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Luis Cernuda
Luis Cernuda.
En homenaje a Luis Cernuda a los cincuenta años de su muerte
Influencia y magisterio de Luis Cernuda en la poesía de Francisco Brines

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Después de una lectura atenta de uno de los grandes poetas de la Generación del 27 y de uno de los poetas valencianos más prestigiosos de nuestro panorama poético actual, señalo una de mis ideas principales al acometer este estudio: relacionar la obra de Luis Cernuda con la de Francisco Brines. Esta intención surgió tras la lectura de los poemas de ambos poetas y se desarrolló más intensamente al analizar, de forma admirativa, la obra de Brines (no hace falta decir la calidad y la fascinación que me produce la obra poética de Cernuda).

Hay claras semejanzas en ambos poetas, y sostengo (como ya afirmé antes) la deuda evidente de Brines hacia la poesía meditativa de Cernuda, ahora que hacen cincuenta años de su muerte en México.

Para concretarlo más, me quiero referir a ciertos temas que son afines a ambos poetas y que desarrollaré en este estudio.

 

La importancia de la figura de Cernuda en la obra y la vida de Francisco Brines

Antes de pasar a comentar la estricta comparación entre las obras de ambos poetas, es necesario dejar clara, a través de las palabras de Francisco Brines, la admiración que este último ha sentido por el poeta sevillano.

Una muestra relevante y muy interesante aparece en el discurso que Francisco Brines dio en su ingreso en la Real Academia de la Lengua sustituyendo a Antonio Buero Vallejo, ocupando el sillón X mayúscula.

El discurso de ingreso es un repaso por la pasión adolescente de la lectura que se centra en su admiración desde niño por la poesía de Bécquer y de Rubén Darío.

Será, sin embargo, Juan Ramón Jiménez primero y Luis Cernuda, después, los que convirtieron a Brines en un lector apasionado de poesía, en un hombre vinculado emocionalmente al mundo de los versos, e influyeron, sin duda, en su deseo de escribir.

El poeta valenciano habla de “conmoción” para referirse a la lectura del poeta sevillano. Lo que descubre Brines es la verdad del hombre, la autenticidad de una voz que le marcará para siempre, como lector y como poeta. Dice en el célebre discurso:

Nadie como Cernuda, en mi experiencia lectora, había sabido incorporar con tanta verdad y completud al hombre que él era en las palabras escritas. Era una experiencia que me conmocionaba y una posible lección de proyección personal en el poema.

Brines sabe que Cernuda es un poeta que vive la ansiedad de lo ideal, un hombre que se desgasta por pensar en una vida mejor, un ser que sufre en la monótona realidad y que aspira a una mayor celebración de la vida a través del arte. Hay conflicto, sin duda alguna, entre el deseo y la realidad, en la línea de lo que va a sentir el poeta valenciano a lo largo de su vida:

La esencia de su poesía la constituye el conflicto que se establece entre esos dos términos, ya que el deseo en muy contadas ocasiones logra el “acorde” con la realidad, que se muestra esquiva.

Discurso de ingreso en la Real Academia Española.

Son los momentos en que el poeta valenciano (cuando se produce en Cernuda ese conflicto entre realidad y deseo) llama a esa ansia de lo eterno “la eternidad en el tiempo”. Sólo el arte, la naturaleza o el amor pueden producir esa ansia vital.

Para el poeta valenciano, Cernuda le habla y consigue que el poema tenga siempre un lector cercano, dotar al mismo de una intimidad que no han podido obtener otros poetas contemporáneos. Da la impresión de que Brines dialoga con Cernuda, ambos en una continua charla sobre el sentido de la vida:

Tuve la impresión de que allí yo tocaba al hombre que me hablaba con una cercanía mayor que a las personas que conocía en cuerpo y alma. Ningún poeta me había producido una reacción tan emocionante y novedosa.

Sin duda, el poeta valenciano se refiere a la simbiosis entre el cuerpo y el espíritu, cualidades que presenta el poeta sevillano. La conjunción entre lo racional y lo afectivo no se produce, de forma tan magistral, en otro poeta contemporáneo, nos dice Brines.

El poeta valenciano, en su discurso de ingreso a la Real Academia, dice que el monólogo dramático triunfa en Cernuda como en muy pocos.

