Letras
Poemas

Comparte este contenido con tus amigos

Destruida, abandonada, agonizando entre muros invisibles.
Y suspiras.
Suspiras, pero lo único que alejas es tu fuerza.
Desesperada te retuerces y gritas a los monstruos que se escaparon de tu interior.
Pronuncias susurros que se hacen inentendibles en la sequedad de tus labios.
Te incorporas lentamente, temblando. Vomitas una risa enferma manchada de lágrimas.
Ríes, te ríes porque ya no conoces la diferencia,
te ríes de tu naufragio,
de tu dolor,
te ríes porque ya estás muy abajo,
te ríes porque sabes que jamás regresarás.
Y suspiras, expulsando todo resto de cordura de tu devastado cuerpo.
Y terminas de apagarte cuando los recuerdos han dejado de construir un mañana.

 


 

Y tu alma, volcada en un libro, te hizo eterno.
Y tu alma pronunciada en una voz ajena adquirió inmediatamente otro significado que se volvió propio, devolviendo fugazmente rubor a su rostro.
Y así todas nuestras almas dejarán de ser nuestras cuando nuestro último suspiro las libere y se alejen en aleteos de mariposa.

 


 

Un cuarto grande, que con la ausencia de objetos parecía enorme y en una expansión constante, él, a su vez se encogía en la oscuridad de sus paredes.
Un cuarto sin ventanas, sin puerta, sus muros altísimos impedían distinguir si había un techo o una noche sin luna.
Él escondía su rostro en sus enredados cabellos, abrazaba sus piernas para apretarlas contra su pecho ocupando el menor espacio posible, cada vez menos.

 


 

Él

Mirá, miralos, pero no los pienses,
dejá que uno brille y escogé al de al lado,
acercate lejano y respiralo,
miralo, mirá su cabello, sus pies, pero no, sus ojos no.
Guardalo y fumá tus restos.