Artículos y reportajes
Dos veces junio, de Martín Kohan
Escrito sobre los cuerpos

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Martín Kohan
Martín Kohan.

“El poder se ha introducido en el cuerpo,
se encuentra expuesto en el cuerpo mismo”.

Michel Foucault, Microfísica del poder.

I. Los bordes de la razón

Desde diversas marcas, huellas y cicatrices, Dos veces junio1 escribe un recorte de la experiencia bajo la dictadura sobre los cuerpos que la convirtieron en vivencia desgarrada y final.

El modo que elige esa escritura como herida reconoce dos perfiles distintivos: la fragmentación y la obsesión racional. Fragmentación que dice la única posibilidad de narrar en tiempos del discurso oficial único, compacto e impenetrable. Fragmentación, además, que da cuenta del texto de la dispersión, de los retazos de discurso que secretamente se hilvanan para intentar contar, cruzando sus miradas para decir desde la palabra quebrada, desde una narración atomizada que, sin embargo, hilvana lentamente sus posibilidades de constituirse en relato envolvente.

A diferencia de otros relatos de época, el de Kohan se presenta como una ficción narrativa del tipo testimonial, es decir, desde la palabra de un narrador en primera persona que cuenta su historia inserta en la historia nacional. El mismo perfil recuperará Ciencias morales, de 2007, aunque ya desde otro espacio más metafórico y microscópico, un texto que se dice desde la tercera persona.

La estructura general de Dos veces junio cuadricula lo narrado con obsesión metódica y numeral al designar cada capítulo con una cifra (vinculada al desarrollo del relato) y al enumerar cada fragmento desde el orden riguroso de los números romanos presidiendo cada segmento narrativo. Es el signo que la novela, o su macroestructura, elige para dar cuenta de la racionalidad llevada al extremo, que será cuestión esencial del texto, y para coincidir con las consignas del Dr. Mesiano, centro gravitacional de la trama:

Los esquemas del doctor Mesiano no admitían imprecisiones: los límites de cada área, que eran a su vez los límites de cada jurisdicción, tenían que ser sumamente exactos, porque de la autoridad y de la responsabilidad podía decirse lo mismo que otras veces se acostumbra a decir de la libertad: que la de cada uno empieza donde termina la del otro (pág. 105).

Límites, áreas, exactitud, autoridad, responsabilidad, libertad, límites. El léxico de Mesiano lleva la racionalidad de la conducta a sus bordes, donde late una concepción del poder: el que se ejecuta desde la orden sin discusión (“El soldado no piensa, obedece”). Este deslizamiento de la razón hacia su extremo invalidante y esclerótico convertido en dogma aparece como el sustrato ideológico de un poder que necesita perseguir, eliminar y desaparecer al otro, al que puede pensar al costado de esa ejecución. Es la tarea que Mesiano asume como deber y con la alta eficiencia de la crueldad técnica: la banalidad del mal en el trabajo diario y oscuro de los centros clandestinos de detención.

Kohan recupera desde este texto y este planteo la convicción de Piglia en Respiración artificial: la razón occidental y cartesiana llevada a sus propios límites terminó en Auschwitz. Hitler conversa (en esa novela de Piglia) con Kafka; el checo advierte que esos planes tan delirantes y racionales a la vez devendrán en la “solución final”, y escribe El castillo y El proceso para entenderlo y decirlo mejor.

Kafka hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer. Sus textos son la anticipación de lo que veía posible en las palabras perversas de ese Adolph... que anunciaba un futuro de una maldad geométrica.2

La racionalidad llevada al límite y la negación de la posibilidad de la duda vinculan a la novela de Kohan con Arendt y por supuesto con las perspectivas desplegadas por Foucault, pero nos inquieta más detenernos en el intertexto que propone Respiración artificial (aun cuando en la formulación narrativa las novelas difieran, como veremos más adelante) con la convicción que anida en ese relato sobre la continuidad de la razón filosófica occidental desde Descartes hasta Hitler:

¿Qué relación había, o mejor, qué línea de continuidad se podía establecer entre El discurso del método y Mi lucha? Los dos eran monólogos alucinados que se disponían a negar todo lo anterior.3

De esa conexión a Heidegger. Y del filósofo de Friburgo, se sabe, a Hitler. El discurso cuadriculado, “la maldad geométrica”, lleva la razón a sus últimas consecuencias: Auschwitz y también los centros de detención donde camina, habla y procede la racionalidad perfeccionista y mecánica del Dr. Mesiano.

