Artículos y reportajes
Camino hasta el grado cero (la revelación del caminante)

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“Via Appia”, de Robert McIntosh

Después del Jardín de senderos que se bifurcan...

Esta frase inicial recuerda un cuento de Borges dedicado al tiempo fantástico que se abre y crea eventos duplicados en universos distintos. Antes del camino existió el sendero, simple repetición de pasos, que se condensan desde la huella fugaz hasta la permanencia; mediante la tenacidad de la repetición, incluso los insectos minúsculos, como las hormigas, producen senderos. Además queremos continuar hacia una ruta lejana, ascender desde el estrecho sendero hasta el ancho camino, subir las dificultades de lo frágil para alcanzar la fijeza de las amplias calzadas. Resulta más interesante la ruta claramente trazada que nos invita a recorrerla, con una superficie alisada y tersa, que nos promete una seguridad opuesta a las agrestes sierras y las regiones hostiles. El camino liso y suave, triunfo del ingenio sobre el paisaje natural, es una invitación al viaje.

 

Sino estelas en la mar...

El explorador y el artista rebelde invocan su sagrado derecho a descreer del camino, a salir de lo andado, ofreciéndonos el grito de las libertades desencaminadas, quizá recordando al salvaje quien no conoció camino alguno. En efecto, existió una vida primitiva sin caminos elaborados, atenida a senderos naturales, marcados por simples variaciones de terreno, o por las huellas de manadas; cuando, entonces, los senderos podían desaparecer tragados por la vegetación o los vientos. Fuera de los senderos conocidos, constantemente acechaban los peligros reales y los imaginarios, la fantasía poblaba de enemigos y potencias incontroladas a las zonas externas de los senderos.1 El artista, en su rebeldía, regresa a lo básico y dice Machado: “Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar”. A diferencia del artista innovador, el ciudadano prefiere andar por el camino, seguirlo del principio hasta el fin, escapando de las tentaciones de las brechas débiles que fenecen sin entroncar, amenazadas de invasión por selvas y bosques. Porque esa vía lisa y luminosa, mientras más amplia mejor, pues inspira confianza, y si avanzamos con velocidad, permite alcanzar destino.

 

Camino de Santiago, el camino del cielo

La procesión de los astros y la línea de la Vía Láctea son dos indicaciones de que a cada camino terrenal le corresponde una enorme contrapartida celeste, su modelo divino, y por lo mismo, incluso la más humilde vereda contiene una gran evocación: la imitación de una vía del reino celeste. Si cada sendero consolidado evoca al modelo de la Vía Láctea, entonces plasma un gran proyecto, una tentativa de movilizar enormes potencias, desplazar lo valioso desde su Origen hasta su Destino. Así, por humilde que parezca cada senderito abre una posibilidad: recorrerse desde el verdadero Origen hasta el Destino final.

 

Una de romanos...

Entre las obras más antiguas y conservadas descubrimos las calzadas de los romanos. Sus constructores se esmeraron para realizarlas: primero cavaron dos zanjas laterales, luego horadando metro y medio la parte central, para rellenarla con piedra, después con arena, y terminando con piedra aplanada. Las más memorable se denomina la “Vía Appia” en honor a Claudio Appio, el dirigente que promovió su construcción, hacia el año 312 a. de C. Estos caminos romanos, además de la obra arquitectónica, representan la consolidación del imperio.

Dada la importancia de esta obra se cree que fue la primera carretera en la cual los romanos aportaron cemento para lograrla perfectamente plana y lisa, aunque la posterior erosión destruyó el cemento original dejando únicamente las piedras.2 ¿Podemos imaginar la sorpresa y maravilla que causó esa primera calzada perfectamente lisa, que conectaba a la victoriosa Roma con sus provincias? El camino plano es una conquista irreversible en la remodelación del espacio humano, una idea tan contundente que merece reinterpretarse.

De esta obra inicial, la Vía Apia, también destacan los enormes esfuerzos para cruzar montañas y el desafío para superar pantanos, con recorridos estratégicos para el abastecimiento militar de Roma.