Para terminar esta valoración que nos ofrece Francisco Brines sobre la influencia de Cernuda en su obra, cito estas líneas que son relevantes para entender la importancia que ha dejado como legado literario el sevillano en el poeta valenciano:

A Cernuda siempre le importó desvelar en el poema la verdad del hombre que él era, conocerse a sí mismo en él. Y por ser su verdad, podría ser la de otros.

Y dice con contundencia en el discurso:

Es Cernuda un poeta completo, que concilia con sorprendente conformidad lo que podría parecer distante (pureza y amargura) y aun contrario (intimidad y distanciamiento): es clásico y romántico, poeta de un alto lirismo y acerbamente crítico, abierto con la misma intensa fruición a la tradición poética española y a las tradiciones poéticas de otras lenguas, metafísico y cotidiano, esteta y moralista.

No se puede decir mejor lo que supone un poeta para otro, el influjo poderoso que ha dejado en su obra y su vida.

Sergio Arlandis, crítico y poeta valenciano de reconocido prestigio, señala, con acierto, en su edición crítica de Las brasas, publicada en Biblioteca Nueva en el año 2008, algo muy significativo: habla de un texto de Brines donde cita las cualidades formales de Cernuda en su poesía: el encabalgamiento, para buscar un ritmo musical interior, coincidencia clara con Brines, legado que nos demuestra el peso esencial que tiene la obra del sevillano sobre la que ha ido gestando el poeta valenciano.

Arlandis dice lo siguiente:

De esta declaración de voluntades estilísticas cabría ir resaltando aquellos puntos que resultan, cuanto menos, esclarecedores y sintomáticos de su propia poesía, ya que —sin intención alguna— proyecta en la obra de Cernuda todos aquellos rasgos que, de alguna manera, le han marcado su vocación lectora y, en consecuencia, su determinación creadora (p. 44).

Sin duda alguna, la obra de Cernuda es un claro precedente de la actitud de Brines ante el poema, el cual pretende el diálogo con el lector que reconoce en las obsesiones del poeta sobre temas como el amor, la infancia, el paso del tiempo, la muerte, sus propias obsesiones.

Seguidamente paso a comentar las comparaciones que he encontrado entre los dos grandes poetas españoles, cuya poesía nos deslumbra cada que nos enfrentamos a ella al arrullo de nuestra mejor intimidad, como se deben leer los versos verdaderos.

 

1. El amor en Brines y Cernuda

Tema clave para ambos poetas, aparece en Cernuda en Las nubes, donde se vislumbra el fantasma de la vejez y del paso del tiempo. Hay un poema titulado “La vereda del cuco” donde el poeta dice lo siguiente (habla de la fuente): “Y tú la contemplabas, / Como aquel que contempla / revelarse al destino / Sobre la arena en signos inconstantes”. Para Jenaro Talens: “El hombre, que en principio veía en el amor una forma de romper la soledad, queda condenado ahora a la apetencia del amor —fuente de todo” ( Jenaro Talens, El espacio y las máscaras, Ed. Anagrama, Barcelona).

Aparece en Cernuda también la “ceniza” como apareció en la poesía de Brines, refiriéndose al “cuerpo”: “Que si el cuerpo de un día / Es ceniza de un día, / Sin ceniza no hay llama / Ni sin muerte es el cuerpo / Testigo del amor, fe del amor eterno, / Razón del mundo que rige las estrellas”. Como vemos en el poeta sevillano, el amor es proceso que se acaba y al hacerse ceniza puede ser evocado y ser eterno.

Brines conoce esa ceniza del tiempo, ceniza como resultado del amor que evoca. Lo dirá en “Noche estrellada”: “Acaso existe un Ser, alguna mano oculta / con llamas en los dedos, que está quemando / el tiempo. Y es el hombre y la piedra / los restos que amontona la ceniza”. Como vemos, aparece la “llama” como en el poema de Cernuda, si para el poeta sevillano la ceniza es el resultado de lo que se ha querido (y a la inversa, se quiere ya para que el amor muera después), para Brines la “llama” es aquello que nos agarra a la vida, compuesta ya de briznas de ceniza, resultado final de todo amor. Ambos cantan lo que se pierde.

