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Poemas

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Delira Platón, en el mercado de esclavos de Egina*

El hombre es la medida de todas las cosas.
Protágoras de Ábdera, conf., Platón, “Crátilo”, 385 e ss; Aristóteles, “Metafísica”, XI 6, 1062 b 12; Sexto Empírico, “Esbozos pirrónicos”, I 216 ss; Her- mias, “Irrisión de los filósofos paganos”, IX (D. 653).

La carne humana cruje en los tablados
cuando el tratante halaga a sus clientes:
el dedo obsceno hurgando entre los dientes
o entre los lomos, anchos y agobiados.**

Delira el desdichado y se imagina
ser Platón, concediendo sin rodeo
que es justo ser esclavo en El Pireo
y una infamia en el ágora de Egina.

De repente, al ensueño del cautivo
lo deshace un espectro que despunta
el horror de aquel juicio relativo;

Protágoras, señor de las disputas,
desdeñoso y difunto le pregunta
qué fue de sus verdades absolutas

* El hecho que el poema narra es histórico. Platón fue cautivado, vendido como esclavo en el mercado de Egina y redimido por sus amigos. En “República” desaconseja la esclavitud de griegos, pero la admite para con los bárbaros y él mismo poseía, a su muerte, cinco esclavos. El autor se ha ocupado antes del tema en su relato “Las visiones y las razones de Aristocles”, que integra el libro El profeta y el traidor (Ed. Proa, 2000).

** “Platón” quiere decir: de anchas espaldas.

 

El riesgo voluptuoso

(...)
BURQUIO.- Con esta opinión vuestra pretendéis subvertir el mundo.
FRACASTORIO.- ¿Te parece que haría mal quien pretendiera subvertir el mundo
subvertido?

Giordano Bruno, “Sobre el infinito universo y los mundos”, Diálogo tercero.

La pública disculpa de los bronces
no consigue ofuscar a nuestras mentes;
imperceptibles, casi inexistentes
son los cambios habidos desde entonces.

Entonces es ayer, o la remota
edad en que el filósofo execrado
no pensaba en favor del potentado,
el caudillo, el magnate o el idiota.

¡Pobre Venecia, cuando tus señores
sacrifican al huésped y al amigo!
¡Pobre de ti, Giovanni Mocenigo,
patíbulo del Campo de los Flores!
Giordano Bruno sabe que le espera
el fulgor de la ciencia y de la hoguera.

 

Herencia

A Antonio Requeni

El fuego

Levítico, 6:2.
Servio, sobre las Églogas, de Virgilio, vi, 42.

Ha de haber un mandato que nos viene de lejos,
Y orienta mansamente los pretéritos ritos.
Por ejemplo el del fuego, heredero del día,
Que rescata a los hombres del miedo y la ceguera.

Disponer los maderos, arrimarles la lumbre,
Contemplar satisfechos la extensión de colores
Amarillos y rojos, o azules encendidos;
Y el aire empavesado con serena alegría.

Una vez aventados los temores primeros
A la anónima noche, y al frío que penetra
Con aguja de hielo las almas y las carnes,

El hombre frente al fuego es siempre el mismo hombre:
¿Dónde empiezan los cielos? ¿A quién debo la vida?
¿Qué me espera mañana? ¿Qué seré con la muerte?

 

La hecatombe

Génesis, 8:21.
Homero, Ilíada, Canto I, v. 455-465.

Ha de haber un mandato que nos viene de lejos,
Y orienta mansamente los pretéritos ritos;
Por ejemplo la traza de alegres hecatombes
Para honrar la memoria de los dioses arcanos.

La leña perfumada y el canto de la hoguera
Señalan el comienzo de sutiles negocios:
La salazón de carnes, la quema de la grasa,
Los primeros aromas que se elevan, calmantes.

En las sacras moradas del mundo y de los cielos
Los reciben, gozosos, los Bienaventurados;
Y abandonan la trama de la humana desdicha.

Mientras tanto los hombres, por un rato inmortales,
Devoran a la víctima en alegre jolgorio.
(La grasa pone lustre en la piel y en las barbas).

 

El vino

Juan, 2:11.
Plutarco, Banquetes, vii, 5.

Ha de haber un mandato que nos viene de lejos
Y orienta mansamente los pretéritos ritos;
Por ejemplo el del vino, que requiere de otros
Ya que siempre se bebe para unir soledades.

Nunca debe vaciarse la copa del ingrato,
Que la apura sin antes propiciar a los muertos
Que penan en el Hades, o en Los Campos Elíseos
De la Buenaventura, nos guardan y recuerdan.

¡Oh, vino delicioso, que entibia las entrañas
Y regocija el alma! ¡Que nos convierte en buenos,
Que nos hace valientes! ¡Qué nos hace esforzados!

¡Oh, vino verdadero, que proscribe mentiras!
¡Que degrada al infame con amarga resaca,
Y distingue a Odiseo del voraz pretendiente!