Letras
“23:53 Noveleta”, de Luisa Futoransky
23:53 Noveleta
Luisa Futoransky
Editorial Leviatán
Buenos Aires, 2013
ISBN: 978-987-514-235-0
224 páginas
23:53 Noveleta
Fragmento

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Disiento al menos con una de las recetas de Patricia Highsmith para escribir. Según ella hay que poner dentro del cuerpo de un personaje el alma de otro. No puedo, es imposible que imagine a Cardona generoso, con voz atiplada y bajito. Sería como imaginar dentro de mí al político Aznar con cuerpo y rostro de Giacometti. ¿Y si Aznar o Cardona se reconocen cuando los describo, qué? Engrosarían la lista de damnificados reales o imaginarios de la escritura ajena, aunque poca gente admite su retrato en el texto de los escritores, más si los dibujamos con una pizca de cólera y ruindad, una muestra apenas de cuanto ellos mismos andan jactándose que abofetean a sus contrincantes por la vida. Ajustes de cuentas relativos e inofensivos. Los dendeveras los hace la política o la camorra y afines. Antes decían que las palabras se las llevaba el viento, ahora sé que las páginas, las promesas también, incluso los planes de gobierno de los líderes maquilladitos del mundo que despliegan habilidades de retruque en los programas de variedades de televisión.

 

Como todas las novelas que tienen por protagonista al comisario Montalbano, también ésta me fue sugerida por dos hechos de crónica policial, un caballo matado en una playa de Catania y el robo de unos caballos de carrera en una caballeriza del grossetano (Toscana).

Creo ya que es inútil repetir, pero lo hago igual, que los nombres de los personajes y las situaciones en las cuales se encuentran implicados son de mi total invención y no tienen por tanto relación con personas reales.

Si por caso alguien se reconoce, significaría que está dotado de una fantasía superior a la mía. Andrea Camilleri. La pista de arena, p. 261.

 

Traduciendo al idioma de Kaplansky, Laura: Los lugares no son ficticios, la gente tampoco, pero están referidos a través de la retina deformante del pasado que transforma, destruye a piacere. Un lío.

Ejemplo; recordaba a Toledo como una ciudad normal visitada de joven. Este año le pareció una ruleta rusa, un sube y baja que la dejó sin resuello.

Los cuerpos con los que la prota se topa son reales, al menos por un rato, pero los nombres no. Se acostumbró tanto a los de ficción que los propios ni los recuerda.

La noveleta debe leerse como un fotomatón, esos en que la gente quiere hacerse la graciosa y hace muecas.

A ese laberinto hay que sumar la irrupción violenta, cotidiana del mundo en los papeles.

Vale decir que lo anacrónico no es mera coincidencia.

 

Coralie, todas las Coralie de este fragmento de mundo que aquí y ahora es París y trabajan en grandes agencias de prensa u organismos internacionales, se visten y desvisten en Le mouton a cinq pattes, una cadena de negocios de ropa más o menos fashion amontonada, ahí la gracia, de cualquier manera, a precio barato por manoseada y propio a punto de pasar de moda, con las etiquetas de grandes marcas por supuesto bien visibles en la delantera de la prenda. Se escapan una horita de la oficina y hurgan con saña para encontrar la pichincha que envidiarán colegas y enemigos, el vestidito osado pero hasta ahí nomás, en el límite, el trajecito para acompañar al Gran Manitou a un seminario sobre derechos humanos en Uganda o una campaña de vacunación antirrábica en Nueva Caledonia. Siempre listas porque nunca se sabe, suele ser el santo y seña de esa tribu.

 

La jerarquía en la empresa se dibuja, se palpa bajo el nombre de organigrama y siempre refleja una disposición arquitectónica piramidal. La dirección está en el último piso y sus oficinas nunca se ven; tienen un candado secreto en el alma de los vasallos que jamás saltamos. De vez en cuando como gesto máximo de rebeldía les usamos las máquinas de café y estamos convencidos de que los brebajes de los de arriba tienen mejor sabor que las de los nuestros.

A medida que se desciende, de piso en piso los poderes de vida y muerte se empequeñecen como la balzaquiana piel de zapa. Para los que nunca hemos tenido ni un harapo territorial propio, el del señorío de Cardona en su cueva —que es como él la apoda porque es un cuchitril con puerta— para el sentimiento de inferioridad y desespero, alcanza y también sobra.

En otros trabajos que tuve siempre existió la separación entre el acuario del capataz, a quien uno atribuía calidades de delegado divino por sentirlo omnipotente y omnipresente, con pleno derecho de mirar sobre el hombro los pinitos en el cuaderno de la gente como una, distribuir horarios, aumentos, gritos, ceros en conducta y escatimarte respirar. ¿Colegas o codetenidos? Cada uno desarrollando manganetas de dudosa calidad y procedencia, que en el fondo no son otra cosa que añagazas para sobrevivir. Me acuerdo que un acólito de Cardona me explicó o hablando solo contó cómo funcionaba el mentado organigrama: primero uno no puede levantar la vista de su propia compu, después mira la de al lado de reojo y así hasta que alcanza todo el compartimento y si llega al ascensor y va a otro piso, podés descontar que ese sí hace carrera. Yo nunca salí de mi computadora si no fue para ir hasta el baño o fumar en el pasillo tres pitadas y tirar el pucho apurada para no perder tiempo y que me miren con mala cara.