran Sabana y estaba deslumbrado por lo que iba conociendo del pueblo pemón. Aunque nada de eso se refleja en el relato, creo. Más influencia pudo haber tenido una ilustración del dossier donde aparecía un policía con la indumentaria antimotín con una flecha atravesándole el escudo, ahí ya estamos en el relato. En cambio, “Ella está próxima y viene con pie callado”1 fue escrita en Caracas en un tiempo en que el país parecía no tener ningún futuro (ese tiempo de nadie entre la caída de Carlos Andrés Pérez y la segunda presidencia de Rafael Caldera), y creo que algo de eso se refleja en la narración y sobre todo en el personaje. Este texto apareció en Tenerife, Islas Canarias, gracias a la mediación de Juan Carlos Méndez Guédez y Ernesto Suárez, acompañando otros cuentos, aunque funciona también como una novela corta.
El arte de la reescritura y la legión cercana
Por otra parte, escribir para mí es más bien algo compulsivo, ya que puedo pasar meses y años sin escribir; entonces empieza a darme vueltas una idea y comienzo a escribir hasta que logro algo que sea un punto de arranque. No hago bosquejos. Y de hecho comienzo cuentos que no sé cómo van a terminar, más bien trato de ser consecuente con la anécdota, una vez que arranca no trato de forzarla. Ese es un consejo de Cortázar: ser coherente, que el cuento sea verosímil aunque sea fantástico. Por ello, intento mantener un ritmo. En todo caso, si no termino un cuento en una noche o una semana, lo más probable es que no lo termine nunca y si lo termino después de pasar mucho tiempo será definitivamente malo. De hecho, hace algunos años entregué un cuento a una revista, no estaba convencido de que se podía publicar, porque nunca logré terminarlo y creo sinceramente que no lo debí haber mandado.
Ahí es cuando uno queda más expuesto ante la crítica. Aunque en realidad he tenido mucha suerte con la crítica considerando que si se suma el tiraje de todos los libros que he publicado los ejemplares no llegan a tres mil. Y pese a esto ha habido cierta respuesta, lo digo porque conozco a escritores que pueden llegar a ocho o nueve libros editados, incluso con lectores, y no tienen la misma resonancia. Por ese lado, la verdad es que no me puedo quejar. Y de eso he aprendido algunas cosas. Sobre todo porque, en algunos casos, me ha hecho revisar con mayor profusión, hacerme más responsable con los lectores, ya que a veces uno es un poco soberbio cuando ha publicado. A propósito de críticas que tienen reparos en la escritura, me he dado el trabajo de reescribir algunos textos, pulir un poco más; es el caso de Juana la roja..., la cual tuvo reparos relacionados con la gramática, aunque hay que decir que los editores hicieron verdaderos desastres. Ahora que se reedita la he revisado y espero que haya quedado mucho mejor.2
Siempre me preguntan si me siento parte de una generación de escritores o de narradores; más bien creo que había un grupo, no compartíamos del todo las mismas opiniones sobre literatura o sobre lo que opinan todos en este país que es política, pero ese grupo que no estaba del todo cohesionado era interesante. En los años 90 todos estábamos trabajando en instituciones culturales: la Dirección de Literatura, Monte Ávila, Fundalibro o el Conac. Y creo que el azar posibilitó que nos conociéramos porque todos estábamos cercanos al mundo del libro. Incluso los que no lo estaban habían asistido a encuentros a través de Fundarte o bien eventos que se organizaban en las ferias del libro; sencillamente era imposible no conocerse. Había propuestas narrativas de interés en el grupo como, por ejemplo, las de Slavko Zupcic y Armando Luigi Castañeda. No sé si seguirán escribiendo, pero ellos, que eran los más jóvenes de esa tanda, tenían una escritura bien renovadora. Los escritores, en muchos casos, están inmersos en el país y expresan lo que está sucediendo, pero sólo en ocasiones extraordinarias dan pistas de lo que va a pasar. Hay que ver si ese grupo o generación, o como quiera llamársele, de los 90, que era muy heterogéneo, con tendencias muy distintas, va a seguir diciéndole cosas al país, y si en verdad en alguna oportunidad se las dijo.
No obstante, me parece que este grupo pertenecía a cierta tradición literaria. Porque pienso que en Venezuela tenemos una tradición literaria fuerte, pero no necesariamente vinculada con la academia. Hay una crítica que afirma, con razón muchas veces, que los escritores venezolanos no conocen su tradición literaria. La hay; pero para un escritor puede ser otra que no es la nacional. Un escritor como cualquier latinoamericano se forma leyendo a un japonés o a los norteamericanos, por decir algo. Hay una red de influencias y lecturas disímiles. Muchos de los que comenzamos en los 80-90 teníamos la influencia de Renato Rodríguez, y lo fuimos descubriendo en conversaciones. Incluso el mismo Rómulo Gallegos ha sido una referencia para todos; en este sentido puedo decir que había gente que escribía contra él. También ha estado presente Guillermo Meneses, que fue menos visitado pero tuvo cierta importancia; están los dos Garmendia, las primeras novelas de Carlos Noguera, que son extraordinarias, las de Balza aunque generen tanto rechazo abrieron espacio e influenciaron a otros escritores; como a Humberto Mata, entre otros del patio.
Toda esa tradición de escritores que he mencionado, lamentablemente, con contadas excepciones, no ha tenido una proyección fuera del país. Y quizá esa sea una de las grandes frustraciones de nuestros escritores. Aunque creo que trascender las fronteras es más un problema comercial que literario. El mercado del país no da para sostener a un escritor porque tienes que publicar afuera y tener una distribución mayor. La verdad estoy convencido de que los mejores escritores generalmente han tenido que trabajar en otros oficios ya que su obra los ha alejado del mercado. Allí está William Faulkner, entre muchos otros, que no vivió de la literatura sino hasta los últimos años. O como el personaje de La expulsión del paraíso, que cuando comienza a vivir de lo que escribe ya ha traicionado su escritura. Esa ha sido la tentación para muchos escritores.
Notas
- Novela publicada junto con los cuentos “De las mutaciones”, “Carro rojo”, “Puertorrico” y “Buscando su muerte natural” en el libro del mismo nombre: Ella está próxima y viene con pie callado (Islas Canarias, España, El Lobey Ediciones, 2003; reeditado por Monte Ávila Editores, 2010).
- Juana la roja y Octavio el sabrio, Viste de verde nuestra sombra y “Ella está próxima y viene con pie callado” fueron publicadas en un volumen único titulado Tres novelas cortas (Universidad de Oriente, 2007).