Entrevistas
Juan Gelman
La poesía viene del fondo de los siglos y no va a morir
Paura Rodríguez Leytón
     Fotografías: Sandra Beraha

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Juan Gelman
Gelman: La poesía es una gran señora que entra a mi casa cuando quiere.
Nota del editor
En junio se celebró en Ecuador la quinta edición del Festival Poesía en Paralelo Cero, una actividad organizada por el poeta Xavier Oquendo Troncoso. Allí, la escritora boliviana Paura Rodríguez Leytón entrevistó al poeta argentino Juan Gelman, figura homenajeada del encuentro.

¿Qué preguntarle a alguien que acaba de decirlo todo? La presencia de Juan Gelman es grande. Está transparentado por la palabra. Leyó con su voz ronroneante y desde su poesía emergió victorioso como un viejo felino que atravesó las eras y se purificó en los inviernos.

—Debe ser emocionante para usted que la poesía le retribuya con el cariño de la gente —le digo refiriéndome a los homenajes que recibió de las autoridades de cultura del Ecuador, de la Universidad Central y de los poetas. Además pienso en sus seguidores, que acudieron al teatro Prometeo a pedirle una firma y una foto; y en el muchacho, de quizá 18 años, que poco antes lo escuchaba con el alma en vilo.

“Es así, hay grandes escritores que han dicho que escriben para que los quieran, yo escribo porque no tengo más remedio y si además de eso me quieren, todo cumplido”, responde Gelman.

Esto ocurrió en Quito, en el Encuentro Poesía en Paralelo Cero 2013, entre el 9 y 15 de junio, que reunió a poetas de distintos países y al que fui invitada en representación de Bolivia. En esta versión se rindió tributo la obra poética del argentino Juan Gelman y del ecuatoriano Euler Granda.

La conversación con Gelman continúa:

—¿A esta altura de su trayectoria como, ¿cómo se ve y cómo ve su obra?

—Yo no tengo capacidad para definir, sé que no puedo dejar de escribir, es una necesidad, pero no tengo la capacidad crítica como para analizar lo que hago, escribir me produce insatisfacción.

—¿Por qué?

—Porque me parece que no le agarré la cola a la poesía.

No es alguien que habla por hablar, sus respuestas son como los designios de un oráculo.

—¿Qué es para usted la poesía?

—Es una gran señora que entra a mi casa cuando quiere, se va cuando quiere y cuando entra, le tengo que hacer caso.

Todavía hay personas que lo esperan, viejos amigos que fueron a verlo.

—¿La poesía le ha dado respuestas y comprensión?

—Creo que la poesía es palabra calcinada, por eso puede hablar de todo y creo que el único tema de la poesía es la poesía.

—¿Qué razón tendrá la poesía?

—Alguna razón debe tener la poesía, porque viene del fondo de los siglos y solo se va a terminar cuando se acabe el mundo. Ese es un gran consuelo, porque significa que la poesía no va a morir jamás, porque es un hecho humano.

La entrevista termina, afuera la noche quiteña es fría y el acuerdo es volver a encontrarnos en un restaurante de la Plaza Foch.

Los poetas de Paralelo Cero cruzamos el parque El Ejido donde hay esculturas de clásicos escritores rusos, pasamos por la puerta del hotel Hilton Colón, doblamos el cuello hacia arriba para imaginar en qué piso se hospedan Gelman y su compañera Mara La Madrid.

Ya en la Foch, donde la fiesta es eterna, Mara está de acuerdo en buscar un poco de silencio. Rápidamente se instaura una complicidad, estoy entre Mara y la poeta española Raquel Lanseros, hablamos sin parar. Gelman, que conversa con los otros amigos de la mesa, está atento a lo que decimos y de rato en rato interviene.

 

Juan Gelman
“Escribir me produce insatisfacción porque me parece que no le agarré la cola a la poesía”.

Desde hace más de 30 años viven en México DF, en la colonia La Condesa. Mara es sicoanalista y cuando se conocieron tenía su consultorio, allí mismo comenzaron a vivir juntos y luego se compraron la parte de arriba con un premio que ganó Juan. “Las mujeres son capaces de pasar tan fácilmente de las recetas de cocina a las adquisiciones inmobiliarias”, observa Gelman.

