Artículos y reportajes
Un mar baldío

Comparte este contenido con tus amigos

“Mar baldío”, de Jorge Gómez Jiménez

Podría decir que Jorge Gómez Jiménez tiene más nombradía que Corocito Varguero, aquel lugar de vaquerías que Ángel Custodio Loyola inmortalizó con su voz; digo que es así, sencillamente, ahora que apareció en el mundo de la poesía mostrando poesía, no lecturas recreadas en verso. Mar baldío, un cuadernillo, editado artesanalmente por el Taller Editorial El Pez Soluble en julio de 2013. Sabía de sus cuentos, de sus dos novelas y de su obra magnífica: Letralia, la revista electrónica de los escritores latinoamericanos.

Dice su discurso con la serena armonía cuando “la carencia de rumbo / apunta con certeza / al rumbo final / definitivo / de una isla sin farsas / donde se haga improcedente / guarecerse de la lluvia / de los elementos”. Pero el hombre que es llega más allá, navega en una sola palabra sin propietaria mas la hipotética partida del objeto del canto se torna, por qué no, obsesiva, expande la voz y, en ruego desafiante, la nao deshabitada recoge las velas y canta: “Ven a mi pueblo / asalta mis bancos / toma rehenes / sé muy ilícita...”.

Pero es el amor el puerto o la palabra mágica que permite al poeta brindarse a sí mismo el consuelo de la sombra del horizonte marino, mientras en el desafío confiesa que sus naves, o la nave que es, en el corazón del libro, están o está perdido. Es tarde, el albatros abraza la noche y navegante y barca, también, es la mágica eternidad del hombre, en su búsqueda de la casa del espíritu, el deseo de ser habitado, ser pertenencia o vida correspondida en los ardores, aunque sea de un buen despecho que eche palante el desengaño y sus dolorosos siglos que valen los minutos en esa condición.

En Mar baldío, en cada verso, el hombre termina de rodillas a la orilla de una isla que todos pretendemos alcanzar en algún o muchos momentos: el amor, pero qué lavativa que las brújulas de todos los barcos del mundo señalan su rumbo pero se hunden aunque sea en la orilla, se hunden y el hombre y la mujer se toman de la mano, sólo de la mano, cuando pocas veces reman juntos, en la maraña que ellos mismos crean, para dolerse en las despedidas como si fuera realmente la gran alegría de la vida, los caminos disparejos, para “volver la sonrisa al revés”.