Veamos el poema titulado “Remordimiento en traje de noche” de Luis Cernuda, perteneciente a Un río, un amor. En este poema vemos la concepción del hombre como un cuerpo vacío: “Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío. / Vacío como pampa, como mar, como viento. / Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable”. Como podemos deducir, el poeta expresa ese ser que no está lleno, que aparece exento de vida y amor, la comparación con la naturaleza le lleva a unir al hombre a su eternidad (la naturaleza que no ha de perecer).

Si leemos a Brines y sus poemas de Aún no, veremos la semejanza (en el poema de “Reminiscencias”): “¿Cómo devolver al vacío / los gestos gastados del amor, / las cálidas imágenes desnudas / del espejo / los cuerpos llameando en la penumbra?”. Vemos también el vacío como resultado de todo; si el hombre de Cernuda era gris y sin cuerpo, Brines expresa que el “vacío” es principio y fin de lo vivido; por ello, emplea el verbo “devolver”. Magnífica semejanza de ambos poetas (influencia segura de Cernuda en Brines).

 

2. Los espacios de la naturaleza: la luz y el jardín

Veamos en el poema de Cernuda “El intruso” esta sensación: “Mientras, en el jardín el árbol bello existe / Libre del engaño mortal que el tiempo engendra / Y si la luz escapa de su cima a la tarde / Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras / Sólo aparece triste a quien triste le mira”. Como se puede apreciar, aparece el jardín, como en los poemas de Brines, la luz que escapa en la tarde, al llegar el ocaso (nos recuerda la importancia de la luz en los poemas de Brines: luz diurna que engrandece al niño, luz nocturna que es revelación para el joven y condena para el adulto). Aparece en ambos poetas el tiempo y su engaño. La mirada también aparece en la poesía de Cernuda (en un diálogo con su espejo). Recordemos la mirada en el poeta valenciano: “Ciego, / miras la luz, las olas, las abejas, / los veleros, los astros”. Cernuda dirá en “Viendo volver” (perteneciente a Vivir sin estar viviendo): “Mirando, estimarías / (La mirada acaricia / Fijándose o desdeña / Apartándose) irreparable todo / Ya, y perdido, o ganado / Acaso, quién lo sabe”. Vemos cómo la mirada es todo, armonía, lucha de contrarios, alegría y desolación.

 

3. La juventud y el erotismo

Ambos poetas coinciden en la juventud como el objeto de deseo, el tiempo (junto con la niñez) de gozar la vida. Recordemos el poema “La sombra” de Cernuda: “Al despertar de un sueño, buscas / Tu juventud, como si fuera el cuerpo / Del camarada que durmiese / A tu lado y que al alba no encuentras”.

¿No nos recuerda mucho a los poemas que Brines dedica al goce erótico, al amor a la juventud?, desde luego, recordemos unos versos de “Canción de los cuerpos”: “La cama está dispuesta, / blancas las sábanas, / y un cuerpo se ofrece / para el amor”, termina diciendo: “Con un cuerpo, / de quien nada conozco / sino su juventud”. Vemos ese deseo de gozar con alguien desconocido, anónimo, como en los poemas eróticos de Cernuda. No parece casualidad tanta coincidencia.

Hay un ideal pagano y hedonista en los dos poetas, ambos han hablado en sus poemas de los dioses y no de un solo Dios (salvo para dudar de su existencia o rechazarlo plenamente).

 

4. La infancia: el edén perdido

No hay que olvidar la infancia como el lugar de la felicidad para Brines y para Cernuda. Veamos el poema X de Donde habite el olvido: “Bajo el anochecer inmenso / Bajo la lluvia desatada, iba / Como un ángel que arrojan / De aquel edén nativo”. Aparece en Cernuda la “lluvia” como símbolo de destrucción, al igual que demuestra Brines en su poesía. Además, el edén nativo, esa nostalgia, es la misma que Brines siente por la niñez, recordemos “El barranco de los pájaros” y el poema Nº I: “Mis amigos / en el agua reían y en ellos / mojé mi cuerpo. Comenzaba cerca / la senda que llevaba a las alturas / gratas, La libertad nos encendía”. Vemos dos tiempos, en Brines la felicidad en su plenitud y en Cernuda, a través de la lluvia y el anochecer, la infelicidad. Es curioso que Cernuda haga mención de un ángel que cae, símbolo claro del ángel caído que fue título de un libro del poeta valenciano, Insistencias en Luzbel.