También estas calzadas romanas poseyeron dos curiosas características. En los campos, a cada mil pasos se colocaba una losa de señalamiento, el indicador de distancia, llamado “miliario”, así con esta piedra el viaje se convirtió en un recorrido cuantificable. Y además dentro de las ciudades se instalaban una especie de topes, útiles para que el peatón pasara fácilmente la acera y los vehículos tirados por caballos no corrieran demasiado rápido.

 

Sacbé: de las rutas para civilizaciones perdidas

Devoradas por las selvas, actualmente dormitan las vías mayas. Desafío contra esas mismas selvas, requerimiento de caminantes ancestrales, fueron llamadas “sacbé”: la planicie blanca entre el verdor natural. Cuando mueren las civilizaciones que les daban vida, los caminos se adormecen, luego son tragados pausadamente por la naturaleza, que con polvo y hierba los van cubriendo de olvido. Después de siglos de esplendor, los señoríos mayas se hundieron en la inexistencia y sus ciudades abandonadas fueron cubiertas por la naturaleza del trópico; lo mismo ocurrió a sus “sacbés”, las rutas que unían los diferentes puntos del gran Yucatán. A la muerte silenciosa de una civilización le siguen sus blancos caminos, como los últimos testigos: huesos que despacio se postran bajo el humus de una selva que terminó devorándolos.

 

En territorios sin caminos... cada viajero es un aventurero

Algunas geografías carecen completamente de caminos. Caso típico, el mar: carente de caminos, exclusivamente posee direcciones navegables, y casi cualquier tramo es igualmente navegable, salvo algunos accidentes como vados y arrecifes. En principio el mar no ofrece guías, aparece igual en cualesquiera direcciones, además la ausencia de puntos de referencia levanta un desafío formidable para los inicios de las civilizaciones viajeras. El mar y otros territorios sin vías causan una profunda impresión en nuestra alma, sentimos una especie de hostilidad instintiva contra esa ausencia sin referencias fijas ni fronteras precisas.

Esta indeterminación del océano, para lo que nos interesa, se repite en las características de desiertos, selvas y polos. En estos lugares, la adversidad de la geografía impide el trazado de caminos, ni siquiera los senderos persisten, por lo que cada viajero muta en un aventurero e iniciador de rutas, quien sufre adversidades en carne viva. Algunos desiertos sostienen una paradoja: la ausencia del camino, pero con viajeros reiterando sus pasos sobre rutas fijas. En el territorio seco y sin caminos trazados, pero con rutas útiles por los beneficios comerciales, aparece el caminante agrupado en la caravana comercial y no surge el camino. Esta dificultad y contradicción debe superarse con destreza y el agrupamiento en caravanas. Este singular grupo de viajeros del desierto es capaz de distinguir su ruta con la ayuda de las estrellas y los escasos promontorios orográficos de la zona recorrida. Por su parte, la selva virgen y el hielo polar ofrecen otro tipo singular de resistencia al viajero, donde el entorno se opone ferozmente al avance, por lo que se crea la vía durante el avance, pero el medio inhóspito borra las huellas casi de inmediato. Y, en fin, mientras esos territorios no integren caminos, para el ser humano seguirán siendo agrestes y hostiles.

 

El “camino” de los búfalos

No es indispensable ningún signo en los suelos, basta un movimiento real para que hablemos de camino, tal caso ocurre con las emigraciones de grandes mamíferos. Los indígenas norteamericanos seguían a su fuente móvil de vida: los búfalos durante sus emigraciones. También ese era el sendero esencial de la tribu: con la trashumancia y el nomadismo casi heroico de los cazadores. El gran mamífero avanzando en manadas construía el sendero con el cambio de las estaciones, mientras el humano era su seguidor. La modernidad ha invertido esa relación cuando las carreteras son vías exclusivas para humanos y sus vehículos artificiales, donde ningún animal debe cruzar atrevida o descuidadamente.

