Pues obscuros silencios
Propios son de quienes a nada se atrevieron.
Píndaro, Ístmica IV.
Hablan, indudablemente, las comarcas al través de su íncola. El más patético testigo de sus anales, de su buenaventura o malaventura, de sus misterios, de sus paisajes, el poeta lo esencia. Oyó desde niño en los decires del pueblo la historia de su gente; los pájaros, las tolvaneras, las tempestades, el río, el viento a su voz íntima los ritmos le otorgan; la parda tierra, la policromía de los guijarros, el umbrío monte, los pálidos azules matinales, la penumbrosa noche de sus espacios, el blanco dorado de sus centellas entretejido con los nocturnales chaparrones, el opimo caudal de sus colores detrás de su mirada, aguardantes, le donan. Toca al vate, ahora íngrimo, por mandato interior del divino destino, lanzar a los celestes horizontes los cantos testimoniales incrustados en su alma a lo largo de su existencia, de su territorio al mundo. Afirma así José Pérez (El Tigre, Anzoátegui, 1966) en su poemario En canto de Guanipa (Cantaura, 2007):
Monte pisado de pájaros para habitar la arena
limaduras de rabos de fieras
en el pajonal
hebra de viento en el rastro
he venido a fundarte en la palabra
mediodía.
(“Primera partitura”, p. 13)
Encierra el topónimo Guanipa aspectos de un afectivo entorno geográfico del estado Anzoátegui, sobre una extensa planicie amesetada el nombre de un poblado, ámbitos regionales, sucesos, memoriales del historiar menudo, en fin; con ese sentido de paradigma, de plenitud, José Pérez dicho vocablo reconstruye para incluir en él un íntimo paisaje múltiple uncido a sus aldeas del hoy, una superficie entrañable en donde animales de allí, árboles nativos, ríos, rincones, pasos, personas, sitios, su erradumbre entrecruzan. Subió al alcor de su corazón en esa geografía enclavado José Pérez para desde esa altura de los recuerdos, de su sabiduría mestiza, de sus emociones, contemplar entre los fogonazos de la desnuda memoria, de la cruda historia, de la bizarra verdad para abrir sus pulmones y soltar a los mil vientos sus impetuosas a la par de comedidas odas raigales hilvanadas con razonados versos apuntados a exorcizar la malaventura de su contemporaneidad,
Antes fueron las fieras
la caza el botín para todos
despertarse en los demás
los días muy claros
hoy el resuello es desamparo
como negados
nuestros cantares una luna
sobre lo último
como si fuéramos de otro mundo.
(“Por melodía el resuello”, p.26)
Sucedió en los parajes orientales de José Pérez un rosario de episodios desde la aurora de los días hasta el presente del trovador, los cuales a partir de sus odas así o asá podrían señalarse: antes de mil quinientos, en el grado de las hipótesis, los rostros de aquellos sus primeros íncolas la armonía de un vivir reflejaban. Arramblaron a partir del corte traumático de esa fecha mencionada los ejércitos de Satanás, el terror, la invasión hispánica, amaneció a partir de entonces sobre estos panoramas el rostro de la muerte. Arrastró durante los dos siglos inmediatos el viento el polvo de la nada sobre las osamentas de los vencidos. Advino después —¡al fin!— la santa guerra libertaria, la contienda donde nació la Venezuela real. Se amalgamó, se consolidó definitivamente el origen, el ser de estas hermosas lontananzas. Indetenible la marcha del tiempo, continuaron su fátum las décadas posteriores a la gloria, arribaron con él las contradicciones sociales, la triste cara de la inercia, de la vaguedad, donde los rumbos se extraviaron. De aquí para allá, de allá para acá la vida, riquezas sólo de nombre, el petróleo repartido por los oleoductos de la injusticia. Sobre esta enloquecida brújula de su coetaneidad José Pérez entonces los versos de su historiar escribió. Señala o acusa con el dedo de su angustia, con la vertical ética,
El ojo afina el horizonte donde antes la casa
choza en pedazos
ya sin puertas
el barro
este sentimiento es de venado
da por pisar tanto infinito
llevándose estas heridas
(“Señal de clavijas”, p. 16).
Armar el difícil caleidoscopio de aspectos, situaciones, vocablos vinculantes a la región, paisajes, historias fragmentadas, entre los muros de la palabra paradigmática Guanipa, convirtió ese innegable esfuerzo en la palpable robustez de ese libro. Reclamará siempre por ello una lectura perspicaz En canto de Guanipa.
Súmase a lo dicho el tributo artístico de revelar al lector el oculto encanto de jugar con una contradicción irresoluble a nivel del gusto intelectivo habitual, la lírica de lo antibello, manteniendo expedita, válida, la otra vía, la de resarcir la armonía mediante un contrajuego: el otro placer, el de accionar la inteligencia. He allí el exigente hechizo de lo lúdico, pedir ánimo para ensamblar este puzzle imaginativo.
Requiere sabiduría escritural, por arte del trovador, mantener lo poético en estrofas de composiciones donde se grita la fealdad del sufrimiento, de la miseria epocal, de la malaventura de un oxidado destino, lo hostil de un tiempo de espaldas a su gente, cuando lo ingrato de las descripciones salpica con su lodo lo esperado en los versos, lo grato. En canto de Guanipa la poesía de la antipoesía se salva… La sutil inteligencia de José Pérez, joven escritor quien aceptó su philia por la creación literaria uncida al estudio de la literatura cual un sacerdocio, una asunción existencial del ser artístico de Occidente.