Va a mostrar Cernuda esa ansiedad del niño por la felicidad en “Soliloquio del farero”, hermoso y largo poema que dice: “De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, / Quieto en ángulo oscuro / Buscaba en ti, encendida guirnalda, / Mis auroras futuras y furtivos nocturnos / Y en ti los vislumbraba”. Como vemos, el niño invoca a la soledad para crear, para ser feliz. Ese mismo objetivo late en el poema de Brines “Balcón en sombra”, perteneciente a Palabras a la oscuridad, cuando dice: “Es el verano, y una música viene / que otros oídos escucharon”. Se refiere entonces a los jóvenes felices del tiempo pasado: “adolescentes que sintieron por vez única / sus corazones oprimidos / ya muertos para siempre / por el puñal, la soledad o el tiempo”. La soledad para Brines ya no es el tiempo de la creación, pero sí lo fue en una época dorada donde, solo o con alguien, podía ser dichoso. Para Cernuda, esa soledad se remite al niño, desconocedor de la condena de la vida, y aunque admira al adolescente despreocupado, él (en algunos momentos de su vida) confiesa que nunca lo fue en la juventud (fue un hombre herido antes de tiempo).

Para que quede más claro, Armando López Castro, en un excelente estudio acerca de Cernuda titulado Luis Cernuda en su sombra, dirá: “La soledad no anula la comunicación; al contrario, es lo que la hace posible. Adentrarse en la soledad para establecer nuestra morada en ella es estar a la escucha, permanecer atento a la llamada de los dioses, según hizo Hölderlin en su momento”. Todo ello coincide con lo ya dicho, para Cernuda, como para Brines, el joven que está solo es feliz, porque está comunicándose con la vida a través de su deseo amoroso o su deseo de saber.

 

5. El fracaso del amor

Debido a la sensación de pérdida y fracaso nacieron los poemas de Donde habite el olvido, llega a decir Cernuda lo siguiente en el poema XII: “No es el amor quien muere / Somos nosotros mismos”.

Para Brines, el fracaso del amor es la herida que estraga el corazón; así lo dice en “Mendigo de realidad”: “Retiraste mi mano de tu mano / y me has dañado el ser” (de Aún no). Cernuda dirá en el poema VII: “Perder placer es triste / Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; / Aquél fui, aquél fui, aquél he sido / Era la ignorancia mi sombra”. Vemos en ambos el dolor de la pérdida, el desaliento por el desamor. Cernuda reitera a través de la repetición de los tiempos verbales la carcoma del tiempo.

Además hace una loa a los sentidos (poema XII): “Sólo vive quien mira / Siempre ante sí los ojos de una aurora, / Sólo vive quien besa / Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara”. Para ambos poetas la vida consiste en tocar, mirar, abrazarse.

 

Francisco Brines
Francisco Brines.

6. Los amantes para Cernuda y Brines

Para terminar este análisis, merece la pena indagar en los amantes, ¿qué sentido tienen para ambos poetas?

En ambos hallo coincidencias; los amantes se muestran siempre en la juventud, nunca en la edad adulta. Dice así Cernuda en un bello poema perteneciente a Invocaciones (1934-1935) y titulado “Dans ma peniche”: “Ante vuestros ojos, amantes, / Cuando el amor muere, / La vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente”; y, además, Cernuda conoce el sentido profano de la vida que tienen los amantes: “Jóvenes sátiros / Que vivís en la selva, labios risueños ante el / exangüe dios cristiano”. Fuera del mundo cristiano los amantes se realizan, pueden conseguir la felicidad. La religión cristiana lleva implícitos el pecado y la condena de la vida.

Aparece en el poeta sevillano el cuerpo, concretamente el “pecho”: “Cuando el amor muere, / Vuestra crueldad, vuestra piedad pierde su presa, / Y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, / Vuestro pecho queda como roca sin ave”. Cernuda muestra esa extensión del amor a los brazos, al pecho, lo sensual está presente (como lo está en Brines que también hace hincapié repetidas veces en el pecho, la boca).

En el poeta andaluz, esta sensualidad se relaciona con la naturaleza, partícipe (como en Garcilaso) de los sentimientos amorosos de los seres humanos (cataratas, roca, ave).

