Sala de ensayo
Luis Landero
Luis Landero.
“Breve antología de la literatura universal”

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Faroni es un personaje de ficción creado por el escritor Luis Landero (España, 1948) en su primera novela Juegos de la edad tardía (1989), Premio de la Crítica y el Nacional de Literatura. Un grupo de entusiastas admiradores de la obra de Landero crearon en 1992 el “Círculo Cultural Faroni”, un club literario impulsado y dirigido por J. Ignacio Fernández Vázquez, que instituyó el “Premio Internacional de Relato Hiperbreve Círculo Cultural Faroni”, cuya última convocatoria ha sido la XX, correspondiente al año 2012.

La editorial Tusquets de Barcelona publicó, en 1996, Quince líneas. Relatos hiperbreves, una selección de 78 cuentos provenientes de las tres primeras convocatorias de dicho premio, y en esta edición se encuentra —pág. 51— el texto que presento a continuación, firmado por Faroni, pseudónimo del escritor arriba mencionado, Luis Landero.

Canta, oh diosa, no sólo la cólera de Aquiles sino cómo al principio creó Dios los cielos y la tierra y cómo luego, durante más de mil noches, alguien contó la historia abreviada del hombre, y así supimos que a mitad del andar de la vida uno despertó una mañana convertido en un enorme insecto, otro probó una magdalena y recuperó de golpe el paraíso de la infancia, otro dudó ante la calavera, otro se proclamó melibeo, otro lloró las prendas mal halladas, otro quedó ciego tras las nupcias, otro soñó despierto y otro nació y murió en un lugar de cuyo nombre no me acuerdo. Y canta, oh diosa, con tu canto general, a la ballena blanca, a la noche oscura, al arpa en el rincón, a los cráneos privilegiados, al olmo seco, a la dulce Rita de los Andes, a las ilusiones perdidas, y al verde viento y las sirenas y a mí mismo.

Este texto —con frecuencia reproducido en numerosas antologías de minicuentos— es realmente un ejercicio de intertextualidad creado mediante un lúdico, sugerente y original ensamblaje de diversas citas o referencias muy breves, pertenecientes a veinticuatro grandes obras de la literatura universal, obras que comento a continuación, tal como las enumero en la siguiente repetición del texto:

(1) Canta, oh diosa, no sólo la cólera de Aquiles (2) sino cómo al principio creó Dios los cielos y la tierra y (3) cómo luego, durante más de mil noches (4) alguien contó la historia abreviada del hombre, (5) y así supimos que a mitad del andar de la vida, (6) uno despertó una mañana convertido en un enorme insecto (7) otro probó una magdalena, (8) otro dudó ante la calavera (9) otro se proclamó melibeo, (10)otro lloró las prendas mal halladas, (11) otro quedó ciego tras las nupcias, (12) otro soñó despierto (13) y otro nació y murió en un lugar de cuyo nombre no me acuerdo. (14) Y canta, oh diosa, con tu canto general, (15) a la ballena blanca, (16) a la noche oscura, (17) al arpa en el rincón, (18) a los cráneos privilegiados, (19) al olmo seco (20) a la dulce Rita de los Andes, (21) a las ilusiones perdidas, (22) y al verde viento (23) y a las sirenas (24) y a mí mismo.

 

1. “Canta, oh diosa, no sólo la cólera de Aquiles”

Comienzo del canto I de La Ilíada.

La Ilíada es una epopeya griega considerada el poema escrito más antiguo de la literatura occidental. Atribuido a Homero (siglo VIII a. C.) consta de 15.693 versos divididos en 24 cantos o rapsodias y el tema central gira en torno a la cólera de Aquiles y los acontecimientos ocurridos durante unos pocos días en el décimo y último año de la guerra de Troya entre griegos y troyanos. La muerte de Aquiles y la toma de Troya no se narran en la Ilíada, aunque son anunciadas varias veces. Los dioses y los héroes se codean en este poema de la fuerza y del ardor bélico en constante exaltación de la ira, el orgullo, la amistad, la audacia, a veces de la crueldad y a menudo también de la magnanimidad y la generosidad.

En La Ilíada, como apunta Emilio Crespo, hay un interés por lo humano y lo ético que emergen sobre el fondo de una sociedad bélica primitiva. Esa preocupación por lo humano se manifiesta en el desapego de lo grotesco, lo hiperbólico y lo brutal, de lo mágico y lo maravilloso, en las valoraciones morales implícitas y, sobre todo, en la compasión por el sufrimiento y la muerte, que unen a todos los hombres. Interés por lo humano que preludia la tragedia clásica y es una característica primordial de toda la cultura griega antigua.

El título de la obra deriva del nombre griego de Troya, Ilión.

Canta, oh musa, la cólera del pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves...

 

2. “sino cómo al principio creó Dios los cielos y la tierra”

Versículo I del Génesis, el primero de los libros de la Biblia.

Biblia es una palabra de origen griego que significa literalmente “los Libros”. Este término pasó del griego al latín, y a través de él a las lenguas occidentales, no ya como nombre plural, sino como singular femenino: la Biblia, es decir, el Libro por excelencia. Con este término se designa la colección de escritos reconocidos como sagrados o canónicos —transmisores de la palabra de Dios— por el pueblo judío y por las iglesias cristianas —la católica y las protestantes.

La primera biblia hebrea —según el llamado Canon de Palestina o de Jerusalén— se conoce con el nombre de Tanaj y fue escrita originalmente en hebreo y arameo antiguos, a lo largo de aproximadamente 1.000 años (entre el 900 a. C. y el 100 d. C.). Constaba de 39 libros, condensados en 24, divididos en tres secciones: la Ley (Torá), los Profetas y los Escritos.

Para los cristianos la Biblia se divide en Antiguo Testamento —los católicos y las iglesias protestantes no coinciden en el mismo número de libros— y Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento cristiano, escrito en lengua griega koiné, se compone de los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de San Pablo, Santiago, San Pedro, San Juan y San Judas, y el Apocalipsis. Se narra la vida, muerte y resurrección de Jesús, su mensaje, la historia de los primeros cristianos y las epístolas dirigidas a diversas congregaciones cristianas por algunos apóstoles y San Pablo.