En Dos veces junio se reitera ese recorrido de la razón al dogma, de la obsesión de los esquemas racionales a la justificación de la “guerra necesaria”.

Al interior de ese decir fragmentado y disperso, la manía de la precisión estadística y enumerativa:

Lo importante era llevar un ritmo metódico, porque en la vida, según decía el doctor Mesiano, todo es cuestión de método (pág. 43).

La racionalidad llevada al punto de la obsesión se convierte en signo fundamental del planteo textual porque expone la lógica de la maquinaria represiva, “racional” en su fundamento aniquilador, y la lógica de la “banalidad del mal”, largamente expuesta y analizada por Hannah Arendt,4 que atraviesa el sentido de la novela de Kohan desde diversas perspectivas que se entrecruzan pero, especialmente, se despliega en la gélida personalidad del infranqueable narrador:

Todo lo sentimental me ha resultado siempre despreciable. Tanto más durante aquel año en el que fui soldado. Un año transcurrido entre las armas y los hombres (pág. 50).

En el narrador, un soldado del antiguo “servicio militar obligatorio” y su jefe, el doctor Mesiano, ejecutor y cómplice de torturas y apropiación de bebés en los centros clandestinos de detención, esa “banalidad” tiene las formas de la repetición de un canon racional, rígido e inconmovible: los dos personajes, claves en la trama, se niegan a pensar, escapan a cada instante a los criterios del juicio para reemplazarlo por el vacío moral de sus actos; como mostraba Arendt, no son locos ni monstruos sino hombres comunes, que tienen amigos, que gustan del fútbol, que disfrutan asados familiares. El mal, decía Arendt, “se cuela por entre las debilidades de la libertad y las impotencias del juicio”.5

La ironía, la elusión metafórica, el signo escondido o escamoteado, late entre los barrotes de esa cuadrícula para construir el sentido general del texto: detrás de la narración minuciosa del detalle que oscila entre los avatares públicos del mundial de fútbol y los privados, o secretos, del trabajo del chofer y el doctor, se dejan vislumbrar el cuerpo desnudo de la experiencia política y social de esos años y de la tragedia negada y sórdidamente aplacada por el discurso oficial.

Ese otro texto, informe, apenas visible, desgarrado y malherido, se abre paso entre las compactas columnas del texto visible, cuadriculado y pétreo que construye el narrador y que tiene a Mesiano y su trabajo “racional” como actor central y a los mundiales de fútbol como única apariencia social. Débil, el relato disputa un lugar y aparece: en contraste con la saturación informativa, pública e irremediablemente banal (como la repetición exasperante de todos los detalles de la formación del equipo argentino) la historia sórdida y secreta se torna trágica y final. Los discursos se cruzan, entretejen lo visible y lo invisible, lo legible y lo ilegible, desplegando los saberes que se desean y los que no se desean, los que se repiten desde la palabra imponente de Mesiano (donde también anidan consignas de la clase media argentina sobre el heroísmo, la patria, la educación, el trabajo) y el relato silenciador de su chofer.

Hasta que en ese cruce aparece la grieta, la voz quebrada y agónica de la historia inocultable. En un centro de detención, una mujer torturada reclama su ayuda:

Me decía: ¿Vos sabés dónde estamos, no? Vos venís de afuera. Vos no sos uno de ellos.

En un momento no quise escuchar más y le dije: callate, callate la boca... (pág. 137).

El pedido y el ocultamiento se enmarcan en un contexto mayor. Mesiano habla de los detenidos como muertos: “Hay que pensar que el prisionero ya es un muerto” (pág. 115) y que su agónica supervivencia solamente servirá para obtener información. Es decir, la racionalidad extrema de la guerra o, mejor, el extremo de la racionalidad occidental llevado al límite como eficiencia bélica: el delirio de Hitler, la férrea crueldad de Mesiano (“Tiene que apretar los dientes y disparar, con la misma indiferencia que se le dispara a un cadáver”, pág. 115).