Si nos fijamos ahora en Brines, podemos observar en “Éxtasis”, corto poema perteneciente a El otoño de las rosas, la visión de los amantes en su momento de máxima sensualidad: “Ven, dame tus sollozos y estréchate en mis brazos, / y deja que te bese las mejillas / mojadas. Criatura que reacoges, / caída en ese rapto de la pena, / a un pecho tan oscuro, Y escucha cómo bate / dentro del amor, allí naciendo el mundo”. Hay fusión amor de los cuerpos-naturaleza, como vimos en Cernuda. El pecho es oscuro pues es símbolo de entrega, de tristeza y alegría al mismo tiempo, como el acto amoroso. Lo íntimo, lo profundo, está dentro y fuera del lecho, entregándose como una ofrenda a la naturaleza.

 

7. El tiempo, lugares evocados: Sansueña y Elca

Cernuda vuelve para escribir el pasado, el lugar de la dicha en “Sansueña” que es espejo de su Sevilla natal. Para Brines será “Elca” su paraíso de la infancia.

Por ello, Cernuda necesita ubicar su niñez en algún sitio, pero tiene que inventar un nombre, como también tuvo que inventarse su propia vida para ser algo feliz. Veamos un fragmento de su libro en prosa Ocnos titulado “El tiempo”:

¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?

Como vemos, para Cernuda el niño no conoce el tiempo.

Veamos ahora el tiempo del niño para Brines y apreciaremos las coincidencias: “No existía la muerte; cuánto orgullo / feliz. El salto era atrevido, siempre / cruzó la viva hoguera pastoril, / la que dañaba el monte”. Para el niño no sólo no hay tiempo, sino que no conoce el miedo, es libre y verdadero, como la naturaleza. (pertenece a “Otras mismas vidas”, de Las brasas).

Para Cernuda, como ya ha quedado claro en los versos de Ocnos, la muerte no existe en el vivir del niño, es sólo el resultado del paso del tiempo. Para Brines, la muerte está fuera del mundo de la infancia, donde la vida es dicha y no hay conciencia del dolor. Ambos poetas sienten como suyas la verdad de la vida: el tiempo y su devastadora presencia en nuestras vidas. Brines bebe en las fuentes de Cernuda, como también lo hizo de otros grandes clásicos de nuestro tiempo.

 

8. Otros elementos de la naturaleza

Aparece el jardín en Cernuda, así lo manifiesta “Jardín antiguo”, perteneciente a Ocnos. Cernuda dice: “Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable”.

Nos recuerda, desde luego, a Bécquer (poeta muy admirado por Cernuda), cuya elegancia y maestría demostró en toda su obra. También Cernuda derrocha elegancia en sus versos.

La luz está muy presente en Cernuda, baña cada página de muchos de sus poemas; recordemos “Cuatro poemas a una sombra”, en la 1ª sección, “La ventana” (perteneciente a Vivir sin estar viviendo), dice: “Todo esplendor, misterio / primaveral, el cielo luce / Como agua que en la noche orea”. Para el poeta sevillano, la luz del cielo es esplendor y la noche es misterio, lugar de encuentro: “Miras la noche en la ventana, y piensas / Cuán bello es este día de tu vida”.

Para el poeta valenciano, la noche va a ser “honda” en muchas ocasiones, también aparece la noche que posibilita la creación. Dirá Brines en “Mirándose en el humo”, que pertenece a “Palabras a la oscuridad”, lo siguiente: “La vida muerde aún, / mientras la sombra de la tarde viene / para apagarle su dolor, / su vida toda / y un aire llega que deshace el humo”.

Y no olvidemos la presencia del mar en ambos poetas. Tanto Cernuda como Brines están marcados por las aguas (aparecen en los poemas de ambos poetas el agua, la fuente, el río, el baño, como celebración del cuerpo de los niños).

Recordemos a Cernuda en La fuente (perteneciente a Las nubes (1937-1940): “El hechizo del agua detiene los instantes: / Soy divino rescate a la pena del hombre / Forma de lo que huye de la luz a la sombra, / Confesión de la muerte resuelta en melodía”. Se aprecia el agua como símbolo de la vida que camina hacia la muerte, igual ocurre con el mar, para el poeta lleva la caricia y el dolor de la vida, recordemos el poema VI de Donde habite el olvido: “El mar es un olvido, / Una canción, un labio; / El mar es un amante / Fiel respuesta al deseo”. Vemos el mar como símbolo de lo vivo; puede ser muchas cosas, porque entra en la vida del poeta.