Si quisiéramos seleccionar uno de los textos bíblicos más conocidos y degustados, tanto por la tradición judía como por la cristiana, seguramente nos quedaríamos con el Salmo 23, un hermoso y poético texto que nos habla de la ternura de Dios y de los sentimientos que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz, seguridad, confianza, plenitud de vida:

“El Señor es mi pastor, nada me falta; / en verdes praderas me hace reposar, / me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; / me guía por el sendero justo, haciendo honor a su nombre; / aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan. / Me preparas una mesa frente a los enemigos, me unges la cabeza con perfume, mi copa rebosa. / Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. / La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. / Dijo Dios: —Que exista la luz-. Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas: / llamó Dios a la luz “día” y a la tiniebla “noche”...

 

3. “y cómo luego durante más de mil noches”

Las mil y una noches (en árabe Alf Laila Wa-Laila) es la más amplia y hermosa colección de cuentos populares de todos los tiempos: más de doscientos cincuenta, agrupados en tomo a un relato —de origen hindú, probablemente— que sirve de marco y que estructura todo el variopinto conjunto. El rey persa Sahriyar, al enterarse de la infidelidad de su esposa, la manda matar y, convencido de las supuestas astucias y perfidias femeninas, dispone que en adelante se acostará todas las noches con una joven distinta, hija de alguno de sus súbditos, a la que mandará matar a la mañana siguiente. Así lo hace, hasta que Sherezade, la bella y prudente hija del visir, logra que el rey vaya aplazando su muerte, intrigado por los cuentos que la muchacha le cuenta cada noche y que, invariablemente, al apuntar el alba quedan interrumpidos en el punto culminante de la acción. El rey, para enterarse del final, retrasa la ejecución y lo mismo sucede las siguientes jornadas, quedando pendiente el interés del rey por el desenlace de los diversos cuentos durante mil y una noches. Al cabo de ellas, Sherezade, con la que el rey ha tenido ya tres hijos, se convierte en esposa feliz de Sahriyar, curado así de su cruel misoginia, gracias a la atractiva e inteligente hija del visir y a las historias que ella le cuenta.

Las mil y una noches es una colección formada por tres grupos de narraciones, además de otras independientes como el ciclo autónomo de los fantásticos viajes de “Sindbad el marino”, de procedencia egipcia. El primer grupo parece que tuvo como origen un libro de cuentos persas que, a su vez, procedían de la India. El segundo se compuso en el ambiente musulmán de la alta Edad Media y retrata, aunque ya con colores más fantásticos que históricos, la sociedad islámica bajo la dinastía de los Abasidas o Abasíes de Bagdad. El tercer grupo, el más reciente, está formado por un conjunto de relatos populares que reproducen con viveza y espontaneidad la vida del pueblo llano de Egipto bajo los Mamelucos —siglos XIV y XV. En esta compleja composición entraron a formar parte, además de los cuentos indios, persas y egipcios, otros provenientes de Grecia, Arabia e, incluso, de China y Japón. Se trata, en resumen, de una inmensa obra colectiva e impersonal por excelencia: una verdadera memoria universal de cuentos.

La mayor parte de estos cuentos fueron primitivamente relatados por narradores ambulantes —transmitidos oralmente, por tanto— y, aunque parece ser que ya en el siglo X circulaban manuscritos de esta obra, la colección alcanzó la estructura general que hoy conocemos y recibió un unificador aspecto islámico en una recopilación y transcripción realizada en Egipto, tal vez a mediados del siglo XV.

Pero, realmente, este maravilloso libro no fue conocido, valorado y difundido hasta el siglo XVIII, cuando un arabista francés, Antoine Galland, tradujo el citado manuscrito egipcio y publicó los doce volúmenes de Les mille et une nuits. Contes arabes, traduits en français (1704-1717).

El estudioso francés expurgó sin contención los pasajes más violentos y eróticos y añadió relatos procedentes de otras fuentes escritas bien distintas, además de narraciones orales recogidas directamente por él, como las historias que le contó Hanna, un sirio de Alepo, que eran cuentos del mismo tipo, pero que no figuraban en el aludido manuscrito egipcio.

La versión de Galland dio a conocer Las mil y una noches, unitariamente, incluso en el mundo oriental: de hecho, la primera edición en árabe fue publicada en El Cairo en 1835 y, en un curioso efecto boomerang, este texto retorna a Occidente como base de las versiones sucesivas.

Las dudas y polémicas sobre el libro no han cesado. Galland fue acusado de haber inventado —contagiado o imbuido por aquel fabuloso universo narrativo— algunas de las historias más célebres, como la de “Aladino y la lámpara maravillosa”, considerado el cuento maravilloso más célebre del mundo, o la de “Alí Babá y los cuarenta ladrones”; si así hubiera sido, habría que considerar al arabista francés, como muy bien afirma Borges, el último eslabón de una extensa y excelente dinastía de narradores. Pero parece ser que, al menos los cuentos más importantes, no fueron fruto de la inventiva de Galland, sino que algunos de ellos, procedentes de fuentes ajenas —como ya hemos indicado—, los incluyó él en la colección, en donde han adquirido carta de naturaleza por su belleza literaria y por el unificador sedimento del paso del tiempo.

Por no faltarle de nada, a este libro fantástico tampoco le falta su maldición y su misterio. Según una tradición árabe, el que lo lea todo seguido, desde el principio hasta el final, morirá. Parece ser que en un principio el título original era “Mil noches”, y para evitar el temor supersticioso oriental a las cifras pares, los compiladores agregaron una noche más, con lo que, aparte de conjurar la superstición, su título sugiere la temporalidad innumerable.

La gama de cuentos es sumamente variada: apólogos o fábulas de animales; historias de magia y narraciones maravillosas con reyes y princesas, talismanes, genios, gigantes y duendes; increíbles aventuras de navegantes, cuentos de bandidos, de amores idealizados o de torpe concupiscencia. En fin, un mundo heterogéneo, fantástico o crudamente realista, apicarado o cortesano, en el que se refleja el esplendor y la fastuosidad oriental; pero también, y de una manera más intensa, los hábitos y costumbres de las clases medias y bajas del medievo islámico. Sin embargo, conviene dejar claro que todo está narrado con el único propósito de contar por el gusto de hacerlo; es decir, de “atrapar” o “encandilar” al oyente o lector, llevarlo y traerlo, encantarlo y divertirlo, hechizarlo, como hacen todavía hoy los contadores de cuentos en los zocos y plazas de Oriente.

