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Poemas

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El vate...

“El Poeta es un pequeño Dios”.
Vicente Huidobro

Es un nómada infatigable,
Y un ubicuo movible.
En todas partes presente
Acá y acullá siempre oyente
Por cuestas abajo y por arriba sudando.
¿Qué vientos terribles lo arrastran más allá de sí..., y de los mares?
¿De dónde hubiera sacado lo divino en él abrigado?
Dos veces cantor:
Versos de miel, de cara a la aurora,
Y aquéllos de hiel, con el crepúsculo platicando.
En su balanza encinta de seda y marfil,
Van desparramadas sus quimeras y sus inquietudes.
Soñador de soledades, misterios y madrugadas.
Fontanar de aires y aguas incesantes.
Relámpago de suspiros alumbrando abismos.
Dueño de fuegos encendiendo patrias sin visado.
Las sombras persigue de amores fugaces,
Y el hálito de las brisas nocturnas acompaña.
¡Alma cándida y oficio ahogado en las penumbras
De su ocio hortelano y duradero!

¡Oh bajel de alegrías hacia puertos nebulosos!
¡Oh jardinero llorando por árboles deshojados,
Sus almas dolidas, y sus rosas mustias y polvorientas!
Ensánchate y aférrate a tu voz ¡oh Poeta!
Yo te tiendo la mano y yo te pregunto:
¿Qué sería de los paisajes tétricos,
De los pajaritos lúgubres,
De las sonrisas lánguidas,
De los rostros héticos,
De los corazones taciturnos,
De las lágrimas derramadas,
De los mares embravecidos,
Y de los cielos entristecidos,
Si de mis orejas viniesen a faltar tus sombras sonoras y quijotes?
¡Ay de ti, demiurgo de tinieblas y recovecos!
¡Ay de ti si te acaban en basura de dejamientos y olvidos!
Si tú te murieras en soledad y sin testigos,
¿Qué sería de las voces “escasas”,
Pletóricas de orfandad mortuoria
En aquellos oídos nutridos de sombras y fantasmas de arena?

 

El heraldo deseado

A las santas piedras,
A las manos atrevidas.

Mientras las palomas vuelen intrépidamente
Entre balas y cohetes;
Mientras las manos impávidas e impertérritas luchen
Con piedras y hondas y tirachinas;
Mientras se vea que las flores se destruyan
Con sus sépalos y pétalos,
Sin que algo de nuestras callejuelas
Se mueva y se conmueva;
Mientras haya pueblo desflorado,
¡Habrá sombras sonoras y gritos ígneos!

Mientras se observe que los fusiles
Repartan muerte en perdidos arrabales;
Mientras los aviones dejen calles ensangrentadas;
Mientras los cañones arenguen al averno
En la franja aquella,
Aquella que los sucios vampiros defraudan;

Mientras haya cuerpos descuartizados:
Almas derruidas acá,
Y destinos envenenados acullá,
¡Habrá sombras sonoras y gritos ígneos!

Mientras se ensanchen las piedras;
Mientras las vistas apunten,
Apunten hacia más adelante,
Y en los ojos haya lágrimas rebeldes y ufanas;
Mientras no se obstruyan las sendas;
Mientras haya madrugadas y ruiseñores, siempre
¡Habrá sombras sonoras y gritos ígneos!

 

Entre el cariño y el daño

“Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”
Pablo Neruda

Un viernes tan flébil de abril,
La tristura... taurina,
En mi lengua anidaba
Por haberme perdido la mujer
Que tanto yo amaba...

Tan corto fue... fue
Con ella el veraz cariño,
Y tan largo es..., pero es
Sin ella el tenaz daño y movedizo.

¡Qué ayeres y qué hoyes tan reñidos!
Un calvario sañudo
Que nunca jamás sella en mi pecho
Idas y abandonos.
¡Qué desvelo eternal!

 

Mi cumpledaños

¡Adiós quizá para siempre!...
Te digo este adiós llorando
Desde la orilla del mar.
No olvides tú mi amor
Si muero de soledad...

Rosalía de Castro

En mi cumpleaños
De mariposas alegrosas;
Fuiste un “cumpledaños”
Y perdidas lloré tus rosas.

En la opacidad de la noche
Aguardé en balde tu ángel fugaz.
Y entre las estrellas apagadas,
Saludarte, ufano yo y maestro,
Por las espaldas largo tiempo tranquilizadas,
Veía yo pardo lejano y nocturno.

