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¿Qué es una novela política hoy?

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De izquierda a derecha, Fernando Varela, Toño Angulo y Doménico Chiappe
De izquierda a derecha, Fernando Varela, Toño Angulo y Doménico Chiappe, durante la presentación de Tiempo de encierro, en Madrid, el 31 de octubre. Cortesía de Gachi de la Vía.
Nota del editor
Empezó en días recientes la andadura de Tiempo de encierro, novela del escritor peruano-venezolano Doménico Chiappe publicada por Lengua de Trapo y que aborda la cruda realidad de los desahucios en España, país donde reside el autor desde hace varios años. Este trabajo cuenta en detalle la presentación realizada en Madrid el 31 de octubre, en la que participaron, además del autor, los editores Fernando Varela, del sello que publicó la novela, y Toño Angulo.

En un espacio casi diáfano del centro de Madrid, en una calle cercana a los bares más populares, se sostuvo un debate muy necesario para la literatura hispanoamericana actual sobre qué se entiende por novela política. O, más bien, cómo es una novela política ahora, en el ocaso de las ideologías y un gran descreimiento hacia los partidos y la clase dirigente. Ocurrió durante la presentación de la novela Tiempo de encierro, del escritor peruano-venezolano Doménico Chiappe, y participaron, además del autor, el editor de Lengua de Trapo, Fernando Varela, y el periodista Toño Angulo, editor de The Objetive.

“Con esta obra se suele hacer énfasis en una de las palabras del título, Encierro, pero me gustaría hablar más de la otra parte, la del Tiempo y su significado”, abrió Varela. “Cuando la protagonista toma la decisión de no volver a salir, se apropia de su propio tiempo. Da igual lo que decida hacer con él, es una vuelta del camino. Es ella la que manda frente a la sensación que tenemos de que alguien controla tu tiempo: tienes tres meses para pagar algo, cuatro para conseguir trabajo, dos días para que se venza la hipoteca. Esta novela nos enfrenta a una mujer que decide qué hacer con el tiempo de su vida. Y me parece que eso es bastante revolucionario”.

Esta novela aborda la historia del desahucio de una mujer joven y profesional, casada y con trabajo, que vive en un chalet de la periferia de la capital española. Una casa que compró con una hipoteca. Está embarazada, podría decirse que feliz y, de pronto, llaman a su puerta. Es el cartero para notificar que se ha puesto en marcha un proceso judicial para expulsarla de su hogar. Algo que el autor recoge de un caso real, uno más de los miles que han sucedido en España durante 2012, año en el que transcurre esta novela.

A partir de ese momento se inicia un ensayo en forma de preguntas que se entremezclan con la trama y que está en boca de la protagonista, Igrid Vucú. Es ella la que, dirigiéndose al feto, hace una serie de reflexiones y disertaciones sobre la actualidad y el papel de los políticos y la indefensión de los individuos. “Era un reto narrativo hacer esa voz femenina”, asegura Chiappe. “Este soliloquio es, en el fondo, un ensayo sobre la importancia de hacerse preguntas. Si yo sólo pudiera darle un único consejo a mis hijos sería ese: no dejar de cuestionarse el mundo en el que viven”. A continuación, empezó el debate sobre la novela política y la política en la novela:

—Ese cuestionamiento es un ejercicio intelectual necesario y algo que todos deberíamos hacernos, sobre todo cuando estamos bien —opina Angulo—. En un momento dado, Igrid dice: “Estoy enervada, airada, sublevaba, amotinada”. Sentí que esa sublevación es el origen de la obra.

—De alguna manera, lo es. La novela registra cómo cada individuo que aparece allí confronta las circunstancias que vive —responde Chiappe—. Desde la resistencia hasta el suicidio, cada uno debe ser libre de resistir como mejor le parezca. Yo escribo y esa es mi manera de hacerlo. Es esa libertad la que ayuda a encontrar una forma de combatir un sistema opresor. Es una rebelión particular, que encarna cada personaje, unos con más éxito que otros, o quizás todos abocados al fracaso. Considero que esta novela, más que política, es cívica.

—Pero un acto de rebelión, como el de Igrid, es un acto político —insiste Angulo.

—Yo sí encontré un componente político fuerte —interviene Varela—. Se reclama: “Vamos a abrir el debate, vamos a hacernos las preguntas otra vez”. No en el sentido ideológico, pero sí político. Y así tiene que ser una novela. Tiene que cuestionar, no de una manera evidente en la que hay dos posiciones enfrentadas, sino desde la posición de que cualquier decisión es política, porque afecta a los demás y a tu situación en la sociedad.

—Sí, habría, entonces, que diferenciar entre una novela ideológica o propagandística y una política, como esta —asegura Chiappe—. Si se evita esa desmoralización colectiva que prevalece ahora, y que es la estrategia del poder para hacer cualquier cosa, sí, habrá que hacer política.

