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Internet y redes sociales: entre el espionaje y la aparición de una nueva ciudadanía

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Ilustración: Richard Ransier

Los lectores de periódicos toman la palabra y confrontan a los editores

Un día Belo Nana, uno de mis contactos de Facebook, colocó en su muro un mensaje que reza: “Facebook nos hace creer que tenemos amigos; Instagram, que somos fotógrafos, y Twitter, que somos filósofos. El despertar va a ser duro”. A mis ojos, el mensaje esconde la inconformidad de ciertos intelectuales nostálgicos de un pasado, en el que fungían como dueños del saber, frente a un presente dominado por las redes sociales, donde cada quien, si así lo desea, puede hacer valer —por precarios que sean— sus puntos de vista. Con Internet —y particularmente con la entrada en escena de las redes sociales— ha emergido una ciudadanía virtual activa, debatiente y militante. El fenómeno incomoda a algunos sectores de la intelectualidad, la política, la religión, la academia y el periodismo —particularmente el de opinión—, que han visto disminuir la talla de la tarima que les permitía direccionar la opinión pública.

En lo que toca a los periódicos, el aspecto más importante ha sido la confrontación larvada —y silenciosa— entre lectores activos y formadores de opinión. En Colombia el asunto tuvo un cuarto de hora crítico en 2004. El 17 de mayo de ese año la historia del país en materia de interacción entre lectores activos y formadores de opinión pública se dividió en dos. Ese día Daniel Samper Pizano informó al público “que había solicitado a las directivas del diario El Tiempo que se retirara de su columna la opción de los comentarios de los lectores”. Sobre el incidente, Cecilia Orozco Tascón, en ese momento defensora del lector de El Tiempo, publicó una semana más tarde una nota en la que decía: “Daniel Samper Pizano, prestigioso periodista colombiano cuyo mérito profesional es reconocido en varios países, anunció la semana pasada su retiro del foro de los lectores de eltiempo.com, lo que en la práctica significa que, aunque su columna continuará apareciendo, se eliminará la ventana virtual destinada a publicar las reacciones a la misma”.

Al cerrar la ventana de comentarios de su columna, Samper Pizano sostuvo que “en la práctica, los foros cayeron en manos de anónimos que han instaurado un reino de grosería e intolerancia”. Para Samper, a pesar de que la mayoría de lectores hacen comentarios decentes, la zona de comentarios se ha convertido en una “zona rufianesca donde se amenaza, calumnia e insulta aun a otros participantes”. Según Orozco Tascón, los mensajes que recibía Samper “formaron un espejo del problema denunciado. Había insultos, agresiones familiares e intimidaciones”. En su opinión, con la apertura de la ventana de comentarios surgió un número considerable de anónimos, que inventaron identidades o se apropiaron de nombres de personalidades para ofender a los periodistas, desvirtuando la valía de un espacio, en el que también confluyen “participantes reflexivos”, que escandalizados no cesan de pedir que se vigile el “nivel de las intervenciones”.

Por su parte Guillermo Puyana Ramos afirmó, en una columna intitulada “Escoria en el buzón”, que los “bandoleros del foro”, a los que consideró como personas “incapaces de exponer argumentos reales de controversia”, forzando la adopción de tal posición por parte de Samper Pizano, ponían en riesgo la “libertad de expresión misma, pues nadie opina con tranquilidad en un ambiente tan agresivo y sucio”. Frente al fenómeno, Guillermo Franco, editor —en aquel momento de eltiempo.com—, sostuvo que los ataques de los foristas contra columnistas eran el resultado concreto de “la intolerancia”, que se ha incubado en “una nación con cincuenta años de conflicto armado y con un alto grado de polarización política”. Ante la ausencia de mecanismos de expresión esa intolerancia sale a relucir en “la participación de los usuarios de los foros”, lo cual indica que “Internet nos está permitiendo ver al país real”.