¡Ay! ¡Qué pedregosos
Se han puesto mis nubes,
Y qué páramos mis cielos!

He aprendido cómo sufrir
Sin sufrimiento
Cómo llorar
Sin derramar lágrimas.

¡Adiós, Gloriosa! vestigios indelebles,
Sueños... sin dueño,
Delirios desencadenados y desbocados sin poniente,
Praderas sin fragancia sin azahares.
¡Adiós hasta que amanezcamos,
Y anochezcamos con las luces de la podredumbre!
¡Adiós quizá para siempre!

 

Iras y derrotas

A Mohammed Kirsit

¿Cuántas pasiones fogosas
Yacen desgraciadas 
Bajo las medievales cenizas; 
Cenizas cretinas de la indiferencia y la displicencia?

¿Cuántos tesoros de glorias
Yacen inservibles
Bajo las medievales cenizas del descuido?

Por las mañanas y por las tardes,
Corren prisas y jadeos,
Caras ensucias de vidas,
Caras mustias, pálidas, 
Consumidas y sin sonrisas,
Y nunca jamás se sabe 
Con qué sedes salen,
De casuchas destartaladas, 
Con qué hambres menos pensadas se nutren,
Y con qué aires extraordinarios respiran. 
¿Qué neblinas vagan por sus entornos?
¿Qué luceros las iluminan y qué lunas?

Pintan sus días a lo suyo,
Las horas y los años.
Los atuendos, ni de majestad impregnados,
Ni de simplicidad saciados, ni calmas,
Ni de placeres amantes,
Ni sus parientes se atreven
A interesarse de si sus amores
Acontecen en primaveras, 
Éstas de goces, jazmines y azucenas, 
O en singulares febreros,
De sombras acuáticas y nevadas.
Las sendas por donde andan de por vida 
Se les ofrecen galantes y sin extremos,
Y más aun pedregosas y empinadas.
Quizás les sorprendan, o tal vez les estrangulen
Sus horas de últimas palabras 
Y mortajas.
Quizás les salga de repente el camino 
Llamando a chubascos, riadas y truenos.

¡Ay! Dense por bien firmadas,
Las postreras sentencias y con récord
Entre las innatas certidumbres y las dudas.

¡Ay de la muchedumbre desprovista de ilusiones!
Distraída y abstraída 
En el cavarse las mudas moradas,
Con los picos entristecidos y onustos,
Y con el hurgarse los dedos en las narices,
Se desgasta. 
¡Ojalá no desparrame
Su último brindis y trago
De su jarra impasible y silenciosa!
¡Ojalá no se hubiera enterrado
A sí misma desde tiempos longuísimos y envejecidos!

Quédense toditos sabedores
De que nunca jamás se sabía
Que a un tal señor de burro
Se le antojaba alguna vez
Darle a la buena de su noria heredada
Alguna vueltecita al revés.

 

La noche y yo

Fatalidad, fatalidad...
No tengo tu amor
Nada si no tengo tu amor
Sólo un corazón envuelto en llamas

Miguel Mateos

La noche y yo,
Dos estrellas solitarias
En el inmenso e infinito firmamento.
La noche y yo,
Un silencio cómplice y sensato,
Silencio de mi esencia,
De su presencia,
Y de tu ausencia, amor mío.
La noche y yo,
Simetría y armonía entre lo real y ficcional,
Hermanamiento emocional,
Homogeneidad y complementariedad incondicional.

¡Oh noche serena de abril!
En tus ojos diviso mi alma rota
Mas, tu venir aguardar me fascina,
Tu llegar imperioso al sereno tanto me consuela,
Para navegar cual barco
En el océano de tus párpados,
Mirar y admirar tus palpitaciones rítmicas,
Abrazar tu sombra y penumbra,
Escuchar tu mutismo absoluto...

Cierta vez, la noche el silencio rompió
Era muy pero que muy atrevida
Tal vez, la curiosidad sus entrañas carcomía
Para saber lo que yo padecía
Y a preguntarme se ponía:
“¿qué te ha pasado, que aún no te veo sonreír?
¿Qué disgusto has traído?
Un susto me has dado:
¿Qué tendrás?
¡Qué alicaído se te ve!
La tristeza se escapa de tus labios de fresa
Tu boca de rosa sabe a sinsabores,
Tu voz de azucena huele a pesares,
Tus dos soles; dos astros decrépitos y llorosos,
Tu corazón, un río nostalgia fluir:
Cierto un idilio sufrir”
.
Desahógate.
Fíate.
De mí, no tengas sospecha
Ama, ama y el alma ensancha
.