Muchos de los relatos de estas impresionantes Mil y una noches pertenecen a la memoria colectiva universal, por la ya indicada diversidad de procedencia y por haberse incorporado al tesoro de lecturas imprescindibles que desde su infancia posee un hombre culto, aunque haya que lamentar que, con demasiada frecuencia, esas historias hayan circulado en malas adaptaciones y peores versiones.

El halcón del rey Sindabad

Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche, pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentado en su palacio y vio de pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “¡Oh rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza”.

Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las redes. Entonces dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela”. Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se internó tierra adentro. El rey se volvió hacia los guardas y, al ver que guiñaban los ojos maliciosamente, le dijo al visir: “¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?”. Y el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela”. Y el rey exclamó: “¡Por mi vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!”. Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y, al alcanzarla, el halcón le dio con el pico en los ojos de tal manera que la cegó.

Entonces el rey empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. Enseguida descabalgó, degollándola y desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos. Hacía bastante calor y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caballo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez y lo volcó. Y el rey encolerizado cogió por tercera vez el vaso, pero esta vez se la presentó al caballo, y el halcón también derribó el vaso con el ala. Entonces dijo el rey: “¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo”. Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza; le dijo por señas. “Mira lo que hay en el árbol”. Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno.

Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó, montó a caballo y se fue, llevándose la gacela. Al llegar a su palacio, le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala y guísala”.

Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey, al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber matado al halcón que le había salvado de la muerte.

 

4. “alguien contó la historia abreviada del hombre”

Del Libro Quinto De brevitate vitae, de los Tratados morales del filósofo hispano-romano Lucio Anneo Séneca, escrito en el año 55 d. C.

Los Tratados morales son siete pequeños ensayos sobre problemas morales. Los temas tratados son muy variados, desde cómo debe ser la clemencia de los gobernantes, hasta cómo debe el sabio aprovechar su tiempo de ocio: De la Divina Providencia, De la vida bienaventurada, De la tranquilidad del ánimo, De la constancia del sabio, De la brevedad de la vida, De la consolación y De la pobreza.

No cabe dudar de la verdad de aquello que, como un oráculo, dejó dicho el mayor de los poetas: “La parte de la vida que vivimos es muy escasa”. Porque todo el espacio restante no es vida, es mero tiempo... ¿Qué va a pasar? Tú no tienes tiempo para nada y la vida corre; entretanto llega la muerte y para ella, quieras o no, vas a tener todo el tiempo del mundo... En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto...

 

5. “y así supimos que a mitad del andar de la vida”

Comienzo de La Divina Comedia, una de las obras de arte más destacadas de la literatura universal. Se trata de un poema épico-alegórico, escrito en tercetos por el italiano Dante Alighieri, comenzado a escribir a principios del siglo XIV y terminado poco antes de su muerte en 1321. Relata el viaje de Dante por los tres reinos de ultratumba: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, acompañado por el poeta latino Virgilio en su viaje por el Infierno y el Purgatorio; y por Beatriz, que lo guía en el paraíso hasta contemplar la Divina Trinidad. Dante conoció a Beatrice Portinari cuando él tenía sólo 9 años y ella 8 y, aunque apenas se vieron ni se dirigieron la palabra, Dante nunca la olvidó; fue su gran amor platónico y significó en su vida y en su obra la plenitud de la Belleza y de la expresión del Amor.

El largo viaje comienza en el Infierno, el mundo subterráneo de la desesperación, el reino de la morta gente. En la inscripción que en trazos oscuros hay pintada en su puerta, se anuncia que los que allí penetren deben abandonar toda esperanza: Lasciate ogni speranza, voi che intrate.

En contraste con el mundo del Infierno, el abrupto monte del Purgatorio simboliza el esfuerzo que el alma cristiana ha de realizar con la ayuda de la Gracia para conseguir la paz, cuando, ya en el Paraíso Terrenal, sus pecados hayan sido borrados con las aguas del río Leteo.

Cuando llegan al Paraíso, el reino de Dios gozado por la festinata gente, Virgilio no puede acompañar a Dante por ser pagano. Beatriz, más bella que nunca, purificada por el Amor y símbolo de la ciencia divina, la Teología, le sirve de guía en esta incursión mística: una ascensión en nueve círculos hasta el vértice, donde se encuentra la Eterna Divinidad. Antes de llegar al trono del Señor, Beatriz se queda entre los santos y ángeles y Dante, más allá de la Teología, será ahora guiado por San Bernardo, místico contemplativo, para contemplar directamente a Dios.

La Divina Comedia es considerada como una de las obras maestras de la literatura italiana y mundial por sus altos valores estéticos (entre los que destacan su estructura matemáticamente trazada y el carácter simbólico y alegórico de la obra), por presentar una visión del mundo y del trasmundo que conjuga la visión clásica y la medieval, y porque sirvió para convertir el dialecto toscano en que Dante la escribió en una lengua de cultura, que se impondría en toda Italia.

A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento! (...).

 

6. “uno despertó una mañana convertido en un enorme insecto”

La metamorfosis, novela corta del escritor judío Frank Kafka (Praga, Imperio Austrohúngaro, 1883-1924), escrita en alemán en 1915.

Gregorio Samsa, un viajante de comercio que vive con su familia a la que mantiene con su sueldo, despedido de su trabajo, aparece una mañana convertido en monstruoso insecto sin que esa transformación haya modificado sus sentimientos humanos, la necesidad de bondad y de afecto y su razonamiento lúcido; sin embargo sí cambian sus costumbres y sus relaciones con el resto de la familia: sus padres y su hermana. Aparte de lo mucho que haya de autobiográfico, La metamorfosis es una estremecedora y terrorífica historia, una terrible fábula, una profunda metáfora sobre la existencia, la deshumanización, la amargura, la soledad y la incomunicación humana.

En palabras del profesor Ignacio Arellano, Samsa, expulsado del trabajo y de la familia, arrojado entre desperdicios al interior de su cuarto, aislado y atacado, víctima del horror, el asco y el desprecio, herido gravemente por una manzana que su padre le ha incrustado en el caparazón, muere asumiendo su misteriosa culpabilidad, derrotado, “firmemente convencido de que tenía que desaparecer”.