Y también, cuando se habla del lugar (Quilmes) se cuenta al pasar la historia del nombre, devenida de los aborígenes expulsados del norte, sometidos al frío y al hambre hasta su exterminio en la llanura bonaerense: el pasado dice también las formas de la desaparición, las maneras en las que la “civilización” devastó el sitio del otro entendiendo que una razón histórica justificaba el proceso.

Mesiano parece formular esas consignas ideológicas, también, cuando mira la historia desde la disputa unitarios-federales. El cuerpo de la historia argentina también tiene marcas y heridas, como una escritura que se leerá de modos diversos según se focalice la mirada en quien recibe la herida, quien la “escribe” o en la herida misma, como un texto a descifrar. Mesiano, claro, tiene una sola forma de ver y leer.

 

“Dos veces junio”, de Martín KohanII. Cuerpos

En el plano donde la novela es, tres instantes narrativos condensan el sentido global del texto.

Los tres están referidos a los cuerpos, esos espacios donde el relato se escribe como una marca en la experiencia existencial, como una herida en el cuerpo social y político.

En la primera página, una anotación con error ortográfico consulta a Mesiano sobre un procedimiento rutinario (otra vez, la banalidad del mal) que en realidad resume la intensidad dramática que esa interrogación desplegará para constituirse, ya inscrita en la producción nacional posterior al proceso militar, como una cristalización del horror profundo e inolvidable, una pregunta que escapa al texto (donde se dirige a Mesiano) y se formula al contexto, a Videla, a Massera, al interior del Estado terrorista:

¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño? (pág. 11).

La segunda expande esa consulta en la acción de la tortura, que se focaliza en la detenida embarazada que suplica, infructuosamente, ayuda al chofer. La noción del cuerpo como pertenencia del poder que interroga avanza contra la resistencia de la mujer, hasta la extenuación.

De día o de noche, yo no lo sabía, la vinieron a buscar. Casi no le quedaba cuerpo donde pudiesen matarla (pág. 53).

Ese poder sobre los cuerpos se desliza hacia otras zonas, profusamente diseminadas por el texto: cuerpos de prostitutas (“Qué puta no sabe que su cuerpo no es suyo”, pág. 120), de una joven violada por soldados, otra muchacha que huye sin rumbo en la noche vacía, el cadáver de un hombre enterrado en Berisso, los cuerpos apropiados por la medicina, los mutilados cuerpos de todas las guerras y los cuerpos caídos en Malvinas (entre los que se cuenta el del hijo de Mesiano). A esos cuerpos se agregan otros, como el de la madre de Mesiano, sintomáticamente en silla de ruedas, exánime (como la detenida, sin cuerpo donde pudiese morir), y a la que el chofer teme, como si desde ese cuerpo despojado de posibilidades la mirada acusatoria constituyese aún la amenaza de la culpa (“Por un momento siento temor de que pueda darse vuelta y mirarme. Me da miedo de lo que pueda ser su mirada. Pero no se da vuelta ni me mira”, pág. 182).

Pero hay otros. Son los silenciosos cuerpos que salen en masa desde el estadio derrotado: signos del país silente que latía detrás de ese rumor deportivo, en los sótanos de lo real, donde Mesiano y su chofer fatigan sus noches. Silencio visible e invisible: “cero a cero” es el signo vacío de esa larga noche de derrotas. Los cuerpos sanos de los futbolistas de la selección, cuyos nombres son reiterados hasta la exasperación, contrastan dolorosamente con los cuerpos mutilados en la guerra o torturados en los centros clandestinos, sin nombres y sin reiteración posible. En la perspectiva utilitaria del poder, Mesiano explica de qué manera la guerra ajeniza los cuerpos: “En la guerra los cuerpos ya tampoco son de nadie. Son pura entrega, son puro darse a una bandera y a una causa. Cuando en la guerra se acciona sobre un cuerpo, ya no se acciona sobre nadie” (pág. 120).

Los cuerpos del placer, como se supone a la prostituta que recibe al chofer, también transforman ese acto en violencia, en signo bárbaro: “Matame, soldadito, matame” (pág. 188), o son violentados por la impunidad del poder (“No va a olvidarse de la lección que le hemos dado. Y si alguna vez quiere olvidarla, el cuerpo se la va a recordar”, pág. 98).

