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Sebastián Silva
Sebastián Silva.
La nana de Sebastián Silva y el cine minimalista latinoamericano

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Salvo contadas excepciones uno puede decir de una película que es muy buena sin parecer esnobista. Pues de esta diría que lo es, a riesgo de un calificativo peor.

Intuyo en el cine latinoamericano un síntoma. Éste, nuestro divertido lado del mundo, está zurciendo una estética minimalista muy interesante. He visto cómo, con insistencia, películas de este estilo se van abriendo camino entre la variedad de géneros que hoy circulan por las salas de cine. Muchos de ellos producidos mediante la utilización de complejos dispositivos técnicos y lujosos aparatos de difusión y mercadeo.

Así como he advertido —y creo que no precipitadamente— un importante auge de géneros como el thriller o la ciencia ficción en España, también he podido constatar una tendencia hacia lo simple, lo llano, en el cine latinoamericano. Se me dirá que hace mucho que América Latina adoptó esta forma de representación artística como su leitmotiv, pero también es posible afirmar, dadas las características de este último cine, que el proyecto es singular y distinto, pues aquél en realidad era una suerte de naturalismo que privilegiaba el contenido social y político mientras que éste es un cine de lo cotidiano, de lo elemental, único trampolín desde el cual puede emerger una sustancia ética que puede servir de arma social.

La apuesta de este nuevo cine es por lo verosímil pero muy especialmente por lo espontáneo (una espontaneidad artificial, claro está). No se trata simplemente de una estética naturalista, puesto que no es mero afán documental. Es eso y mucho más: es el retorno al encuadre estático, a la ausencia de música, a la iluminación natural, a la virtual desaparición del maquillaje, a los decorados muertos, incluso, al uso de los dialectos, jergas y otras variantes discursivas. En este cine no hay pues estridencia. Puedo precisar un antecesor a esta corriente: el director japonés Yasujiro Ozu, del cual he visto Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953). La película no es más que el juego entre miradas, gestos y complicidades de una familia de clase media japonesa. En ella no ocurre nada excepcional: los niños se levantan con pereza, toman el desayuno, mascullan un adiós al entornar la puerta, pero nada más. No hay impulsos narrativos y por tanto se prescinde casi completamente de la expectación. La película es acaso el retrato de una ciudad convulsa en su fachada pero ritualista y mística en su interior. ¿Haría falta más?

Para reconocer mejor este síntoma del cine latinoamericano habría que ver, me parece, algunas películas que figuran como manifiestos del género: Mundo Grúa (Argentina, 1999), de Pablo Trapero; Historias mínimas (Argentina, 2002), de Carlos Sorín; Whisky (Uruguay, 2004), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella; El baño del papa (Uruguay, 2007), de César Charlone y Enrique Fernández, y La nana (Chile, 2009), de Sebastián Silva. Creo que la última de ellas es la más psicológica de todas y también, probablemente la más divertida.

El guion —también de Silva— intenta poner el dedo sobre un aspecto primordial: la complejidad de las relaciones entre el amo y el súbdito, o en términos hegelianos, la relación entre el amo y el esclavo. Esta dialéctica puede verse reflejada, al menos parcialmente, por medio de estas acciones que llevan a la nana a tomar gradualmente el poder en un hogar ya constituido, lo que implica que la sumisión puede llegar a ser, en algún punto, rebeldía (en el esclavo está el germen del sujeto histórico pues es éste quien hace la cultura y no el amo, pasivo y ocioso). Un tema que, por cierto, ya ha sido tratado en una película de Joseph Losey titulada El sirviente (1963).

También muy destacable me parece la actuación de Catalina Saavedra (la nana). Esta actriz desarrolla todo el automatismo del personaje de la niñera, a la vez que le da unos matices importantísimos que permiten apreciar el paso entre los distintos estados de ánimo. Esto es algo realmente difícil: mostrar los cambios emocionales de un personaje especialmente inexpresivo y parco. Después de ver un trabajo actoral como éste uno se pregunta: ¿y a Sandra Bullock le dan un Oscar?

En general, tenía tiempo que no me divertía tanto con un drama tan doméstico y pedestre. Resulta fascinante ver cómo con pocos recursos materiales, pero con una inventiva ilimitada, el director del film logra una obra estética y conceptualmente sólida. Una historia que se desarrolla entre cuatro paredes (todo sucede en el interior de una casa cualquiera de familia), pero que potencialmente es el relato de la conducta humana y las relaciones sociales en el mundo capitalista.