 

Un “perezoso” cruzando una carretera angosta

Esa carretera entre la selva de Venezuela era estrecha y bastante transitada, por tramos únicamente podía atravesar un camión a la vez, por lo que el contraflujo se obstruye. El perezoso es un animal arborícola característico por su lentitud en la tierra, que solamente baja de los árboles una vez al mes para descargar sus necesidades fisiológicas. Además el animalito pertenece a una especie en peligro de extinción y por eso protegida por la legislación y el deber moral. Baste decir que a un inocente perezoso se le ocurrió cruzar esa carretera, y por fortuna lo vio un camionero con sentido ecologista, quien decidió detenerse por completo y así previno que el siguiente vehículo aplastara al animalito. En la carretera angosta la circulación vehicular se detuvo y la fila de espera abarcó kilómetros en ambas direcciones, hasta que el perezoso terminó su paso al otro lado del camino para subir a la copa de un árbol protector.

 

Las dos piernas para el camino vs otros animales

Es una singularidad humana este caminar erguido en dos piernas, efecto único, y primer peldaño en sentido resistente a las leyes de la gravedad. Al cuerpo que enfrenta la gravedad con dos pies le llamamos bípedo y lo comparamos favorablemente con el cuadrúpedo. De los dos pies y piernas podríamos generar el emblema del caminante. Mientras las otras especies se mueven rápido y los cuadrúpedos lo hacen con ventajas, incluso resultan los más veloces y fuertes. Ambos cuadrúpedos y bípedos se mueven con eficacia, pero el final emerge una enorme diferencia secundaria, porque la mirada del humano bípedo permanece al frente, con manos liberadas y mientras la mente indica la dirección elegida. El cuadrúpedo permanece cerca del suelo y cercano a la tierra en demasía, pues para desarrollar velocidad el uso de cuatro patas otorga eficiencia, pero esclaviza las manos (potenciales) que funcionan únicamente como patas (efectivas).

 

La imagen de tres piernas, por contradecirme

Las dos piernas indican la ingeniería verdadera del caminante, porque las dos extremidades simétricas son una compleja obra de ingeniería biológica que penosamente intentan descifrar los diseñadores de robots para alcanzar tal unión de simplicidad y equilibrio. Sin embargo, en la isla de Man, minúscula parcela de tierra atacada por un mar borrascoso, les gustó instaurar como su símbolo a tres piernas encontradas, integrando una espiral de tres extremidades. La observación de ese símbolo me parece revela el gusto por la contradicción, a un golpe de mirada convenimos que existe una invención o acontece un exceso; ese tripedal no puede simbolizar al caminante, sino gusto por las complicaciones. Las tres piernas originan una especie de rueda, un signo giratorio, que no indica al paseante, sino una rueda y así insinúa la conversión del paso peatonal hasta el vehículo. El símbolo de esta isla quizá esconde una profecía: la pierna cediendo su lugar a la rueda.

 

Supercarretera: un ideal moderno

En la idea de la supercarretera convergen aspiraciones y exigencias modernas, donde el plano asfaltado marca una cúspide de su realización. La supercarretera trae aparejadas a la velocidad, las grandes distancias, la seguridad del paso, las opciones de viaje... arrastra un cúmulo de ventajas que son distintivas de una civilización poderosa y caótica. La supercarretera pareciera resolver el caos, darle un destino final, mientras los múltiples vehículos entrando y saliendo han conquistado un orden libre y difícil de comprender para quien lo observase desde fuera. La supercarretera indica el triunfo de los ideales del capitalismo: desplazamientos en vez de transformaciones. La facilidad para acceder a supercarreteras suena como el himno a la grandeza de un país, un canto a la potencia de los privilegiados de la modernidad. La ley del acostumbrarse con lo práctico utilitario indica que lo usado repetidamente deja de notarse,3 entonces una hazaña inicial queda sin testigos atentos. También, las supercarreteras caen bajo la ley de lo práctico utilitario, son útiles tan comunes que dejan de notarse, abundan tanto que se las subestima trivialmente con ojos anestesiados.

