Artículos y reportajes
Francis Dashwood
Francis Dashwood.
El Hell Fire Club

Comparte este contenido con tus amigos

El escenario es verde y lleno de color y no revela nada siniestro. La vista entonces recorrería tranquila una avenida reverdecida que muere en un lago de aguas calmas, más allá dos efigies añosas, planas, idénticas. A la derecha, en el claro de una espesa arboleda, un pequeño puente se abre camino y lleva al final de la ladera, en donde se ven las columnas dobles de la fachada norte de una casa construida en 1750. Al abrir la puerta de dicha casa se destacaría, descarnada y sin mayores vueltas, la visión de más columnas de mármol y bustos de estilo clásico. La casa recibe hasta el día de hoy el nombre de West Wycombe Park. El arquitecto que la diseñó se destacó además por haber sido el creador del Hell Fire Club. “Hell-Fire apunta a la más trascendental de las perversidades” —en un diario londinense fechado en febrero de 1720—, “ridiculiza las maneras de la religión. Y junto a Lucifer, vuelan hasta la Trinidad embistiendo a su Tercera persona”.

Francis Dashwood: nos llega hoy su nombre gracias a la mención de Thomas de Quincey en su El asesinato tomado como una de las Bellas Artes, en donde nos habla de una casta destinada a estetizar el asesinato, considerar los interjuegos posibles del crimen como una de las bellas artes. Trastocar el terror ante la muerte fue si no un juego del Hell Fire en pos de la estética: la rigidez cadavérica, la palidez del cuerpo, los desgarrados gestos de su cara, el destello opaco de la mirada, muecas, su posición, la forma en que armonizaba con el lugar del siniestro... estos los posibles, hipotéticos ítems a estudiar.

Este antiguo club de adictos al voluptuoso acto de mirar. Esta sociedad secreta pretendía transfigurar la muerte en arte... La mirada en acción como ejercicio maniático de adornar el crimen. Atribuirle características porque, implícitamente, la virtud nacería de un crimen en aquella nación de industrias humeantes, multitudes y vapores llevando su bandera por los mares del mundo.

A Francis Dashwood lo envuelven hoy viejas leyendas de orgías, rituales paganos, cuevas, jardines místicos y hasta un mandril vestido de Diablo. Fue amigo cercano de Benjamin Franklin (uno de los fundadores de Norteamérica). Entre los mayores testimonios de su paso por el mundo están sus cuevas con una fachada gótica que data del siglo XII, adornadas con detalles egipcios en su interior. En 1734, tras su viaje por Italia, ayudó a formar la secta de los Dilettanti, dedicada a enseñar a los ingleses los antiguos esplendores y misterios de la Antigua Grecia y Roma. Los documentos aseguran que en 1746, a sus 38 años, Dashwood deseó fundar su propia sociedad secreta. Su mano derecha fue Paul Whitehead: poeta menor entregado al vino y a las mujeres; persona interesante según Alexander Pope y Franklin para conversar una tarde.

El demonizado Dashwood fue entonces un arquitecto nacido en Londres en 1708, hijo de un eminente comerciante de vino, heredero de su fascinación por Oriente, por lo esotérico y lo erótico, y, desde 1724, de una gran fortuna. Estudió en Charterhouse y en Eton. Allí congregó a un grupo de amigos, todos destinados al poder, como sus iniciados y discípulos. Es sabido que en sus inicios se congregaban en una taberna. Pero hacia 1748, tras comenzar las refacciones de los caminos a los oscuros parques de West Wycombe, a las inmediaciones de Medmenham Abbey y a la construcción de cuevas, conocidas hoy como las cuevas de Hellfire. Por donde hoy ronda el fantasma de una sirvienta llamada Suki, y en cuyas cámaras se desarrollarían los rituales de la secta.

Sin embargo, el Hell Fire irónicamente nunca se llamó así, sino “Los caballeros de San Francis de Wycombe” o “Los Simios de Medmenham”; allí la educación de sus integrantes pretendía ser finalmente académica. No obstante, en su sórdida arquitectura la más inquietante de todas es el Templo Secreto, en donde se efectuaban orgías e iniciaban a jóvenes. Hay además una cueva dedicada al célebre Benjamin Franklin y un río llamado Estigio, un delgado hilo de agua, antes de entrar al Templo Secreto.

Para finalizar, podemos decir que el Hell Fire Club se estableció entonces en el sentido de la vista, insistía en el ojo en tanto órgano del día. Pretendió transformar al acto de matar en arte apolíneo (la categoría del arte de la luz como evento sosegador), pero además, en ver cómo el crimen y la muerte se abordaban como fabricación de los hombres, un producto más, una artesanía en épocas aledañas a la primera revolución industrial. ¿Pero cuáles fueron sus motivaciones? ¿Cuál su herencia?

 

Fuentes