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Poemas

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Nanas

Parí en un descampado.
Sola. A obscuras con el frío ardiente de
un continente que engulle las curvas
temblorosas de todos los mares.
Parí sola sobre una tierra seca
que absorbe las miríadas
de placentas que engendra.
Parí desnuda todos los reinos
que no pisé. Parí buscando
una isla, un océano cálido
donde arrullarme, donde
recostar los abrazos sedientos
que no encontré.
Parí de pie,
recostada,
agitando las manos temblorosas
mientras, de la garganta,
surgían cantos,
nanas dulces para dormir a la pequeña
que, sonriendo,
se fue.

 

Zapatillas huecas

Hay mariposas en el tiempo que reducen
a nada lo que fue cierto. Hay mariposas
como aviones en despegue que silencian
gargantas átonas. Hangares futuribles
y oquedades secas que se construyen los
amos taciturnos. Territorios hostiles
a los cimientos. Hay anamnesis y amnesias
y recortes de prensa con una foto, ya
disecada, de una niña bailando
con zapatillas huecas.

 

Mater amantísima

Cogiste el cordón que me unía a ti y
suavemente, con una ternura infinita,
lo hundiste en mi centro.
Todo el alimento humano cayó y calló,
atroz, a trozos, destilando sabor
a miedo,
al pavor que Saturno impuso
a los hijos de los cielos.
Me quedé hambrienta,
vagando por andenes
en los que nada acierto.
Mater Amantísima,
transito una arcada
náufraga
sin isla que venga a mi encuentro.

 

Cianuro para los sueños

Cianuro para los sueños. Lenitivo
para los monstruos que, en el duermevela, acechan
con fieros rostros. La duermevela del insomne ataca
el ansia y arranca rastrojos donde la
hierba habitaba en los tiempos sin ojos.

 

Hermana

Hermana,
cuántos años han pasado sin pronunciar tu calma.
Cuánto me he mutilado, querida,
querida hermana.
Y no ha sido porque no quisiera que,
sílaba tras sílaba, mi voz sonara.
Fue tan sólo como aquel misterio
de tu beso de madrugada...
¿Recuerdas,
amada hermana?
No soy Dante, mi Beatriz,
porque el cielo
te llevaba a ese Dios
al que rezamos
tan inmersas
en su esperanza.
Fue él
quien te tomó de la mano
cuando más las mías
apretabas.
¿No sentiste que fue
igual a como
cuando, risueñas,
nos entrelazábamos
para sumergirnos
en el agua fresca
a la que el calor
nos lanzaba?
Te podría decir,
mi amada,
que han pasado
estaciones
y lluvias
y que el siroco de nuestra tierra
sigue asfixiando
las gargantas.
Pero no sería cierto,
Beatriz,
hermana:
aquí no ha ocurrido nada,
tan solo
que mi cuerpo
se ha llenado
de metralla
con cada palabra
muda
o simplemente ahogada.
Lo noto en la mañana cuando
mis articulaciones
irradian
un dolor tan fiero
como el crujir
de mis entrañas.

 

Acuño monedas devaluadas

Acuño monedas devaluadas,
baratijas que el sol desdora,
sellos antiguos que un difunto
dejó en mi memoria

 

La ciudad

La ciudad crispada como
el colisionar lívido
de circuitos eléctricos,
lleva en ella la amargura
urgente del que pasea por
la calle con sus zapatos,
purgas para estómagos
descompuestos. Esta ciudad,
amalgama de granadas
empuñadas en choque de
manos turbias, retráctiles,
es el árbol y el fruto
que nos dejó el infierno.