Son los cuerpos de los que habló Foucault:

Hay un efecto de la dominación del cuerpo por el poder: la gimnasia, los ejercicios, el desarrollo muscular, la desnudez, todo está en la línea que conduce al deseo del cuerpo mediante un trabajo insistente, meticuloso, obstinado que el poder ha ejercido sobre el cuerpo de los niños, de los soldados, sobre el cuerpo sano. El poder se ha introducido en el cuerpo, se encuentra expuesto en el cuerpo mismo”.6

Como una remisión última de la novela a las consecuencias del proceso de represión sobre los cuerpos y sus marcas como heridas, el cuerpo del niño apropiado jugando en la casa de Mesiano, cuatro años después. Y los cuerpos perdidos, como un signo final y vacío en la última condensación narrativa, otra vez en boca de Mesiano:

Lo que se hunde ahí, dijo el doctor Mesiano señalando hacia abajo, no se encuentra nunca más (pág. 153).

Lo que se escribe sobre los cuerpos es la historia de un aprendizaje. El narrador sabe por su padre que ir al “servicio militar obligatorio” es un “acto patriótico”, pero lo aprende, en verdad, de boca del doctor Mesiano (que viene a ocupar la figura paterna en el sistema de aprendizaje en el que madura), cuando ese acto pasa a ser “heroico” con la muerte de Sergio Mesiano en Malvinas. Aprender es ser “hombre”, también, en el dominio del cuerpo femenino: el poder se juega en el prostíbulo donde la chica ruega “matame, soldadito, matame”, escena que se repetirá en sus pesadillas más insistentes.

En el análisis de Pampa O. Arán, ese cuerpo femenino explica, además, la tensión que analizamos antes entre la razón propia llevada a sus fronteras y la “barbarie” del otro. El sometimiento de la fortaleza viril de la racionalidad sobre la “debilidad femenina” configura todo un cronotopo (un modo en el que la experiencia histórica concreta y sensible se convierte en figura de la lengua narrativa buscada por la novela) en la perspectiva de la investigadora cordobesa:

Lo femenino no es sólo el ámbito de la mujer, se presenta como zona de la violación, no únicamente en el plano de lo sexual, sino de violencia (y de exclusión) familiar, social, institucional. Por el inteligente entramado de voces, el relato de esa experiencia se anuda irremisiblemente al de otros relatos de pérdida-búsqueda, de identidades y relaciones madre-hijo: el conscripto y su madre emocionada, la prisionera que da a luz en un centro clandestino y su bebé robado y la madre del adolescente muerto en Malvinas “como un héroe”.7

Dos veces junio logra instalarse en la producción nacional en general, y en la serie de novelas que tienen a la cuestión de la dictadura militar como centro temático en particular, como un texto clave: las articulaciones entre escritura y memoria logran, desde este texto de 2002, operar más allá de los desplazamientos (brillantes, novedosos, influyentes) que proponían Saer, Piglia o Martini en los ochenta. Al decir de Carlos Gazzera, “una narrativa que avanza en la posibilidad de eliminar toda elipsis, ambigüedad o fantasmagoría en la narrativa del horror y sus detalles”,8 y que construye de otro modo el vínculo entre escritura e historia. El discurso fragmentario, la yuxtaposición de miradas y la superposición de planos visibles e invisibles tejen las posibilidades de una novela que expandirá sus postulados en el texto próximo, Ciencias morales, que logrará convertir el espacio de la ciudad sitiada y oscura de Dos veces junio en una microscopía focalizada en una escuela sitiada, donde se repiten las marcas, las huellas y las heridas que esta novela despliega.

 

Notas

  1. Kohan, Martín, Dos veces junio, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2002.
  2. Piglia, Ricardo, Respiración artificial, Sudamericana, Buenos Aires, 1980.
  3. Piglia, R. op. cit. (pág. 242).
  4. Arendt, Hannah, Eichman en Jerusalem, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Lumen, Barcelona, 1967.
  5. Arendt, H., op. cit.
  6. Foucault, Michel, Microfísica del poder. Ediciones de La Piqueta, Madrid, 1992, pág. 106.
  7. Arán, Pampa O., Interpelaciones, Centro de Estudios Avanzados. UNC, Córdoba, 2010 (pág. 50).
  8. Gazzera, Carlos, “Ficción y postsociedad”, Córdoba, Recovecos, 2006. En: Arán, Pampa O., Interpelaciones, op. cit.