Respecto a las emociones, que circulan en los comentarios de los lectores de periódicos, el escritor y periodista Oscar Collazos consideró en su columna que esas ventanas de comentarios —de las que alguna vez él mismo también renegó—, constituyen hoy “unos espacios de opinión donde se hace a menudo una delirante terapia de grupo” (El Tiempo).

La traza mediática que dejó el incidente con el periodista Daniel Samper Pizano, más la observación participativa en los foros de los principales medios colombianos en los últimos 10 años, nos indica que la aparición de la colilla —o ventana de comentarios— en los periódicos y revistas más importantes de este país suramericano trajo consigo la aparición de una cuadrilla de “francotiradores”, que se han dedicado desde los extremos del espectro ideológico a denigrarse entre ellos y a verter ácido sobre la humanidad de los editorialistas que les disgustan. Si bien hubo un alto porcentaje de personas que se apropiaron de estos espacios para opinar de manera ordenada, también hubo un sector que convirtió en el blanco principal de sus ataques a reconocidas figuras del periodismo de opinión colombiano, como Oscar Collazos, María Jimena Duzán, D’Artagnan, Alfonso López Michelsen, Felipe Zuleta Lleras, Antonio Caballero, María Isabel Rueda, Daniel Coronel y Héctor Abad Faciolince.

Algunos, como Abad Faciolince, reaccionaron siguiendo el ejemplo de Samper Pisano. Otros como D’Artagnan asumieron una posición crítico-constructiva, que consistió en incluir en algunas de sus columnas las posiciones de sus lectores y desvirtuar los ataques que consideraba sin fundamentos. Cabe destacar que, en general, los diarios y revistas bogotanos y sus formadores de opinión han adoptado una posición bastante abierta y tolerante frente a sus usuarios y lectores. A pesar de la actitud atrabiliaria de un porcentaje considerable de comentaristas, estos diarios y revistas no ejercen prácticamente ningún tipo de censura.

Respecto a los principales diarios de la Costa Norte de Colombia, el entorno que han dispuesto para la interacción con sus lectores —en línea, que son lectores reales— es bastante precario. Por ejemplo en Hoy: Diario del Magdalena, en El Meridiano de Córdoba y El Heraldo de Barranquilla no es posible comentar las noticias ni las notas de los formadores de opinión que escriben allí. En cuanto a El Universal de Cartagena, si bien este diario ha habilitado un espacio para comentarios de sus lectores y usuarios, comentar allí se hace bajo ciertas condiciones. En la invitación a comentar se manifiesta: “Exprese su opinión, participe enviando sus comentarios”. Sin embargo, a continuación se advierte: “Las opiniones aquí registradas pertenecen a los usuarios y no reflejan la opinión de eluniversal.com.co. Nos reservamos el derecho de eliminar aquellos que se consideren no pertinentes. Consulte los términos y condiciones de uso”.

Si bien es cierto que políticos, religiosos y opinadores profesionales o modeladores de la opinión pública navegan —con soltura— en las aguas de la realidad virtual y se valen de ellas para hacer su trabajo, también es cierto que estos sectores no ven con buenos ojos que simples ciudadanos del común —desde el anonimato y la comodidad de sus casas— les arrebaten el poder de moldear el pensamiento de las masas a imagen y semejanza de los intereses ideológicos, que estructuran sus agendas políticas y sus proyectos de sociedad.

La satanización de los espacios virtuales es un asunto que se agita sutil pero continuamente por todos los medios. Dentro de esa lógica no resulta extraño que el sacerdote Ángel Rodríguez Luño escribiera en el portal Con el Papa que quien trabaja muchas horas con Internet tiene “el deber moral de usar un filtro”, porque “se encontrará varias o muchas veces en una ocasión próxima de pecado grave”. Según el padre Rodríguez, el deber de un católico recto, para evitar al máximo exponerse a la inmoralidad que circula en la red, es el de limitar “al mínimo el uso de Internet”.

Dentro de las visiones fatalistas de los entornos virtuales hay que incluir también la del escritor e intelectual colombiano Héctor Abad Faciolice, quien sostuvo en una entrevista, que le hicieron en el marco de la feria del libro de San Juan, “que el uso de las redes sociales afecta la escritura por el tiempo que deja de dedicarse a la lectura de libros” (Más Cultura).