 

El tao: un idealismo religioso del camino

Para el concepto religioso de los chinos entender el camino conduce a trascender adentrándose en el territorio de lo sagrado. Con los chinos este sendero espiritual, llamado el tao, se convierte en la imagen de la esencia divina, ya que en su interpretación abarcan la vastedad celestial por completo. El taoísmo entiende esta vía superior en tres sentidos esenciales. 1) Como Origen divino de las cosas, por lo tanto dibuja la imagen abstracta de Dios, es el verdadero inicio, destello fuente del universo y el destino final de las cosas. 2) Como la esencia secreta de todo lo presente y la ley que rige el Cosmos. Así, las cosas materiales y humanas transcurren bajo un designio, su manifestación siempre es un caminar: observaron que las aguas dibujan una ruta desde los cielos hasta los ríos, para alcanzar los lagos y mares, y, luego, convertidas en vapor retornan a los cielos. El ciclo de la naturaleza y la existencia se entiende como una ruta perpetua. 3) Como la vía que deben adoptar las personas sabias, aprendiendo a nunca forzar su existencia ni la de los demás, aceptando los designios naturales y divinos, en los ritmos evidentes o secretos. Eso significa vivir dentro del tao, promulgado como el modo de alcanzar la inmortalidad.4

Finalmente, el taoísmo entiende el camino de cada persona como la unidad de estos tres aspectos, que se integran en el gran Tao sin nombre, del cual jamás podemos hablar directamente, porque trasciende más allá de las palabras.

 

Del nómada por historia al nómada por vocación

Antes existió un nomadismo de pueblos obligados a desplazarse con sus animales por el influjo cambiante de las estaciones del año o a seguir a las manadas que cazaban. Ahora la proliferación de caminos ha generado una nueva clase de nómada, el fanático de la carretera, el vagabundo por decisión propia. Esas preciosas carreteras invitan a seguir su pista, y algunas personas la recorren nítidamente, con pasión. Viajar aceleradamente hacia el siguiente punto, sin mayor ambición que dejarse arrastrar por placenteras sensaciones de velocidad y coleccionar kilómetros de asfalto devorados: eso revela un peculiar nomadismo moderno.

En el caso extremo, alimentarse con kilómetros recorridos se vuelve una droga, una ansiedad de seguir manejando sin parar. Si es afortunado, el moderno nómada disimula su pasión bajo una profesión honorable y útil de transportista, quien día con día aborda una carretera hasta un sitio lejano. Esta de transportista clase apasionado convierte a la carretera asfaltada en su amada ideal. Una querida —siempre dispuesta y complaciente, curveada y suave, recatada y silenciosa, pasiva hasta la sumisión y dispuesta al capricho o la aventura— lo recibe cada jornada, mientras su robusto camión alardea como el signo de su virilidad avasalladora. Para que día a día esta amada cumpla con la cita, el asfalto exige seguir siendo devorado con suavidad.

 

Al vagabundo encantador...

Cuando el nómada voluntario deambula sin rumbo nos parece un vagabundo, otro personaje ahora errante y frágil, sin los medios (o las aspiraciones) para echar raíces en ningún lugar, por lo que queda obligado a derivar sobre cualquier ruta. Existen dos actitudes históricas opuestas ante el vagabundo. Durante la Edad Media descubrimos el aspecto brutal: era práctica común que reyes y príncipes invocaran un odio feroz contra los vagabundos y así promovieron leyes contra el vagabundaje, castigándolo con penas tan severas como la muerte. Infeliz del vagabundo capturado en esos viejos reinos europeos porque podía caer sacrificado sin miramientos. En efecto, los príncipes feudales odiaban con ferocidad a cualquier vago errabundo. Pero más recientemente, el vagabundo ha sido idealizado por la cinematografía, y recordemos que el personaje más exitoso del cine mudo lo protagonizó Charles Chaplin. El alegre trotamundos de bombín y bastón era un imán para el público, pues atestaba las salas cinematográficas y arrancaba las carcajadas cómplices entre todos los estratos sociales. El vagabundo moderno quedó convertido en un personaje mágico y encantador, digno de la compasión y la admiración simultánea, indicando que el termómetro de los sentimientos modernos había cambiado en un sentido radical.

 

Del escoltado por montañas

Un macizo montañoso a cada lado le confiere a cualquier camino una dignidad tan notoria, que ninguno debiera construirse sin esos blasones. Cuando los trazados de rutas se dibujan sobre una enorme planicie, con motivo nos podemos preguntar si ese trazado contiene su acierto o fue el capricho del constructor. En cambio, cuando el trazo carretero emerge dignamente custodiado por dos hileras de montañas no cabe duda del acierto: ni falta ni sobra su posición. Además de la dignidad, las cumbres confieren una visibilidad elegante a las carreteras, situación imposible de repetir en las planicies y llanuras. En las planicies, una carretera carece de tanta jerarquía, pues la igualdad de las planicies disimula su dignidad.

