Letras
De amar a un Shell

Comparte este contenido con tus amigos

“No te enamores de un Shell, Omar”, solía decir su madre todos los domingos en la estación del tren, antes de que él partiera hacia el Oeste. Cada vez que trataba de imaginarse a sí mismo amando a uno, la idea parecía tan absurda que no podía evitar reírse mientras disfrutaba de la maravillosa vista en el horizonte. Los trenes solían cruzar el condado al atardecer, y Omar podía ver el Sol ocultándose detrás de aquella alta muralla de agua que todo el mundo llamaba el océano, dorado y bermellón en el ocaso. Podía recordar el aire frío nocturno que le seguía a la puesta del Sol mientras cruzaba la isla de lado a lado, y una vez más escuchaba las palabras de su madre. Pero ahí estaba, cinco años después, frente a una Shell, sosteniendo sus manos a través de la mesa. Miraba sus ojos inexpresivos pero aun así podía ver resurgiendo en ellos los pequeños placeres del viajar en tren. —Lo siento, mamá —pensó. Se había enamorado de un Shell.

Su nombre era Yuri y era un ser hermoso. Al igual que con cualquier Shell, lo único que distinguía a Yuri de cualquier otra hermosa chica era la falta de expresión en su rostro. Su cabello, negro como el ébano, caía sobre sus hombros como cascadas, contrastando su pálido rostro. Sus ojos, siempre medio cerrados, eran verdes, y Omar los miraba con tanta suavidad que cualquiera en el café podía pensar que estaba hipnotizado. Después de cinco años de viajar hacia el Oeste, había conocido a una chica que no tenía la necesidad de expresar sus emociones para robarle el corazón, y eso era más que suficiente para él.

Los primeros Shells habían sido creados después de la Plaga de los Fantasmas, un extraño fenómeno que comenzó en las grandes ciudades de la isla hacía veinte años. Primero, algunas personas comenzaron a olvidar algunas palabras. Reconocían objetos, pero les resultaba imposible nombrarlos. La capacidad de comunicación empezó a disminuir, y pronto el número de personas afectadas por la Plaga de los Fantasmas aumentó. En un año, más o menos, alrededor de 11% de los habitantes de la isla estaban completamente mudos. Finalmente, el último síntoma de la plaga llegó. El resultado fue simple: la gente se fue desvaneciendo poco a poco, convirtiéndose en nada más que meros fantasmas. Ese fue el nacimiento de los Shells, cuerpos elaborados artificialmente para sustentar a los fantasmas errantes que quedaron después de la cruel plaga. Eran el único medio de comunicación que tenían, dándoles una segunda oportunidad para vivir.

—Gracias por venir, Yuri —Omar no podía dejar de sonreír. Sus ojos brillaban.

—Gracias por invitarme. Siempre paso un buen rato contigo —dijo la Shell, tan fría como siempre, con sus ojos medio cerrados y sus labios apenas moviéndose para articular las palabras.

Salieron del café y, tomados de la mano, caminaron bajo el paisaje urbano. Las millones de ventanas iluminadas, la noche estrellada y el reflejo de ambos en el océano hicieron parecer a la ciudad un firmamento infinito. El mundo había cambiado desde que los padres de Omar habían vivido y crecido y se habían enamorado en aquellas mismas calles. Ahora los edificios eran más altos. Los autos eran más lujosos. La ciudad era un poema de negro, gris y azul, adornado en la noche con el plateado de la luna y el dorado de las luces. No había lugar en el mundo donde Omar hubiese preferido estar que allí, con Yuri, sintiendo el olor a lavanda de su negro cabello. Los amantes miraron el cielo y Omar apretó la mano de Yuri, suavemente.

—Me dijiste que querías darme algo, ¿cierto? —él miro al hermoso ser.

—Lo hice. Pero no puedo dártelo aquí. Tiene que ser en privado —Yuri lo miró cara a cara y por primera vez Omar sintió sus fríos y rosados labios saboreando los suyos. Él la abrazó y la besó de nuevo. Aquella mirada era diferente para Omar, a pesar de que cada mirada de Yuri era siempre igual: sin emoción alguna.

Al otro lado del paseo marítimo había una gran avenida llena de autos que iban y venían. Al cruzarla, la pareja entró a un pequeño hotel y Yuri hizo a Omar acostarse en la cama. El sudor le corría por la frente y sus manos no dejaban de temblar. Él sabía lo que iba a suceder esa noche. Él sabía lo que Yuri le regalaría. Su corazón bombeaba como loco. Sólo sudó más. La Shell se metió en la cama, deslizando sus brazos a través del colchón, sintiendo la suave tela. Miraba al hombre frente a ella, quien sentía sus fríos y pequeños dedos pálidos tocando su piel mojada. Le cubrió los ojos con una mano y él se preparó para la sensación de los labios rozando los suyos, de su mano cruzando su pecho lentamente. Pero lo que vino después no fue lo que él esperaba. Sintió una quemazón, pero no de placer, sino de dolor. Sintió el escozor terrible cruzando su cuerpo. Se sentía apuñalado y trató de liberarse del agarre inquebrantable de la Shell sobre él. Se esforzó sin éxito, abrió los ojos y lo vio: una jeringuilla en la mano de la máquina, el objeto que le había atravesado la piel. Trató de hablar, de gritar, de protestar... pero las palabras no le salían. No le quedaba aliento. No sabía cómo decir lo que pensaba. Lo invadió la frustración y entonces sólo hubo resignación. Se quedó en la cama mientras veía a Yuri caminando a la puerta, dejándolo solo, sin ningún rastro de preocupación.

¡Dolor! Confusión... Mareo.

Al día siguiente, cuando Omar abrió los ojos, ya no podía hablar. Miró sus manos translúcidas, desvaneciéndose en el aire. Se acordó de los trenes, del viento salado del océano rozando su piel, del ocaso, de su madre, y sintió una lágrima desvanecida paseándose por su mejilla. Se estaba convirtiendo en aire, un fantasma, y todo porque había amado a una cáscara vacía.

* * *

La tarde anterior, antes de salir para reunirse con Omar en el café, Yuri paseaba por su casa. Una mujer humana estaba sentada a la mesa, tomando pequeños sorbos de una taza de café.

—¿Qué tienes pensado hacer, Yuri? Parece que de verdad le gustas a ese tipo, ¿no?

—Es un buen hombre. Estoy segura de que seré feliz con él. Voy a darle la oportunidad.

—¿Así que lo amas? —preguntó la mujer humana, mirando por encima del hombro.

—Realmente sí. Amo a Omar —dijo la Shell, ni siquiera con un rastro de emoción en su rostro, con la misma frialdad de un guijarro de río.

—¿Sabes, Yuri? —dijo la mujer, haciendo que la Shell se detuviera en la puerta para mirarla—. Eso de no ser capaces de mostrar sus emociones les da una gran ventaja sobre nosotros, los seres humanos...

—¿Cómo así?

—Así es —sonrió la mujer—. Para una Shell, mentir es más fácil.

Yuri se dio media vuelta y desapareció detrás de la puerta.