 

El recelo frente a las redes sociales: una pequeña muestra de lo que corre en la red

La incomodidad de actores periodísticos e intelectuales, que otrora detentaban la hegemonía en la estructuración de la opinión pública, es lo que ha llevado a que no sea raro que escuchemos voces que desaconsejan el uso de las redes sociales en columnas de periódicos y blogs. Según el punto de vista de aquellos que consideran poco conveniente incorporar estos nuevos utensilios comunicacionales en nuestra vida cotidiana, las redes sociales son espacios que favorecen la violación de los derechos humanos, trampas que vuelven adictos a Internet a los niños, vías que pueden llevar a que las personas sean secuestradas y ultrajadas por criminales o escenarios caracterizados por la falta de privacidad.

En lo que respecta a sus contenidos, también abundan los que argumentan que son canales que facilitan la circulación de noticias sin ningún interés, la difusión de correo basura, la autopromoción de los intereses de gente peligrosa o sin importancia, la difusión de palabras sin sentido y del lenguaje grosero, así como el desarrollo de conversaciones banales, en las que abundan los mensajes estúpidos (ncortes123, “Las redes sociales: una amenaza”).

Para ilustrar, de manera adecuada, el anterior punto traigamos a colación extractos de un artículo publicado en Semana.com por Silvia Parra, intitulado “Mis razones para darle un ‘dislike’ rotundo a Facebook”. En su nota Parra se lamenta —en todos los tonos— porque Facebook se ha “inundado de filósofos apadrinados por frasescelebres.com”, y porque en él pulula “un gran número de adolescentes compartiendo su drama del día a día”, así como “las personas desnudando su intimidad abiertamente”, “los inescrupulosos que pasan el día compartiendo chistes verdes y videos con contenido vulgar”, amén de “las interminables burlas a políticos, religiosos o cualquier persona con ideas diferentes”. Según la articulista, “todo esto ha permitido que paulatinamente una de las compañías más grandes del mundo pierda su popularidad entre jóvenes y adultos”.

Lo paradójico de todo esto es que Parra, un producto de la virtualidad y de las redes sociales, se despache de modo acerbo contra un medio en el que se cultiva su celebridad. Gracias a Facebook hemos podido rastrear, sin dificultad, un arsenal de comentarios en los que se dice mucho de su belleza, entre ellos un titular del diario El Tiempo que la publicita como “la cara linda de CM&”, y poco de su originalidad intelectual. Si escribimos su nombre en Google este buscador nos indica en fracciones de segundos que hay 3.850.000 referencias que nos remiten al concepto Silvia Parra. Vaya paradoja: un alto porcentaje de esas referencias nos conducen a los comentarios de los seguidores de su cuenta de Facebook.

La posición asumida por Parra manifiesta, para Diana Espitia, una de mis amigas virtuales, una gran incoherencia intelectual. En opinión de Espitia, “uno no puede ser una vedette de la red, vivir de ellas y en ellas y salir a decir que éstas sólo sirven ‘para aprovechar la interacción de los usuarios y convertirla en dinero’. Cuando yo leí su opinión —dice Espitia— la busqué por curiosidad y vi que está posando en todas las páginas. Por eso me parece un sinsentido lo que dice. Me parece que Parra odia a Facebook, porque allí la contradicen, y ama a Twitter, porque desde allí puede influir a los demás sin hacer mucho esfuerzo conceptual”.

Entre párrafo y párrafo, el artículo de Parra echa de menos una suerte de paraíso perdido, representado en el Facebook de antes, que “comenzó como una experiencia maravillosa de compartir en imágenes momentos especiales de nuestras vidas”, y en donde uno podía entrar para sentir la sana “emoción de saber noticias sobre nuestros amigos de infancia o de quienes están en el otro lado del mundo”. La posición de Parra me recuerda la percepción de una médica de Neiva y un abogado de Pitalito, con quienes terminé enfrascado en un debate virtual a raíz de su percepción —a mis ojos peyorativa— del sector obrero y de la celebración del primero de mayo. La celebración de esta fecha, según ellos, “no es más que un festejo organizado por mamertos que buscan la manera adecuada de pasar el tiempo sin hacer nada”.