—Tiempo de encierro debe tomarse así, porque la protagonista es una profesional que se ha movido en un mundo moderno. No tendría sentido que, de repente, la situación le sorprendiera. Al iniciarse el desahucio, el punto de vista cambia para ella.

—Eso quería mostrar —dice Chiappe—. Que son dos profesionales, Igrid y Maelo, con trabajo los dos, en lo mejor de sus años, y que se encuentran en un bache financiero, que podrían superar con un poco de tiempo. Pero el sistema está hecho para que ellos nunca salgan de ahí. Hablamos de una clase media, trabajadora. No es algo que afecte sólo a la clase depauperada.

—Funciona también porque Igrid no es una persona estupenda que hace que el lector se ponga de su parte porque es la víctima —afirma Varela—. Su discurso no es tan puro. ¿Si ella no viviera ese desahucio, diría lo mismo? Es un conflicto íntimo que no está embellecido.

—No quería que fuera una víctima —responde Chiappe—. Es una parte que tiene responsabilidad, pero no es la única. Están las instituciones bancarias y el Estado, que pretenden eximirse de su cuota de responsabilidad, y que es mayor que la del desahuciado. 

—También está otro personaje, Maelo, el marido, que es un inmigrante del que se narra su experiencia, y que ha tenido que ganarse la vida en un nuevo país —sostiene Varela—. Sus decisiones son más acordes a las de un superviviente.

—¿Hay un componente autobiográfico en Maelo? —interroga Angulo—. Porque tú naciste en Perú pero la mayor parte de tu vida transcurrió en Venezuela. Y todos los que hemos vivido una emigración sabemos que es muy distinto lo que se deja atrás, lo que se busca y lo que se encuentra. ¿Cuánto de ti hay?

—La trama de Maelo se narra de una manera concisa y seca, porque contiene algo de lo que viví al llegar a España y que contaba en los correos electrónicos que intercambiaba con mi padre. Me interesó revisitar esa inmediatez porque allí existe la sorpresa del recién llegado, en los años del boom económico español, que resultó un espejismo. Maelo es un peruano con pasaporte peruano, que nunca ha vivido en Perú, que se cría en Venezuela, que tiene la mayoría de querencias allí, y que abandona ese país. Una vez que se marcha, se da cuenta de su condición de extranjero. Quería darle a este personaje esa profundidad pero sin revelar mi propia experiencia en detalle. De hecho, Maelo no tiene nada que ver con el mundo de la escritura: es matemático.

—Quería preguntar por otro de los personajes secundarios, la artista Bi —retoma Angulo—. Ella tiene influencia sobre la realidad de la protagonista, su situación, su maternidad, su condición de mujer e incluso su sexualidad femenina.

—Bi es como la Saul de Breaking Bad, un personaje secundario que ha interesado bastante a los lectores —responde Chiappe—. Es una artista contemporánea, muy del mundo del negocio del arte, e irrumpe en el momento en que Igrid está más desesperada. Bi encarna el poder, es el único en toda la narración que lo hace, y muestra cómo puede llegar a ser esa relación entre el poderoso y una persona que está a su merced. El poder no se ejerce necesariamente con violencia. Aquí se muestra cómo logra fascinar y subyugar. Y  es así como logra mantener el poder.

En esta novela, Chiappe asegura que ha buscado “siempre la exactitud, la palabra exacta. Y aquí tenía que tener especial cuidado porque era muy fácil deslizarse por el barranco de la retórica”. Y a pesar de que se novela sobre un encierro, una mujer que no pone un pie fuera de cuatro paredes, se pueden escuchar muchas otras voces. “La entrada de otros personajes brinda multiplicidad de visiones sobre el tema, y otorga polifonía a la obra”, afirma Chiappe. “Ella no sale de su casa, pero no está desconectada del exterior. Lo que hace que dejar de pagar los servicios, como la luz o Internet, sea catastrófico porque sí que significaría su total aislamiento”.

Como dijo Angulo, esta novela golpea al lector. Le golpeó a él mismo: “Hace dos semanas tuve una noche de insomnio. Mi mujer está embarazada de cinco meses, yo tenía algún problema que no le había contado y Lexatin no cumplió su función de dormirme. Me dije: voy a leer algo, y empecé Tiempo de encierro. La leí en tres horas. Me generó tal desasosiego, que lo que nació como un pequeño insomnio se convirtió en uno grande. Estuve hipnotizado por la historia central y las paralelas. Esto es lo que ocurre cuando estamos ante un texto poderoso en lo estético pero también en lo político, porque confronta al lector con lo que cree sobre su propia seguridad y confort y todo aquello que sostiene nuestras vidas”. Una obra necesaria y actual y, por todo esto, política.


Cortometraje basado en la novela de Chiappe, y dirigido por Ciro Altabás.