Yo siento,
Yo siento en el alma un calvario truculento.
“Contigo platicar solicito
Contigo desahogarme necesito.

Ya no pido ni anillos ni castillos,
Ni astros ni estros.
Serenidad espiritual tan solo deseo”.

Nada te turbe
Alégrate la cara
Tan linda está la vida
No te entristezcas. No te apenes.
Yo soy el bálsamo de tu desdicha,
El elixir de tus congojas.
Ten anhelo. Tenlo más que nadie
El mundo es un pañuelo
No te salves. Lucha y además lucha
Ya volverás con tu muchacha”.

 

A la soledad

“la tinta en el papel.
El pensamiento
Deja su noche”.

Javier Sologuren

Óyeme, soledad, oye
Pues tú eres mía
Y yo soy tuyo.
Soy tu suelo natal.
Tú eres mis vestigios perennales.
Mas, en el aire de tu mutismo,
Ardor de tristuras e inquietudes
En mis facciones se patentizan.
Sonrisas ahorcadas
En la muralla de mi semblante
Trágicamente se pintan.

¡Qué crueza tan cruel!
¡Oh soledad, soledad!
¡Piedad, y más piedad!
¡Sé un bálsamo de mis angustias!
A paladinas, a paladinas
Yo mal no obro contigo,
Y que yo sepa,
Es la más alta crueza,
Ésta, ésta que puedes usar conmigo.

¡Qué desazón del alma!
¡Oh soledad, sombra adlátere!
En mis soles y lunas,
Levantas tu bandera bordada
De mis nostalgias vulneradas;
De tormentos, terremotos, titubeos y sorpresas.

¡Oh soledad, sombra acompañante!
Algunos recuerdos vetustos emergen
En tu sombra diáfana y desnuda.
Si tienes oídos, que oigas:
Los recuerdos nacen y nunca jamás fenecen
Solo de lugar en la memoria mudan.
La ausencia no se da a la olvidanza,
Ni siquiera causa olvido.
La verdadera amada,
Sólida firme duradera,
Cuando ya bien ausente o perdido está.
Óyeme, Majakech, oye
¿Sigues marcando aún las sendas con tus pasos,
O si por debajo de la tierra
Un silencio elocuente envuelve tu calavera?

 

La reclusión solitaria

“Le grand mal de la vie, c’est l’ennui”.
Stendhal

En aquesta serpiente de vapor,
—Depredadora de carne humana,
Ávida de sangre inmaculada—,
Que tediosa su marcha reitera;
Cuitado yo y bien depredado,
Por ayeres de pesares y sinsabores.
Desollado de mi propio yo
Buscando incesantemente
pero no sé qué.
Vacíos me envuelven,
Me despedazan anhelos
Y carencias me transportan
Hacia no se sabe dónde.
¡Qué descarrío flagrante!
¡Qué desorientación acompañada!
¡Qué mañanas tan amedrentadoras!
¡Qué sonrisas la mar de amonestadoras!
Desesperanza, desesperanza, desesperanza.
La esperanza se va, se va, se fue.
Acaso Dios El Observador y El Todopoderoso,
Condenó a esta serpiente de vapor
A la misma imagen cotidiana y rutinaria;
Y yo a la sempiterna reclusión solitaria.

 

Oscuridades y caídas

A Majda Meskrot

Es un pecado capital ser:
Un ángel con alas de polvo,
Una abeja neutra hallada
En un macón,
Un desierto con dunas espinosas,
Y con oasis de sangre y veneno,
Una charca de agua estancada,
Y putrefacta... ¿¡y sin más!?
Un ruiseñor enmudecido
En un árbol imperio de arrugas,
Un largo túnel preñado
De promesas yacentes,
Ausencias perniciosas, sonoras y silencios;
Un inmenso ponto colmado
De estelas engorrosas,
Y Baratarias de congojas.

¡Ay! ¿De qué otros pecados,
Sí, sí, otros más capitales guardar el bulto?
Vivencias sin la miel de tus presencias,
Convivencias con la hiel de tus ausencias.