En palabras de la médica, “las redes sociales son un lugar donde uno entra a divertirse, riéndose de las loberías de los otros, y a ponerse al día sobre la vida de los amigos”. Esa posición recoge a la vez lo que Parra odia: asumir una actitud burlona sobre lo que no nos gusta de los otros, y lo que ama de Facebook, en tal que espacio a donde uno recurre para “saber noticias sobre nuestros amigos de infancia o de quienes están en el otro lado del mundo”. Analizando la posición de Parra, el periodista y escritor Álvaro de Jesús Forero Salazar, coordinador de foros del grupo de Facebook “Corrupción: súmate al no”, sostuvo: “Es cierto que Facebook es una red donde confluyen cuadrillas de chismositos, que les gusta el cotorreo y ventilar asuntos de costureros. Pero ese comportamiento sigue siendo un comportamiento dominante en muchos ámbitos de la vida, y por eso esta red social no escapa a la vulgaridad. Eso no quiere decir que Facebook sea vulgar, pues la vulgaridad es un comportamiento de las personas y no del lugar”.

A pesar de todos los defectos que le atribuyen, Forero Salazar resalta que Facebook es la red social más adecuada para generar debates sobre temas de corte social. Según él, a diferencia de Twitter, donde se lanzan frases que tienen connotación de eslogan, en Facebook uno está obligado a argumentar lo que dice, a defender sus ideas frente a los ataques de sus contradictores y a construir acuerdos con ellos cuando hay puntos de convergencia. El punto de vista de Forero Salazar nos indica que en materia de construcción de opinión pública, Twitter es una suerte de púlpito virtual, que favorece la agitación de las masas desde la tribuna de manera unidireccional. Por su parte Facebook es una suerte de cabildo abierto, de asamblea popular, donde quien pone a rodar una idea tiene que desarrollarla y el debate que se genera favorece la construcción de ciudadanía.

Un punto de vista que resume bien la interacción que se genera en las dos redes sociales la expresó Didundi, un comentarista del portal La Silla Vacía. Para él, en materia de redes sociales no hay que olvidar “que Facebook es a joven, como Twitter es a político”. Dicho de otro modo, en Facebook los conceptos son dinámicos, evolucionan y conducen a acuerdos colectivos, mientras que en Twitter los conceptos son fijos y buscan orientar a la opinión pública a partir de los intereses de quien lanza la frase. Esto le confiere al opinador el rol de orientador de la opinión pública y su opinión asume la condición de las máximas filosóficas, portadoras de verdades inmutables, pues el público pone a correr la frase y debate sobre ella, pero quien la lanza se sustrae del debate.

En síntesis, a Twitter concurren aquellos que quieren poner a discutir a los otros sin participar de la discusión, los que quieren abrir el debate alrededor de sus ideas sin explicar los detalles que se esconden en el fondo de su pensamiento. A Facebook, como lo resalta Forero Salazar, concurren aquellos que tienen la “denodada intención de compartir mensajes que ayuden a formar no sólo conciencia ciudadana, sino a fortalecer la capacidad de opinar de los integrantes de un pueblo sometido”, los que están interesados en fomentar —con su presencia— la participación en el debate público, enseñándole a la gente, a través de la discusión, a ver lo que se esconde detrás de las cosas.

Sobre el punto que resalta la ausencia de intelectualidad y la abundancia de estulticia en Facebook vale traer aquí a colación la opinión de Silvia Atrio, del portal Sociedad y Tecnología. En un foro virtual sobre el tema, Atrio escribió: “En toda reunión social, el tipo de conversación que se desarrolle dependerá del bagaje intelectual de sus integrantes y esto no escapa a las redes sociales virtuales. Depende del uso que se le dé a cada espacio para que éste se convierta en una fuente de gestión del conocimiento o simplemente sea un ir y venir de imágenes y frases sin sentido”.