Veamos el inolvidable poema “El joven marino” (perteneciente a Invocaciones [1934-1935]), cuando dice: “El mar, y nada más / Insaciable, insaciable / Con pie desnudo ibas sobre la olvidada arena”. Vemos el mar como un todo para el joven marinero, idealizado por Cernuda. Repite la palabra “olvido” como en el poema anterior, porque el mar sufre la soledad del poeta, es querido y amado, pero después olvidado por el hombre. Dirá, en esa fusión magnífica del hombre y el mar: “El mar, única criatura / Que pudiera asumir tu vida poseyéndote”. La identificación es absoluta, poeta y mar son lecturas de la vida, con su alegría y su tormento (las olas en calma o agitadas simbolizan el estado de ánimo humano).

Aparecen en el poema las “nubes”: “Aquellas oscuras tardes, cuando severas nubes, / Denso enjambre de negras alas, / Silencio y zozobra vertían sobre el mar”. Vemos a las nubes como presagios de desdicha y al mar como un ser humano atormentado y solitario. Y además, las aves: “En el atardecer. Las aves del día / Huyeron ante el furtivo pensamiento de la sombra”. Las “aves” que simbolizan la libertad huyen ante la desdicha que se avecina. Aparece también el “cuerpo” repetidamente: “Cambiantes sentimientos nos enlazan con este o aquel cuerpo”.

Y, desde luego, el “pecho”, símbolo del amor carnal que se va haciendo cósmico en el poema: “Hasta las anchas barcas resbaladizas sobre / el pecho del mar. / Quién podría vivir en la tierra / Si no fuera por el mar”. Se transforma el mar en símbolo del sentimiento, de lo que nos hace soportable la vida. Hay un matiz de esperanza en el mar para Cernuda, como si éste pudiese devolvernos a la infancia perdida.

Este poema tan hermoso nos sirve para ver el sentido que cobra el “mar” para Brines. El poeta valenciano también utiliza (como ya vimos) el mundo de la naturaleza: las aves, las nubes, el viento, etc.

Comento ahora un breve poema, pero muy esclarecedor para apreciar las influencias, de Brines sobre el mar. Se titula “Elca” (pertenece a “Palabras a la oscuridad”): “Porque todo va al mar: / y el hombre mira el cielo / que oscurece, la tierra / que su amor reconoce, / y siente el corazón / latir. Camina al mar, / porque todo va al mar”. Vemos la misma identificación con el mar, todo va hacia allí, como en Cernuda el “mar” es símbolo de la vida con sus emociones (el dolor, la dicha —todo eso es el mar). Poema de esplendor, donde el mar alumbra la vida, la sustenta y la da sentido. Brines siente el mar como efusión vital, pero no olvida (como le ocurría al poeta sevillano) ese lado de misterio y extrañamiento que produce el ritmo monótono de las olas, al igual que los días de nuestra existencia.

 

9. La mirada en Brines y Cernuda

Para terminar este estudio comparativo, debemos pararnos en la mirada. Cernuda mira el mundo en su proceso, en ese “ir muriendo”. Brines mira (e incluso se observa cuando mira) ese mundo que se va perdiendo con el tiempo.

En el primer poema, “Noche de luna” (se halla en Las nubes [1937-1940]), Cernuda habla del hombre y de su necesidad de “mirar” lo horrible y lo hermoso de la vida; repite el verbo “mirar” en varias ocasiones para subrayar la importancia del acto: “Miró sus largas guerras / Con pueblos enemigos”.

Después dice: “También miró el arado / Con el siervo pasando / Sobre el antiguo campo de batalla, / Fertilizado por tanto cuerpo joven”.

Aparecerá, de nuevo, el acto de mirar, pero ahora con más hondura: “Mas una noche, al contemplar / Morada de los hombres, sólo ha de ver más allá / Ese reflejo de su dulce fulgor”. Mirar, contemplar, ver; para el poeta es el acto principal, el que da y otorga conocimiento, acto de revelación.

Veamos qué ocurre con Brines. Como dijimos en el estudio sobre su obra, Brines hace de su poesía una forma de “mirar” el mundo. Como podemos ver en “Plaza en Venecia”: “Alzó los ojos, miró / la luz que cubre el día, / la plaza en que ahora estoy”.