El relato de Kafka encierra en tan sencillo diseño muchas lecturas posibles, además de las referencias personales-familiares ya aludidas. Entre las muchas interpretaciones se encuentra la que apunta a una sociedad autoritaria y totalitaria que con su maquinaria institucional aplasta al individuo hasta convertirlo en un insecto despreciable. Hay, seguramente, en La metamorfosis de Kafka, una visión premonitoria de lo que va a ser el valor del hombre en los ya muy cercanos totalitarismos, nazismo y comunismo soviético. No se olvide que Ottla, la hermana menor y preferida de Kafka, fue asesinada —como un insecto eliminado con un insecticida— en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz.

Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

 

7. “otro probó una magdalena y recuperó de golpe el paraíso de la infancia”

Por el camino de Swann, el primer volumen, publicado en 1913, de los siete que componen la novela En busca del tiempo perdido (À la recherche du temps perdu) del autor Marcel Proust (Francia, 1871-1892).

Se trata de una larga novela sobre el tiempo: sobre el olvido y el recuerdo, y sobre la cuestión de cómo evadirse del imparable desvanecimiento del tiempo y, con ello, de la transitoriedad y de la costumbre. La respuesta es a través de la memoria (Christiane Zschirnt).

Uno de los fragmentos más conocidos del primer volumen rememora el célebre episodio al comer una magdalena mojada en una taza de té cuyo gusto le hace recuperar un recuerdo hasta entonces perdido, pues asocia el sabor, la textura y el aroma de la magdalena con esa misma situación vivida años atrás, en la niñez, cuando durante sus vacaciones, por la mañana, su tía abuela le daba pedacitos de magdalena humedecidos en la misma infusión. De esta manera, como se ha dicho, una vulgar magdalena se convierte en el símbolo proustiano del poder evocador de los sentidos y de la capacidad que pueden tener un sabor o un aroma de llevarnos al pasado, todo ello expresado en ocho intensas páginas convertidas en uno de los lugares comunes de la historia de la literatura europea.

Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero lo excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba?” (...).

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray...

 

8. “otro dudó ante la calavera”

Hamlet (cir. 1600-1601), una de las más importantes tragedias de William Shakespeare (Reino Unido, 1564-1610).

Parece evidente que Landero se refiere al famoso monólogo de la duda de Hamlet (escena primera del tercer acto), aunque en la obra el protagonista no está en ese momento meditando ante una calavera. Realmente el pasaje de la calavera se desarrolla en la escena primera del quinto acto, cuando, al regresar el príncipe del destierro en Inglaterra, un sepulturero le informa en el cementerio de la muerte de Yorick, bufón de la corte y amigo de la infancia de Hamlet. Entonces éste sujeta su calavera en la mano mientras recuerda sus virtudes y reflexiona sobre la muerte y el paso del tiempo: “¡Ay! ¡Pobre Yorick! ¿Qué se hicieron de tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes que animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya de músculos, ni puedes reírte de tu propia deformidad...”.

Esta imagen del protagonista con la calavera, por su fuerza, ha sido asociada con frecuencia al monólogo de la duda hamletiana, el del “ser o no ser” al que se refiere Landero, el texto más célebre y conocido de la obra.

Ser o no ser: esta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Esa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar...

 

9. “otro se proclamó melibeo”

En el acto I de La Celestina (1499, 1502) de Fernando de Rojas (España, c. 1470-1541)

La Celestina, dice Lida de Malkiel, es obra “primera y única en cuanto a la creación de caracteres”. Aunque Calisto y Melibea aparecen como protagonistas, es Celestina la que señorea la obra entera y muy pronto su figura oculta la de los amantes hasta incluso poner título a la obra —de Comedia de Calisto y Melibea, en la primera versión, y Tragicomedia de Calisto y Melibea, en la segunda, a La Celestina, con la que se ha conocido definitivamente. Aunque como tipo literario la figura de Celestina tiene muchos precedentes literarios, supera a todos por su entidad humana, por su capacidad de seducción y sus poderes en asuntos de amor. Conocedora de la naturaleza humana y con una inmensa experiencia, todo lo subordina a su medro; y así como sirve al mal, serviría igual al bien si esto le reportara utilidad. Con rasgos rotundamente medievales, Celestina encarna, pues, la nueva y eterna moral utilitaria.

Calisto: Yo Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo. Y a Melibea amo.

 

10. “otro lloró las prendas mal halladas”

Soneto X de Garcilaso de la Vega (España, 1501-1536).

Tras la muerte de Elisa (Isabel Freyre), la amada imposible de Garcilaso, los buenos recuerdos que de ella poseía son ahora para él motivos de dolor y llanto, y desea que aquel bien pasado se lleve también el mal que le han dejado, porque, si no, pensará que le dieron tanto bien para hacerle morir de tristeza con el recuerdo de aquel tiempo feliz pasado.

¡Oh dulces prendas por mi mal halladas, / dulces y alegres cuando Dios quería, / juntas estáis en la memoria mía / y con ella en mi muerte conjuradas! // ¿Quién me dijera, cuando las pasadas / horas que tanto bien por Dios me veía, / que me habíais de ser en algún día / con tan grave dolor representadas? // Pues por un hora junto me llevastes / todo el bien que por términos me distes, / llevadme junto el mal que me dejastes; // si no, sospecharé que me pusistes / en tantos bienes porque deseastes / verme morir entre memorias tristes.

 

11. “otro quedó ciego tras las nupcias”

Edipo rey (430? a. de C.), del autor griego Sófocles, la más grande tragedia de la literatura universal.

Edipo, rey de Tebas y esposo de Yocasta, al investigar la muerte de Layo, el rey anterior, poco a poco descubre la terrible verdad: el propio Edipo es el asesino que busca, Layo era su padre y Yocasta, su actual esposa, era su madre. Yocasta, al enterarse, se ahorcó y Edipo, horrorizado, se cegó los ojos con un broche.

Edipo: ¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!

(Entra en palacio.)

***

Mensajero: ...Ha muerto la divina Yocasta.

Corifeo: ¡Oh desventurada! ¿Por qué causa?