 

Del escarpado enorme

Sin duda, somos sensibles a las elevaciones y rápidamente notamos cuando un plano se inclina hacia arriba. La elevación hacia una montaña nos rememora la penosa construcción de cada tramo, si al subirlo nosotros mismos sentimos un hostil frenado debido a la fuerza de gravedad, con más razón lo sufrieron sus constructores. Esta dificultad obliga a apreciar doblemente el trazado; la rápida elevación nos obliga a mirar el camino que se levanta sobre la altura de nuestros ojos, mientras, cansados, dudamos dos veces antes de recorrer esa senda.

Ocasionalmente, vencemos el cansancio o disfrutamos de un ascensor artificial, entonces en la medida que sentimos la facilidad del ascenso repetimos la visión de las escaleras sublimes. En el extremo ideal de estos ascensos triunfales debería existir un desdoblamiento mágico, que los poetas místicos denominaron la escalera al cielo. Esa rápida ascensión habrá de conducir a los afortunados hasta el plano sublime, hasta la jerarquía de las regiones celestes. Cuando la geografía escarpada de una carretera nos conduce alcanzando zonas de nubes nos evoca, como un sueño, la entrada al reino celeste.

 

Enganchado del cielo (el puente)

En regiones agrestes de precipicios y cañadas la continuidad de las rutas exigió la creación de puentes, esas vías donde el caminante, mientras dure el recorrido, avanza como colgado del cielo. Me deslumbran los puentes colocados a enormes alturas, atravesando el vacío y permitiendo una experiencia completamente aérea. Mientras se avanza sobre el puente colgante la tierra se inunda de aire, los vientos menean suavemente nuestro cuerpo, las ropas cuelan un aire de cumbre, y estamos pisando el elemento aéreo. Los incas fueron maestros en ese arte de levantar puentes colgantes. Obras generosas y útiles para demostrar que el aire puede atrapar al caminante, envolverlo entre sus brazos aéreos y cobijarlo entre nubes. En esos puentes el camino se convierte en una especie de quimera, casi una imposibilidad sostenida sobre nubes. La típica construcción para el andariego se armoniza con notas exclusivamente terrestres, pero durante unos cuantos metros, el camino metamorfosea de elemento y cambia de entidad terrestre a existencia aérea. En la extensión de cada puente colgante podemos recordar el trazado de la Vía Láctea, y nos preguntamos sobre el material etéreo de un camino fabricado para el talón leve de los dioses.

 

Ir de bajada

El mismo trazo en una dirección resulta dificultosa elevación, y en el sentido contrario es descenso fácil. Bajar siempre resulta fácil, descender aligera el cuerpo, nos confiere un grado de ligereza. La ligereza corporal, momentáneo descanso, nos alegra y ofrece una fuerza complementaria. Quizá contenga una ilusión esta sensación de fuerza adicional del movimiento descendente, pero cualquiera lo aprovecha. Incluso se goza el arrastre por la pendiente que confiere ligereza.

No es casualidad que los niños adoren el jugar en carritos para bajar las pendientes, ese movimiento trae el sentimiento espontáneo deleitoso y juguetón. La naturaleza opera completamente a nuestro favor cuando elegimos esa dirección descendente. La gravedad juega a favor del carro bajando, el viento sopla en la cara... pero somos unos adultos insensatos si olvidamos que la aceleración de la gravedad contiene el principio de la caída.

