Letras
El superhéroe

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¡Jaimito!... ¡Jaimito!... ¡Jaimito!..., gritaba la madre del niño. Ya llevaba un buen rato buscándolo. —Caramba, ¿en dónde se habrá metido ese muchachito? Ni que se lo hubiera comido la tierra o que se lo hubiera llevado un dragón por los aires. Las palabras eran vagones que seguían a la madre de Jaimito, parecía una locomotora buscándolo a todo vapor. No estaba en las habitaciones, ni en la sala, ni en el baño, ni debajo de una cama. En la cocina echó de menos la corta cortina roja de la ventana. ¿En dónde estará? Y en su mente halaba otros vagones de palabras que la seguían. Lo que no sabía la señora Berta era que su hijo, en secreto, se convertía en superhéroe. Jaimito, al igual que Superman, se había colocado por encima del pantalón sus calzoncillos rojos; se ató al cuello la cortina de la ventana de la cocina que, en sus hombros, se transformó en una flamante capa roja de superhéroe y, después de haber trepado por una escalera de mano que había dejado un obrero en el patio, Jaimito pudo llegar a una pequeña platabanda en donde estaban los tanques de reserva de agua de la casa. Se acostó de cara al azul del cielo, viendo a lo lejos dos nubes que se elevaban del horizonte. Con sus superpoderes mentales les ordenó que se dirigieran hacia él, no era el viento el que las empujaba. Cuando estuvieron más cerca Jaimito se concentró, estiró su mano y con un movimiento mágico convirtió a la primera en un dragón azul claro, a la segunda en un perro rojo ardiente. En una carrera loca el perro perseguía al dragón. Para que escapara, Jaimito convirtió al dragón azul en un largo gato gris; para que lo persiguiera convirtió al perro rojo en un pájaro blanco. El uno alcanzó al otro y los dos se hicieron uno. En esos momentos Jaimito escuchó los gritos desesperados de su madre, llamándolo. Vio cómo la escalera de mano comenzaba a temblar, estaba subiendo a su lugar secreto. Jaimito hizo un esfuerzo, concentró sus poderes de superhéroe, con movimientos de ambas manos empezó a disolver al gato gris, el pájaro blanco perdió el pico, perdió las alas, perdió la cola; tenía que desaparecerlos. Que no quedaran rastros de lo que había hecho. La madre no debía enterarse de los superpoderes del hijo, los superhéroes tiene supersecretos. Se escuchó la voz de la señora Berta: Con que aquí estabas, hijo, ven, ya está el almuerzo, es hora de que vayas al colegio. Sí, mamá, respondió el niño. Ambos empezaron a descender, la madre primero, y miraba al niño con sus calzoncillos rojos y la cortina atada sobre los hombros; se rió para sus adentros. El niño bajaba despacio, sonreía discreto, sus poderes de superhéroe seguían en secreto. Al terminar de descender la madre quitó la escalera, ella no quería un hijo que volara al cielo o peor que se cayera del techo con estos vientos. A Jaimito no le importó, pues en el baño, bajo la ducha, se había transformado en Aquaman y luchaba contra una terrible tormenta a pleno mar abierto.