Los aspectos resaltados por Atrio también salen a relucir en un comentario de Olafoberraco, un lector del artículo de Parra. Según él, “el problema no es la herramienta, sino quien la usa”, pues llámense como quieran llamarse, en las redes sociales siempre van a estar presentes los mensajes cursis, morbosos, desentonados, subversivos y de otra índole. En ese orden de ideas —como le sugiere Filosofosensato, otro lector de la misma autora—, si a uno no le gustan los temas que allí se abordan “en vez de darle dislike”, les debe dar simplemente “sign out” a las redes sociales “y no buscar temas idiotas” para ocupar su tiempo libre.

Respecto al universo de la política, la desconfianza contra las redes sociales campea tanto a la izquierda como a la derecha del espectro ideológico —y moral. Los sectores conservadores y defensores de la moral tradicional se esfuerzan por presentarlas como una suerte de cueva de Rolando en la que prevalecen los extorsionistas, los violadores, los pedófilos, los comerciantes de drogas y los acosadores. Sobre los peligros que podría acarrear su frecuentación dicen toda suerte de cosas, barnizándolas a veces con lenguaje científico.

Siguiendo esa lógica, Karla Invent sostuvo, en una nota publicada en el portal Salud 180, que “un sondeo nacional sobre actitudes relacionadas con el abuso de sustancias, efectuado en Estados Unidos”, demostró que “los adolescentes que pasan conectados a las redes sociales incrementan el riesgo de que fumen, beban alcohol y consuman drogas”. Según el argumento de Invent, los adolescentes que utilizan una red social al día corren el riesgo de ver “fotos de jóvenes borrachos, inconscientes o consumiendo drogas en esas páginas”. Pero, ¿acaso no se corre el mismo riesgo en las calles de muchas ciudades y en los patios de algunos colegios, que se les salieron de las manos a las directivas escolares?, es la pregunta que deberíamos hacernos frente a un argumento como el de Invent.

En el portal Actualidad Juvenil se llama la atención sobre el peligro que se corre en las redes sociales de “socializar con gente desconocida”. Según este portal, al mostrarnos muy abiertos en estos lugares estamos “ posibilitando a que personas desconocidas puedan intentar acercarse con malas intenciones”. Particularmente se llama la atención sobre los riesgos que pueden correr las mujeres que usan las redes. Sobre los peligros para las mujeres se afirma allí que “el acoso” a la mujer, “especial si la mujer está publicando constantemente fotos o detalles de su vida”, es “generalmente” uno de los riesgos que enfrentan las mujeres que usan las redes sociales. Por su lado After 909 sostiene en Taringa, después de resaltar todas las posibilidades que nos ofrecen las redes sociales, que éstas son un medio que “algunos utilizan (...) para extorsionar, robar, violar, promover la pedofilia, la drogadicción, adiciones o simplemente acosar de cualquier forma a alguien”.

Por su parte la izquierda militante —utilizando un tono más filosófico— se esmera en presentarlas como “un instrumento del imperialismo”. Para ellos —dentro de esa lógica— las redes sociales, particularmente Facebook, juegan en “el lado equivocado de la democracia”, porque a pesar de ser presentadas como un espacio “joven” y “conectado” a la actividad “revolucionaria”, no pasan de ser un “soporte de comunicación” y “un elemento clave de la propaganda del imperialismo” (Vistoenlaweb.org).

Dentro de ese horizonte se sitúa la visión del intelectual cubano Alejandro Perdomo Aguilera, quien en un ensayo publicado en el portal Pensamiento Latinoamericano Alternativo sostiene que “no se debe olvidar que las redes sociales (...) fueron creadas por el Imperio para desestabilizar, intervenir, ocultar verdades, tergiversar hechos concretos, limitar la capacidad de análisis de la realidad, evadir las notorias y casi infantiles contradicciones y, sobre todo, procurar ir por recursos naturales, bajo cualquier argumento, a cualquier parte del mundo” (Cecies).