 

El encuentro en mitad de la nada

Dicen los coleccionistas de costumbres que los pueblos lejanos recurrían a saludos elaborados y no se debe imaginar que esa elaboración fue fruto de la ociosidad. En especial los pueblos bereberes, habitantes del desierto, iniciaban un complicado ritual de cortesías desde la distancia, empezando desde el momento que distinguían a otros viajeros sólo como un pequeño puntito en la lejanía. En regiones desoladas resulta comprensible la sana desconfianza ante potenciales enemigos, como una euforia difícil de contener ante la presencia de amigos. Escoltado por la soledad de las dunas, este saludo largo se intensificaba conforme a una cautelosa aproximación, cuando la cercanía aumentaba crecía la intensidad, hasta terminar con un complejo ritual de gestos amigables, alabanzas, caravanas, y genuflexiones. En ese desierto del Sahara, casi despoblado, el encuentro de viajeros resultaba un evento extraordinario, saturado de saludos benditos y pacificadores.

 

La encrucijada

Un encuentro entre caminos aparece tan fabuloso como problemático, por eso el término de “encrucijada” resulta significativo por sí mismo. Cuando dos vías topan en un cruce puede ocurrir lo extraordinario, tanto en el sentido de éxito como de catástrofe. Esta duplicación del camino mediante la encrucijada nos invita a descubrir la complejidad de la vida, las disyuntivas y las oposiciones entre elecciones diferentes. En la equis dibujada por el cruce de caminos se representa gráficamente las trayectorias opuestas-convergentes de las personas. La equis cruzada indica la posibilidad de que cada vida suceda distinta, de otra manera, que la ruta contenga una contrarruta. Esta posibilidad para las mayorías transcurre invisible, y transitan insensibles en cada encrucijada, solamente, en el momento preciso; para pocas personas esa convergencia representa su verdadero dilema, entonces descubren que la encrucijada es suya, su oportunidad para desviar completamente la ruta esperada. Eso significa “encontrar una encrucijada”: la oportunidad para reinventar una existencia.

 

Los dos tipos de transeúntes: del pie al vehículo

Si establecemos con solidez la diferencia esencial entre quienes transitan por caminos podemos reducirlos a sólo dos tipos: el peatón y el transportado. El peatón emplea su cuerpo, y quienes gatean, saltan o cojean representa sencillas variaciones del mismo tema. El vehículo terrestre originario es una especie animal: la monta del caballo inicia la gran diferencia. Esta distancia entre peatón y jinete es abismal, incluso excesiva, por eso los antiguos en su imaginación veían emerger una especie nueva, la de los centauros, alejada de la especie humana. Ese salto enorme arranca con un medio técnicamente sencillo, un animal domesticado, y continúa con la última moda tecnológica de vuelos, incluso el viaje interplanetario, donde hasta el espacio estelar se convierte en camino andado. A mitad de la escala encontramos máquinas ligadas al empleo del propio cuerpo, como son las bicicletas, las patinetas, las barcas de remos, las sillas de ruedas, etc.

Los vehículos más apreciados minimizan el uso del cuerpo, reduciendo la conducción a pequeños y sutiles movimientos de pies y manos, o universalizando el servicio de transportes mientras se permanece cómodamente sentado. La minimización del uso del cuerpo como medio del movimiento nos coloca en un plano distinto de existencia, en un territorio mágico donde la instantaneidad infantil de los deseos renace, porque cerramos los ojos, ponemos en suspenso la mente, y ya aparecemos lejísimos, alcanzando sitios deseados de la geografía más remota. Valdría la pena abundar en la psicología mágica del desplazamiento espacial, que se expresa en la pasión moderna por los automóviles y los aviones, industrias gigantescas y necesidad básica para el ciudadano pudiente, que obliga al diseño completo de las ciudades para transitarlas con vehículos. Ya no se pueden diseñar ciudades modernas sin alisadas calles y avenidas dedicadas al uso y abuso de los automóviles. Las ciudades peatonales (con sus callejuelas estrechas y sinuosas) desaparecen en el horizonte futuro: pertenecen al recuerdo y a las inercias rurales de las campiñas atrasadas.