Y repite el verbo “mirar”: “Es el tiempo el que reina, / yo lo miro pasar / hacia el poniente, cubre / mi cuerpo con su polvo”. Brines se deleita en esa sensación de confusión de tiempos, el tiempo de la Plaza, el de su niñez, el de su futuro que se encamina hacia la muerte: “Cubre mi cuerpo con su polvo”.

Pero también es importante el olor, cuando dice: “Ya todo es flor, las rosas / aroman el camino”. Todo es presencia de los sentidos: el tacto, la mirada, el olor.

Muy hermoso cuando dice insistiendo en que la mirada es creación y recoge todo lo que le rodea, haciéndolo vida y poesía: “Y allí pasa el aire, / se estaciona la luz, / y roza mi mirada / la luz, la flor, el aire”. Fusiona así la vista, el olor y el tacto del aire que le toca acariciándole. Todo se recoge en la importancia de “mirar”. Vemos de nuevo la influencia de Cernuda en Brines, la mirada es conocimiento, acto revelador de la hermosura y de la desdicha del mundo.

Tanto para Cernuda como para Brines hay un hombre que puede ser visto por él, como en un espejo, desdoblamiento del hombre solitario que se mira a sí mismo.

Cernuda lo revela en “Remordimiento en traje de noche” (pertenece a Un río, un amor); dice así: “Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie cuerpo vacío; Vacío como pampa, como mar, como viento, / Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable”. El hombre vacío, no cabe duda, es el poeta que se mira en la calle de niebla, poeta en soledad, vacío del amor y de la dicha.

Brines, en Las brasas, expresa también la llegada de ese hombre que sufre el tiempo, consciente de su término, de la fatídica condena de la muerte: “Es un hombre / cansado de esperar, que tiene viejo / su torpe corazón, y que a los ojos / no le suben las lágrimas que siente”. Deducimos que ese hombre es el poeta henchido de soledad, mirándose en el poema que escribe.

El poeta valenciano expresa el dolor y, sobre todo, la angustia de saber cierto el final del camino, para Cernuda el hombre viejo mancha al cuerpo joven y es, sin poder hacer nada para remediarlo, un cuerpo vacío.

Merece la pena terminar con unos versos de Cernuda que serán del agrado seguro para el propio Brines que tan serenamente con su maestría poética ha sabido guiar este trabajo (a través de sus reveladores versos): “Donde penas y dichas no sean más que nombres, / Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; / Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, / Disuelto en niebla, ausencia, / Ausencia leve como carne de niño: / Allá, allá lejos; / Donde habite el olvido”.

Como su nombre indica estos versos pertenecen al primer poema de Donde habite el olvido y es una declaración del joven poeta sevillano hacia la vida que ha de venir tras la muerte, una vida sin dolor, sin amor, tan sólo hecha de paz y de inconciencia. La Nada, al fin y al cabo.

Para Brines esa Nada será un lugar hermoso, donde no pese la vida y el poeta, feliz por haber sido, pueda, sin dolor, dejar de ser.

Finalizo este estudio comparativo con las palabras de José Andújar Almansa (La palabra y la rosa, Ed. Alianza, 2003), el cual ha sabido leer muy bien a Brines, afirmando con rotundidad palabras que suscribo por nacer de la admiración con la que he afrontado este estudio, dice así Andújar: “En sus páginas, una de las cimas, sin duda, de toda la lírica española del último siglo, encontramos el testimonio de una biografía poetizada”. Muy cierto, ya que Brines ha hecho de su poesía un hermoso repaso por sus recuerdos, por su sensibilidad para afrontar el tiempo, revelando sus aristas a los lectores (hay en el poeta que mira mucho de autobiográfico). Estamos ante un poeta “mayor” que merece estar, junto a algunos compañeros de su generación (Valente, Claudio Rodríguez) entre las cimas de la lírica contemporánea española. Sus hermosos versos así lo reflejan para que brille, para siempre, con luz propia.

 

Bibliografía utilizada

  • Andújar Almansa, José: La palabra y la rosa, Alianza Editorial, Madrid, 2003
  • Arlandis, Sergio: Francisco Brines. Las brasas. Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.
  • Brines, Francisco: Poesía completa (1960-1997). Tusquets, Barcelona, 1997.
  • Cernuda, Luis: Antología poética, Cátedra, Madrid, 2003.
  • Talens, Jenaro: El espacio y las máscaras, Anagrama, Barcelona, 1975.