Sostiene Perdomo Aguilera que, si bien este mecanismo de comunicación de masas ha sido presentado como “la nueva arma de las revoluciones” y como un espacio que ofrece una oportunidad a los “movimientos contestatarios” para hacer valer los intereses de los pueblos, no se puede desconocer que “son también un efectivo mecanismo de dominación ideológica, y un poderoso instrumento del gobierno de los Estados Unidos para extraer información sobre los intereses, las vulnerabilidades y potencialidades existentes en Latinoamérica”.

La posición que presenta a las redes sociales como un “instrumento del imperialismo” ha tomado mayor vuelo luego de que los diarios The GuardianThe Washington Post pusieran al descubierto la existencia de una serie de programas del gobierno estadounidense cuyo propósito es interceptar las comunicaciones y el tráfico por Internet de millones de personas en todo el mundo. En medio de la polvareda desatada por el escándalo, no son pocos los que dan por hecho el advenimiento de la era del Gran Hermano, escenario ficticio que concibiera el escritor George Orwell en su novela 1984.

Ese escenario se ha plantado abiertamente en los diarios y en las propias redes sociales después de que Edward Snowden, un ex funcionario de la CIA, revelara un documento secreto de ese organismo. Las revelaciones de Snowden ponen en evidencia que el gobierno de los Estados Unidos consiguió un mandato judicial para escuchar las llamadas de algunos de los clientes de Verizon, uno de los mayores proveedores de comunicación de ese país, y para revisar el tráfico virtual de la gente en ciertas empresas de tecnología, entre las que se cuentan Apple, Google y Facebook (BBC).

Sobre el asunto, Luis Javier Mejía escribió en el portal guatemalteco Plaza Pública: “Estados Unidos no es una democracia ejemplar: el Estado paga a más de un millón de informantes para que espíen a sus conciudadanos —y al resto del mundo— mediante las tecnologías más sofisticadas”. Con una pregunta que nos permite evocar la célebre operación de espionaje conocida como “Las Chuzadas”, que pusiera en marcha el gobierno de Álvaro Uribe Vélez en Colombia contra la Corte Suprema de Justicia, los periodistas que no le eran favorables y la oposición, Mejía se interroga si esto es acaso otra “seguridad democrática”, pero a gran escala. Por su parte, los grupos de izquierda de todas partes, poniendo el grito en el cielo, no han dudado en considerar a los Estados Unidos como una “dictadura disfrazada”, que viola el derecho a la intimidad de los ciudadanos de todo el mundo.

Sin embargo, el interés de los académicos sobre las posibilidades ofrecidas por Internet y otras tecnologías informáticas como herramienta de recopilación de información relacionada con asuntos inherentes a la seguridad de los Estados no es nuevo. El evento fue analizado de manera profusa por Alvin y Heidi Toffler en su libro Las guerras del futuro, publicado en 1995, cuando Internet no era ni la sombra de lo que es hoy. Es apelando a la lógica evocada por los Toffler en su libro que algunos especialistas sobre la materia le han hecho frente al escándalo, diciendo que las operaciones de inteligencia de Estados Unidos se realizan hoy a partir de un costoso y sofisticado sistema de vigilancia, que minimiza los riesgos para los seres humanos y que en esta ocasión “no ha habido una invasión significativa de la privacidad individual”.

Cabe recordar que el cine también ha denunciado, de manera lúdica, la intromisión de los organismos de seguridad del Estado en La vida de los otros. Así lo hizo el cineasta alemán Florian Henckel von Donnersmarck, en una película que denuncia el sofisticado sistema de vigilancia que puso en marcha la Alemania comunista sobre los intelectuales a través de su policía secreta (Stasi). La vigilancia de la vida cotidiana de los ciudadanos no fue menos intensa en el antiguo régimen soviético que en la China de hoy, donde Google es regulado y las redes sociales controladas.