 

El secreto antropológico del peatón

El camino inicia con el peatón, y nos preguntamos por qué importa tanto este arranque: por el lanzamiento de la humanidad misma. Para el antropólogo histórico unos pocos rasgos constituyen el salto del simio primate hacia el humano, la transición de animalidad a humanidad. Entre esos pocos rasgos enlista la simultánea liberación de las manos con pulgares opuestos y la vista periférica. Estos dos rasgos dependen de una postura erecta, la cual solamente la posee un animal que camina sobre sus pies, ya no usa las manos para caminar y se levanta erguido para mirar a su alrededor. Levantarse erguido requiere de un gasto físico adicional, un esfuerzo peculiar en el que el cuerpo combate la atracción gravitacional. Los animales no se levantan erguidos sobre dos pies, pero algunas especies lo hacen parcialmente, por momentos. Los lémures y primates inician ese proceso, que es incompleto; los canguros adoptan una posición mixta, parcialmente apoyada con la cola. La posición erguida es una excepción de la naturaleza y estamos, incluso inconscientemente, orgullosos de ella. Nos agrada y enaltece la tarea antigravedad de la posición erguida.

El peatón moviliza esa posición, la encauza y la aprovecha porque permanecer simplemente parados cansa, pues implica un esfuerzo excesivo como de guardia militar. El caminar exige un desequilibrio dinámico, implica adelantar el cuerpo, balancear rítmicamente los pies, mantener un compás preciso, para aprovechar la inercia de movimiento hacia adelante. Y una calzada lisa o de suaves pendientes maximiza ese desequilibrio dinámico; sin embargo, nuestras facultades caminadoras también están perfectamente adaptadas a la ausencia de caminos, como avanzar entre escollos, a campo traviesa o escalar montes. Para el peatón no resulta indispensable el camino alisado, ya que sus piernas son versátiles; el terreno plano le es sumamente agradable y conveniente, pero no indispensable; para el vehículo de ruedas el camino plano sí, en definitiva sí, le resulta indispensable.

 

Pasión por lo plano

Aunque el caminante no requiere, a diferencia del vehículo rodante, de un sendero plano, ciertamente que lo prefiere, y esta tendencia nos revela otra extraña predilección del ser humano. Seguramente con esta afirmación de “una preferencia extraña”, encontraré amplia oposición porque aparece tan difundida la preferencia, tan recurrente, que pasa desapercibida. Las superficies planas motivan suficiente deleite y preferencia, hasta suponemos que los materiales planos siempre han estado ahí, dispuestos a tomarlos, cuando la naturaleza es harto diferente. Busquemos en nuestro propio cuerpo y nada verdaderamente plano encontramos, ni el omóplato ni el esternón son efectivamente planos, y fuera de estos huesos aproximadamente planos, ya nada semeja a la superficie plana. Muy pocos objetos del reino animal y vegetal encontraremos planos y lisos; en cambio lo contrario es la norma: por cada rincón natural surgen las curvas y las volutas adornando y conformando los organismos de cualquier especie. Por momentos, una diminuta área semeja la forma plana, como la superficie de una hoja o el costado de la celdilla de la abeja, y cuando nos acercamos a mirar descubrimos las suaves curvas, las irregularidades rugosas, los poros salpicando la superficie. Situación parecida acontece en la naturaleza inorgánica, que se satura de curvas y rugosidades, accidentes y grietas por doquier. Unas pocas excepciones encontramos en espacios breves, por ejemplo, las caras de algunos cristales de roca y minerales naturales, que por supuesto podían pasar desapercibidos. A la distancia podemos observar fenómenos naturales lineales, como el nivel de aguas de un lago tranquilo, la caída de las gotas de lluvia o de algún objeto, como lo indica la plomada del albañil. Ahora bien, a este sentido excepcional de la línea recta y el plano liso en la naturaleza debemos agregar un par de leyes enormes: la luz y su visión nos parece que avanza en línea recta, la perspectiva de la mirada es una convergencia de líneas rectas hacia un punto focal, así como la inercia de los cuerpos sigue una línea recta. En el terreno intelectual, la geometría revela al plano como una primera figura de las superficies y la más sencilla para trazar mentalmente.

Debemos argumentar que la pasión por los elementos planos inunda las obras de construcción, generando elementos planos en los pisos, paredes y techos, por lo que la historia de la arquitectura merece un gran apartado: la pasión por los espacios aplanados. Ciertamente algunos estilos arquitectónicos prefieren las curvas, pero existen muy pocos que procuren eliminar los trazos planos y propongan un culto a la curva, limitándose a dos: la excepcional obra de Gaudí y el periodo del barroco extremo. Claro, que esto acontece en la cuestión mudable de los gustos y se señalará un extremismo a favor del espacio plano y liso: el modernismo cuando el gusto por lo plano domina como un soberano.