Mensajero: Ella, por sí misma... Cuando, dejándose llevar por la pasión atravesó el vestíbulo, se lanzó derechamente hacia la cámara nupcial mesándose los cabellos con ambas manos.... Deploraba el lecho donde, desdichada, había engendrado una doble descendencia: un esposo de un esposo y unos hijos de hijos.

Edipo, dando gritos... de horrible modo, como si alguien lo guiara,... se precipita en la habitación en la que contemplamos a la mujer colgada, suspendida del cuello por retorcidos lazos. Cuando él la ve, el infeliz, lanzando un espantoso alarido, afloja el nudo corredizo que la sostenía. Una vez que estuvo tendida, la infortunada, en tierra, fue terrible de ver lo que siguió: arrancó los dorados broches de su vestido con los que se adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos.... Las pupilas ensangrentadas teñían las mejillas y no destilaban gotas chorreantes de sangre, sino que todo se mojaba con una negra lluvia y granizada de sangre.

 

12. “otro soñó despierto”

La vida es sueño (1635), de Calderón de la Barca (España, 1600-1681).

Este soliloquio, uno de los más famosos del teatro universal, pertenece a la última escena de la jornada II de La vida es sueño. El príncipe Segismundo, desde su infancia, ha sido encerrado en una torre por su padre el rey Basilio para evitar que se cumplan los malos augurios de una profecía. El rey, para probar la veracidad del vaticinio, lleva narcotizado al palacio a su hijo que, al despertar, se muestra orgulloso y cruel y, entre otros desafueros, arroja a un cortesano por una ventana. Segismundo es devuelto de nuevo narcotizado a la torre y, al despertar, se pregunta si la experiencia del palacio ha sido un sueño o ha sido realidad y declama entonces su famoso monólogo, en el que compara la vida con un permanente sueño. El final constituye la más abierta expresión del sentimiento barroco del desengaño.

Segismundo: Es verdad, pues: reprimamos / esta fiera condición, / esta furia, esta ambición, / por si alguna vez soñamos. / Y sí haremos, pues estamos / en mundo tan singular, / que el vivir sólo es soñar; / y la experiencia me enseña, / que el hombre que vive, sueña / lo que es, hasta despertar. // Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; / y este aplauso, que recibe / prestado, en el viento escribe, / y en cenizas le convierte / la muerte, ¡desdicha fuerte! / ¿Que hay quien intente reinar, / viendo que ha de despertar / en el sueño de la muerte? // Sueña el rico en su riqueza, / que más cuidados le ofrece; / sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza; / sueña el que a medrar empieza, / sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende. // Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.

 

13. “otro nació y murió en un lugar de cuyo nombre no me acuerdo”

Don Quijote de La Mancha (1605, 1615) de Miguel de Cervantes (España, 1547-1616).

Es el comienzo de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, la primera parte de El Quijote (1605), considerada la primera obra literaria que se puede denominar, en verdad, novela moderna, y también la primera novela polifónica, que interpreta la realidad, no según un solo punto de vista, sino desde varios puntos de vista superpuestos al mismo tiempo. Tal como afirma el propio autor por boca del cura, es una “escritura desatada” donde caben: géneros épicos, líricos, trágicos, cómicos, prosa, verso, diálogo, discursos, chistes, fábulas, filosofía, leyendas... y la parodia de todo ello. Nadie discute el influjo abrumador que ejerció en toda la narrativa europea posterior. En el año 2002, y a petición del Norwegian Book Club, se realizó una lista con las mejores obras literarias de la historia, mediante las votaciones de 100 grandes escritores de 54 nacionalidades distintas, apareciendo las obras en estricto orden alfabético, para que no prevaleciese ninguna obra sobre otra, pero por unanimidad se hizo una excepción con “Don Quijote”, que encabezó la lista siendo citada como “el mejor trabajo literario jamás escrito”.

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...

 

14. “Y canta, oh diosa, con tu canto general”

Canto general (1950), de Pablo Neruda (Chile, 1904-1973).

El Canto general consta de quince secciones, 231 poemas y más de quince mil versos. Obra tremendamente ambiciosa, es el gran poema épico de toda Hispanoamérica en el que se describe el origen cosmogónico del continente, la riqueza de las culturas precolombinas, la llegada de los conquistadores y la lucha por la independencia. Pero es también la biografía de un hombre, el propio Neruda, y un canto a sus compatriotas anónimos, a la fraternidad con los oprimidos y humildes y a la vastedad silenciosa y solemne del gran océano inmemorial que lo circunda todo. Se trata, en palabras de Mario Ferrero, de una obra “densa y monumental, la de mayor amplitud temática y síntesis americanista que se haya realizado en el continente”.

A través de la tierra juntad todos / los silenciosos labios derramados / y desde el fondo habladme toda esta larga noche / como si yo estuviera con vosotros anclado, / contadme todo, cadena a cadena, / eslabón a eslabón, y paso a paso, / afilad los cuchillos que guardasteis, / ponedlos en mi pecho y en mi mano, / como un río de rayos amarillos, / como un río de tigres enterrados, / y dejadme llorar, horas, días, años, / edades ciegas, siglos estelares. / Dadme el silencio, el agua, la esperanza. / Dadme la lucha, el hierro, los volcanes. / Apegadme los cuerpos como imanes. / Acudid a mis venas y a mi boca. / Hablad por mis palabras y mi sangre. (“Alturas de Machu Picchu”, XII).

 

15. “a la ballena blanca”

Moby Dick o la ballena blanca (1851), de Herman Melville (Estados Unidos, 1819-1891).

El tema central de la novela es el conflicto entre el capitán Ahab y la gran ballena blanca que le había arrancado la pierna a la altura de la rodilla. Ahab, ávido de venganza, se lanza con toda su tripulación a una desesperada búsqueda de su enemigo. La obra sobrepasa en mucho la aventura y se convierte en una alegoría sobre el mal incomprensible representado por la ballena, un monstruo de las profundidades, que ataca y destruye lo que se pone en su camino, y también por el capitán Ahab, que representa la maldad absurda y obstinada, que sostiene una venganza personal y arrastra a la muerte inútil a muchos inocentes. Como se ha dicho, Moby Dick es una obra con tal entusiasmo en palabras e imágenes, que en el curso de la lectura el sobrecogido lector cree estar en una cáscara de nuez zarandeada por el inmenso océano y amenazado por el más terrorífico monstruo marino. El estilo narrativo varía entre bíblico y épico, científico y cotidiano, filosófico, lírico y dramático.

Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo... Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena.

 

16. “a la noche oscura”

Noche oscura de San Juan de la Cruz (España, 1542-1591).

Este poema, una de las cumbres de la literatura mística universal, expone, bajo la forma de una alegoría, el caminar del alma hasta su unión con Dios. El fundamento alegórico es una situación amorosa humana revestida de expresiones eróticas: la amada que sale “a oscuras y segura” a encontrarse con el amado. Se trata literalmente de un canto de amor, pero en el que la amada simboliza al alma y el amado, a Dios. Al final del poema se encuentran los enamorados y su amor se consuma en la más dichosa plenitud, que en este caso es la fusión del alma con la divinidad. Como apuntó Jorge Guillén, “pocas, muy pocas veces se habrá cantado la consumación del amor como en la última estrofa, tan densa, con laxitud que es plenitud”.

En una noche oscura, / con ansias en amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada, / estando ya mi casa sosegada. // A oscuras y segura, / por la secreta escala disfrazada, / ¡oh dichosa ventura! / a oscuras y en celada, / estando ya mi casa sosegada.

(...)

El aire de la almena, / cuando yo sus cabellos esparcía, / con su mano serena / en mi cuello hería, / y todos mis sentidos suspendía. // Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el amado, / cesó todo, y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado.

 

17. “al arpa en el rincón”

Rima VII de Gustavo Adolfo Bécquer (España, 1836-1870).

“Ha pasado ya la obra de Bécquer por los tres estados que acaso deba atravesar un escritor para convertirse en un clásico. Al desconocimiento inicial, excepto por un grupo de amigos, sucede inmediatamente después de su muerte la atención ignorante del público, que lo mismo acepta sin saber lo que acepta como rechaza sin saber lo que rechaza; luego, en la época modernista, el olvido; ahora, en años recientes, el interés hacia su obra ha vuelto a surgir, pero ya es perceptible la trascendencia evidente que su obra tiene. Es decir: como un clásico. En efecto, Bécquer desempeña en nuestra poesía moderna un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición, que lega a sus descendientes. Y si de Garcilaso se nutrieron dos siglos de poesía española, estando su sombra detrás de cualquiera de nuestros poetas de los siglos XVI y XVII, lo mismo se puede decir de Bécquer con respecto a su tiempo. Él es quien dota a la poesía moderna española de una tradición nueva, y el eco de ella se encuentra en nuestros contemporáneos mejores” (Luis Cernuda).

Las Rimas de Bécquer son en su mayoría breves poemas de una, dos o tres estrofas en las que predominan las de cuatro versos, endecasílabos y heptasílabos combinados, en asonancia alternante en los pares y de “pie quebrado”. Tienen en cuanto a la métrica un carácter indiscutible de poesía culta, pero siguen los cauces de las formas líricas tradicionales, en cuanto a rima y brevedad. El secreto de la profunda impresión que causa la poesía de Bécquer es ese saber decir, íntimo y confidencial, sin retóricas huecas ni pretensiones de brillantez, intentando expresar su sentir clara y exactamente, con los mínimos elementos necesarios. Pertenece a esa poesía de la que él hablaba, “natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y, desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía”.

En la Rima VII, una de las más conocidas, se describe la imagen de un arpa olvidada y polvorienta en el rincón de un salón, así como los sentimientos que despiertan en el poeta al contemplarla. El tema es el proceso creador artístico, concretamente la inspiración en espera de su creador. Casi como en un acto religioso, la musa espera ser despertada por el genio del poeta.

Del salón en el ángulo oscuro, / de su dueña tal vez olvidada, / silenciosa y cubierta de polvo / veíase el arpa. // ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas! // —¡Ay! —pensé—; ¡cuántas veces el genio / así duerme en el fondo del alma, / y una voz, como Lázaro, espera / que le diga: “¡Levántate y anda!”.

 

18. “a los cráneos privilegiados”

Luces de bohemia (1920, 1924), de Ramón del Valle Inclán (España, 1866-1936).

La primera vez que Valle utiliza el calificativo de “esperpento” es en la escena XII de Luces de Bohemia, por boca del protagonista Max Estrella: “El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato... Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada... España es una deformación grotesca de la civilización europea... Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas... Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España”.

En Luces de Bohemia se dramatiza el recorrido nocturno de un poeta ciego, pobre y bohemio, Max Estrella, acompañado por su amigo Latino de Hispalis, por diversos lugares y ambientes madrileños —un Madrid absurdo, brillante y hambriento. Este alucinante “vía crucis” o “bajada a los infiernos” concluye con la muerte de Max a la puerta de su casa, al rayar el alba. Los escenarios recorridos —librería, tabernas, calles, comisaría, calabozos, redacción de un periódico ministerio, etc.— evidencian toda una sociedad miserable y corrupta, a la que el autor critica, parodiándola y caricaturizándola grotescamente. Nada se escapa al ojo penetrante, crítico y satírico de Valle y, además, con la inmediatez y la concreción del Madrid y la España de su tiempo. Todos los estratos sociales están presentes, la historia contemporánea y la pasada, las instituciones oficiales periodísticas y académicas, las huelgas y algaradas, la ley de fugas, el modernismo trasnochado, la falsedad de las primeras vanguardias ultraístas, y, en fin, la manera en que “este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras”.

PICA LAGARTOS: ¡El mundo es una controversia!

DON LATINO: ¡Un esperpento!

EL BORRACHO: ¡Cráneo privilegiado! (Escena XV, final de la obra).

 

19. “al olmo seco”

“A un olmo seco” (1912), de Antonio Machado (España, 1875-1939).

Antonio Machado fue un hombre serio, introvertido y solitario, profundo y bueno, cuyas principales actividades fueron meditar, leer, asistir a las tertulias con sus amigos y escribir. Pensaba que la poesía no debía ser sólo un puro juego decorativo, sino expresión de la auténtica emoción humana —“una honda palpitación del espíritu”. Como Unamuno, creía que la función de la poesía era la de eternizar lo momentáneo —“palabra esencial en el tiempo”—, expresión no de abstracciones conceptuales sino de reales y sentidas vivencias personales. Los principales temas machadianos fueron la angustia del tiempo, la melancolía de los sueños y los recuerdos, el problema del ser y de la muerte y la búsqueda de Dios —“siempre buscando a Dios entre la niebla”—: los recuerdos y evocaciones de su propia vida: infancia, juventud, amor, muerte y nostalgia de su mujer, y la preocupación por España y su destino, Castilla y su paisaje, especialmente Soria.

