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La serpiente se come su cola

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Cada noche es una emoción distinta, un atropello o un asesinato, pero he olvidado el último día en que no morí, para comenzar mi larga vida que termina con la transformación de los tonos azulinos que nos cubren. Dejé de respirar.

No he podido terminar nada desde hace años, décadas tal vez; el acto de leer un libro se torna una apoteosis entre la página veintitrés y la veinticuatro. Aunque esta sea mi maldición, no me considero una persona diferente a las demás, pues mi muerte no es muy diferente a un sueño. Todos mis recuerdos son inventados, pues podría jurar que ayer fue la última vez que olí el suave destello del pastel que preparaba mi madre, pero ella murió hace siglos y no puedo recordar el día de ayer. El hecho de morir cada noche me otorga la inmortalidad, no importa cuántas veces sufra paros cardiacos a las seis veinticuatro de la tarde, no importa el número de ocasiones en que mi cerebro esté pintado en la pared o mi sangre baile con el cianuro, todos los días a la hora exacta en que el rayo de sol toca las ramas y genere los colores, amanezco con una cobija en el suelo y un dolor de dientes. Mi corazón se detuvo.

Me he quedado confinado a mi país, mi ciudad, incluso mi casa, las horas pasan y yo me pregunto por qué la gente invierte tanto tiempo en vivir momentos, pues siempre nos destruyen las horas que le preceden y las que anteceden, generan la sana ilusión de la felicidad, puesto que yo sé, al igual que el mundo, las horas que pasarán terminarán en un enfisema pulmonar.

El grito de la gente resuena en los oídos de sus hijos, nadie se pregunta el transcurso que tiene que recorrer la luz para que nosotros veamos, para que tengamos colores, nadie se preocupa por la luz, está ocupada viviendo en la, los carros suenan siempre, las toallas no están en su lugar, y la gente dedica su vida a generar recuerdos para que puedan tener un entretenimiento antes de la muerte, los últimos días que anteceden a su sueño, oscuridad. Me cayó un rayo.

Quisiera irme a una zanja y que salieran plantas de mi piel, que de mis manos brotaran unas lindas azucenas, un jazmín en mi pecho, mis piernas podrían ser unos poderosos robles, y de esa forma podría agonizar en el olvido, escuchando siempre el giro del viento. Me atropellaron.

Mi día empieza por el desayuno, hay veces que desayuno madera porque tiene una cantidad buena de fibra y si cada día será la última mierda que voy a cagar prefiero que pase flojita y cooperando. Hay días nublados en que doy un paseo y muero antes de la noche; al principio morir me entristecía, de hecho mi primera muerte la dramaticé de tal manera que sería excelente ponerla en una obra romántica; me atropellaron y me arrastré de tal manera que escribí el nombre de la mujer que amaba en aquel tiempo con mi sangre y puse una interpretación de Callas como último sonido por parte de este mundo, pero al siguiente día me di cuenta de que mi muerte fue un sueño o tal vez mi vida lo era y mi muerte es mi realidad. Me asesinaron.

Creo que fue Virginia la que dijo que la gente muere para que las demás personas apreciaran su vida, pero estoy seguro de que si el mundo me conociera odiaría su vida y hasta la de sus hijos, odiaría al español, al catorce de julio, a la noche estrellada y a la gloriosa luna. Al principio consideré que sería una maldición absoluta y hermosa, podré escuchar el llanto de las langostas, comprender la divina estructura de la cápsula celeste. No puedo afirmar que he conocido toda la historia del mundo, con mi muerte también se van mis memorias, los recuerdos son la ilusión de identidad más grande que he conocido. Olvidé.

He muerto tantas veces, al menos eso creo, que tuve que conversar con Dios para ver cuál es el error en mi estructura espiritual, no me dijo mucho, sólo que haría lo posible para arreglar mi problema y que disfrutara del vasto mundo que tenía para mí, que no me rindiera a Sodoma y que votara por él para las próximas elecciones. Amé con intensidad.

Y creo que fue un dos de noviembre, tal vez el cinco, pero diré que fue el treinta de julio cuando me encontré con la mujer más hermosa que se puedan imaginar. Conversé tanto con ella, y supe que por ese día me amó, no de la manera en que se ama a un novio o a un hermano, me amó de la manera en que me llamo, y deseé estar con ella en su sueño. Al día siguiente ella estaba muerta, hay ocasiones en que transcurre mucho tiempo y no me puedo dar cuenta a menos que vea a la gente envejecer, murió de senilidad y me perdí toda su vida por morir cada noche. Comprendí el horror de la belleza al igual y tuve la certeza de que esa noche sería mi última noche y lloré de pura paz. Despierto.

Cada noche es una emoción distinta, un atropello o un asesinato, pero he olvidado el último día en que no morí, para comenzar mi larga vida que termina con la transformación de los tonos azulinos que nos cubren.