Y seguimos. Les gusta vivir en La Condesa, porque todavía tiene un aire de barrio, hay un zapatero, pero las tiendas desaparecieron suplidas por los minimercados Oxxo que poblaron la cuidad. Juan escucha atento. 

En México, ella sigue atendiendo en su consultorio y Juan escribe en su estudio; cuando salen a la calle, hay jóvenes que los reconocen y les piden sacarse una foto con el celular. En su casa hay libros por todas partes. Juan relee a Shakespeare y Don Quijote de La Mancha.

—¿Y cómo se conocieron?

Raquel se emociona como una niña, su mirada brilla, le gustan las historias de amor.

Mara cuenta que fue en un café de Buenos Aires, ella vivía en México y llegó por fin de año. Recuerda que estaba con los amigos en el café, lo vio entrar y le gustó. Cuando los demás se percataron de su llegada, lo aplaudieron. Lo veían de hace mucho tiempo, había vuelto a su país.

“Entré por casualidad, por una necesidad fisiológica”, aclara Gelman, con picardía.

Cuando todos habían dejado el café, ellos seguían juntos, como hasta ahora. 

La charla entra en pausa, Juan y Mara salen a fumar a la puerta. Gelman tiene una vejez elegante, su melena blanca le da un aire leve, ella camina hacia el centro de la Foch, él la mira a través del humo.

Al día siguiente tres grupos de poetas parten hacia Otavalo, Ambato y Portoviejo. Los poetas grandes: Euler Granda, Omar Lara y Miguel Méndez Camacho, Eduardo Langagne y Alejandro Querejeta se integran generosos y amigos. Otro maestro, Raúl Arias, que en los 60 formó parte del movimiento vanguardista Los Tántzicos, sintonizó con sus “bicipoemas”.

Comenzaron a tejerse las uniones entrañables. María Ángeles Pérez López, Natasha Salguero, Alfonso Espinosa, Javier Payares, Carlos Aldazábal, Fernando Valverde, Mario Bohorques, María Tabares, Claudio Pozzani, Felipe García Quinteros, Corina Dávalos, Patricia Noriega, Liyanis Gonzáles, Vicente Robalino, Hugo Francisco Rivella y Marco Fonz son nombres que me quedaron marcados, por la calidad de su escritura y por su calor humano.

Y mirar el rostro de algunos “cachorros” de la poesía ecuatoriana: Pablo Flores, Abel Ochoa y Sharvelt Kattán, dio frescura.

Este encuentro no habría sido posible sin el empeño de Xavier Oquendo, Julia Erazo, un equipo de gente formidable y con la ayuda estatal, que muestra a un país que quiere que la poesía se extienda por su geografía.

 

Furia de pájaros y otras publicaciones

Como parte del homenaje a Juan Gelman, el sello El Ángel Editor publicó la antología Furia de pájaros con poemas seleccionados por Xavier Oquendo Troncoso.

El libro, delicadamente diseñado por Javier Valencia, lleva un epílogo del mexicano José Ángel Leyva, que en 2008 preparó con editorial La Cabra la edición de Los otros, libro en el que se descubre a los heterónimos de Gelman y su parentesco literario con Fernando Pessoa.

El libro publica un testimonio de amistad del fallecido ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, que definió a Gelman como “el poeta vivo más grande de la lengua castellana”.

Para coronar la publicación, la contratapa tiene un bello texto del mexicano Marco Antonio Campos.

En el prólogo, Oquendo da cuenta de una ardua lectura de toda la obra de Gelman para lograr una selección adecuada y también habla sobre el dolor del poeta, provocado por la muerte y desaparición de sus familiares durante la dictadura militar argentina que lo mandó al exilio por 13 años.

“Es un Gelman que purifica el dolor en la poesía”, escribe Oquendo.

El Ángel Editor también publicó Atajos de otra piel, de Euler Granda, otra selección de poemas reunidos por Julia Erazo.

El mismo sello, y en el marco del encuentro, presentó en el auditorio de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Ecuador el título La mañana se llenará de jardineros, del poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola y la edición ecuatoriana de Poesía ante la incertidumbre.