La poesía de Machado es el resultado de la conjunción de una extrema sobriedad y sencillez formal con la sincera emoción humana. “Desdeñoso de complacencias fáciles y de vanidades de los sentidos”, como escribió Pedro Salinas, elimina toda retórica excesiva —metáforas brillantes, vocabulario rebuscado, elementos decorativos y virtuosismos técnicos—, quedando el poema convertido en la expresión sobria del más auténtico lirismo.

El mundo poético de Machado fue siempre coherente y unitario, pero se puede observar una evolución que, manteniendo esa línea fundamental, comienza con una poesía modernista, dentro de un tono intimista muy sobrio y personal, para abrirse después a las preocupaciones propias del 98: España, los demás, el nuevo sentimiento ante el paisaje, etc. Su trayectoria termina en una poesía de carácter sentencioso y epigramático (composiciones breves, concisas y agudas que expresan un pensamiento festivo, irónico o satírico).

En “A un olmo seco” el poeta observa con asombro cómo, con la primavera, a un olmo viejo y podrido le han brotado algunas hojas verdes; y, con urgencia, antes de que el centenario árbol desaparezca definitivamente, quiere cantar “la gracia” de la “rama verdecida”, es decir, el milagro de la renovación de la vida en un ser que, como el olmo del Duero, había sido herido de muerte. Los tres versos finales, que funcionan como un epifonema, añaden una dimensión nueva, más profunda y personal, lo que obliga a otra interpretación al condensarse en ellos el verdadero significado. El poema fue escrito y fechado en Soria el 4 de mayo de 1912, cuando Leonor Izquierdo, la joven esposa del poeta, estaba ya muy gravemente enferma de tuberculosis. Así pues, ese “otro milagro de la primavera” que esperaba Machado era, precisamente, la curación de su mujer; y de la sorpresa de ver reverdecer aquel viejo árbol partido por un rayo, surgió la esperanza de que Leonor también pudiera vencer a la muerte que la amenazaba; esperanza que no se cumplió, porque ella murió unos meses después, el 1 de agosto de ese mismo año. Nos encontramos, pues, ante una estructura muy propia de la poesía simbolista: primero, el desarrollo del símbolo del olmo amenazado por la muerte y de la rama verde que simboliza la vida; luego, ya al final, se produce la revelación súbita de tal símbolo que nos ilumina el sentido verdadero del poema.

Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido.

(...)

Antes que te derribe, olmo del Duero, / con su hacha el leñador, y el carpintero / te convierta en melena de campana, / lanza de carro o yugo de carreta; / antes que rojo en el hogar, mañana, / ardas en alguna mísera caseta, / al borde de un camino; / antes que te descuaje un torbellino / y tronche el soplo de las sierras blancas; / antes que el río hasta la mar te empuje / por valles y barrancas, / olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera.

 

20. “a la dulce Rita de los Andes”

“Idilio muerto” (1918), César Vallejo (Perú, 1892-1938).

“Idilio muerto” es un poema perteneciente a Los heraldos negros en el que el poeta peruano recuerda con añoranza un amor provinciano juvenil de su región andina —Santiago de Chuco— al que describe como una flor hermosa y a la vez grácil y flexible, de junco y capulí. Vallejo se encuentra en París, a la que llama Bizancio, pero nunca se sentiría a gusto en esta ciudad de la cual piensa que hasta su lluvia le quita las ganas de vivir y su sangre dormita como flojo coñac. El poeta se pregunta —en un ubi sunt? nostálgico— dónde estarán las manos, la falda, el andar, el sabor a cañas de mayo de aquella muchacha tan pura y ¡ay! tan lejana.

Qué estará haciendo a esta hora / mi andina y dulce Rita de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita / la sangre, como flojo cognac, dentro de mí. // Dónde estarán sus manos que en actitud contrita / planchaban en las tardes blancuras por venir; / ahora, en esta lluvia que me quita / las ganas de vivir. // Qué será de su falda de franela; de sus / afanes; de su andar; / de su sabor a cañas de mayo del lugar. // Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje, / y al fin dirá temblando: “¡Qué frío hay... Jesús!” / y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

 

21. “a las ilusiones perdidas”

Las ilusiones perdidas (1835-1843), de Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850)

“Es la más larga y posiblemente la mejor de las novelas de Balzac. Las ilusiones perdidas, que en un principio estaba pensada como una novela corta, acabó convirtiéndose en una trilogía: Los dos poetas, Un gran hombre de provincias en París y Los sufrimientos del inventor. Balzac las escribe entre 1835 y 1843, sus años más creativos, los años en los que decide la integración de estas novelas en una serie, La comedia humana, que completaría febrilmente en los siete años posteriores, asediado por las deudas. En total noventa novelas hasta su muerte en 1850.

”Lo que se cuenta aquí es la historia del triunfo público y el fracaso personal de Lucien de Rubempré, un joven que llega desde Angulema a París con la ambición idealista de hacer carrera como poeta. La historia de la degradación del idealismo y de la voluntad de Schopenhauer en una novela que anticipa las de Baroja. El choque de la realidad y el deseo, de la sociedad y el individuo acaba rubricando esta historia de un desengaño en el que la realidad social constituye el paisaje humano que es no sólo el telón de fondo de esta trilogía, sino el vivo retrato de una época” (Santos Domínguez).

El periodismo, en vez de ser un sacerdocio, se ha convertido en un instrumento para los partidos; de instrumento ha pasado a ser comercio, y como todos los comercios, carece de fe y de ley. Todo periódico es una tienda donde se venden al público palabras del color que busca. Un periódico no está para esclarecer sino para halagar las opiniones. Así todos los periódicos serán, en un tiempo dado, cobardes, hipócritas, infames, mentirosos, asesinos; matarán las ideas, los sistemas, los hombres y, por eso mismo, florecerán.