Pero volvamos al examen ideológico que desde la izquierda se hace de las redes sociales. En opinión de Perdomo Aguilera, “la rapidez con que fluyen las informaciones en la red, las atractivas formas en que se presentan los mensajes y la concatenación de los estados de opinión con una caracterización ideológico-cultural, socioeconómica y física que se hace de cada internauta, resulta una valiosa información para los entes que controlan los medios de información a nivel global, replanteando a las redes sociales como un nuevo terreno de combate” que le permite a Estados Unidos “el fortalecimiento de su hegemonía” en la América Latina y el Caribe (Cecies).

En fin, en nuestro modo de ver las cosas, tanto los sectores de izquierda radical como los conservadores en materia moral tienen una visión aspaventosa de una tecnología que les arrebató en el presente la posibilidad de modelar la opinión y la moral públicas. Sin desconocer que las redes sociales abrieron nuevas fronteras a la actividad criminal y que son un escenario útil para el espionaje de la vida privada de la gente, hay que resaltar también que los peligros que ellas representan no son diferentes a los que nos depara la vida real. Dentro de ese orden de ideas es conveniente señalar que, pesando en la balanza sus pros y sus contras, los beneficios que se pueden obtener de ellas sobrepasan los males que podrían causarnos. Sobre los riesgos que están asociados a estos medios, Gloria Sedano inventarió en un artículo publicado en el portal Pensamiento Imaginactivo, de Manuel Gross, “Los 7 peligros principales en Facebook y otras redes sociales”:

  • El acoso en línea: Conocido como cyberbullying, el acoso a través de Internet es un fenómeno que escandaliza a padres de familia, profesores y autoridades.
  • La incitación al odio: Con la emergencia de las redes sociales los mensajes de odio, intolerancia y llamados a la violencia contra una persona o grupos de personas, a causa de su raza o religión, se multiplican y amplifican aprovechando su característica de viralidad.
  • Los rechazos laborales: Las redes sociales permiten a las oficinas de recursos humanos conocer el pasado de sus futuros empleados y hacerse una idea de ellos a partir de lo que allí hacen o dicen.
  • El phishing: Se trata de una modalidad de fraude que se caracteriza porque el usuario es llevado al engaño haciéndole revelar todos los datos de acceso de su cuenta mediante la invitación a una página falsa idéntica a la de una red social.
  • Malware y aplicaciones falsas: Las redes sociales han sido aprovechas para campañas de spam y redireccionamiento a sitios de dudosa confiabilidad. A través de ellas se han difundido aplicaciones que ofrecen fascinantes características que tientan a su instalación, cuando en realidad utilizan los permisos concedidos para mandar más spam o robar datos privados.
  • Problemas de privacidad: El auge de las redes sociales ha estimulado el debate sobre los límites de privacidad. Mucha gente teme el uso de esta información para la publicidad y el fácil acceso para las aplicaciones de terceros, el indexado en sitios web externos y los derechos de propiedad y reproducción.
  • Pérdida de productividad: Ha venido tomando fuerza la creencia de que un gran porcentaje de trabajadores no logran controlar el tiempo que pasan revisando sus redes sociales, llegando incluso a interferir con otras actividades como el estudio y el trabajo. Esto ha llevado a muchos a apoyar su bloqueo en oficinas y centros de enseñanza, por considerar que distraen y bajan la productividad de empleados y estudiantes.

Como lo anota Julie Giniès en su libro Les métiers des technologies de l’information, cuya traducción al español podría ser Los oficios ligados a las tecnologías de la información, aunque la informática y el Internet han desencadenado una serie de fantasmas que asustan a mucha gente, estamos obligados a vivir con ellos. A pesar de las polémicas que se desencadenan diariamente sobre nuestra dependencia de estas herramientas, prescindir de ellas es cada vez más difícil, porque día tras día ellas nos ofrecen mayores posibilidades. Por eso en vez de quejarnos resulta mejor aumentar nuestro nivel de instrucción acerca de ellas, porque el nivel de interconexión informático entre los seres humanos va en aumento y oponerse a esa tendencia implica sumergirse en la exclusión.