 

Del camino a la brecha, de la brecha a...

Abandonar la improvisación que nos proporciona la naturaleza es la marca del camino, dicho con propiedad. La palabra brecha nos indica la improvisación, la apertura difícil del movimiento entre los accidentes de una geografía sin conquistar. La brecha es la permanencia de una dificultad, pues el avance dentro de ésta siempre resulta dificultado, y en cada tramo se emplea una habilidad excedente (o hasta una proeza innecesaria en sitios demasiado agrestes). Los habitantes primitivos se movieron entre brechas y los modernos transitan por caminos, y el paso del camino a la brecha nos indica el nivel descendente de la comodidad a la dificultad improvisada. Los viajeros por brechas son los aventureros voluntarios, quienes escapan del confort y la tranquilidad. Quien entra a la brecha se aventura; quien sobrepasa las adversidades, queda convertido en caminante osado, e incluso resulta imposible de bloquearlo con la ausencia absoluta de rutas. Debajo de la escala de la brecha volvemos a las tierras ignotas e inexploradas que ni resquicios ofrecen, entonces sucede que se “hace camino al andar”. Sin una brecha siquiera el caminante trasmuta en aventurero, y el simple tránsito, en proeza.

 

El ilusorio del laberinto

En la esencia de los caminos yace la exigencia de alcanzar un destino, gravita la urgencia de lograr un destino, por lo mismo una vía truncada marca una paradoja. Todavía encontramos una paradoja mayor, cuando el camino resulta una trampa y lo que parece una vía de tránsito, en realidad, integra un laberinto.

El laberinto, como dispositivo de trampa, debe extraviar sin remedio al caminante y debe atraerle esa fatalidad de la telaraña derrotando a la mosca. El laberinto esconde la trampa y el desastre, no invita al viajero en su calidad de caminante sino de víctima. Cuando un falso camino resulta un verdadero laberinto entonces el destino desaparece, el cierre final implica la trama de un engaño trágico. El suelo engañoso del laberinto que atrapa al caminante es antagónico del verdadero camino, fabricado para permitir al viajero su tránsito y, así, salvaguardarlo.

En contados casos, surge el héroe y aniquila al laberinto, entonces el enigma resuelto se desvanece como las tinieblas al amanecer y un héroe como Teseo se convierte en protector de los verdaderos caminos.

 

El grado cero del camino

Si hay un falso camino representado por el laberinto, también existe el Génesis de las rutas. La resolución del héroe convierte al laberinto en camino, pues una vez descifrado y derrotado, el nudo se metamorfosea en vía franca. Cada caminante representa el inicio de lo existente, porque la vida empieza cada día y cada viajero puede innovar sendas, que al ensancharse resultarán supercarreteras.

Semejante al artista rebelde, también el caminante posee la inspiración, pues sus pasos sin sombra del mediodía o sin ecos de la medianoche, le proporcionan el modelo para desplazarse hacia espacios virginales. Sobre caminos inexistentes cada quien simboliza la hazaña del aventurero: viajero en el desierto o marinero entre los oleajes desconocidos. Incluso si ya fueron trazados, el caminante mismo es motor y motivo de los caminos; él es su fuente primera y su efectivo Origen para apropiarse de un Destino.

 

Notas

  1. Cf. Campbell, Joseph, El héroe de las mil máscaras, cap. I.
  2. La vía Apia fue la primera calzada romana cuya construcción incluyó cemento de cal, además de piedra volcánica. Una sección de la época romana todavía existe y el cemento ha desaparecido de las uniones mostrando una superficie áspera.
  3. Kosik, Karel, Dialéctica de lo concreto, Ed. Grijalbo.
  4. Ejemplo de esta triple unidad versificado en este pasaje: “El retorno es el movimiento del Tao / La debilidad es su método. / El Cielo, la Tierra y los Diez mil seres / Surgen del Ser / El Ser surge del No-Ser”.