 

22. “y al verde viento”

“Romance sonámbulo”, de Federico García Lorca (España, 1898-1936).

Es el romance más conocido del Romancero gitano (1928), definido por Alberti como “un romance lleno de misterioso dramatismo”. Una historia de amor y muerte, de no fácil comprensión, en el que el tono lírico domina todo el poema por la repetición obsesiva de “Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas”; y, como afirma Miguel García-Posada, la grandeza cósmica de las imágenes (“Un carámbano de luna / la sostiene sobre el agua”), la sugerencia inesperada (“La noche se puso íntima / como una pequeña plaza”), el ritmo vario y perfecto, todo bajo la magia de lo verde que tiñe el poema desde el principio al fin, y la luna, siempre unida a la muerte en la obra de Lorca, conforman el fondo sonambular de esta maravilla poética.

Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña. / Con la sombra en la cintura / ella sueña en su baranda, / verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata. / Verde que te quiero verde. / Bajo la luna gitana, / las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas...

 

23. “y a las sirenas”

Canto XII de La Odisea de Homero (siglo VIII a. de C.).

La figura de Homero, sobre la que se ha desatado toda una tempestad de discusiones, dudas y negaciones —la llamada “cuestión homérica”—, se sitúa a finales del siglo VIII a. C., bajo la apariencia, un tanto desvaída, de un aeda o rapsoda griego, o sea, un poeta errabundo y tal vez ciego, que recorrió los caminos de Grecia recogiendo y recitando las tradiciones orales sobre la Guerra de Troya; las cuales, reunidas y recreadas por él, constituyen la más grande de las epopeyas occidentales, La Ilíada, a la que arriba nos hemos referido. Pero, además, a Homero se le atribuye también, aunque la duda sea en este caso aun más insistente, la paternidad de La Odisea, obra que ha tenido una fecunda proyección posterior e ininterrumpida hasta nuestros días.

Si en La Ilíada —como decíamos en su momento— todo se desarrolla en torno a los héroes y a la guerra y todo se inflama de ardor bélico y de combates ante los muros de Ilion (Troya), en constante exaltación de la audacia, a veces de la crueldad y a menudo también de la magnanimidad; La Odisea, en cambio, tiene más de novela maravillosa que de epopeya. Es el hombre y sus aventuras lo que la definen: Odiseo (Ulises), rey de la isla de Ítaca y uno de los héroes griegos de La Ilíada, es ahora el protagonista aventurero que, acosado por peligros cada cual más sorprendente, siempre los supera gracias, no a la fuerza, sino a su ingenio y prudencia. Y es el mismo Ulises el que, al llegar náufrago y desnudo a las tierras de los feacios, les cuenta a sus anfitriones sus propias aventuras, porque, como dice Savater, “el narrador de historias siempre acaba de llegar de un largo viaje en el que ha conocido las maravillas y el terror”.

El paisaje ya no es la llanura que se extiende entre las cóncavas naves griegas y las murallas de la ciudad de Troya, sino un Mediterráneo, enorme y proceloso, al que más que Mare Nostrum habría que denominar Mare Tenebrosum. En este mar y sus islas se encuentran todo tipo de personajes y se suceden toda clase de situaciones fantásticas, pero tan humanizadas que es difícil trazar la línea entre lo real y lo ficticio.

Las aventuras de Ulises —como esta de las sirenas— no son nada más que un conglomerado de cuentos populares, de procedencia muy dispersa y antigua, que el autor de la Odisea —quienquiera que fuese— supo formalizar prodigiosamente en torno al protagonista, consiguiendo así una obra definitiva sobre el hombre y sobre el viaje como simbólica aventura de su vivir y de su destino. El héroe, después de pasar esta “odisea”, regresa a su patria, lo que ha sido su continua obsesión: a Ítaca, una pequeña y montañosa isla del mar Jónico, pero “tan hermosa al atardecer”. Tras vencer a sus enemigos recobra a su esposa, la fiel Penélope, y a su hijo Telémaco y, desde luego, su casa y su reino. La Odisea, como bien se ha dicho, es en realidad el “poema de la nostalgia”, entendido este término en su sentido etimológico: nostos, que en griego significa ‘retormo’, y algos, que quiere decir ‘dolor’; o sea, que es este el poema del deseo y la ansiedad obsesiva por el retomo a la patria.

Cuando la nave, en nuestra veloz marcha, estaba a una distancia en que se oye a un hombre al gritar, no se les ocultó a las Sirenas que se acercaba y entonaron su sonoro canto:

—Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos todo lo que sucede sobre la tierra fecunda.

Así decían lanzando su hermosa voz. Entonces mi corazón deseó escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con mis cejas, pero ellos se echaron hacia adelante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más.

Cuando por fin las habían pasado de largo y ya no se oía más la voz de las Sirenas ni su canto, se quitaron la cera mis fieles compañeros, la que yo había untado en sus oídos, y a mí me soltaron de las amarras.

 

24. “y a mí mismo”

“Canto a mí mismo” (1855) es el título de uno de los fragmentos de los 52 que componen Hojas de hierba, de Walt Whitman (Estados Unidos, 1819-1892).

“No existe en la poesía contemporánea de América un proyecto lírico que pueda equipararse en intuición e idealismo a Hojas de hierba. Es la culminación de la gran epopeya americana, la que inaugura el tiempo nuevo de la poesía moderna. Y es que en Walt Whitman converge la experimentación con la mesura del Nuevo Testamento, el árido perfume del Oeste con la sensualidad que arremete contra la vieja concepción moral del alma. Llega con Whitman la festividad de la carne, el camino del cuerpo. “Canto a mí mismo”, dice, pero desdoblándose en los otros. Ahí radica la intensidad de su escritura, en su honda filantropía. Enfrentarse a Hojas de hierba, someterse a su verso torrencial, orgánico, humanísimo, es abrazar el ansia de construcción de un Mundo Nuevo, sin dogmas ni sistemas, donde el poeta asume la voz del pueblo. Esta es su gran aspiración, como toda poesía verdadera” (Antonio Lucas).

Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también. // Vago... e invito a vagar a mi alma. / Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra / para ver cómo crece la hierba del estío. / Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí, / de esta tierra y de estos vientos. / Me engendraron padres que nacieron aquí, / de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí, / de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también...